InfoCatólica / La Puerta de Damasco / Archivos para: Enero 2012

28.01.12

La autoridad de Jesús

Homilía para el IV Domingo del TO (Ciclo B)

Moisés había anunciado la llegada de un profeta de su misma categoría: “El Señor, tu Dios, te suscitará un profeta como yo, de entre tus hermanos. A él le escucharéis” (Dt 18,15). El profeta no es un adivino, sino – como escribe Benedicto XVI en su libro Jesús de Nazaret.I - aquel “que nos muestra el rostro de Dios y, con ello, el camino que debemos tomar”.

La promesa del nuevo profeta se cumple en Jesús: “En Él se ha hecho plenamente realidad lo que en Moisés era solo imperfecto: Él vive ante el rostro de Dios no solo como amigo, sino como Hijo; vive en la más íntima unidad con el Padre” (Ib.). Este vínculo filial que une a Jesús con el Padre es el motivo que explica su soberana e inaudita autoridad. Su enseñanza no viene de los hombres, sino de Dios, y el camino de su seguimiento tiene como meta a Dios mismo. Jesús viene de Dios y nos lleva a Dios.

El evangelio según San Marcos recoge una escena en la que destaca el poder divino de la enseñanza y de la acción de Jesús. Cuando Jesús entra en la sinagoga de Cafarnaún un sábado para enseñar “se quedaron asombrados de su enseñanza, porque no enseñaba como los escribas, sino con autoridad” (Mc 1,22). La autoridad, la exousia, es la capacidad para realizar una acción sin que nada pueda impedirlo.

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En la fiesta de Santo Tomás: Agradecimiento a dos profesores

Instituto Teológico “San José” de Vigo.
Festividad de Santo Tomás de Aquino,
Vigo, 27 de enero de 2012

- Acto Académico: Homenaje a los profesores Mons. Antonio Hernández Matías y Dr. D. Julio Andión Marán –

Excmo. y Rvdmo. Sr. Obispo,
Excmo. y Rvdmo. Sr. Obispo Emérito,
Sres. Profesores y Alumnos,
Rvdos. Sacerdotes,
Sres. y Sras.,

1. Para el Instituto Teológico “San José” es un honor celebrar con todos ustedes la festividad de Santo Tomás de Aquino. Santo Tomás nos recuerda de modo permanente la identidad, la tarea y la prioridad de la Teología: hablar de Dios, pensar en Dios.

Como decía el papa Benedicto XVI: “la teología no habla de Dios como de una hipótesis de nuestro pensamiento. Habla de Dios porque Dios mismo ha hablado con nosotros. La verdadera tarea de la teología consiste en entrar en la Palabra de Dios, tratar de entenderla en la medida de lo posible y hacer que nuestro mundo la entienda, a fin de encontrar así las respuestas a nuestros grandes interrogantes” (“Discurso a la Comisión Teológica Internacional", 5-12-2008).

Santo Tomás no se cansó de acentuar que Dios es el objeto principal – más exactamente, el sujeto principal – de la teología: “Todo lo que trata la doctrina sagrada lo hace teniendo como punto de mira a Dios. Bien porque se trata de Dios mismo, bien porque se trata de algo referido a Él como principio y como fin. De donde se sigue que Dios es verdaderamente el sujeto de esta ciencia” (ST I,1,7).

Al mismo tiempo, Santo Tomás era muy consciente del valor fundamental de la Sagrada Escritura para la teología: “Las autoridades que dimanan de la Escritura canónica son argumentos usados como propios e imprescindibles”. Más aun: “Nuestra fe se fundamenta en la revelación hecha a los Profetas y a los Apóstoles, los cuales escribieron los libros canónicos, no en la revelación hipotéticamente hecha a otros doctores” (ST I,1,8 ad 2).

Por otra parte, la teología, según el Aquinate, no se agota en un fin teórico, especulativo. Tiene también una finalidad como ciencia práctica: “la felicidad eterna, que es el fin al que se orientan todos los objetivos de las ciencias prácticas”.

2. No es preciso forzar las cosas para encontrar en esta festividad el marco adecuado para homenajear, para agradecer, la tarea docente de dos de nuestros profesores: Mons. Antonio Hernández Matías y el Dr. D. Julio Andión Marán. Se han dedicado durante muchos años a dos áreas centrales del saber teológico: La Sagrada Escritura y la Teología Sistemática.

El decreto Optatam totius del Concilio Vaticano II establece: “Fórmense con diligencia especial los alumnos en el estudio de la Sagrada Escritura, que debe ser como el alma de toda la teología; una vez antepuesta una introducción conveniente, iníciense con cuidado en el método de la exégesis, estudien los temas más importantes de la Divina Revelación, y en la lectura diaria y en la meditación de las Sagradas Escrituras reciban su estímulo y su alimento” (OT 16).

