Las exequias del Papa Francisco (II): una conversión necesaria
Misa exequial de Francisco | © VaticanMedia

Las exequias del Papa Francisco (II): una conversión necesaria

Reflexiones sobre algunos aspectos de la Liturgia celebrada.

Cuando escribí mi primera reflexión sobre la liturgia de los ritos exequiales del Papa Francisco ya tenía claramente pensada esta segunda mirada más crítica. Me pareció, sin embargo, oportuno separar el contenido en dos artículos, tanto para una mayor claridad, cuanto por razones de espacio de cada uno de ellos. Pero los considero como dos alas de una misma ventana que nos abren a la reflexión sobre el culto católico actual y a la urgencia de un cambio de corazón y de la acción litúrgica.

Una segunda observación previa que me parece necesaria es que, si bien voy a señalar a actores concretos, porque el celebrante principal es fulano o mengano, mi intención no es calificar a uno u otro, sino mirar a la situación de la Iglesia, para un llamado a la conversión y superación en el cumplimiento de la vocación que hemos recibido de pueblo sacerdotal, consagrado en Cristo a la glorificación del Padre.

1) La ausencia del canto de los celebrantes y el acto de culto católico.

Ésta es una realidad gravísima a la que nos hemos acostumbrado, producto de un largo proceso de decadencia: los celebrantes no cantan el rito que les es propio. Esta forma celebrativa es actualmente lo común en la realización concreta del rito romano.

Las formas son siempre eficientes, para bien o para mal. Nunca son neutras en los ritos, sea en los simplemente humanos, cuanto más en los sagrados.

¿Qué vimos y oímos? Que, luego de que la schola y el pueblo cantaban los salmos, letanías, himnos propios, la celebración decaía en un texto leído por el celebrante.

En el lenguaje ritual esto significa que la oración presidencial es menos relevante que los cantos anteriores, que, si éstos son cantos cultuales, litúrgicos, la oración del celebrante en nombre de Cristo y de la Iglesia aparece como un lectura casi personal.

Como bien enseñó William Peter Mahrt (The Musical Shape of the Liturgy), la música cultual, litúrgica, no es un mero acompañamiento, sino que forma parte de la estructura del acto litúrgico y, de alguna forma, lo estructura, lo configura. Por eso, no deben considerarse las partes sólo aisladamente.

En la Misa, por ejemplo, todo el rito de entrada es un acercamiento a Dios de la Iglesia congregada en el Espíritu. El texto y la forma musical van variando y formando una escala, desde el introito (admirable el Requiem aeternam), los kyries, para culminar en la oración presidencial, proferida por el que es presencia sacramental de Cristo cabeza y Sumo Sacerdote y que representa a la Iglesia entera ante el Padre. Pero si no se canta el oremus y la colecta, en lugar de culminar ascendiendo, se da una caída estrepitosa, un porrazo. Es ésta una esquizofrenia cultual, ritual, o sea efectiva: el Pontífice en lugar de orar, significar, realizar y conducir al pueblo ante el Altísimo se ha vuelto un comentarista que lee un texto con su propia entonación.

Esto, antes que nada, que va contra la significación antropológica de la oración del ministro sagrado. Búsquese en todas las culturas y se verá que las palabras sacras se emiten o en secreto o cantadas. Es así desde las de un chamán hasta las de un patriarca bizantino. Sin ese envoltorio, del silencio o del canto litúrgico, se significa que son palabras banales, cotidianas, no un don de la divinidad que concede a la creatura hablar y acercarse a ella.

Por eso, cuando se leen en forma hablada las oraciones presidenciales, no se trata de una inculturación, de sencillez, de simplicidad. Antropológicamente es simplemente una de-sacralización ritual.

Más grave aún es este error cuando se trata del acto mayor de la fe católica. Con esa separación que nos caracteriza a los católicos entre los documentos y lo que hacemos, se disocia, por un lado, la fe en Cristo resucitado, a la derecha del Padre, el Sumo Sacerdote del culto perfecto, intercesor eficaz, que actúa en los sagrados misterios y de un modo único por el ministerio apostólico y, por otra parte, su realización histórica: el acto de culto, ejercicio del sacerdocio de Cristo.

El rito hablado, no cantado, desdice la presencia de Cristo sacerdote en el sacerdote ministro. Por cierto, además, impide que el pueblo sacerdotal, consagrado al culto del Dios vivo por el bautismo y la unción consacratoria del Espíritu, también se una de forma ritual sacra, cantando el Amén.

Cabe que escuchemos uno de los últimos desafíos que nos dejó Romano Guardini, al preguntarnos si somos capaces del acto de culto o, aún más, si nosotros mismo estamos voluntariamente dispuestos a realizar el acto de culto.

