InfoCatólica / La Puerta de Damasco / Archivos para: Diciembre 2012

11.12.12

Navidad “aconfesional”

¿Tiene sentido celebrar la Navidad sin hacer referencia a la Navidad? Yo estoy convencido de que no. Sería, salvadas las distancias, como organizar la fiesta del patrono o la patrona del pueblo, o ciudad, sin mencionar el nombre de ese santo elegido como protector. Porque claro, una fiesta de San Isidro que no haga referencia a San Isidro o una fiesta de Santiago que no haga referencia a Santiago es algo así como celebrar la nada o, lo que es peor, celebrar la contradicción.

Con esto de la “aconfesionalidad” se camina a veces por un sendero que conduce al precipicio del absurdo. Un Estado puede ser de hecho “aconfesional”; es decir, no adscrito a ninguna confesión religiosa, pero un Estado no debe ser absurdo. El Estado es el conjunto de los órganos de gobierno de un país soberano. O sea, el Estado no es, sin más, el país ni la nación ni el territorio.

Y un país o una nación está formado por un conjunto de habitantes. Un país o nación tiene una historia, unas costumbres, un modo más o menos compartido de entender la vida. Todo este conjunto de realidades son, en cierto modo, previas a la determinación de las posibles estructuras de gobierno que se puedan adoptar.

¿Qué significa la palabra “Navidad”? Por muy “aconfesional” que fuese el Diccionario, “Navidad” significa principalmente “Natividad de Nuestro Señor Jesucristo”. “Natividad” es lo mismo que “Nacimiento”. Y no un nacimiento cualquiera, sino exactamente el Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo. Ese y no otro. Si se celebra la Navidad es solo y exclusivamente porque se conmemora ese Nacimiento.

¿Y por qué se hace memoria de ese Nacimiento? Porque históricamente la mayoría de los habitantes de una nación como la nuestra – y como muchísimas otras del Planeta - han reconocido a Jesucristo, a Jesús de Nazaret, como el Señor, como el Hijo de Dios hecho hombre y el Salvador del mundo.

Tal ha sido el impacto de Jesucristo que ha dividido en dos la historia: los años se cuentan antes de Él o después de Él. Y aunque algunos, partidarios de celebrar al patrono sin patrono, quieran sustituir la realidad por el álgebra, hablando del siglo –V o +V, no aluden a una incógnita, a un valor desconocido, sino a un hecho real: el Nacimiento de Jesús.

Los cristianos no siempre han celebrado la Navidad. La Iglesia primitiva celebraba la Pascua, la Muerte y la Resurrección del Señor. Pero, relativamente pronto – en el siglo IV – Hipólito de Roma afirmó que Jesús nació el 25 de diciembre y en ese mismo siglo la fiesta de la Navidad asumió una forma definida.

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8.12.12

Pacientes, cordiales, amables

“Los obispos están llamados a ser pacientes, cordiales y amables según el espíritu de las bienaventuranzas”, les decía Benedicto XVI a los obispos de Bangladesh con ocasión de una visita “ad limina” (12.VI.2008). Creo que esta recomendación es válida para todos los cristianos. Para los pastores, sin duda alguna. Pero también para los demás fieles cristianos.

No es fácil ser paciente. La paciencia, dice esa síntesis del saber que es el “Diccionario”, es la “capacidad de padecer o soportar algo sin alterarse”. Paciente, propiamente hablando, es Dios: “El Señor no retrasa su promesa, como piensan algunos, sino que tiene paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie se pierda, sino que todos acceden a la conversión” (2 Pe 3,9).

Dios nos da tiempo; sabe esperar. La paciencia divina se refleja en la paciencia de Cristo. Iesu patientissime, invoca una de las letanías del Santísimo Nombre de Jesús. Jesús es infinitamente paciente. Parece soportarlo casi todo, hasta que no le entiendan ni los suyos, a pesar de explicarse con toda claridad (cf Mc 8,32).

Todos debemos ser pacientes. En primer lugar, con nosotros mismos. No se puede desesperar. Pocas cosas se solucionan de hoy para mañana. Somos, o podemos serlo, muy lentos a la hora de enmendarnos, de mejorar, de caminar hacia adelante.

Pero también pacientes con los demás. Los ritmos de las diferentes personas raramente están sincronizados. El orden acompasado, la armonía, la proporción, es más un ideal que hay que perseguir que una realidad constatable aquí y ahora. En la carrera de la vida no podemos dar por seguro que, siempre y para todos, “A” quiera decir “A”.

