24.11.08

Discurso íntegro del cardenal Rouco en la apertura de la Asamblea Plenaria

Queridos Hermanos en el episcopado,

Señoras y Señores:

Al comenzar nuestra Asamblea Plenaria del otoño me alegra poder saludarlos a todos cordialmente. Bienvenidos, en especial, los señores Cardenales, Arzobispos y Obispos para estos días de trabajo, que nos ofrecen también la ocasión de encontrarnos y de conversar; todo, en favor de la misión que el Señor nos ha confiado en su Iglesia. En la persona del señor Nuncio, que tiene la deferencia de acompañarnos una vez más, expresamos nuestro afecto al Santo Padre Benedicto XVI, con quien nos sentimos estrechamente unidos en la obediencia, la oración y el ministerio. Saludo también a los colaboradores de esta Casa, a los huéspedes y a quienes informan sobre nuestra Asamblea desde los medios de comunicación.

Dirijo mi saludo más cordial a los tres nuevos obispos que participan con nosotros por primera vez en la Plenaria: al señor obispo auxiliar de Bilbao, Mons. D. Mario Iceta Gavicagogeascoa; al señor obispo de Osma-Soria, Mons. D. Gerardo Melgar Viciosa y al señor obispo de Gerona, Mons. D. Francesc Pardo Artigas. Bienvenidos, queridos hermanos.

Felicitamos y acompañamos con nuestra oración a los que han sido promovidos en este último tiempo: Mons. D. Juan del Río Martín, nuevo arzobispo castrense; Mons. D. Juan Piris Frígola, nuevo obispo de Lérida; Mons. D. Jesús Catalá Ibáñez, obispo electo de Málaga y Mons. D. Juan José Asenjo Pelegrina, arzobispo coadjutor electo de Sevilla.

A Mons. D. Carlos Soler Perdigó, obispo emérito de Gerona, le expresamos las gracias por su ministerio, que sin duda podrá seguir ejerciendo también de otra forma.

En estos meses han sido cuatro los hermanos que han fallecido: el señor arzobispo emérito de Pamplona, Mons. D. José María Cirarda Lachiondo; el señor obispo auxiliar de Barcelona, Mons. D. Joan María Carrera Planas; el señor obispo emérito de Orihuela-Alicante, Mons. D. Pablo Barrachina Estevan y el señor obispo auxiliar emérito de Bilbao, Mons. D. Carmelo Echenagusía Uribe. Los estamos recordando a todos ante el Señor en la celebración de la Eucaristía de estos días.

I. La Palabra de Dios, alimento de la vida de la Iglesia

A algunos de nosotros se nos ha otorgado la gracia de participar el mes pasado en la XII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos en Roma, que trató sobre “La Palabra de Dios en la vida y en misión de la Iglesia”. Fue una Asamblea más ágil en cuanto al modo de proceder y de gran significación en cuanto a los contenidos abordados y a la reflexión realizada. Esperamos, pues, con mucho interés, la Exhortación Apostólica que, según es costumbre, el Santo Padre ofrecerá a toda la Iglesia recogiendo los frutos de aquel encuentro, renovada expresión del “afecto colegial” que une a los Obispos de todo el mundo con el Papa y testimonio elocuente de la catolicidad de la Iglesia. Sobre el significado de lo tratado en el Sínodo puede ya, sin embargo, subrayarse algunos de sus aspectos más importantes, sin pretensión alguna de ser completo.

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14.11.08

Homilía de Monseñor Sanz Montes en la XV Asamblea General de Confer

XV Asamblea General de Confer
Homilía en la Eucaristía. 12 de noviembre 2008

Queridos hermanos y hermanas: el Señor bendiga vuestros pasos con el don de la Paz y los conduzca siempre con el Bien de su gracia.

