InfoCatólica / La Puerta de Damasco / Archivos para: Octubre 2012

27.10.12

Las humanidades o los saberes inútiles

Hace ya muchos años publiqué un texto sobre “Las humanidades o los saberes inútiles”.

Lo reproduzco aquí, en su totalidad:

En el conjunto de los saberes, las humanidades han desempeñado en nuestro siglo el papel del tonto de la familia. Y lo peor es que, extasiadas por los logros de sus parientes listos, han caído en la esquizofrenia de querer aparentar a toda costa lo que no eran.

En este absurdo baile de máscaras todos los danzantes se colocaron la careta de “científicos”. El filósofo, avergonzado de sí mismo, se dedicó a analizar la metodología de la ciencia; el filólogo - el amante de las palabras - se travistió de lingüista; el teólogo, para no verse condenado definitivamente al exilio, se convirtió en un asiduo comentador de estadísticas sobre la incidencia de los factores religiosos en los comportamientos sociales.

Lo que antaño había constituido la orgullosa herencia de los tontos fue desdeñosamente almacenado en el desván de lo no significativo, relegado al cuarto oscuro de lo irracional, a una estancia umbría poblada de fantasmas como las torres de un viejo castillo. Al final, cuando el morador de la casa decidió instalar la antena parabólica, vendió toda aquella chatarra en un rastro por cuatro duros.

Pero he aquí que los más listos de los listos - los científicos de verdad - descubrieron que sus saberes no eran tan exactos, imparciales y objetivos como los tontos - los científicos disfrazados - habían ingenuamente creído. Y además, para mayor complicación, las ecuaciones les estallaron en las manos - como a veces les sucede con sus artefactos a los pirotécnicos de las ferias - dibujando en el cielo gigantescos hongos destructivos.

Cuando los listos se percataron de que no eran omniscientes, de que no tenían la respuesta al porqué y al para qué de casi nada, acudieron a sus primos menos aventajados a ver si, entre todos, eran capaces de llegar a algún resultado. Pero éstos descubrieron que el disfraz se les había pegado a la cara como un siniestro tatuaje; tras la máscara veneciana no quedaba nada del rostro original.

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25.10.12

Maestro, que pueda ver

XXX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

A comienzos del siglo XX la teología católica se interesó, como también en otras épocas, por lo que se ha llamado el “analysis fidei”; el estudio de cómo se relacionan, en el acto de creer, la gracia de Dios y la inteligencia y la voluntad del hombre. Entre los teólogos que escribieron sobre el tema destaca el jesuita francés Pierre Rousselot (1878-1915), autor de un interesante ensayo titulado Los ojos de la fe. “Habet namque fides oculos suos”, “y, en efecto, la fe tiene ojos”, decía ya San Agustín. Para Rousselot, en la estela del gran Obispo de Hipona, la fe es la capacidad de ver lo que Dios quiere mostrar y que no puede ser visto sin la fe. La gracia de la fe concede a los ojos ver acertadamente, proporcionalmente, su objeto, que no es otro más que Dios.

La imagen de los ojos y de la vista, para referirnos a la fe, sobresale en el texto de San Marcos que narra la curación del ciego Bartimeo (cf Marcos 10, 46-52). El ciego es aquel que no puede ver. Y en esa condición de invidencia se encontraba este personaje, Bartimeo. Sí podía oír y hablar, incluso gritar. Sentado en el borde del camino, a la salida de Jericó, oyó que pasaba a su lado Jesús Nazareno y el ciego no perdió la ocasión de gritar, venciendo todos los respetos humanos: “Hijo de David, ten compasión de mí”. El Señor escucha su grito y le llama. “¿Qué quieres que haga por ti?”. “Maestro, que pueda ver”. Jesús realiza el milagro y “al momento recobró la vista y lo seguía por el camino”.

Con toda certeza, lo primero que habría visto Bartimeo sería el rostro de Jesús. Ya creía en Él, con la fe que viene por el oído (cf Romanos 10, 17), pero el encuentro con el Señor abre también su ojos para que pueda reconocerle y seguirle. Es Jesús el que se deja oír y el que se hace ver. La iniciativa es suya, aunque Bartimeo la secunde activamente.

