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13.07.19

El Buen Samaritano: Por su misericordia se hizo próximo

El maestro de la ley preguntó a Jesús “para ponerlo a prueba” (Lc 10,25). No siempre las preguntas brotan del deseo de saber, sino que, a veces, como puede suceder con otros usos del lenguaje, podemos utilizar la pregunta como una trampa que tendemos para hacer caer al otro: “Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?”.

Parece una pregunta inocente; en definitiva, si algo nos debe importar es cómo actuar para heredar la vida, y no una vida cualquiera, sino la vida digna de ser vivida eternamente. Parece inocente, pero no lo es. Lo que desea lograr el maestro de la ley es que Jesús se defina a favor o en contra de la resurrección de los muertos. Los fariseos creían en la resurrección de los justos y en la vida eterna como recompensa. Pero otros judíos la negaban.

Jesús no se deja atrapar y contesta devolviendo la pregunta: “¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella?”. Obviamente, la respuesta la conocía perfectamente el maestro de la ley: “Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente. Y a tu prójimo como a ti mismo”. Todo israelita recita por la mañana y por la tarde la “shemá”, el “escucha, Israel”, donde se manda amar a Dios con un amor total e indivisible. Amar con el corazón, centro de los impulsos; amar con el alma, principio de la vida; amar con la fuerza, con la vehemencia de los instintos; amar, en suma, con la mente, que regula la existencia.

Y, además, amar al prójimo como a uno mismo. La respuesta que de un modo turbio buscaba el maestro de la ley se la ofrece Jesús con plena claridad: “Haz esto y tendrás la vida”. No se trata solo de saber, se trata de hacer, de practicar.

El maestro de la ley, un buen dialéctico, no se da por vencido y vuelve a la carga: “¿Y quién es mi prójimo?”. El maestro de la ley sabía muy bien el significado de “prójimo”: “cercano”. Los judíos habían ido ampliando el significado de “prójimo”; pero no tanto como para incluir a los paganos. Estos no eran en absoluto cercanos. En Qumrán se mandaba a los hijos de la luz que odiasen a los hijos de las tinieblas.

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