InfoCatólica / La Puerta de Damasco / Archivos para: Mayo 2012

14.05.12

La paga extra, a Cáritas

Algo me han dicho, algo he leído por ahí: Que los curas donen su paga extra a Cáritas. Me parece una buena iniciativa. Pero una iniciativa que, en cualquier caso, ha de partir del realismo. No son hoy los sacerdotes – creo que nunca lo han sido, salvo contadas excepciones individuales – un colectivo poderoso desde el punto de vista económico.

Los sacerdotes cobran – cobramos – un pequeño sueldo, más parecido a una pensioncita que a un salario al uso. Y no creo que dediquemos pocas horas a nuestra tarea… No obstante, la mentalidad que se nos ha infundido – y que hemos introyectado – es la de que el salario es solo una ayuda para poder vivir y, en consecuencia, desempeñar nuestro ministerio.

Si de golpe y porrazo desapareciese la famosa “X” de la Declaración de la Renta ese pequeño sueldo pasaría a ser literalmente nada y quedaríamos, los curas, al cabo de la calle. Lo que se ingresa en una parroquia – hablo en general – malamente da para intentar que la parroquia siga abierta y para procurar que no falte tampoco, en la medida de lo posible, la atención a los necesitados.

En mi parroquia al menos, y creo que en todas, esa partida, la de la atención a las personas más necesitadas, es siempre la partida mayor. Bien entendido que dentro de la modestia de las cifras que manejamos.

De todos modos, se entiende que se les pida a los curas que donen, si pueden, su paga extra. Se diga lo que se diga, la Iglesia es una comunidad de pobres. Pero ser pobre no es un obstáculo para ser generoso. Más aún, el pobre, quizá, puede sentirse más inclinado a ser generoso. Aunque haya, de corazón, ricos que son pobres y pobres que son ricos.

Estas invitaciones a excitar la generosidad de los sacerdotes – que apenas, con su salario, podrán atender a sus gastos básicos – se producen en un contexto extraño: Se le pide a la Iglesia Católica – que da más que nadie – que pague más impuestos (por ejemplo, el IBI), para que así pueda dar menos, para que así, a ser posible, desaparezca, ahogada por las deudas.

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12.05.12

Esto os mando

El Diccionario de la Real Academia Española define el amor, en una de sus acepciones, como el “sentimiento hacia otra persona que naturalmente nos atrae y que, procurando reciprocidad en el deseo de unión, nos completa, alegra y da energía para convivir, comunicarnos y crear”. Así entendido, el amor es un sentimiento, un estado afectivo del ánimo.

Sin embargo, si nos atenemos a la enseñanza de la Escritura, el amor es más que un estado de ánimo. San Juan, en su primera carta, nos dice no solamente que “el amor es de Dios”, sino que “Dios es amor”. El amor no pertenece entonces únicamente a la esfera del sentir, sino a la esfera del ser, de la esencia, de aquello que constituye últimamente la naturaleza de las cosas. Los estados de ánimo son pasajeros; el ser es permanente.

Jesús, en el Evangelio, pide a los suyos un amor permanente: “permaneced en mi amor”; es decir, sed perseverantes en el amor (cf Jn 15,9-17). Y el modelo de este amor perseverante es el amor con que el Padre ama a Jesús, y el mismo amor con el que Jesús nos ama.

El verdadero amor es, pues, el amor divino, el amor que Dios mismo es. Permanecer en el amor equivale, por consiguiente, a participar en la comunicación de amor del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Permanecer en el amor es ir más allá de los sentimientos mutables para entrar en el ser eterno de Dios. No podemos amar como Dios ama, sino somos como Dios es, si de algún modo no nos dejamos “endiosar”.

¿Cómo le es posible al hombre amar como Dios ama? ¿Cómo puede el hombre “ser como Dios”? ¿Acaso no era ésa – “ser como Dios” – la promesa seductora del Diablo en el Jardín del Edén? El hombre puede emprender el camino de ser como Dios “sin Dios, antes que Dios y no según Dios” (San Máximo Confesor). Pero este esfuerzo titánico de ser como Dios sin Dios está condenado al fracaso; lleva al temor y a la desconfianza: el hombre comienza a desconfiar de Dios, en quien ve a un rival, y a desconfiar del otro, en quien ve a un enemigo.

