HABÍA ESTADO XIII (escrito por Norberto)
Había llegado a Seleucia con las primeras luces del día, detuvo el carro, de laterales batientes, junto a la dársena habilitada para estiba de minerales y otras mercancías como tintes, lejías y demás productos contaminantes de los alimentos, aun no había cuajado la Escuela Médica Neumática pero algunos precursores alertaban sobre la alteración de los alimentos por causa de la alteración del pneuma.
Loukás había convencido a las autoridades de ello, tras haber observado el resultado de regar un huertecillo dedicado a pruebas con aguas fecales procedentes de algunos enfermos tratados por él, las plantas así abonadas secaron, así mismo unas gallinas que habían irrumpido en el mismo murieron, el médico las descuartizó comprobando el aspecto de sus vísceras, reconociendo el olor de la lejía de teñir.
Ambrósyos se dirigió al carguero amarrado unos pasos más allá, a poniente, había zarpado de Tarso y atracado sin novedad, su carga era variada, ente ella unos serones de esparto reforzado contenían la pirita de hierro que el metalúrgico de Antioquía había encargado, y pagado la mitad por adelantado, buscó al capitán, viejo conocido, y tras los saludos satisfizo la mitad restante del pago recibiendo la tablilla de la factura.
Apenas hubo terminado la carga de la mercancía su mirada se detuvo en un varón judío, su vestimenta era inequívoca, que permanecía sentado sobre una piedra a pocos pasos de la embarcación que le había traído a Seleucia, un carguero procedente de Caesarea Maritima, sus rasgos le resultaron familiares, su aspecto era noble pero tenía los párpados hinchados, ojeras y un tono macilento en el rostro que hacían pensar que no se encontraba bien de salud.
El desconocido destapó la cabeza, plegando el turbante y dejando sus rasgos al descubierto, Ambrósyos, buen fisonomista reconoció, entonces, al pasajero:
Saúl, ¿eres tú?, el desconocido giro el cuello en busca de la voz, reconociendo.
¿Ambrósyos?, ¡mi mal’ak (ángel)¡, dijo con voz cansada pero alegre, sus ojos enrojecidos no ocultaban la satisfacción, se abrazaron con afecto, no se veían desde hacía décadas sin embargo sus vínculos no se habían desecho (ver Había estado V).