InfoCatólica / La Puerta de Damasco / Archivos para: Abril 2011

30.04.11

A los ocho días, se les apareció Jesús

Homilía para el II Domingo de Pascua o de la Divina Misericordia

El Señor Resucitado se aparece a los suyos al anochecer del “día primero de la semana” y, de nuevo, “a los ocho días” (cf Jn 20,19-31). El día primero de la semana, el primer día después del sábado, pasó a llamarse “domingo”, “día del Señor”, porque en ese día tuvo lugar la resurrección de Jesucristo de entre los muertos. San Agustín comenta que “el Señor imprimió también su sello a su día, que es el tercero después de la pasión. Este, sin embargo, en el ciclo semanal es el octavo después del séptimo, es decir, después del sábado hebraico y el primer día de la semana”.

El Señor, con su resurrección, inaugura la nueva creación y la nueva alianza y abre asimismo el día que no tendrá ocaso; es decir, la vida eterna. El domingo, primer día de la semana, recuerda el primer día de la creación, cuando Dios dijo: “Exista la luz” (Gén 1,3). Pero el domingo, como día octavo, ya que sigue al sábado, simboliza “el día verdaderamente único que seguirá al tiempo actual, el día sin término que no conocerá ni tarde ni mañana, el siglo imperecedero que no podrá envejecer; el domingo es el preanuncio incesante de la vida sin fin que reanima la esperanza de los cristianos y los alienta en su camino” (Juan Pablo II, Dies Domini 26).

Jesucristo vivo se hace presente en medio de los discípulos, que estaban ocultos y encerrados, dominados por el miedo. Sólo la presencia del Señor puede infundirles la paz y la alegría, eliminando el temor y la incertidumbre. Jesús, mostrando sus manos y el costado, se da a conocer mediante los signos de su amor y su victoria: las señales de la cruz, de su amor hasta el extremo. Con este gesto es como si dijese: “Soy yo, no tengáis miedo” (Jn 6,20).

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28.04.11

Libros de mis amigos

Hay tres libros que deseo recomendar por dos razones: Porque los libros merecen la pena y porque los autores son amigos míos. Tan válida me parece una razón como otra, siempre que ambas vayan unidas.

El primero de ellos se titula “El gol de la santidad. El fútbol como imagen de la vida cristiana” (Cobel Ediciones, Alicante 2011, 109 páginas). A mí no me gusta el fútbol y creo que los últimos – y quizá los únicos – partidos que vi completos fueron dos de la selección española en el mundial de Sudáfrica. Más por patriotismo que por otra cosa.

Pues bien, este libro, escrito por el joven sacerdote José Alberto Montes Rajoy, ayuda a que “en el campo que es el mundo, juguemos cada uno en esa parcela del terreno, en esa posición que nos ha sido asignada, y logremos desarrollar el gran partido de nuestra vida y alcanzar al finalizar el partido, la corona de la victoria: el premio que es el cielo, el premio que es Dios”.

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23.04.11

Este es el día en que actuó el Señor

Homilía para el Domingo de Pascua (Ciclo A)

El Salmo 118 es, en la liturgia cristiana, el salmo pascual por excelencia: “La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente. Este es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo”.

La piedra desechada por los arquitectos es Cristo, que sufre la Pasión. Él, desechado por los suyos, se convierte, no obstante, en piedra angular por su resurrección de entre los muertos. Sobre esta piedra, que constituye el fundamento de todo el edificio, se levanta la Iglesia. Por su misterio pascual, Cristo “con su muerte destruyó nuestra muerte y con su resurrección restauró nuestra vida”. “Pues del costado de Cristo dormido en la cruz nació el sacramento admirable de toda la Iglesia”, enseña el Concilio Vaticano II en la constitución “Sacrosanctum Concilium”, 5.

El solemne anuncio de la resurrección, el “kerigma”, consiste precisamente en la proclamación de que a Jesucristo “lo mataron colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver, no a todo el pueblo, sino a los testigos que él había designado: a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de la resurrección”, dice San Pedro (cf Hch 10,34.37-43).

Escuchar este anuncio no puede dejarnos indiferentes. Estamos llamados a convertirnos y a creer. La predicación del misterio pascual nos invita a la conversión y a la fe, contemplando al “verdadero Cordero que quitó el pecado del mundo”. Convertirse equivale a pasar de las tinieblas a la luz, del sometimiento al poder de Satanás a la entrega en las manos de Dios, del estado de ira al estado de gracia.

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Resurrección: Revelación y encuentro

Homilía para la Vigilia Pascual. Ciclo A

En la aurora del domingo, las dos mujeres que acuden al sepulcro – María Magdalena y otra María - son destinatarias de una revelación divina realizada por medio del ángel y de un encuentro con el Señor vivo. En la aceptación de la palabra que Dios les dirige a través de su mensajero y, sobre todo, en el encuentro con el Resucitado se fundamenta la fe en la Resurrección. Como confirmación, se señala que el sepulcro está vacío.

Todos los elementos que destaca San Mateo en este relato pascual (cf Mt 28,1-10) describen una teofanía, una manifestación de Dios: un gran terremoto sacude la tierra, un ángel del Señor baja del cielo y muestra, con su conducta, haciendo rodar la piedra del sepulcro y sentándose encima, que el sepulcro de Jesús está definitivamente abierto; es decir, que Dios ha triunfado permanentemente sobre la muerte. Se comprende, ante esta irrupción de lo divino, el temor que experimentan los guardias y también las mujeres.

El mensaje del ángel es muy claro: “No está aquí, pues ha resucitado como lo había dicho” (Mt 28,6). El Señor había anunciado su pasión, su muerte y su resurrección y ese anuncio se ha cumplido. El Crucificado está vivo. Ya no está en el sepulcro: “Aquél a quien la virginidad cerrada había traído a esta vida, un sepulcro cerrado lo devolvía a la vida eterna. Es un prodigio de la divinidad el haber dejado íntegra la virginidad después del parto y haber salido del sepulcro cerrado con su propio cuerpo”, comenta San Pedro Crisólogo.

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21.04.11

Viernes Santo

Homilía para el Viernes Santo

En la unidad de la Pascua, la Iglesia celebra la Pasión del Señor. Sin fe, no tendría mayor sentido esta celebración. Podría tratarse, a lo sumo, del recuerdo de los sufrimientos de un justo, de una especie de vindicación de su memoria. Pero no es este el espíritu que subyace al Viernes Santo, porque reivindicar la memoria de un justo, siendo algo noble en sí, es también algo incompleto y, en cierto modo, imposible.

El recuerdo del justo constituye una expresión de protesta frente al oprobio y la injusticia y una manifestación del deseo de que ese oprobio y esa injusticia no se repitan. Pero, por más que lo deseásemos, si todo dependiera de nosotros, el justo muerto injustamente permanecería en el sepulcro y seguiría siendo, reivindicado o no, víctima de la injusticia.

Pero no todo depende de nosotros. Más bien, al final, todo depende de Dios. Él sí puede rehabilitar al justo, porque puede rescatarlo de la muerte para abrirle paso a la vida definitiva; a una vida que ya nada ni nadie podrá segar. Sólo Dios es, en última instancia, el garante de la justicia.

Cristo es, sin duda alguna, el Justo. No hay nada en Él que merezca castigo. Él es el más perfecto, el más solidario, el más santo de los hombres. Hasta tal punto quiso tendernos la mano que “soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado, traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes” (cf Is 52,13- 53,12).

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