Cuando el hombre quiere ser como Dios sin Dios, el amor se ve continuamente amenazado y fácilmente se convierte solo en deseo y en dominio. El amor ya no es entonces lo que une, sino lo que separa. Un amor sin Dios, es un amor contra el hombre; es un amor que ya no es amor.

Es quizá esta dificultad del amor una de las vías que nos hacen experimentar la necesidad de la redención. Sin Dios, nuestro amor es tan frágil, tan quebradizo, tan inestable, tan poco amor, que nos hace anhelar que Dios mismo lo restaure, lo asuma en sí y lo transforme.

Este anhelo se convierte en la Escritura en anuncio. En Jesucristo, el amor de Dios se ha hecho amor humano, redimiendo el amor humano, haciéndolo divino, dándole permanencia, haciéndolo incluso más fuerte que la muerte: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo, como víctima de propiciación por nuestros pecados” (cf 1 Jn 4,7-10). Dios nos ha amado en Jesucristo, quien dando la vida en la Cruz nos ha convertido de enemigos en amigos: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”.

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10.05.12

Delegación Diocesana de Patrimonio, "Arciprestados de Tui-Vigo"

DELEGACIÓN DIOCESANA DE PATRIMONIO, Arciprestados de Tui-Vigo, volúmenes 1-4, ed. Diocese de Tui-Vigo, Vigo 2008-2011.

La Delegación Diocesana de Patrimonio de la Diócesis de Tui-Vigo, con la coordinación de la Vicaría de Pastoral, es la responsable de la publicación de los cuatro volúmenes que reseñamos. Pero, tras las instituciones, hay personas concretas; en este caso, Mons. Juan Andión Marán, Vicario de Pastoral; Andrés Fuertes Palomera, canónigo y Delegado Diocesano de Patrimonio, y Santiago Vega López, licenciado en Bellas Artes. Juan Andión es el coordinador del proyecto, Andrés Fuertes el autor de los textos y Santiago Vega el autor de las portadas y de las fotografías.

Los cuatro volúmenes que hasta ahora han sido publicados constituyen la primicia, y algo más que la primicia, de un proyecto más amplio: dar a conocer el patrimonio eclesiástico de los 17 arciprestazgos que, en la actualidad, conforman la diócesis de Tui-Vigo – diócesis que, geográficamente, abarca la mitad sur de la provincia de Pontevedra- . Los grandes bienes culturales de la Iglesia – por ejemplo, las catedrales y los monasterios – suelen ser conocidos y existe sobre ellos numerosos estudios. No sucede lo mismo con otros bienes en principio más modestos; aquellos que, en cada parroquia, se han ido construyendo a lo largo de los siglos con una misma finalidad: dar culto a Dios y propiciar el encuentro con él. A este fin se han supeditado los medios económicos y los recursos estéticos que los católicos de cada época han podido y sabido proporcionar.

El primer volumen (Vigo 2008, 142 páginas) está dedicado al arciprestazgo de Miñor, que reúne 22 parroquias; entre ellas, las de Baiona, Panxón o Nigrán. Tomando como referencia la información proporcionada por Francisco Ávila y La Cueva en su “Historia civil y eclesiástica de la Ciudad de Tui y su Obispado” – un texto de mediados del siglo XIX – se hace un recorrido por cada parroquia describiendo las características que, actualmente, tienen la iglesia parroquial y las otras capillas o lugares de culto y señalando, también, las principales fiestas y romerías. El texto va acompañado de abundantes fotografías que recogen, conformando un inventario muy completo, la arquitectura, la escultura, la pintura o la orfebrería de cada una de estas parroquias. En este volumen, por ejemplo, se ofrece una descripción del arco visigótico – restos del antiguo templo parroquial – de Panxón, cuya datación se remonta al siglo VII. También en Panxón, en 1932 se bendijo la primera piedra del Templo Votivo del Mar, obra del arquitecto Antonio Palacios. Al final del volumen se ofrece una bibliografía y un cuadro en el que se indica los horarios de la celebración de la Santa Misa en cada una de las iglesias.

