La Inmaculada, la expectación del Adviento
La expectación es la espera de un acontecimiento que interesa o importa. El Adviento nos sumerge en la expectación, en la tensión dinámica de la espera “de un acontecimiento tan inmenso que Dios quiso prepararlo durante siglos”: la venida de Cristo (cf Catecismo 522).
En la liturgia de este tiempo la Iglesia actualiza la espera del Mesías, compartiendo así la espera de Israel y, de algún modo, la espera confusa de todo hombre; el anhelo de salvación, de redención, de justicia, de felicidad. Al disponernos a celebrar la venida del Salvador en la humildad de nuestra carne, los fieles renovamos el ardiente deseo de su segunda venida en la majestad de su gloria.
Expectación es también un nombre de María, la Hija de Sión, la Virgen que está encinta y que dará a luz un hijo, al que le pondrán por nombre “Dios-con-nosotros” (cf Isaías 7,14). María ejemplifica de un modo singular el Adviento, esperando “con inefable amor de Madre” a quien todos los profetas anunciaron y a quien Juan proclamó ya próximo.
Con Ella, “después de la larga espera de la promesa, se cumple el plazo y se inaugura el nuevo plan de salvación” (Lumen gentium 55). Ella es hija de Adán por su condición humana y descendiente de Abraham por su fe. Ella es “la vara de Jesé” que ha florecido en Jesucristo, nuestro Señor.

El Señor, hablando de su segunda venida, nos exhorta a la vigilancia, a
A mí no me gusta, en el blog – ni fuera de él - , descender a la casuística. Más que nada porque la casuística, la aplicación de los principios a los casos particulares, es tan variada como variados son estos casos. Mejor resolverlos según surjan, sin prisas, sin generalizaciones, sin exposición pública innecesaria.
El papa Francisco acaba de regalar a la Iglesia la exhortación apostólica “Evangelii gaudium”. Es un texto amplio, de rico contenido, que no se puede resumir simplemente en un artículo. Lo mejor será leerlo en su integridad y no de cualquier manera, sino con el deseo de aprender – ya que quien habla es el Papa – y de dejarse interpelar – ya que, ciertamente, nos “exhorta”, nos incita a emprender unos caminos y a evitar otros - .
Cristo es la consumación de todo. Por Él y para Él fueron creadas todas las cosas, “celestes y terrestres, visibles e invisibles” (Col 1,16). Su dominio abarca el cosmos entero y su sangre, derramada en la Cruz, reconcilia con Dios todos los seres.






