Puede parecer, a primera vista, que “verdad” y “diálogo” son nociones opuestas. Por “verdad” entiendo, básicamente, la conformidad de las cosas con el concepto que de ellas se forma la mente. Por “diálogo”, el intercambio de ideas en busca de avenencia.
Yo creo que es posible que el hombre conozca la verdad; que puede aproximarse a ella poco a poco; en más, que se juega mucho en esta empresa. Pese al influjo del relativismo, es casi imposible prescindir de una referencia a la verdad. No habría siquiera “relativismo” sin contraposición a algo “absoluto”, incondicionado y, en este sentido, no “relativo”.
Lo mismo sucede con el mal. Si decimos que algo es “malo” estamos suponiendo que se distingue de lo “no malo”; estamos suponiendo, en suma, que hay algo así como lo bueno o el bien.
A la hora de buscar, de encontrar y de reconocer lo bueno y lo verdadero necesitamos no solamente la luz de la inteligencia, sino también el ejercicio de la libertad. La palabra “asentimiento” une, en su significación, el “asenso” y el “consentimiento”; el admitir como cierto o conveniente lo que otra persona ha afirmado o propuesto y, a la vez, la conformidad de la voluntad.
¿Sería posible un “consenso” sin “asenso” y sin “consentimiento”? Yo creo que no. Es decir, el “consenso” no es el creador, ni el sustituto, de la verdad; es más bien el resultado – quizá provisional – que se puede obtener presuponiendo que la verdad existe, aunque no siempre nos sea posible a todos, en un momento dado, contemplarla en su integridad y amplitud. El “consenso” es como un “mínimo” de verdad, una parcela de la misma, con respecto a la cual todos los que intervienen en el discurso están dispuestos a asentir y a consentir.
No podemos “negociar” la verdad; pero sí podemos, hasta cierto punto, establecer los canales que puedan conducir a un acuerdo, aunque éste sea transitorio y provisional. Nos obliga a ello la vida, la necesidad de coexistir y, a poder ser, colaborar con quienes no piensan en todo exactamente igual que nosotros.
Si estos criterios que, de modo muy sumario, he expuesto pueden considerarse válidos, cabría aplicarlos también al diálogo interreligioso, que no puede equivaler a la indiferencia o a la desobediencia con respecto la verdad.
Sin la búsqueda honrada de la verdad, sin el objetivo de profundizar en ella, el diálogo interreligioso sería imposible. Pero esta renuncia a la búsqueda y a la profundización la humanidad no puede permitírsela. Hago mías unas palabras del Papa, que me parecen cargadas de sensatez. Y un creyente, un verdadero creyente - que jamás ha de ser un fanático - , no puede ser insensato; no puede abdicar de la cordura, de la prudencia y del buen juicio.
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