Queda todavía en nuestra memoria reciente la celebración del Sínodo de los Obispos en Roma, con la temática de la Palabra de Dios en la vida y la misión de la Iglesia. En este Sínodo ha tenido una particular resonancia la vida consagrada que ha quedado plasmada en una de las proposiciones que se le han entregado al Santo Padre, la nº 24, que se titula “Palabra de Dios y vida consagrada”. No en vano, allí se dice que “la vida consagrada nace de la escucha de la Palabra de Dios y acoge el Evangelio como su norma de vida. En la escuela de la Palabra, redescubre continuamente su identidad y se convierte en “evangelica testificatio” para la Iglesia y para el mundo”.

Toda la historia de la salvación es una trama redentora que tiene como punto de partida ese momento creador en el que Dios hizo las cosas… diciéndolas. “Dijo Dios…”, va engarzando el doble relato del Génesis la llamada que el Creador hacía a la vida. “Dijo Dios… y las cosas fueron hechas”.

Entonces el Señor llamó a su mejor criatura, la que más se le asemejaba y como imagen le espejaba, para firmar juntos su obra de arte: “ponedle nombre a cuanto yo he hecho, a cuanto yo he dicho”. Y el hombre y la mujer fueron poniendo nombre a los seres, respondiendo así a la divina invitación del Señor.

No obstante esos dichos y esos hechos quedaron truncados cuando la insidia del divididor introdujo la extrañeza, la inculpación, la mentira. Es la diabólica firma de autor que todo lo desgarra y rompe, todo lo daña y destruye. Quedó rota así la historia que Dios soñó, cambiando la belleza armoniosa en belleza manchada, y la bondad agraciada en bondad envilecida. Pero Dios no se escandalizó fatalmente, no fue a probar qué sé yo qué suerte con otros mundos y con otras gentes. Mantuvo su voluntad de compartir su entraña con nosotros aunque tuviera que volver a empezar. Y empezó de nuevo la historia truncada. Preparó un pueblo, le acompañó en desiertos, le condujo a una tierra esperada y les prometió lo más.
El libro de la Sabiduría nos dice: “Cuando un silencio lo envolvía todo, y la noche se encontraba en la mitad de su carrera, tu Palabra todopoderosa, Señor, saltó de tu trono real de los cielos a una tierra al exterminio” (Sab 18,14-15). Toda la historia de la salvación pende de esta verdad expresada por el autor sapiencial: un silencio y una noche que han sido vencidos, ganados por una palabra acampada que nos ha traído la luz que no conoce ocaso. Dios ha puesto su tienda en medio de todas nuestras contiendas, salvando cualquiera de nuestros exterminios.

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13.11.08

Saludo de monseñor Asenjo a la archidiócesis de Sevilla

Queridos hermanos y hermanas:

1. En el día en que la Iglesia hispalense celebra la fiesta de San Leandro y la Santa Sede hace público mi nombramiento como Arzobispo coadjutor de Sevilla, os dirijo mis primeras palabras de saludo afectuoso. Mis sentimientos en estos momentos son de gratitud inmensa al Señor que me envía a vosotros para continuar en esa Iglesia particular su obra de salvación. Agradezco al Santo Padre la confianza que en mí deposita al encargarme este ministerio en la Archidiócesis de Sevilla, en plena comunión con él. Mi gratitud también muy grande al señor Cardenal Fray Carlos Amigo Vallejo, nuestro Arzobispo, que me acoge como padre, hermano y colaborador suyo. Permitidme que en esta ocasión tan importante para mí manifieste además mi gratitud emocionada a la Iglesia hermana de Córdoba, a la que he servido en los últimos cinco años, a sus sacerdotes, consagrados, seminaristas y laicos, que me acogieron desde el primer momento con gran afecto y que tanto me han edificado en estos años, sin duda los más gozosos de mi ministerio, con testimonios espléndidos de santidad, generosidad, entrega y virtudes cristianas.

