InfoCatólica / La Puerta de Damasco / Categoría: General

16.06.08

Carmen Aparicio, teóloga

No ha llegado a ser mi profesora. Su tesis doctoral, La plenitud del ser humano en Cristo. La revelación en la “Gaudium et spes”, fue publicada por la colección “Tesi Gregoriana” en 1999, haciendo el número 17 de la serie dedicada a Teología. La mía, También nosotros creemos porque amamos, es el número 66 de la misma colección y serie. Es decir, que la Profesora Carmen Aparicio casi pudo haber sido mi profesora y casi, también, mi condiscípula, sin llegar a ser propiamente ni lo uno ni lo otro, aunque ambos nos hayamos especializado en la misma materia, Teología Fundamental.

Mi opinión sobre la Profesora Aparicio Valls es muy buena. Es una persona competente, trabajadora y modesta, con la que se puede hablar, sin que sus muchos saberes, que desbordan los de un interlocutor como yo, se conviertan jamás en una muralla de distanciamiento o prepotencia. He sabido, por otros alumnos, que la Profesora Aparicio es rigurosa y exigente, quizá por la forma mentis que imprime el hecho de ser también especialista en Matemáticas.

Pero no es sobre su persona sobre lo que quiero hablar, sino sobre la entrevista que reproduce Religión en Libertad acerca del próximo sínodo sobre la Palabra de Dios. Ciertamente, “la” Palabra de Dios no es la Escritura. La Escritura es palabra de Dios, en tanto que inspirada, pero “la” Palabra, con mayúsculas, es Cristo. En este sentido, el Cristianismo no es una “religión del libro”. El testimonio principal de la Palabra de Dios es la Escritura unida a la Tradición. Ambas, Escritura y Tradición, conforman el único “depósito” de la Palabra de Dios, confiado a la Iglesia.

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14.06.08

El amor del Corazón de Jesús

El Evangelio nos muestra la compasión de Jesús (cf Mt 9,36), que se conmueve al ver a las gentes extenuadas y abandonadas. El Corazón de Cristo no es un corazón insensible o indiferente. En él se manifiesta el amor incondicional y misericordioso de Dios; ese amor que resplandece en la Cruz y que hace decir a San Pablo: “la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros” (Rm 5,8).

No solo aquellas gentes, sino también cada uno de nosotros podemos experimentar el cansancio y el abandono; la fatiga que comporta vivir; la carga de los trabajos, de las preocupaciones, de los disgustos; el tributo que hemos de pagar a nuestra propia finitud y limitación. No somos inmunes al desamparo, a la desorientación, en medio de una cultura que borra del horizonte de nuestra existencia las referencias firmes y los motivos sólidos para creer y esperar. Estamos, en parte, sometidos a la intemperie, solicitados casi exclusivamente por lo que, de manera efímera, puede satisfacer de modo inmediato nuestros deseos.

Los santos han acudido al Corazón de Cristo para encontrar el descanso. Santa Margarita María de Alacoque escribía: “Este Corazón divino es abismo que atesora todo bien; y se precisa que en él vacíen los pobres todas sus necesidades. Es abismo de gozo en que sumergir todos nuestros pesares; es abismo de humildad, remedio de nuestro engreimiento. Es abismo de misericordia para los desgraciados y abismo de amor en que sumergir nuestra pobreza”.

Del Corazón de Cristo brota el ministerio pastoral. El Señor eligió a los Doce, los hizo partícipes de su potestad y los envió para que “hicieran a todos los pueblos sus discípulos, los santificaran y los gobernaran, y así extendieran la Iglesia y estuvieran al servicio de ella como pastores bajo la dirección del Señor, todos los días hasta el fin del mundo” (Lumen gentium, 19).

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12.06.08

Pornografía del alma

Una de las acepciones del significado de la palabra “pornografía” es “tratado acerca de la prostitución”; es decir, acerca de la actividad que consiste en mantener relaciones sexuales con otras personas a cambio de dinero. Una actividad con gran oferta – basta leer las páginas finales de algunos periódicos – y cabe suponer que con gran demanda, ya que, por ejemplo, no se anunciaría el tabaco si no hubiese fumadores.

Las nuevas tecnologías han puesto la pornografía al alcance de un “clic”. Se pulsa una tecla y se puede abrir un variado panorama de cuerpos desnudos, de cuerpos entrelazados, de acoplamientos múltiples que harían sonrojar, tal vez, al Marqués de Sade. Como la pornografía es, como las drogas, adictiva, siempre puede haber quien quiere más; quien necesita más; quien busca más. Lo que, en un primer acercamiento, excita enormemente, termina por cansar y se exploran nuevas vías, a veces incluso fronterizas con el delito.