Santo Tomás de Aquino comenta que se requieren dos condiciones para que se dé la fe. La primera es que se le propongan al hombre cosas para creer, y la segunda es el asentimiento del que cree a lo que se le propone (cf Suma de Teología, II-II, 6, 1). Tanto la proposición de lo que ha de ser creído como el asentimiento provienen, principalmente, de Dios. La fe es un don, un regalo. Las verdades de la fe “no caen dentro de la contemplación del hombre si Dios no las revela”; de manera inmediata, como a los apóstoles y a los profetas, o mediante la palabra de la predicación. También el asentimiento tiene su causa última en Dios. Es Él quien mueve desde dentro al hombre, con la gracia, para que pueda asentir a la revelación.

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20.10.12

La compasión y la confianza

XXIX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

La Carta a los Hebreos nos presenta a Cristo, sumo Sacerdote, mediador entre Dios y los hombres, intercediendo ante el Padre por nosotros: “tenemos un sacerdote grande que ha atravesado el cielo, Jesús, Hijo de Dios” (Hebreos 4, 14). Su compasión fundamenta nuestra confianza: “No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse en nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo exactamente como nosotros, menos en el pecado” (4, 15).

Esta identificación de Cristo, hombre para siempre, pues su humanidad ha entrado irreversiblemente en la gloria divina (cf Catecismo de la Iglesia Católica, 659), con la condición humana nos permite mantener “la confesión de la fe” y “acercarnos con seguridad al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gracia que nos auxilie oportunamente” (14, 16).

Ninguna prueba o dificultad nuestra deja insensible el Corazón de Cristo. Ni siquiera la “prueba de fuego”, comprometida y decisiva, de mantener la confesión de fe en una época en la que la fe es asediada por la duda, por el desprecio, por la mofa; estremecida por el panorama oscuro de la presencia del mal, de la falta de respeto a la vida humana, del sufrimiento de tantos, de las injusticias que no acaban; tentada por el peso de nuestro propio pecado, del egoísmo; importunada por el deseo de pactar con la comodidad, con la “adaptación al medio”, pensando y viviendo “como viven los demás”; en definitiva, rehuyendo el servicio y el sacrificio; desertando del amor de Dios.

Este Sumo Sacerdote “probado en todo” es el Siervo de Yahvé, que en la majestad de su gloria sigue portando las llagas del sufrimiento. El Rey celestial, sentado corporalmente a la derecha del Padre, es aquel Crucificado que entregó su vida como expiación, para justificar a muchos, cargando con sus crímenes (cf Isaías 53, 10-11). Él puede comprendernos, se hace cargo de nuestras debilidades, pues las ha tomado todas sobre sí.

Él nos conoce “desde dentro” de nuestra condición de hombres, “desde dentro” de nuestra fragilidad y limitación, y nada nuestro le resulta extraño. En este Sumo Sacerdote “probado en todo”, la compasión no es un lejano atributo de la divinidad, sino una experiencia próxima que hace suya, asumiéndola como propia, el Dios hecho hombre, Jesucristo nuestro Señor, el Siervo glorificado.

Por eso, “acerquémonos con seguridad al trono de la gracia”. Con la seguridad y la certeza de los que creen y confían en quien no ha defraudado en su Cruz y no defrauda en su gloria.

Acudamos al trono de la gracia, comprometiéndonos, basados en la esperanza que emana de ese trono, en el servicio y en el sacrificio de la entrega de la propia vida: “el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos” (cf Marcos 10, 35-45).

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16.10.12

Capax Dei

Algunos párrafos del Catecismo que nos animan a la esperanza:

El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar”.

“Pero esta “unión íntima y vital con Dios” (GS 19,1) puede ser olvidada, desconocida e incluso rechazada explícitamente por el hombre. Tales actitudes pueden tener orígenes muy diversos (cf.GS 19-21): la rebelión contra el mal en el mundo, la ignorancia o la indiferencia religiosas, los afanes del mundo y de las riquezas (cf. Mt 13,22), el mal ejemplo de los creyentes, las corrientes del pensamiento hostiles a la religión, y finalmente esa actitud del hombre pecador que, por miedo, se oculta de Dios (cf. Gn 3,8-10) y huye ante su llamada (cf. Jon 1,3)”.