Al Obispo, sucesor de los apóstoles, la Iglesia le envuelve su cuerpo en la casulla y él recibe en su cabeza la mitra y toma en sus manos el báculo. Así significa y realiza, con su corporeidad y sus gestos, que él, que por sí mismo es menos que nada para adentrarse en el misterio, sin embargo, por la gracia de Dios y la consagración del Espíritu, obra in persona Christi, es presencia real de Jesucristo, que ejerce su sacerdocio eterno ante el Padre en el templo celestial

De modo semejante la Iglesia envuelve la voz del sacerdote, sus palabras, para que signifiquen y realicen que son precisamente la oración in nomine Christi.

El canto de las oraciones sacerdotales, desde el punto de vista formal, no es lo que acostumbramos a llamar un canto, no es una canción. Es una cantinela fija, que se repite, que no admite creatividad por el celebrante. Cuanto más sacro es el texto, menos «música» tiene. Su finalidad no es el adorno. La cantinela envuelva la oración de la Iglesia, unida a Jesucristo en el culto público, para que el ministro sea sólo y nada menos que eso, ministro servidor de Cristo Sacerdote.

Con frecuencia se pone como objeción al canto del preste en que no se sabe. Aquí nuevamente se requiere la conversión. En primer lugar, conversión de la mente: el sacerdote debe cantar las oraciones. En segundo lugar, aprender a hacerlo: siete años de seminario deberían ser más que suficientes. Claro, por otra parte, se requiere el ejemplo de obispos y sacerdotes que cumplan acabadamente con su ministerio litúrgico: de estos antes que nada hay que esperar la conversión. Algunos aducen sus faltas de cualidades. Bueno, primero ejercítense, y, si no, siempre se puede cantar en tono recto. Es poco, pero es ritual, sacramental. Se trata de conformar el acto de culto.

En la resistencia a cantar, cabe que escuchemos uno de los últimos desafíos que nos dejó Romano Guardini, al preguntarnos si somos capaces del acto de culto o, aún más, si nosotros mismo estamos dispuestos voluntariamente al acto de culto.

2) No fue una misa solemne.

Tenemos que constatar que la Misa exequial del Papa Francisco no fue una Misa Solemne, en el sentido litúrgico, ni una Misa Pontifical o estacional. ¿Por qué? Porque el canto que es parte necesaria e integral de la liturgia solemne (SC 112,113). Ni siquiera fue una Misa cantada, que también exige el canto del celebrante. Fue una Misa rezada con cantos apropiados.

Esto que sucedió, y se presenta como cosa habitual y sin importancia, es una muestra tremenda de la decadencia del culto de la Iglesia Católica. Y, además una mala enseñanza terrible: el Camarlengo de la Santa Romana Iglesia y el Decano del Colegio de los Cardenales de la Santa Romana Iglesia enseñan con los hechos que, en una gran liturgia, como las exequias del Romano Pontífice, basta con una misa rezada, acompañada de los cantos rituales apropiados.

Hasta los tiempos anteriores al último Concilio, aunque no se supiera ya mucho por qué, estaba claro jurídicamente. En la Misa Solemne todo era cantado. Si no se cantaba, en la Misa rezada, todo el rito se hacía en silencio, sin que nada se pronunciara en voz alta con mera palabra hablada.

Soy consciente de los problemas pastorales que había y no cabe aquí estudiarlos. El Vaticano II reafirmó el valor de la Misa Solemne, y no precisó otros aspectos. En los documentos posteriores se abrió la posibilidad a que partes del rito se dijeran en palabra hablada, sin canto. Sin embargo, se mantuvo:

1) la Misa toda cantada como la forma más noble y a la que hay que preferir.

2) la concesión de no cantar no estaba dirigida a que el sacerdote no cantara, sino a conducir al pueblo paulatinamente hasta que se pudiera cantar todo. Esta gradualidad, incluía e incluye un orden de precedencia. Si no se puede cantar todo, ¿por dónde se empieza? Lo primero son los diálogos del pueblo y el sacerdote, luego las oraciones sacerdotales, incluido el prefacio; sigue el ordinario de la Misa y lo último son los que ahora parecen ser los que imperativamente se cantan (entrada…). Estas disposiciones están en Musicam Sacram (n.7.29), y en el Misal Romano actual (IGMR 40). Eso es lo que precisamente faltó en los funerales y que es lo más común.

2) la oración universal u oración de los fieles. El sentido de estas preces es que la Iglesia ora por las grandes necesidades de Ella misma y de la humanidad, de ahí que sea universal. El que se llame también «de los fieles», no significa que sea de los laicos, sino de todos los bautizados, puesto que los no-bautizados eran despedidos antes de estas preces y aún hoy, aunque estén no participan de ellas.

La oración que hacen todos los bautizados está expresada en la forma de oración, p.e., «te rogamus, audi nos», no en la presentación del motivo por el cual orar, la intención. Por eso, no tiene sentido que haya una pasarela de laicos, para cada uno leer una intención. La proposición de las intenciones es propia de un diácono y normalmente debe ser cantada.

A ello responde la asamblea de los fieles con la forma de oración, también cantada.

3) El canto de las lecturas.

El canto de las lecturas es la forma de presentarlas como el misterio de la Palabra de Dios. El envoltorio que les da el que sean proclamadas con sus tonos fijos y habituales, despersonaliza al «lector», que aparece como verdadero servidor, al tiempo que manifiesta el carácter de palabra inspirada lo que se proclama y escucha. Por eso, en toda la tradición las cantan con sus tonos los dedicados a ese ministerio.

En esta misa, como nos hemos acostumbrado, el momento de las lecturas se volvió una exposición de personas, trajes y voces, que, en primer lugar, son distractivos y, más profundamente, son desacralizadores: no significan en el rito, lo que son: Palabra de Dios.

4) La homilía.

Si puedo comenzar con un chascarrillo, observo que la homilía tuvo una duración mayor a los 8 minutos tantas veces recomendada por el difunto Papa. En realidad, esa especie de precepto es arbitrario, porque que deben considerarse las circunstancias. En la ocasión duró casi 19 minutos, y no resultó excesivamente larga.

Vamos a lo que nos interesa. El orador, luego de una breve alusión al texto evangélico dedicó casi todo su discurso a presentar en forma laudatoria hechos y palabras del Papa Francisco. Nada que decir de ello, pero faltó que esa memoria fuera dirigida no a la gloria del difunto, sino en acción de gracias al Padre de quien vienen los dones. Sin serlo en modo absoluto, la homilía tuvo mucho el estilo de panegírico, que está expresamente excluido de la misa de difuntos.

Hacia el final el Cardenal afirmó: «Con nuestra oración queremos ahora encomendar a Dios el alma del amado Pontífice, para que le conceda la felicidad eterna en el horizonte luminoso y glorioso de su inmenso amor». Pero faltó el sentido de oración que pide misericordia y perdón para el difunto, no expresó el santo temor de la oración del salmista: «No llames a juicio a tu siervo, pues ningún hombre vivo es inocente frente a ti» (Sal 142,2). Faltó una comunión con las oraciones de la misma Misa de réquiem, que piden por la salvación del difunto, teniendo presente la fragilidad humana y el pecado.

Como tantas homilías, ésta fue también lo que Tommaso Federici consideraba un ‘discurso con entorno de misa’. No tuvo carácter mistagógico que condujera a las oraciones y acciones del memorial del sacrificio de la cruz, a la comunión eucarística.

No se puede estar de acuerdo con las afirmaciones del final de la homilía: «Querido Papa Francisco, ahora te pedimos que reces por nosotros y que desde el cielo bendigas a la Iglesia, bendigas a Roma, bendigas al mundo entero». Estas expresiones son inapropiadas dentro del culto público, en la Santa Misa. Supone la certeza de fe de que el Papa Francisco esté en la presencia de Dios y que pueda interceder en el cielo. O sea, afirma que ya es santo, se lo canoniza antes de tiempo. Se podría decir algo así como deseamos y esperamos …

En toda justicia, debemos señalar que también el Cardenal Ratzinger dijo algo semejante en el funeral de Juan Pablo II y, a mi criterio, no fue lo más correcto.

4) La celebración coram populo.

Comparto de entrada que, por experiencia propia de años, de los demás sacerdotes y del pueblo, es un gran error la celebración enfrentando el sacerdote y el pueblo. Vuelve al ministro la figura principal y hace que los fieles se pasen mirando la cara y los gestos de quien no debe centrar la atención. Más hondamente, desdobla al sacerdote y a los fieles que deberían estar en silencio reverente ante el Padre (sí, también cuando se ora ante Dios en forma audible, es dentro del silencio) y, en cambio, se encuentran más o menos entre sí, de forma incómoda y distractiva: no orienta a Dios. Tiende a volverse un espectáculo.

Lo he estudiado ampliamente en su desarrollo (cf mi obra Sursum corda, p. 119-144)[1]. Conozco la tradición de la basílica vaticana y las causas por las que el papa tuviera el pueblo físicamente delante (entre otras causas por dirigir la oración ad orientem, porque el oriente está en la puerta), pero nunca fue para que el pueblo estuviera mirando la cara del papa. Por eso, al menos, yo habría preferido que los candelabros y la cruz estuvieran desplegados en el frente del altar, para no estar siempre ante la cara del cardenal celebrante.

5) la ausencia del Dies irae

El dies irae en forma magistral hace pensar, orar, sobre la complejidad humana y cristiana de la muerte. Por eso, le da una particularidad insondable a la misa de réquiem.