“Cordiales” quiere decir “afectuosos”. Una de las acepciones del término “cordial” es una bebida que se da a los enfermos para confortarlos. Lo cordial es lo “de corazón”. También en este caso de debe pensar por elevación y fijar la mirada en el Corazón de Cristo, símbolo y expresión del amor del Verbo encarnado por cada uno de nosotros. Amar “de corazón”, desde el fondo de nuestro ser, para así poder confortar, animar y consolar a los muchos afligidos por la vida.

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7.12.12

Llena de gracia

Homilía para solemnidad de la Inmaculada Concepción de Santa María Virgen

En la Anunciación a María el ángel Gabriel le dijo: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc 1,28). “Llena de gracia” es – ha dicho Benedicto XVI – “el nombre más hermoso de María”. La Virgen es la “kecharitomene”, la que ha estado y sigue estando llena del favor divino.

San Pablo escribe, en la Carta a los Romanos, que “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rom 5,20). El pecado ha introducido un desorden en la creación y en la historia de la humanidad, pero no ha podido hacer fracasar el plan de Dios.

En el libro del Génesis, el relato de la caída incluye también una promesa de victoria. El Señor Dios dijo a la serpiente: “pongo hostilidad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y su descendencia; esta te aplastará la cabeza, cuando tú la hieras en el talón” (Gen 3,15).

La Iglesia, que “no deriva solamente de la Sagrada Escritura su certeza acerca de todas las verdades reveladas” (DV 9), sino de la Sagrada Escritura unida a la Tradición, ha visto en ese pasaje del Génesis una profecía de lo que había de suceder en Cristo y en María: la victoria de Jesús sobre el mal. Una victoria a la que, de modo singular, está asociada su Madre.

Poco a poco, partiendo del paralelismo antitético existente entre Eva – la primera mujer - y María – la nueva mujer - , la Iglesia ha tomado conciencia explícita de que la santidad de Dios reclama la santidad absoluta de María. De una manera muy gráfica lo expresa San Cirilo de Alejandría en una homilía contra Nestorio: “¿Quién oyó nunca que el arquitecto, cuando edifica una casa para él mismo, cede primero a su enemigo la ocupación y habitación de ella?”.

María es más que la casa en la que Dios habita: es la Madre de Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre. Es la Madre de Dios. En Ella el proyecto creador de Dios no se ve ensombrecido por ninguna mancha. La Virgen es la Purísima, “la pureza en persona, en el sentido de que en Ella espíritu, alma y cuerpo son plenamente coherentes entre sí y con la voluntad de Dios” (Benedicto XVI).

La solemnidad de la Inmaculada tiene sus orígenes en Oriente, en los siglos VII y VIII, y paulatinamente se extendió a Occidente y a toda la Iglesia. Algunos teólogos se resistían a aceptar la Inmaculada Concepción de María porque no veían compatible esa verdad con la redención universal obrada por Cristo.

Esta dificultad fue solucionada por el beato Duns Scoto: Cristo es el Redentor de todos; también el Redentor de su Madre, a quien redimió preservándola del pecado original y haciendo que desde el primer instante de su existencia recibiese la plenitud de la gracia.

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4.12.12

La predicación evangélica

Segundo Domingo de Adviento (Ciclo C)

El profeta Baruc ve la vuelta del destierro como un segundo éxodo en el que, ya no Moisés, sino Dios mismo guiará a su pueblo. Dios muestra su esplendor trayendo a los hijos desterrados y preparando el camino para que Israel camine con seguridad: “Dios ha mandado abajarse a todos los montes elevados, a todas las colinas encumbradas, ha mandado que se llenen los barrancos hasta allanar el suelo, para que Israel camine con seguridad, guiado por la gloria de Dios” (cf Baruc, 5-19).

La imagen del camino que se prepara, de los senderos allanados, reaparece en boca de Juan el Bautista, con palabras tomadas del profeta Isaías: “preparad el camino del Señor”, para que todos puedan ver “la salvación de Dios” (cf Lucas 3, 1-6).

Eusebio de Cesarea relaciona esta preparación del camino con la predicación evangélica: “se trata [escribe Eusebio] de la predicación evangélica y de la nueva consolación, con el deseo de que la salvación de Dios llegue a conocimiento de todos los hombres. […] ¿Y qué es evangelizar? Predicar a todos los hombres, y en primer lugar a las ciudades de Judá, que Cristo ha venido a la tierra” (Eusebio de Cesarea, Comentarios sobre el libro de Isaías, capítulo 40).

El anuncio de la palabra de salvación tiene la finalidad de allanar el camino, de prepararlo, para que todos los hombres, volviendo del exilio de la lejanía de Dios, conozcan a Cristo, el Verbo encarnado, y, conociéndole, encuentren en Él al Salvador y la Salvación.