Una teología sin el estudio de la Sagrada Escritura sería, además de una contradicción, una teología muerta, sin alma, sin vida. A Mons. Antonio Hernández Matías le debemos – muchísimos alumnos – la posibilidad de haber tenido una “introducción conveniente” al estudio de la Escritura. Se podría pensar, insensatamente, que las “introducciones” son prescindibles, cuando en realidad no lo son en absoluto. Asignaturas como Historia de la Salvación y, sobre todo, la Introducción General a la Sagrada Escritura – que no son las únicas que ha explicado D. Antonio – resultan de una importancia capital. La singularidad de la Sagrada Escritura radica, justamente, en su naturaleza de “Palabra de Dios en palabras humanas”. La Biblia es un texto inspirado y un texto canónico, indescifrable si uno se olvida de su autoría divina y de su contexto eclesial.

El amor por la palabra bíblica está en el origen de la cultura europea y occidental. El Humanismo tiene en la atención a la letra sagrada, a la exégesis y a la hermenéutica del texto, uno de sus principales motivos inspiradores. Numerosos indicios hacen pensar que D. Antonio se inscribe en esta línea de tradición humanista. No solo por su reconocida admiración por D. Luis Marliano, un obispo de Tui en la corte de Carlos V, sino por su veneración por los libros, por la palabra escrita, por la imprenta, que fija y difunde la letra.

El mismo decreto conciliar, sobre la formación sacerdotal, dice, justo después: “Ordénese la teología dogmática de forma que, ante todo, se propongan los temas bíblicos; expóngase luego a los alumnos la contribución que los Padres de la Iglesia de Oriente y de Occidente han aportado en la fiel transmisión y comprensión de cada una de las verdades de la Revelación, y la historia posterior del dogma, considerada incluso en relación con la historia general de la Iglesia; aprendan luego los alumnos a ilustrar los misterios de la salvación, cuanto más puedan, y comprenderlos más profundamente y observar sus mutuas relaciones por medio de la especulación, siguiendo las enseñanzas de Santo Tomás; aprendan también a reconocerlos presentes y operantes en las acciones litúrgicas y en toda la vida de la Iglesia; a buscar la solución de los problemas humanos bajo la luz de la Revelación; a aplicar las verdades eternas a la variable condición de las cosas humanas, y a comunicarlas en modo apropiado a los hombres de su tiempo” (OT 16).

Me permito un subrayado: “Ordénese la teología dogmática de forma que, ante todo, se propongan los temas bíblicos”. No me parece gratuita esta insistencia si nos referimos a la enseñanza del Prof. Dr. D. Julio Andión Marán - que ha tenido menos alumnos, pero no muchos menos que D. Antonio -. Recuerdo que, cuando yo era seminarista, se presentó en Vigo la versión gallega de la Biblia. D. Julio, en su intervención, no se apartó en nada del tema de la Palabra, como recordando que la teología “habla de Dios porque Dios mismo ha hablado con nosotros”. Asimismo, era frecuente en sus clases escuchar una referencia a la positividad de la teología, a la positividad del dato revelado – así lo decía, si mi memoria no falla - .

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21.01.12

Predicación, fe, seguimiento

Homilía para el Domingo III del TO (Ciclo B)

El ministerio público de Jesús se inicia con su predicación, que anticipa y prepara la futura predicación de la Iglesia. Jesús anuncia “el Evangelio de Dios” (cf Mc 1,14-20), la Buena Noticia de que un tiempo viejo se ha cumplido y de que va a comenzar un tiempo nuevo, la nueva edad del Reino de Dios. Este anuncio va acompañado de dos imperativos: “convertíos” y “creed”.

La llamada a la conversión y a la fe recuerda el momento de nuestro Bautismo, cuando empezamos a ser discípulos de Jesús. En la celebración del sacramento del Bautismo ocupa un lugar destacado el anuncio de la Palabra de Dios, que “ilumina con la verdad revelada a los candidatos y a la asamblea y suscita la respuesta de la fe” (Catecismo, 1236). De igual modo, el Bautismo es “el lugar principal de la conversión primera y fundamental. Por la fe en la Buena Nueva y por el Bautismo (cf. Hch 2,38) se renuncia al mal y se alcanza la salvación, es decir, la remisión de todos los pecados y el don de la vida nueva” (Catecismo, 1427).

Jonás, urgiendo a la ciudad de Nínive a la penitencia (cf Jon 3,1-5), prefigura en cierto modo a Jesús. La Iglesia, siguiendo el ejemplo y el mandato del Señor, ha de cumplir la misión profética de anunciar la Palabra de Dios. No se trata, nos recuerda el papa, “de anunciar una palabra sólo de consuelo, sino que interpela, que llama a la conversión, que hace accesible el encuentro con Él [con Jesús], por el cual florece una humanidad nueva” (Verbum Domini, 93).

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18.01.12

Rezar por la unidad de los cristianos

Es un cometido que nos concierne: orar para que se restablezca la unidad plena y visible de todos los cristianos. Puede parecer una utopía pero no lo es. Se trata de la voluntad de Cristo Nuestro Señor y, por consiguiente, de un deber nuestro, de una tarea que incluye, como primer paso, la conversión interior.

