Un nombramiento que me alegra: Mons. Alain de Raemy, Obispo auxiliar de Lausana-Ginebra- Friburgo
El sábado, día 11 de enero, será ordenado obispo, en la catedral de San Nicolás de Friburgo, en Suiza, Alain de Raemy, nombrado (el 30 de noviembre de 2013) por el Papa Francisco obispo titular de Turris en Mauritania y auxiliar del Obispo de Lausana-Ginebra -Friburgo, Mons. Charles Moredod, O.P.
¿Por qué me alegro de este nombramiento? En primer lugar, porque la Iglesia es una y universal. Y lo que pase en la Iglesia también me afecta a mí. En segundo lugar, porque Suiza es un país que me gusta mucho. He estado allí más de una vez y, como soy gallego, conozco a muchísimas personas que han encontrado en la Confederación Helvética un destino en el que han podido desarrollar su vida laboral. Y la tercera razón, muy importante, es porque conozco y aprecio a Mons. de Raemy.
Un amigo común ha propiciado que lo conozca. Se da, además, una circunstancia peculiar: Alain ha nacido en España, en Barcelona, el 10 de abril de 1959, y fue escolarizado en español. Habla perfectamente esta lengua, además de alemán, francés, italiano, inglés… y seguramente algún idioma más. Me imagino que no tendrá ninguna dificultad en catalán.
Yo lo conocí en Roma. Primero, siendo él estudiante en la Universidad de Santo Tomás, el “Angelicum”. Después, siendo capellán de la Guardia Suiza. En todo momento he podido apreciar su simpatía, naturalidad, sentido eclesial y su amable y exquisito trato.

Los Magos, al ver a Jesús con María, su madre, “cayendo de rodillas, lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra” (Mt 2,11). Los Magos son los segundos destinatarios de la revelación del nacimiento de Cristo.
El misterio de la Encarnación nos habla de la cercanía, de la proximidad y de la inmediatez de Dios: “Un silencio sereno lo envolvía todo, y, al mediar la noche su carrera, tu Palabra todopoderosa, Señor, vino desde el trono real de los cielos” (Sb 18,14-15). La gran distancia que separa al hombre de Dios ha sido salvada por el mismo Dios. La Palabra que, desde la eternidad, expresa, por así decirlo, el diálogo intra-trinitario, quiso resonar en el mundo para ser oída por los hombres, elevados de este modo a la condición de interlocutores de Dios.
Por si queda duda, una enseñanza infalible del magisterio ordinario:












