InfoCatólica / La Puerta de Damasco / Categoría: General

21.08.24

Una Misa al día y ningún día sin Misa

Leo en este portal de noticias que en una diócesis irlandesa se ha tomado la decisión de reducir el número de celebraciones de la santa Misa. No conozco la realidad de Irlanda, pero una situación similar a la descrita en ese caso se da también entre nosotros, en muchas diócesis de España: muchas celebraciones, escasa asistencia a las mismas y disminución del número de sacerdotes.

Podemos hacer como si todo siguiese igual, ignorando la realidad, y emprender una huida hacia adelante que, al menos humanamente, tiende a ser un camino agotador hacia la nada o, por el contrario, tomar nota de lo que sucede y reajustar los programas de acción pastoral.

La norma, que tiene excepciones previstas en el ordenamiento canónico, dice que “no es lícito que el sacerdote celebre más de una vez al día” (canon 905). Y aunque el sacerdote no está obligado a celebrar cada día la santa Misa, sí debe celebrarla con frecuencia e incluso “se recomienda encarecidamente la celebración diaria, la cual, aunque no pueda tenerse con asistencia de fieles, es una acción de Cristo y de la Iglesia, en cuya realización los sacerdotes cumplen su principal ministerio” (canon 904). Podríamos resumir la norma en una expresión sencilla: “Una Misa al día y ningún día sin Misa”.

La escasez de sacerdotes puede motivar que el Ordinario del lugar conceda que, “con causa justa, celebren dos veces al día, e incluso, cuando lo exige una necesidad pastoral, tres veces los domingos y fiestas de precepto”. Habría mucho que discutir acerca de qué se entiende por “necesidad pastoral”, pero, en cualquier caso, parece evidente que ni el Ordinario del lugar tiene potestad de permitir más de tres celebraciones los domingos y fiestas de precepto. Tampoco cualquier sacerdote puede permitírselo a sí mismo.

En diferentes circunstancias – básicamente por la escasez de sacerdotes - será imposible celebrar la santa Misa en todas las parroquias. Se recomienda a los fieles “acercarse a una de las iglesias de la diócesis en que esté garantizada la presencia del sacerdote, aun cuando eso requiera un cierto sacrificio. En cambio, allí donde las grandes distancias hacen prácticamente imposible la participación en la Eucaristía dominical, es importante que las comunidades cristianas se reúnan igualmente para alabar al Señor y hacer memoria del día dedicado a Él. Sin embargo, esto debe realizarse en el contexto de una adecuada instrucción acerca de la diferencia entre la santa Misa y las asambleas dominicales en ausencia de sacerdote” (Sacramentum caritatis, 75).

En las parroquias más grandes – y en las ciudades en la que suele haber parroquias muy próximas entre sí -, habrá que preguntarse qué razones pueden empujar a celebrar, incluso el domingo, más de una sola vez la santa Misa. Solo se me alcanza, en la mayoría de los casos, una: que la afluencia de fieles sea tan elevada que no quepan en la iglesia participando en una sola celebración. Pero esta asistencia tan excepcional no creo que ocurra con demasiada frecuencia.

Fuera de esta eventualidad, parece razonable pensar que resulta más rica una sola celebración dominical con una asamblea nutrida, con canto, que haga más visible la dimensión eclesial de la santa Misa y que favorezca lo que indica Sacrosanctum Concilium 48:  “la Iglesia, con solícito cuidado, procura que los cristianos no asistan a este misterio de fe como extraños y mudos espectadores, sino que comprendiéndolo bien a través de los ritos y oraciones, participen conscientes, piadosa y activamente en la acción sagrada, sean instruidos con la palabra de Dios, se fortalezcan en la mesa del Cuerpo del Señor, den gracias a Dios, aprendan a ofrecerse a sí mismos al ofrecer la hostia inmaculada no sólo por manos del sacerdote, sino juntamente con él, se perfeccionen día a día por Cristo mediador en la unión con Dios y entre sí, para que, finalmente, Dios sea todo en todos”.

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26.06.24

Inteligencia artificial, un instrumento fascinante y tremendo

Me ha gustado leer el discurso del papa Francisco, pronunciado el pasado 14 de junio ante los líderes del G7, en la sesión dedicada a la Inteligencia Artificial. Uno podría preguntarse por qué el papa se ha de ocupar de estos temas, que parecen más propios de ingenieros informáticos. La respuesta a este interrogante tiene que ver con la incidencia que la ciencia y la tecnología tienen en la comprensión de lo que significa ser humano, en la conciencia de la dignidad de la persona y de los desafíos éticos que derivan de esta dignidad y de la percepción de su valor. Nada humano puede resultarle indiferente a quien es seguidor de Jesucristo, el hombre perfecto, la realización ejemplar de lo que significa ser hombre. En él, en Jesucristo, “la naturaleza humana ha sido asumida, no absorbida; por eso mismo, también en nosotros ha sido elevada a una dignidad sublime”, enseña el concilio Vaticano II.