Ya sé que esta secuencia fue quitada de los libros actuales (casi con vergüenza fue colocada en partes para el oficio de lecturas), pero como otras fueron restituidas creo también debe volver el dies irae, al menos en forma optativa.

Hablamos de inculturación y lo que hacemos es ex – culturación. Esta letra que ha llenado la cultura occidental, a la que una multitud de grandes creadores han dado forma musical, que cualquier persona de formación media conoce al menos en parte, sólo podremos escucharla en un concierto y queda excluida del culto. No es sensato.

Devuélvase al culto.

Los funerales del Papa Francisco, sin mayor particularidad y sin que los actuantes fueran creativos con respecto a lo que sucede cotidianamente, han mostrado algunas carencias profundas de la situación actual del culto de la Iglesia en el rito romano, mucho más graves que los asuntos económicos o de imagen ante el mundo, porque van al ser de la Iglesia, a su corazón, a la fuente y cumbre de su existencia. La Iglesia es, antes que nada, el pueblo que Dios se adquirió para sí, y consagró al culto, para alabanza de la gloria de su gracia.

Es hora de que, con humildad, parresía y obediencia de la fe, con mucha paciencia y caridad, llevados por la gracia de Dios, nos convirtamos, a fin de que purificados, demos culto al Dios vivo (cf He 9,14), de forma que le sea agradable.

6) La trasmisión televisiva.

No puedo aquí desarrollar este asunto tan importante, cuando es lo que reparte la imagen del culto católico a millones de personas.

Sin poder exponer de forma fundamentada, enumero unos puntos capitales.

1)     En general la imagen debe ser la que pueden seguir los fieles que participan, tomada también del lado que están los fieles. Las de drones en alturas, las de otros ángulos, hay que dejarlas para antes o después, o para información abreviada, no cuando se sigue en vivo la Santa Misa: aquí sólo el rito.

2)     Hay que acotar la creatividad de los camarógrafos, aunque parezca aburrido, y, sobre todo, evitar en lo posible los primeros planos. Por ejemplo, durante la plegaria eucarística nunca tomar primeros planos del celebrante: no se trata de eso. Seguir a distancia, como un fiel medio. Se podría mostrar un acercamiento – no primer plano – a la elevación o a la doxología final .

3)     Si les resulta muy imperioso no estar tanto tiempo poniendo la imagen del altar, se habría podido en algún momento se habría podido tomar la imagen de Cristo resucitado, la cruz.

4)     Con mayor razón no hacer primeros planos de los lectores, etc. No se trata de «actuaciones» en un escenario.

5)     Ni qué decir de los acercamientos a individuos comulgando, rezando. Nada que distraiga de la acción litúrgica.

6)     Es imprescindible omitir los doblajes. No se puede participar de un acto de culto siguiendo a un locutor. Si hay problemas con la lengua, úsense subtítulos pequeños.

7)     Lo mismo con respecto a los cantos, que son oración cantada. Unos subtítulos, pueden ayudar.

8)     Sé que suena duro: durante la celebración desaparezcan las intervenciones de los periodistas. Si se cree necesario, poner en subtítulo Evangelio, Ofertorio. No entra la voz, ni el pensamiento del comentarista.

 

Mons. Alberto Sanguinetti Montero

 



[1] Sursum corda – levantemos el corazón, Buenos Aires – Montevideo- México, 2010. Se pude leer en https://amicus-sponsi.com/mis-libros/.

3 comentarios

Jakob
Un comentario certero, magnífico. Efectivamente la vulgaridad se ha apoderado de todo y Francisco ha precipitado este desastre.
2/05/25 1:54 PM
maru
Me ha gustado su artículo monseñor. No vi el funeral por el Papa, pero si aprendí en clases de Liturgia lo de los cantos, estipulados ya por el Vaticano II, pero eso sí, no cualquier canto, sino cantar las diferentes partes de la Misa, porque no consiste "cantar en Misa", sino "cantar la Misa". Lo mismo, con la oración universal o de los fieles, que debe ser orada por un diácono o un lector, no por media docena de lectores; esto lo comento solo como ejemplo, pero comparto su artículo y cómo no, "la canonización de los difuntos". Es una lastima como se ha degradado la santa Liturgia.
2/05/25 2:25 PM
HaRegalîm
Monseñor, y si el celebrante tiene, cómo tenía en este caso, 91 años de edad, ¿hay que exigirle también que cante?
Y por favor, ya sé que va contra las normas, que no hay que hacer panegíricos del fallecido, pero le ha gustado más la homilia del Papa Francisco en las exéquias del Papa Benedicto XVI, en que no dijo apenas nada sobre la vida y Pontificado del fallecido, sino solamente le ha llamado "Amigo del Esposo" ?
Obviamente soy contra decir que está ya en el Cielo y nos bendice, pero lo demás me parece ya querer seguir pegandole al cieguito, como se dice en mi país
2/05/25 10:33 PM

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