InfoCatólica / La Puerta de Damasco / Archivos para: Marzo 2011

3.03.11

Un próximo libro: "El camino del discípulo. Meditaciones sobre Jesús, el Señor"

Hoy he recibido la maqueta de lo que, en pocas semanas, será un próximo libro: “El camino del discípulo. Meditaciones sobre Jesús, el Señor” (Cobel Ediciones, Alicante 2011, 108 páginas).

Es un libro que he ido preparando con cuidado, semana a semana. Está pensado en continuidad con “La humanidad de Dios", también editado por Cobel en enero de este año. Si “La humanidad de Dios” es, sobre todo, un texto centrado en la contemplación de Cristo, este segundo libro mira, sin perder la referencia cristológica, a las características del discipulado cristiano.

Puedo adelantar dos datos: El índice y la presentación.

El índice es el siguiente:

Presentación…………………………………….. 7
1. La forma del Amor……………………………… 11
2. Exigencias del camino………………………….. 27
3. Vía Crucis……………………………………. 41
4. Fidelidad y agradecimiento……………………… 57
5. Oración y paciencia …………………………… 73
6. La verdadera realeza…………………………… 89

Y el texto de la “presentación":

“El presente volumen es continuación de ‘La humanidad de Dios. Meditaciones sobre Jesús, el Señor’. Si fijamos nuestra mirada en Jesucristo, centro de la revelación y de la fe, encontraremos la senda del seguimiento.

El Señor nos invita a reproducir en nuestras vidas la forma de su amor. El camino del discípulo sigue las huellas trazadas por el Maestro. Es, también, un “Via Crucis". La fidelidad y el agradecimiento, la oración y la paciencia caracterizan el itinerario cristiano.

Jesucristo, Rey del Universo, nos muestra en qué consiste la verdadera realeza: en el servicio y la entrega a los hermanos. Su Reino, que no es de este mundo, aviva nuestro deseo y nos empuja a transformar este mundo para que sea cada día más conforme con el proyecto de Dios.

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2.03.11

Para quien tenga interés: Presentación de “FIERI. art & theology”

Seminario Mayor de Vigo, 2 de marzo de 2011.

Hay tres razones por las que me resulta grato presentar el catálogo de la exposición “FIERI. art & theology”, por otra parte tan bellamente editado: Una razón institucional, una razón teológica y una razón pastoral.

1. Una razón institucional

El 7 de marzo de 2000 la Congregación para la Educación Católica concedió, mediante el correspondiente decreto, la afiliación del Instituto Teológico “San José” de Vigo a la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia de Salamanca. Comenzaba así nuestro Centro su andadura, con la finalidad de que los alumnos que aquí cursasen los Estudios Eclesiásticos pudiesen obtener, tras el examen de grado, la conveniente titulación universitaria, con reconocimiento canónico y civil. En un período relativamente corto de tiempo (desde el curso 1999-2000 al curso 2010-2011), contamos con más de veinte egresados, algunos de ellos ya sacerdotes y otros, al menos en el momento de acceder a la titulación, todavía candidatos al sacerdocio.

En los Estatutos del Instituto Teológico se señalan tres objetivos como fines del Centro:

1. Impartir las disciplinas correspondientes al ciclo institucional de Estudios Eclesiásticos.
2. Capacitar a los alumnos para su futuro ministerio pastoral, mediante una formación integral.
3. Fomentar la investigación y la difusión de las ciencias eclesiásticas.

En el “perfil del egresado” se concretan aun más estos objetivos, indicando que los alumnos, con la iluminación de la fe intelectualmente bien pensada deben haber adquirido, al término de su formación, “conocimiento de los grandes problemas del hombre, de la actual situación histórico-religiosa, de las aportaciones de los pensadores relevantes en la cultura humana y de las corrientes del saber teológico”.

No cabe duda de que el arte no es ajeno a los grandes problemas del hombre. Más bien los expresa y los formula con un lenguaje del todo propio.

Pero a un Instituto Teológico – como a cualquier otro centro de formación – no sólo se le exigen objetivos, sino también resultados, tanto en los egresados como en el personal académico.