Cuando el Señor nos juzgue podrá demandarnos: ¿Qué has hecho a favor o en contra de la unidad? No hace falta ser un gran teólogo experto en ecumenismo ni un pastor de la Iglesia con responsabilidades especiales en ese campo. De la mayoría de nosotros no van a depender las grandes decisiones. Pero nadie puede sentirse dispensado de rezar, de pedir insistentemente, de suplicar.

Hay dos vías que confluyen en la unidad: la verdad y la caridad. No se puede recorrer una de ellas al margen de la otra, sino que hay que transitar las dos al mismo tiempo. A veces, hablando de la unidad, se emplea la fórmula “ni absorción ni fusión”. ¿Cómo me imagino yo el sentido de esa fórmula? Pues como si coincidiesen varios riachuelos – más grandes o más pequeños – que no pierden su condición por el hecho de desembocar en un gran río que, quizá en sus orígenes, era solo un pequeño río que se ha ido enriqueciendo con los caudales que provienen de sus afluentes, pero sin perder la continuidad que vincula el manantial de origen con la desembocadura en el mar.

Yo creo que la Iglesia Católica es ese pequeño río que tiene como origen, como Fundador y como fundamento a Jesucristo. Otros ríos, grandes o pequeños, pueden llegar a confluir con él. No van a perder, esos afluentes, su peculiaridad. Sus orillas seguirán siendo sus orillas y sus paisajes los suyos. Pero, sin dejar de ser lo que eran, pueden pasar a ser lo que no eran, partes integrantes del gran río que termina en el océano inmenso de Dios.

El Concilio Vaticano II no dudó a la hora de decir – refiriéndose a la tradición oriental -: “No hay que admirarse de que a veces unos hayan captado mejor que otros y expongan con mayor claridad algunos aspectos del misterio revelado, de manera que hay que reconocer que con frecuencia las varias fórmulas teológicas, más que oponerse, se complementan entre sí” (UR 17).

La unidad está en Cristo, en la Palabra de Dios. Ese es el manantial, la fuente limpia de la que brota el agua. La Palabra se “plasma”, por decirlo de algún modo, en la Sagrada Escritura. Pero esta Escritura nunca ha estado disociada de la sucesión apostólica, que hace que la palabra no sea un texto muerto sino una palabra viva, que resuena hoy a través de la voz de los testigos. Junto al texto y a los que proclaman el texto está la “regula fidei”, la Tradición, como clave interpretadora que permite salvar la distancia entre el texto y el portavoz.

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14.01.12

Los comienzos del seguimiento

Homilía para el II Domingo del Tiempo Ordinario (Ciclo B)

La historia de la vocación de Samuel constituye una anticipación de lo que será el discipulado cristiano. Samuel habitaba en el templo, pues había sido confiado por su madre al sacerdote Elí (cf 1 Sm 3, 3-10.19). Por la noche oyó una voz que lo llamaba. Samuel cree que lo llama el sacerdote y acude a él: “Aquí estoy, vengo porque me has llamado”. Muestra así una disponibilidad ejemplar. Sin embargo, Elí le contesta: “No te he llamado; vuelve a acostarte”.

Lo mismo sucede por segunda y tercera vez. Samuel todavía no tiene experiencia de la voz de Dios, de la llamada divina. Necesita el consejo de Elí que, comprendiendo que la llamada procedía de Dios, le dice a Samuel cómo ha de contestar: “Anda, acuéstate; y si te llama alguien responde: Habla, Señor, que tu siervo te escucha”. Así lo hace Samuel cuando vuelve a oír la voz y, de este modo, puede comenzar su relación con el Señor y su misión profética.

También dos de los discípulos de Juan – uno de ellos era Andrés – inician el seguimiento de Cristo. No oyen una voz, sino que ven a Jesús, ven su rostro y se dejan atraer por Él. Jesús les pregunta: “¿Qué buscáis?”. Ellos le contestaron: “Rabí, ¿dónde vives?”. Jesús les dice: “Venid y lo veréis” (cf Jn 1,35-42).

Para conocer a Jesús, para saber dónde mora, no basta con la mera información que se tenga sobre Él; es necesaria la experiencia personal de convivir con Él, tratándolo de cerca. Como ha escrito el Cardenal Ratzinger, “el camino del conocimiento hacia Dios y hacia Cristo es un camino de vida. Para expresarlo con lenguaje bíblico: para conocer a Cristo es necesario seguirlo. Solo entonces nos enteramos de dónde vive”.

La experiencia del trato con el Señor entusiasma a Andrés, que no puede dejar de comunicarla y por eso se dirige en primer lugar a su hermano Simón, para decirle: “Hemos encontrado al Mesías”. Y lo llevó a Jesús. Aquí está resumida toda la obra de la evangelización: encontrarse con Jesús por la fe impulsa de por sí a comunicar ese don a los otros. Ningún plan, ningún método, ningún programa puede suplir la experiencia del encuentro con el Señor, con la Verdad que salva la vida y que enciende el corazón.

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