A la Iglesia, guiada por el Espíritu Santo, le corresponde, en los desiertos de nuestro mundo, tan variados y tan extendidos, esta tarea de abajar los montes y las colinas, de enderezar lo torcido e igualar lo escabroso. Y cumple este cometido con la predicación del Evangelio: “Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de Cristo en la santa Misa, memorial de su muerte y resurrección gloriosa” (Pablo VI, Evangelii nuntiandi, 14).

En la Iglesia, el oficio pastoral del Magisterio está dirigido “a velar para que el Pueblo de Dios permanezca en la verdad que libera” (Catecismo, 890). El Papa y los obispos cumplen, con su predicación y su enseñanza, la misión de preparar los caminos: “Como dijo en Verona el Papa Benedicto XVI, en estos momentos seguimos teniendo la gran misión de ofrecer a nuestros hermanos el gran `’sí’ que en Jesucristo Dios dice al hombre y a su vida, al amor humano, a nuestra libertad y a nuestra inteligencia; haciéndoles ver cómo la fe en el Dios que tiene rostro humano trae la alegría al mundo” (Conferencia Episcopal Española, Instrucción Pastoral “Orientaciones morales ante la situación actual de España”, 28).

Pero no solamente los Obispos, sino que todos los cristianos tenemos que sentir la responsabilidad de anunciar a Jesucristo. San Pablo, dirigiéndose a los cristianos de Filipo, les dice: “habéis sido colaboradores míos en la obra del evangelio, desde el primer día hasta hoy” (cf Filipenses 1, 4-11).

En la espera del Adviento, que es la espera de la salvación que viene a nuestro encuentro en la Persona de Cristo, debemos preguntarnos cómo estamos, nosotros, preparando el camino para encontrarnos con Él. ¿Cómo escuchamos la predicación del Evangelio? ¿Cómo anunciamos a los demás que Cristo ha venido a la tierra?

Guillermo Juan Morado.

Fuente: Guillermo Juan Morado, La humanidad de Dios. Meditaciones sobre Jesús, el Señor. Cobel Ediciones, Alicante 2011, 9-12.

3.12.12

Ahora les ha tocado a los Magos

Contaban de un mal predicador que, en su afán de arrimar el ascua a su sardina, empezaba del siguiente modo el sermón de la solemnidad de San José: “San José era carpintero. Los carpinteros hacen los confesonarios, así que vamos a hablar de la confesión”.

Con el libro del papa titulado La infancia de Jesús pasa algo similar. Que el papa habla de Tarsis – Tartesos en España - , como de hecho habla, pues la conclusión se impone con una lógica aplastante: “Los Reyes Magos son andaluces”, y aquí paz y después gloria.

Yo comprendo que leerse enterito el Dictionnaire de théologie catholique, obra de muchos tomos y volúmenes, no está al alcance de cualquiera. Pero leerse La infancia de Jesús, de Joseph Ratzinger, sí lo está. 136 páginas, nada más. Y encima, bien escritas.

En el capítulo IV de este libro – que el papa escribe en calidad de teólogo, no de Sumo Pontífice - , se pregunta Benedicto XVI: “¿Quiénes eran los Magos?”. Analiza cuatro acepciones del término “magos”. Esa palabra – “magos” – se aplicaba en ese momento a cuatro categorías de personas: 1) A los sacerdotes persas. 2) A hombres dotados de saberes y poderes sobrenaturales. 3) A los brujos. 4) A los embaucadores y seductores.

Los Magos de los que habla San Mateo parecen pertenecer al ambiente religioso y filosófico persa. Quizá eran astrónomos. En cualquier caso, eran sabios, buscadores de la verdad y del verdadero Dios.

La tradición de la Iglesiaasí como ha llegado al pesebre del buey y del asno leyendo Isaías 1,3ha llegado a los Reyes Magos leyendo el Salmo 72,10 e Isaías 60. “Y de este modo – escribe el papa – los hombres sabios de Oriente se han convertido en reyes, y con ellos han entrado en el pesebre los camellos y los dromedarios”.

¿Qué decían esos textos del Antiguo Testamento? Que esos sabios venían desde el extremo de Occidente: “los reyes de Tarsis y de las islas le paguen tributo” (Salmo 72,10). E Isaías dice: “Caminarán los pueblos a tu luz, los reyes al resplandor de tu aurora” (Isaías 60,3).

Se menciona Tarsis – y se sugiere una identificación de Tarsis con Tartesos, en España -, pero nada más. El papa señala asimismo que la tradición “ha desarrollado ulteriormente este anuncio de la universalidad de los reinos de aquellos soberanos, interpretándolos como reyes de los tres continentes entonces conocidos: África, Asia y Europa”.

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