Lo que no podemos perder (II)
La esperanza cristiana
Esperanzas propias y esperanzas compartidas, esperanzas inmanentes y esperanzas trascendentes. No es tan sencillo. Puede el hombre levantar esperanzas en busca de muchos bienes temporales y asequibles. Lucha, trabaja, se entretiene con ellas. Se felicita cuando las consigue y se lamenta cuando no logra alcanzar sus objetivos. Pero por detrás de todos los recuerdos, en el fondo de la memoria, él conserva el recuerdo permanente de la verdad y de la vida en la que vive instalado. El hombre sabe que vive, sabe que la vida está siempre ahí, la percibe como una posibilidad inabarcable, siempre abierta que no puede dejar de desear, aun cuando sus pies se resbalan hacia el abismo de la muerte.
El hombre tiene en la memoria el toque de la realidad como algo ilimitado, siempre presente, el recuerdo misterioso de una presencia permanente que le sostiene en la vida y le llama a ser siempre más y mejor. La paradoja del hombre es que es un ser abierto a la vida que desea ilimitadamente, más allá de lo que puede conocer y alcanzar. Por eso morimos siempre a más no poder. ¿O es que no morimos?

La esperanza cristiana: un tesoro que no podemos perder.
El Partido Socialista ha celebrado su Congreso. Parece que lo más novedoso ha sido la decisión de fomentar en España el aborto libre, la eutanasia y el laicismo. Ante semejantes previsiones, uno no tiene más remedio que preguntarse ¿qué tienen que ver estos objetivos con el verdadero socialismo? Históricamente el socialismo tenía el atractivo de mantener una dura lucha contra la injusticia. ¿Dónde quedan ahora el carácter público de los medios de producción, la distribución de los bienes de la tierra, la sociedad sin clases? La conclusión es inevitable. Nuestros socialistas no son ya socialistas. Utilizan lo que queda de mayo del 68 para ofrecernos una sociedad nueva. Pocos argumentos. Estamos en el mundo de los sentimientos y de los resentimientos. 






