2.08.08

Lo que no podemos perder (II)

La esperanza cristiana

Esperanzas propias y esperanzas compartidas, esperanzas inmanentes y esperanzas trascendentes. No es tan sencillo. Puede el hombre levantar esperanzas en busca de muchos bienes temporales y asequibles. Lucha, trabaja, se entretiene con ellas. Se felicita cuando las consigue y se lamenta cuando no logra alcanzar sus objetivos. Pero por detrás de todos los recuerdos, en el fondo de la memoria, él conserva el recuerdo permanente de la verdad y de la vida en la que vive instalado. El hombre sabe que vive, sabe que la vida está siempre ahí, la percibe como una posibilidad inabarcable, siempre abierta que no puede dejar de desear, aun cuando sus pies se resbalan hacia el abismo de la muerte.

El hombre tiene en la memoria el toque de la realidad como algo ilimitado, siempre presente, el recuerdo misterioso de una presencia permanente que le sostiene en la vida y le llama a ser siempre más y mejor. La paradoja del hombre es que es un ser abierto a la vida que desea ilimitadamente, más allá de lo que puede conocer y alcanzar. Por eso morimos siempre a más no poder. ¿O es que no morimos?

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1.08.08

Lo que no podemos perder (I)

La esperanza cristiana: un tesoro que no podemos perder.

En un contexto de reflexiones libres y honestas sobre el momento presente de nuestra vida española, se me pide que os exponga unas ideas acerca de un tema sumamente interesante, seductor para la reflexión y decisivo para la vida: “La esperanza cristiana: un tesoro que no podemos perder”.

Apenas se enfrenta uno con el tema, se levantan ante nosotros muchas preguntas. ¿Cómo y en qué sentido es la esperanza un tesoro? ¿Estamos en peligro de perderla? ¿Qué ocurre cuando una persona o un pueblo pierden la esperanza? Son preguntas inquietantes que se nos vienen encima como dardos, pidiéndonos una respuesta sincera.

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21.07.08

¿Dónde están nuestros socialistas?

El Partido Socialista ha celebrado su Congreso. Parece que lo más novedoso ha sido la decisión de fomentar en España el aborto libre, la eutanasia y el laicismo. Ante semejantes previsiones, uno no tiene más remedio que preguntarse ¿qué tienen que ver estos objetivos con el verdadero socialismo? Históricamente el socialismo tenía el atractivo de mantener una dura lucha contra la injusticia. ¿Dónde quedan ahora el carácter público de los medios de producción, la distribución de los bienes de la tierra, la sociedad sin clases? La conclusión es inevitable. Nuestros socialistas no son ya socialistas. Utilizan lo que queda de mayo del 68 para ofrecernos una sociedad nueva. Pocos argumentos. Estamos en el mundo de los sentimientos y de los resentimientos.

El socialismo se ha convertido en progresismo y el progresismo consiste en ampliar las libertades y los derechos de los ciudadanos. La justificación teórica de sus mesianismos transformadores se apoya en las ideologías más radicales surgidas en Europa en la segunda mitad del siglo pasado. Hasta ahí llega su progresismo. Para ellos, como para los adolescentes del 68, libertad es la capacidad de afirmar y de hacer cada uno lo que en cada momento le venga mejor, sin ninguna referencia a la verdad de las cosas, que no podemos conocer, ni a la verdad de nuestra condición humana, que es absolutamente mudable, ni a ninguna valoración de bien o de mal, que depende en cada momento de las conveniencias de cada uno. Estamos en pleno relativismo subjetivista.

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7.07.08

Sugerencias saludables para sacerdotes... y para todos (y II)

Solo en segundo lugar, después de haber revisado nuestra vida personal, nuestras instituciones, nuestros procedimientos, podremos preocuparnos sin presunción de los métodos y objetivos pastorales. Entiendo que una pastoral sincera, evangélica y eclesial, una pastoral realmente cristiana, tiene que insistir de manera positiva, sin temores de ninguna clase, de manera convincente y armoniosa, en aquellos puntos de nuestra fe que están hoy más olvidados o son más duramente cuestionados.
Si el verdadero Pastor es Jesús, el punto de vista de la verdadera pastoral tendrá que ser preguntarnos, no qué es lo que la gente va a aceptar con más facilidad, sino lo que ahora mismo, en estas mismas circunstancias haría o diría Jesús, el buen Pastor ¿cómo acogería Jesús a esta persona, qué le diría, como le ayudaría a descubrir el Reino de Dios y aceptar sus dones?

En concreto, pienso que nuestra pastoral tiene que ser una pastoral hecha en clave de servicio, de ofrecimiento, en un exquisito respeto a la libertad y a los caminos de cada uno. Sin juzgar, sin regañar, sin querer imponer reglamentaciones y ordenamientos secundarios y contingentes. A partir de una acogida humilde y servicial, nuestra predicación tendría que privilegiar todo lo referente al conocimiento y a la aceptación de Dios como Creador y Salvador de nuestra vida.

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23.06.08

Sugerencias saludables para sacerdotes... y para todos (I)


¿Qué tenemos que hacer?
Una revisión personal que empieza por nuestra mentalidad

En primer lugar, tendremos que reconocer que nuestros sacerdotes, nuestros seminaristas, nuestros cristianos, todos nosotros vivimos en este mundo y con frecuencia asimilamos sin darnos cuenta juicios, actitudes, dudas, exigencias, que provienen de este mundo y corresponden más a los principios de una cultura atea que a una verdadera mentalidad cristiana.

Somos capaces de defender en nombre de Dios y del cristianismo ideas y razonamientos que corresponden más al tronco de la cultura atea que a la verdadera tradición cristiana. Esgrimimos derechos o pedimos acomodaciones que no proviene del espíritu cristiano sino del espíritu de la rebeldía y del antropocentrismo. Poco a poco, también nosotros sentimos la necesidad de instalarnos cómodamente, de tener de todo, de asumir los horarios y los calendarios de la “gente normal", sin darnos cuenta que estamos pactando con el mundo del materialismo, de la idolatría y de la irreligión.

Un sacerdote puede muy fácilmente llegar a sentirse incómodo en la Iglesia porque le estorba la obediencia, la abnegación, el inmovilismo, la falta de eficacia, etc. En algunas disidencias habituales y en algunos malestares crónicos, ¿acaso no puede haber una inadvertida inadecuación cultural?

El Papa Benedicto XVI ha pronunciado hace poco tiempo unas palabras muy severas:

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