No creo exagerar si afirmo que, entre los resultados recientes del programa formativo, el catálogo “FIERI. art & theology” ocupa, por méritos propios, un lugar destacado. En la preparación de la exposición – y en la elaboración del catálogo - han participado de modo activo los alumnos y gran parte de los profesores del Instituto Teológico. La formación de los alumnos ha de ser integral y, por ello, no puede limitarse exclusivamente a la asistencia a las clases. Asimismo, los profesores son, sobre todo, acompañantes y tutores de ese proceso de aprendizaje y de formación que ha de ser siempre un proceso vivo.

2. Una razón teológica

Entre arte y teología existe una relación de connaturalidad, de afinidad, de simpatía. Si se me permite emplear una terminología kantiana, diría que el arte es expresión “fenoménica” del reino “nouménico” del valor. En el arte, la realidad se manifiesta, se “revela”, se encarna.

La teología encuentra precisamente en la categoría de “revelación” su categoría fundamental. Toda la teología tiene como principio objetivo la “revelatio”; en su doble acepción de manifestación (“revelatio”) y de ocultamiento (“re-velatio”; volver a velar). Y si tuviésemos que destacar una característica de la revelación podríamos aludir, sin forzar la naturaleza de las cosas, a su carácter simbólico y sacramental.

La revelación es simbólica porque, desde las realidades de este mundo, se nos remite a otras realidades que trascienden este mundo. La revelación es sacramental porque las obras y las palabras están intrínsecamente conectadas, de modo semejante a como, salvadas las distancias, en el catálogo de una exposición se aúnan las imágenes y los textos.

En definitiva, la ley básica de la economía de la revelación es la encarnación. El “Todo” se da en el “fragmento”, el Misterio irrumpe en el acontecimiento histórico y el fulgor de la divinidad resplandece en la carne de Jesús de Nazaret, el Señor.

No puede extrañarnos que una pensadora tan sutil como Simone Weil escribiese: “En todo lo que suscita en nosotros el sentimiento puro y auténtico de la belleza está realmente la presencia de Dios. Existe casi una especie de encarnación de Dios en el mundo, cuyo signo es la belleza. Lo bello es la prueba experimental de que la encarnación es posible. Por esto todo arte es, por su esencia, religioso”.

Mucho antes de que naciese Simone Weil, San Juan Damasceno, frente a los iconoclastas, reivindicaba la legitimidad de las imágenes sagradas apelando al acontecimiento de la Encarnación: “En otro tiempo, Dios, que no tenía cuerpo ni figura, no podía de ningún modo ser representado con una imagen. Pero ahora que se ha hecho ver en la carne y que ha vivido con los hombres, puedo hacer una imagen de lo que he visto de Dios”.

Como la obra de arte puede expresar la belleza, sin aprisionarla, así en la revelación Dios se acerca y se da a conocer sin suprimir la distancia ontológica que diferencia al Creador de la criatura.

La saludable sacudida que produce la belleza despierta al hombre para abrirse a lo que está por encima de él: “La humanidad puede vivir sin la ciencia, puede vivir sin pan, pero nunca podría vivir sin la belleza, porque ya no habría motivo para estar en el mundo. Todo el secreto está aquí, toda la historia está aquí”, escribía Dostoievski. En estas palabras resuena la enseñanza de Jesús: “No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que procede de la boca de Dios” (Mt 4, 4).

En la Eucaristía, clave de bóveda del edificio del cristianismo, la materia es transustanciada por la acción del Espíritu Santo y por la eficacia creadora de la palabra de Cristo. Como un artista que convierte un bloque de mármol en una escultura, así Dios anticipa, en el Sacramento, un nuevo cielo y una tierra nueva.

Arte y teología, en definitiva, nos empujan a atravesar el umbral de la esperanza, y nos permiten así pregustar la salvación.

