«Vio, padre, que los prospectos de los medicamentos dicen ‹ante la duda, consulte a su médico›. Pues los médicos, por lo general, somos los primeros en no hacerlo…». La cruda confesión del veterano profesional, que se está recuperando de una delicada enfermedad, quedó flotando en el hospital como un desafío. ¿Y cuánto consultamos a Jesús, Médico de los cuerpos y de las
«Vio, padre, que los prospectos de los medicamentos dicen ‹ante la duda, consulte a su médico›. Pues los médicos, por lo general, somos los primeros en no hacerlo…». La cruda confesión del veterano profesional, que se está recuperando de una delicada enfermedad, quedó flotando en el hospital como un desafío. ¿Y cuánto consultamos a Jesús, Médico de los cuerpos y de las almas? «Gracias a Dios, estoy volviendo a la práctica religiosa, padre. Solo Cristo, sano, saludable y sanador, es insustituible».
Los términos contundentes del galeno, en la fresca mañana platense, me transportaron a las «Recomendaciones a futuros sacerdotes, a días de su Ordenación», que escribí el pasado 22 de octubre de 2024, en la memoria de San Juan Pablo II: «La mayor pastoral es estar de rodillas, frente al Sagrario. Un instante ante el Señor, presente realmente en el Santísimo Sacramento, resuelve asuntos que no se solucionarían con horas y horas de reuniones. La luz del Sagrario es nuestro consuelo y descanso, ante las vanas luces del mundo que tantos nos encandilan… Nosotros, ante la duda, y la certeza, nos postramos ante Quien es la razón de ser de nuestro Sacerdocio. En el templo no se “pierde tiempo” de acción; se invierte en tiempo, junto al Señor del tiempo, que nos ordena todas nuestras prioridades. Y que nos evita otros despilfarros de tiempo».
Sí, ante el Sagrario, la Luz del mundo, reflejada también en la lámpara votiva, inunda del Sol que nace de lo alto (Lc 1, 78) hasta las tinieblas más rebeldes. Allí, en la intimidad más sagrada del templo, en el Tú a mí, se aceleran las decisiones, se pausan las ansiedades, y se depositan con serena confianza las angustias más hondas.
Ante el Sagrario, la desnudez del alma encuentra el cobijo que solo el Rey de reyes (Ap 19, 16) puede darle; con el pudor, la discreción y la impar amabilidad que les son propios. Allí toda lágrima es sanante, todo fervor encauzado, y cualquier amague de desesperación es puntapié de esperanza nueva.
Minutos de Sagrario hablan del esplendor del silencio. Que es, por cierto, comunicación excelente. La falta de palabras muestra todo el vigor de la Palabra; que envuelve, eleva, fortalece y hace descansar en verdes praderas (Sal 22, 2).
Minutos de Sagrario permiten escuchar lo que Dios nos pide en el aquí y ahora. Y los pasos que deben darse para conformarnos a la divina Voluntad.
Minutos de Sagrario nos recuerdan que el único Rey y Señor es Jesucristo. Y que solo en la Iglesia, con serena confianza en quienes son autoridad, y en la Dirección Espiritual, vamos avanzando en el rumbo correcto. Jesús, el Camino (Jn 14, 6), nos deja, en su Cuerpo Místico, las señales necesarias para no salirnos de la ruta, o regresar a ella.
Minutos de Sagrario nos muestran toda nuestra pequeñez. Y, al mismo tiempo, que todo lo podemos en Aquel que nos conforta (Flp 4, 13). En el propio límite, así, no encontramos un muro infranqueable, sino un trampolín en busca de la Gracia y la lucha por la santidad.
Minutos de Sagrario –siempre escasísimos ante las horas y horas que empleamos en celulares y otros dispositivos– nos recuerdan que sólo Él es importante. Y que la verdadera sabiduría está en elegir la mejor parte que no nos será quitada (cf. Lc 10, 42).
Minutos de Sagrario encuentran las respuestas que meses y hasta años nos negaron. Inspiran penitencia y arrepentimiento. Despiertan la humildad adormecida por el orgullo. Y ponen rostros concretos en donde había generalidades y descripciones colectivas.
Minutos de Sagrario nos recuerdan –como nos enseñara el lúcido Joseph Ratzinger, luego Papa Benedicto XVI– que «el pan es importante, y mucho más importante la libertad. Y lo más importante, la Adoración». Porque este mundo pasa y en la eternidad, en la Patria definitiva, se está para siempre, cara a cara con el Amado.
Minutos de Sagrario nos hacen estremecer, siempre con nuevo asombro, ante las palabras del españolísimo obispo español San Manuel González, «apóstol de los sagrarios abandonados», quien dictó para su epitafio: «Pido ser enterrado junto a un Sagrario, para que mis huesos después de muerto –como mi lengua y mi pluma en vida– estén siempre diciendo a los que pasen: ¡Ahí está Jesús! ¡Ahí está! ¡No lo dejéis abandonado!»
Gracias, Jesús, por inspirarme, desde el Sagrario, las palabras de consejo y de consuelo; de auxilio y reconciliación; de fortaleza y abandono en la Providencia. Y hasta por darme, con generosidad siempre sorprendente, el título de un libro o de un artículo; frases para una homilía o el rumbo claro de un retiro o una jornada formativa. Solo te pido la gracia de no escaparme nunca. Porque siempre la solución está en postrarnos ante tu Divina Majestad. Solo allí la paciencia no se hace añicos. Solo allí recibimos bocanadas de tu Vida en abundancia (Jn 10, 10). ¡Gracias por estar siempre! ¡Te pedimos perdón por estar tan poco…!
+ Pater Christian Viña
La Plata, miércoles 21 de mayo de 2025.
San Cristóbal Magallanes, presbítero, y compañeros mártires. –