“Alégrese el corazón de los que buscan a Dios” (Sal 105,3). Si el hombre puede olvidar o rechazar a Dios, Dios no cesa de llamar a todo hombre a buscarle para que viva y encuentre la dicha. Pero esta búsqueda exige del hombre todo el esfuerzo de su inteligencia, la rectitud de su voluntad, “un corazón recto", y también el testimonio de otros que le enseñen a buscar a Dios”.

“ Creado a imagen de Dios, llamado a conocer y amar a Dios, el hombre que busca a Dios descubre ciertas “vías” para acceder al conocimiento de Dios. Se las llama también “pruebas de la existencia de Dios", no en el sentido de las pruebas propias de las ciencias naturales, sino en el sentido de “argumentos convergentes y convincentes” que permiten llegar a verdaderas certezas.

Estas “vías” para acercarse a Dios tienen como punto de partida la creación: el mundo material y la persona humana”.

“La Santa Madre Iglesia, mantiene y enseña que Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser conocido con certeza mediante la luz natural de la razón humana a partir de las cosas creadas” (Concilio Vaticano I, Const. dogm. Dei Filius, c.2: DS 3004; cf. Ibíd., De revelatione, canon 2: DS 3026; Concilio Vaticano II, DV 6). Sin esta capacidad, el hombre no podría acoger la revelación de Dios. El hombre tiene esta capacidad porque ha sido creado “a imagen de Dios” (cf.Gn 1,27).

Sin embargo, en las condiciones históricas en que se encuentra, el hombre experimenta muchas dificultades para conocer a Dios con la sola luz de su razón”.

Teniendo en cuenta estas enseñanzas del Catecismo se entiende muy bien lo que ha dicho el papa Benedicto XVI:

La primera razón de mi esperanza consiste en que el deseo de Dios, la búsqueda de Dios está profundamente grabada en cada alma humana y no puede desaparecer. Ciertamente, durante algún tiempo, Dios puede olvidarse o dejarse de lado, se pueden hacer otras cosas, pero Dios nunca desaparece. Simplemente, es cierto, como dice San Agustín, que nosotros, los hombres, estamos inquietos hasta que encontramos a Dios Esta preocupación también existe en la actualidad. Es la esperanza de que el hombre, siempre de nuevo, también hoy, se encamine hacia este Dios.

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13.10.12

Una iglesia en crecimiento

Me ha gustado muchísimo el resumen de una intervención de un obispo de Noruega en el Sínodo sobre la Nueva Evangelización:

S. E. R. Mons. Berislav GRGIĆ, Obispo Prelado de Tromsø (NORUEGA)

En los países nórdicos - Dinamarca, Finlandia, Islandia, Noruega y Suecia - la Iglesia católica es una pequeña minoría y, por tanto, no tiene ni las ventajas ni las desventajas que se encuentran a menudo en las regiones tradicional y predominantemente católicas. A pesar de su limitada relevancia, tanto numérica como social, nuestra Iglesia es una Iglesia en crecimiento. Se están construyendo o comprando nuevas iglesias e instituyendo nuevas parroquias, se están añadiendo ritos no latinos, el número de las conversiones y los bautismos adultos es relativamente alto, no faltan las vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa, el número de bautizos supera con mucho el de los fallecimientos y el de quienes abandonan la Iglesia, y la presencia en la Misa dominical es bastante alta.

En algunos sectores de la sociedad existe un gran interés por la fe y la espiritualidad, tanto por parte de los no creyentes, que buscan la verdad, como por parte de los cristianos comprometidos de otras confesiones, que desean una profundización y un enriquecimiento de la vida religiosa. Hay que observar además que, en los últimos años, un número más bien alto de órdenes contemplativas ha abierto sus casas.
Sin embargo, la transmisión de la fe se hace más difícil a menudo debido a las grandes distancias. Nuestros sacerdotes tienen que viajar mucho (a veces hasta 2000 Km al mes) para ir a visitar a los fieles que viven en lugares distantes y poder celebrar con ellos la Misa. Durante los meses invernales esto resulta muy duro.

Fuente: aquí.

Vayamos aprendiendo. Siempre hay espacio para la esperanza. Habrá que empezar de nuevo.