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Roca y arena

Homilía para el Domingo IX del Tiempo Ordinario (Ciclo A)

Las palabras del Señor en el Evangelio señalan la insuficiencia de limitarse a escuchar su palabra; es necesario escuchar y poner en práctica, oír y hacer (cf Mt 7,21-27). Se nos remite así a la esencia misma de la fe, que es simultáneamente sumisión a la palabra escuchada y obediencia práctica de la misma.

Podemos escuchar la palabra de Dios desde una actitud existencialmente distante; admirando su belleza, su coherencia y reconociéndola como un ideal digno de estima, pero sin llegar a comprometernos con las exigencias de esa palabra. El beato John Henry Newman hablaba al respecto de una “religión literaria”, que “tiene miedo de andar entre lo real” y que, por consiguiente, no se traduce en acción.

Jesús compara esta disposición del espíritu con el edificar la casa sobre arena. La casa es la propia vida. Si la levantamos sobre un fundamento inconsistente e inestable, cualquier tormenta puede derribarla. Una mera adhesión nocional, abstracta y teórica, a la palabra de Dios no resiste la acometida de las crisis que pueden presentarse en nuestra trayectoria: la enfermedad, el dolor, la pérdida de los seres queridos o el infortunio.

Frente a la inestabilidad de la arena, se alza la solidez y la seguridad de la roca. Edificar la casa sobre roca equivale a hacer vida la palabra de Dios que se escucha; es decir, a cumplir los mandamientos. Sólo así encontraremos la firmeza y la estabilidad necesarias para hacer frente a las tormentas de la vida y para no hundirnos cuando el Señor nos haga comparecer ante su Juicio.

En esta obediencia continua a la ley de Dios – que se resume en el mandato del amor – radica el verdadero seguimiento de Cristo. De nada valdrían acciones puntuales y llamativas – hacer profecías, expulsar demonios u obrar milagros - , si en el día a día de nuestras vidas no observásemos la justicia y la misericordia: “No todo el que me dice ‘Señor, Señor’ entrará en el Reino de los cielos…” (Mt 7,21). “La prueba de la verdadera santidad no consiste en hacer cosas aparatosas, sino en amar al prójimo como a sí mismo”, indica San Gregorio Magno.

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1.03.11

Una prioridad pastoral: La homilía

Para cualquier sacerdote la preparación de la homilía, especialmente de la homilía dominical, supone un reto y a la vez una gozosa obligación.

La homilía no tiene importancia por sí misma. Su importancia deriva de la principalidad que le corresponde a la Palabra de Dios. Lo cual quiere decir que su importancia, siendo subordinada, es enorme.

La homilía, que es parte de la acción litúrgica, “tiene el cometido de favorecer una mejor comprensión y eficacia de la Palabra de Dios en la vida de los fieles” (Benedicto XVI, “Sacramentum caritatis” 46). Por ello, el Papa anima a preparar la homilía con esmero, basándose en un adecuado conocimiento de la Sagrada Escritura, evitando lo genérico y lo abstracto y esforzándose por conectar la homilía con la celebración sacramental y con la vida de la comunidad.

Anima, además, Benedicto XVI, a predicar a los fieles “homilías temáticas” que, a lo largo del año litúrgico, traten los grandes temas de la fe cristiana, según lo que el Magisterio propone: la profesión de la fe, la celebración del misterio cristiano, la vida en Cristo y la oración cristiana.

En “Verbum Domini” el Papa dice que la homilía “debe apuntar a la comprensión del misterio que se celebra, invitar a la misión, disponiendo la asamblea a la profesión de fe, a la oración universal y a la liturgia eucarística” (“Verbum Domini”, 59).

Una indicación me parece especialmente preciosa: “Debe quedar claro a los fieles que lo que interesa al predicador es mostrar a Cristo, que tiene que ser el centro de toda homilía”. De hecho, Cristo es, en Persona, la Palabra. Predicar otra cosa no sería hablar de Él.

Esta centralidad de Cristo es muy exigente para el predicador: “El predicador - sigue diciendo el Papa - tiene que «ser el primero en dejarse interpelar por la Palabra de Dios que anuncia», porque, como dice san Agustín: «Pierde tiempo predicando exteriormente la Palabra de Dios quien no es oyente de ella en su interior»”.

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