2. En las últimas semanas he rezado mucho por la Archidiócesis de Sevilla. Al mismo tiempo, he procurado conocer su geografía y su historia venerable. Me admira especialmente el número y calidad de sus santos. La historia de la Iglesia hispalense es una historia de santidad, que nos obliga a todos a revivir ese pasado glorioso, pues como nos han repetido sin cesar los Papas Juan Pablo II y Benedicto XVI en los últimos años, la santidad es la primera prioridad de la Iglesia en esta hora y el objetivo último de toda programación pastoral. He conocido también el catálogo de sus Arzobispos, entre los que descuellan San Leandro, San Isidoro y el Beato Marcelo Spínola y los grandes cardenales y arzobispos de las épocas medieval, renacentista y barroca, y también de la época moderna, todos ellos grandes pastores, ejemplos vivos en el servicio que se me encomienda, y ante cuyas biografías surge en mí la admiración del discípulo que tiene mucho que aprender de su virtud y entrega en los duros trabajos del Evangelio. Nueve de ellos llegaron a Sevilla desde mi Diócesis de origen, Sigüenza-Guadalajara, y siete desde la Diócesis de Córdoba, a la que he servido en estos años.

3. Saludo también con respeto y afecto a las autoridades civiles, militares, judiciales y universitarias de la Comunidad Autónoma de Andalucía, de la provincia y de la ciudad de Sevilla, a las que ofrezco mi humilde y leal colaboración en su servicio al bien común.

4. De modo muy especial quiero saludar a los miembros del Colegio de Consultores, del Consejo del Presbiterio y del Cabildo metropolitano, a todos los hermanos sacerdotes del clero secular y regular y a los diáconos. Sois los principales e imprescindibles colaboradores del señor Cardenal y de quien llega para trabajar con absoluta lealtad a él siguiendo sus orientaciones y programas. Vais a ser los primeros destinatarios de mi solicitud pastoral. Sentidme ya como padre, hermano y amigo, partícipe de vuestros gozos e ilusiones sacerdotales, cercano en los momentos difíciles, dispuesto siempre a escucharos, alentaros y acompañaros y a vivir la comunión que es condición y garantía de eficacia en la común tarea
de la edificación de la Iglesia.

5. Mi saludo se dirige ahora a los seminaristas del Seminario metropolitano. Os aseguro que una de mis mayores alegrías en estos días ha sido conocer el número relativamente crecido de seminaristas en nuestra Archidiócesis. Gracias a vuestra disponibilidad para seguir al Señor, la Iglesia en Sevilla puede mirar al futuro con esperanza. Os invito ya desde ahora a ser fieles a la especial predilección que el Señor ha tenido con vosotros. Con el Papa Juan Pablo II, y desde mi propia experiencia y la de tantos hermanos que viven gozosamente su sacerdocio, os aseguro que “vale la pena dedicarse a la causa de Cristo y, por amor a Él, consagrarse al servicio del hombre. ¡Merece la pena dar la vida por el Evangelio y por los hermanos!".

6. Saludo con especial afecto a los religiosos y religiosas de vida activa, tan numerosos en la Archidiócesis, a los miembros de las Sociedades de vida apostólica y de los Institutos seculares, a las Vírgenes consagradas y a las Monjas contemplativas, que desde la vida escondida con Cristo en Dios sois una fuente imprescindible de energía sobrenatural para la Iglesia y un testimonio elocuente de lo único necesario y de los valores permanentes en que debe asentarse nuestra vida. Para todos mi saludo y mi aprecio grande por las tareas que realizáis en las parroquias, en la escuela católica y en las distintas obras asistenciales y caritativas. Estoy seguro de que, con la ayuda de Dios y el aliento de vuestros Obispos
seguiremos impulsando entre todos a nuestra Iglesia a nuevas singladuras apostólicas y evangelizadoras, remando al mismo ritmo, en la misma dirección, con la misma intensidad e ilusión y con pleno sentido de comunión.