He buscado en el índice del Catecismo las referencias a la pornografía. Me he encontrado con tres referencias directas, en los números 2211, 2354 y 2396. La primera de estas referencias habla de los deberes de la comunidad política con respecto a la familia y señala, entre ellos, “la protección de la seguridad y la higiene, especialmente por lo que se refiere a peligros como la droga, la pornografía, el alcoholismo, etc.”. La segunda referencia define con mayor precisión qué es la pornografía: “consiste en sacar de la intimidad de los protagonistas actos sexuales, reales o simulados, para exhibirlos ante terceras personas de manera deliberada”. La tercera alusión elenca, entre los pecados gravemente contrarios a la castidad, las actividades pornográficas.

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11.06.08

Mario Iceta, obispo

No conozco personalmente al obispo auxiliar de Bilbao, Mario Iceta. Su segundo apellido, de tan vasco, es casi imposible de pronunciar por una persona que no conozca el euskera. Es el obispo más joven de España. Nacido el 21 de marzo de 1965, fue ordenado presbítero el 16 de julio de 1994, nombrado obispo el 5 de febrero de 2008 y ordenado el 12 de abril. Es obispo titular de Álava.

Hoy he leído una entrevista que Mons. Iceta concedió a “Punto Radio”. Me parece una entrevista interesante, que revela a un prelado sensato, inteligente y con sentido de la realidad. No hay derrotismo en las palabras del obispo Iceta. La secularización y el enfriamiento de la fe no lo derrumban, sino que lo estimulan a volver a proponer el Evangelio.

Tampoco hay quejas en las palabras de D. Mario Iceta. Ni una declaración amarga, pese a que a algún sector del clero su nombramiento no le causó una especial alegría. Con respecto al fenómeno del terrorismo, las respuestas que da son claramente pastorales: no perder la esperanza, apostar por la paz, trabajar a favor de la cordura y de la convivencia.

¿Cuál ha de ser, en el complejo problema vasco, la actitud de la Iglesia? Ofrecer el rico patrimonio de la doctrina social, distinguiendo cuidadosamente la tarea que compete a los laicos, que son Iglesia, y que han de trabajar, por ejemplo, en el ámbito de los partidos políticos, y la tarea de los pastores, que consiste en “recordar, iluminar y poner al día los principios de esa rica tradición de la Iglesia, que construye el mundo a través de los fieles”.

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8.06.08

La envidia, la vanidad y sus hijas

Parece que el Cardenal Martini, arzobispo emérito de Milán, señaló, en unos ejercicios espirituales predicados por él, que la envidia es el vicio clerical por excelencia y que otros pecados presentes en los miembros de la Iglesia son la vanidad y la calumnia. Vamos a dejar la calumnia, y a reflexionar un poco sobre la envidia y la vanidad. Nos ayuda, como siempre, el Diccionario, que define la envidia como “tristeza o pesar del bien ajeno” y la vanidad como “arrogancia, presunción, envanecimiento”.

Santo Tomás de Aquino, en la Suma de Teología – un texto del que siempre se aprende mucho – , dedica a la envidia la cuestión 36 de la Secunda secundae. Y, al respecto, formula cuatro preguntas: ¿Qué es la envidia?, ¿es pecado?, ¿es pecado mortal?, y si es pecado capital y sobre sus hijas. A la vanidad, o, para ser más exactos, a la “vanagloria”, dedica el Aquinate la cuestión 132 de la misma parte de la Suma. Y plantea, al respecto, cinco problemas; entre ellos se pregunta también cuáles son las hijas de la vanagloria.

¿Cuáles son las hijas de la envidia? Citando a San Gregorio, Santo Tomás señala cinco hijas: el odio, la murmuración, la detracción, la alegría en la adversidad del prójimo y la aflicción por su prosperidad. Cada una de estas “hijas” corresponde al proceso de la envidia: “Al principio, en efecto, hay un esfuerzo por disminuir la gloria ajena, bien sea ocultamente, y esto da lugar a la murmuración, bien sea a las claras, y esto produce la difamación. Luego quien tiene el proyecto de disminuir la gloria ajena, o puede lograrlo, y entonces se da la alegría en la adversidad, o no puede, y en ese caso se produce la aflicción en la prosperidad. El final se remata con el odio, pues así como el bien deleitable causa el amor, la tristeza causa el odio”.

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