Obvia reflexión sacerdotal

Obvia reflexión sacerdotal

Termina el año e iniciamos uno nuevo en un contexto desafiante para nuestro ministerio quizás como hasta hace poco no lo hubiéramos imaginado; es claro, que las cosas van a seguir cambiando y modificándose, y las presiones se sentirán, pero como sacerdotes adherimos a lo eterno, a lo que Dios ha revelado de modo público y definitivo y la Santa Madre Iglesia nos enseña.

Es claro que los sacerdotes hemos asumido una responsabilidad importantísima el día de nuestra ordenación, sacerdocio que se nos ha conferido inmerecidamente de nuestra parte, sacerdocio que, ante todo, es para la gloria de Dios y la salvación de las almas, sacerdocio que ha de ser vivido en el seno de la Iglesia, Pueblo de Dios y Cuerpo Místico de Cristo. Ministerio sacerdotal que se nos ha trasmitido por la imposición de las manos y que entraña, de nuestra parte, la fidelidad a aquel sacramento que Cristo instituyó en la Última Cena. «Sé fiel hasta la muerte y te daré la corona de la vida»(Ap 2, 10).

Fidelidad donde advertimos qué podemos hacer y qué no, tanto individual como públicamente. En cuanto a lo primero decía Petit de Murat O.P.: «de una vida particular, líbrame Señor»,[1] exhortando así al sacerdote a ofrecerlo todo, siempre, sin ceder ni un instante al «hacé tu vida» tan actual y tan nocivo. Por otra parte, otro fraile, Fosbery O.P. decía algo obvio, pero así se lo escuché : «la Iglesia sin el sacerdocio se desploma»; así fundó Jesús la Iglesia, con sacerdotes para su edificación a través de la entrega ministerial desde la consagración hasta la muerte, edificación que no se podría realizar jamás por una fría ejecución de directivas burocráticas al modo de una empresa humana.

Sabemos, perfectamente y desde hace mucho, que hay actos que son buenos y otros que son malos, actos que son intrínsecamente buenos y otros que son intrínsecamente malos; y los primeros que podemos degradarnos al cometerlos somos nosotros mismos. El «morir antes que pecar» de Santo Domingo Savio es también, y quizás, principalmente, para nosotros. En La Salette se habla de una falta de los consagrados que clama al cielo.

Nuestra conciencia se deja formar, o al menos debería dejarse iluminar por el Santo Evangelio y aquellos principios que siempre son vigentes. Lo que hemos aprendido en el seminario por nuestro esfuerzo e indagación, o bien, lo que entonces nos fue enseñado como doctrina cierta y segura por muchos, y era verdadero, sigue siendo verdadero y lo seguirá siendo en el futuro. «Acordáos de aquellos superiores vuestros que os expusieron la Palabra de Dios, reflexionando sobre el desenlace de su vida, imitad su fe» (Hb 13, 7).

Es decir, y retomando, no se trata de uno u otro acto sacerdotal que pueda ser errado sino que toda nuestra vida y ministerio, en todos sus actos está llamado por genuina vocación a la santidad personal glorificando a Dios y a la edificación del prójimo en el Templo santo del Espíritu cuya «piedra angular» (Ef 2, 20) es Cristo; la posibilidad de degradarnos no es nueva, ya el laico y padre de familia numerosa, Alberto Caturelli, católico argentino y pensador notable, en una de sus obras, luego de exponer el proceso de secularización contemporáneo y de detallar la «corrupción de lo sobrenatural» hablaba de «la pudrición del ministerio» detallando con claridad la «supresión del sacerdocio» que ya por entonces se daba, y hablamos aquí de mucho tiempo atrás.[2]

Termina el año e iniciamos uno nuevo en un contexto desafiante para nuestro ministerio quizás como hasta hace poco no lo hubiéramos imaginado; es claro, que las cosas van a seguir cambiando y modificándose, y las presiones se sentirán, pero como sacerdotes adherimos a lo eterno, a lo que Dios ha revelado de modo público y definitivo y la Santa Madre Iglesia nos enseña. «Cree lo que lees, enseña lo que crees, practica lo que enseñas» hemos oído el día de nuestra ordenación. «Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre» (Hb 13, 8).

Comparto esta reflexión sacerdotal obvia al que quiera recibirla, buen año.

Pablo Sylvester.

 



[1] El Padre Petit de Murat, vida y obra en su palabra, Grupo de Estudios Fray Petit de Murat, Tucumán, Argentina, 1983, 162.

[2] Caturelli, Alberto, La Iglesia Católica y las catacumbas de hoy, Buenos Aires, Almena, Buenos Aires, 1974, 66-77. Esta obra tiene reedición en Editorial Gladius, Buenos Aires, 2007, edición “corregida y aumentada.”

2 comentarios

Daniel
Muy bien dicho Padre. Con talla intelectual y fidelidad a Nuestro Señor Jesucristo. "Decir es obrar". Qué Dios lo bendiga y nos fortalezca para la lucha.
3/01/24 3:12 PM
Gustavo Booth
Excelente reflexión.En este contexto desafiante, todo pasará, pero la palabra de nuestro Señor no pasará…
6/01/24 2:23 PM

Dejar un comentario



Los comentarios están limitados a 1.500 caracteres. Faltan caracteres.

No se aceptan los comentarios ajenos al tema, sin sentido, repetidos o que contengan publicidad o spam. Tampoco comentarios insultantes, blasfemos o que inciten a la violencia, discriminación o a cualesquiera otros actos contrarios a la legislación española, así como aquéllos que contengan ataques o insultos a los otros comentaristas, a los bloggers o al Director.

Los comentarios no reflejan la opinión de InfoCatólica, sino la de los comentaristas. InfoCatólica se reserva el derecho a eliminar los comentarios que considere que no se ajusten a estas normas.

Los comentarios aparecerán tras una validación manual previa, lo que puede demorar su aparición.