El segundo volumen (Vigo 2009, 229 páginas) tiene como objeto el arciprestazgo de A Guarda-Tebra, constituido por 26 parroquias y tres anejos. En la parroquia de San Vicente de Barrantes nos encontramos con una de las joyas del románico gallego, con una estructura peculiar: un ábside rectangular en el exterior mientras que en el interior es semicircular. En Santa María de Oia hallamos una iglesia – unida a un monasterio, secularizado por la desamortización - característica del estilo cisterciense.

El tercer volumen (Vigo 2009, 157 páginas) abarca las 16 parroquias del arciprestazgo de Entenza. Un arciprestazgo un tanto peculiar, ya que en él apenas queda nada de románico y menos aún de gótico. Gran parte de las parroquias eran de presentación por parte de los señores feudales que, conforme a la mentalidad de la época, no dudaban a la hora de derruir el edificio anterior para levantar uno nuevo según el estilo del momento. Sin duda, se seguían, hasta hace muy poco tiempo, unos criterios menos “proteccionistas” con respecto a las edificaciones anteriores.

El cuarto volumen (Vigo 2011, 187 páginas) está dedicado al arciprestazgo de A Louriña, que cuenta con 18 parroquias y un anejo. Nos topamos en este arciprestazgo con numerosos estilos; incluso una iglesia muy moderna, la de San Rosendo de Torneiros, dedicada al culto en 1996, que sigue las orientaciones litúrgicas del Concilio Vaticano II. Destacan la imagen de San Rosendo, obra del escultor orensano Buciños, así como las vidirieras.

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5.05.12

La estabilidad

“Permaneced en mí y yo en vosotros”, nos dice Jesús (Jn 15,4). La relación entre el Señor y cada uno de nosotros viene caracterizada en este pasaje del Evangelio por la “permanencia”, por el “estar”, por el “mantenerse”. A nosotros, que vivimos en la cultura de la liviandad, de los compromisos pasajeros, de la continua movilidad, nos resulta difícil comprender el significado de la permanencia. Apenas permanecemos en ningún sitio. En otras épocas, el hombre prácticamente moría donde nacía y asumía compromisos definitivos, inalterables: con su tierra, con su casa, con su familia, con su trabajo.

Hoy se nos empuja, de algún modo, a lo contrario: al cambio, a la variación. Casi todo lo que conforma nuestra existencia está amenazado por la inestabilidad: el trabajo, que puede perderse; los amigos, que van y vienen; el matrimonio, que no siempre es, de hecho, para toda la vida; el hogar, que puede quebrarse y deshacerse. En la cultura de la liviandad, el terreno firme se escapa debajo de nuestros pies y nos quedamos sin fundamento, sin asidero, sin valores que valgan siempre, sin normas que orienten, sin palabras que mantengan su significado.

La vida cristiana no está exenta de este riesgo; se ve también amenazada por el capricho y por la inconstancia; asediada por la tentación de elegir una “religión a la carta”, donde se escogen, según en propio gusto, las creencias, las formas de culto, los mandamientos que se van a cumplir, sin importar lo que Jesús ha enseñado y lo que la Iglesia, intérprete de la revelación, nos propone con la autoridad recibida de Cristo.

Sin embargo, el plano de la fe es el plano de la permanencia, de la estabilidad. El profeta Isaías recoge unas palabras que tienen una validez permanente: “Si no creéis no tendréis estabilidad” (Is 7,9). Frente al vacío existencial, frente a ese liviano flotar en la nada, la fe exige apoyarse en Dios, fundar en Él el propio ser, edificar sobre la roca firme que es nuestro Dios (cf Is 26,4).

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