La Inteligencia Artificial es un instrumento – una herramienta - calificado por el papa con dos adjetivos: “fascinante” y “tremendo”. Estos términos evocan, aunque invirtiendo el orden de los mismos, el lenguaje de Rudolph Otto cuando se refiere a “lo sagrado”; un misterio a la vez “tremendo y fascinante”. Una sensación de temor y de atracción podemos experimentar nosotros también ante la grandeza, que intuimos arcana, de esa herramienta “sui generis”, que “puede adaptarse de forma autónoma a la tarea que se le asigne y, si se diseña de esa manera, podría tomar decisiones independientemente del ser humano para alcanzar el objetivo fijado”, nos dice el papa.

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13.06.24

Vírgenes necias

En la catedral de Magdeburgo, en Alemania, una de las primeras catedrales góticas de ese país, se encuentran, en el exterior de la entrada norte al transepto, las esculturas de las cinco vírgenes sabias y de las cinco necias. Datan, estas esculturas, de mediados del siglo XIII y, con gran maestría para su época, expresan las emociones y el lenguaje corporal de los personajes que representan.

Obviamente, el motivo de este conjunto escultórico se encuentra en el capítulo 25 del evangelio según san Mateo: la parábola de las diez vírgenes. Las diez esperan ansiosamente la venida del esposo. Las prudentes son aquellas que tienen previsión y que preparan todo lo necesario para recibirlo. Las necias son las que carecen de esa cautela.

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8.06.24

Un mundo que parece haber perdido el corazón

El papa Francisco anunciaba, en la audiencia general del pasado miércoles, la próxima publicación -en septiembre- de un documento sobre el culto al Sagrado Corazón de Jesús para meditar “sobre diversos aspectos del amor del Señor que pueden iluminar el camino de la renovación eclesial; y que también digan algo significativo a un mundo que parece haber perdido el corazón”.

Un mundo sin corazón es un mundo aprisionado por la racionalidad técnica, instrumental, que remueve lo emocional del hombre hacia lo irracional y que sueña, como lo hacen algunas utopías del transhumanismo, con superar incluso el cuerpo, visto como un “envoltorio” del que cabe prescindir en cuanto se pueda transferir la mente a un sustrato electrónico.

El culto al Sagrado Corazón reivindica el cuerpo como imagen del espíritu. Lo invisible se hace presente en lo visible; el amor de Dios se expresa en el Corazón de Cristo. San Buenaventura decía que las heridas del cuerpo muestran las heridas del alma: “¡Contemplemos por las heridas visibles las heridas invisibles del amor!”.

De un modo similar, Antoine de Saint-Exupéry hace decir a su principito que “solo se ve bien con el corazón”. Es un error desterrar los sentidos, la sensibilidad y los sentimientos del ámbito del conocer, como si el hombre fuese una inteligencia separada de la carne. El corazón es la quintaesencia de las pasiones. El Corazón de Cristo manifiesta que no hay Pasión (divina) sin pasiones, sin la capacidad de sentir.

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30.05.24

Creer e imaginar

Hay un vínculo interno que une imaginación, conocimiento y acción. Sin imaginación, sin mediación entre lo visible y lo invisible, entre el cuerpo y el espíritu, no hay acción. No nos sentimos movidos a intentar aquello que nos parece del todo “inimaginable”, absolutamente imposible de comprender o de realizar.

La Biblia concede una gran importancia a la imaginación. Baste mencionar el libro del Apocalipsis - plagado de imágenes-, que invita a ver el mundo de otro modo, con la finalidad de obrar concretamente en él para el bien. Se escribe en medio de los avatares que provoca la acometida del Imperio Romano contra la Iglesia naciente, persiguiéndola o relegándola. De las revelaciones y visiones que Cristo le concede, la Iglesia obtiene la fuerza para no sucumbir ante la amenaza del Imperio. Con imágenes se denuncia la idolatría imperial, que pretende usurpar el papel de Dios y exigir la adoración de sus súbditos. Pero nada puede impedir la irrupción de lo nuevo: la ciudad santa que descendía del cielo, con una “muralla grande y elevada, tenía doce puertas y sobre las puertas doce ángeles y nombres grabados”.

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