7. Saludo lleno de gozo a los fieles laicos, ancianos y niños, adultos y jóvenes, y muy especialmente a los que participáis activamente en las diversas tareas eclesiales, catequistas, profesores de Religión, equipos de animación litúrgica de las parroquias, a cuantos trabajáis al servicio de los más pobres en Caritas, Manos Unidas u otras instituciones caritativas y sociales de la Iglesia, a los militantes de Acción Católica, a los miembros de las numerosísimas Hermandades y Cofradías y de los movimientos y asociaciones apostólicas. Desearía que este saludo llegase a todas las familias cristianas y, sobre todo, a quienes el Señor confía de un modo especial al ministerio del Obispo: los pobres, los enfermos, los parados, los marginados, los ancianos que viven solos, los inmigrantes, los que han perdido toda esperanza y cuantos sufren como consecuencia de la crisis económica.

8. Saludo, por fin, con respeto deferente a los creyentes de otras religiones y a los no creyentes. También ellos deben sentir mi aprecio, cercanía y amistad y, a través mío, la cercanía de la Iglesia, que es sacramento, signo e instrumento de la unidad de todo el género humano (LG, 1).

9. Al presentarme a vosotros en el mismo día en que la Santa Sede hace público mi nombramiento como Arzobispo coadjutor de Sevilla, como Pedro y Juan ante el paralítico de la Puerta Hermosa, tengo que confesaros que no tengo otro tesoro que entregaros que a Jesucristo (Hech 3,5), ni otro programa que conocerle y darlo a conocer, amarle y procurar que los demás lo amen y le sigan (NMI, 29), porque “quien encuentra al Señor conoce la Verdad, descubre la Vida y reconoce el Camino que conduce a ella", pues Él “es el futuro del hombre … y la única esperanza que puede dar plenitud de sentido a la vida” (Ecclesia in Europa, 20-22). Él, con la fuerza de su Espíritu, me ayudará a trabajar sin desmayo, colaborando lealmente con el señor Cardenal, en la renovación constante de la vida interior de nuestras comunidades cristianas, pues sin
nuestra inserción real en la vida trinitaria y sin el encuentro permanente y vivificador con Jesucristo muerto y resucitado, no hay vida cristiana y todo será agitación estéril en la pastoral y en el apostolado. Sólo desde esta plataforma firme y consistente será posible acentuar con fruto otras prioridades, la evangelización, la transmisión de la fe y la iniciación cristiana en la familia, en la catequesis y en la escuela, la presencia confesante de los católicos en la vida pública y la pastoral misionera. Sólo caminando desde Cristo seremos capaces además de intensificar la comunión en el interior de la Iglesia, la comunión con los Obispos, entre los sacerdotes, entre los distintos grupos, movimientos y familias eclesiales, sin olvidar la comunión con los pobres, y todo ello con el estilo de las primeras comunidades cristianas.

10. Soy consciente de que estos propósitos y el fruto de mi servicio episcopal entre vosotros serán imposibles sin la ayuda de la gracia de Dios. Por ello, me encomiendo a vuestras oraciones. Pedid a Dios que me conceda el corazón, el estilo y las entrañas de Jesucristo, Buen Pastor, que no vino a ser servido sino a servir. Me encomiendo también a la intercesión de los mártires y santos sevillanos, las Santas Justa y Rufina, San Leandro, San Isidoro, San Fernando, Santa Ángela de la Cruz y el Beato Marcelo Spínola. Me encomiendo también a la protección del Arcángel San Rafael, custodio de la ciudad de Córdoba, que me ha acompañado en estos años, y de San Juan de Ávila, modelo de pastores, cuyas reliquias he venerado tantas veces en mi servicio episcopal a Córdoba. Pongo mis ilusiones pastorales y el ministerio apostólico que el Santo Padre me confía en las manos maternales de la Virgen de los Reyes y de tantas advocaciones entrañables como los sevillanos veneráis en santuarios y ermitas a lo largo de toda la geografía diocesana. Que ella nos ayude a todos a ser una comunidad diocesana viva, fervorosa, unida, fraterna y evangelizadora. Mientras sigo rezando por vosotros, con el deseo de conoceros pronto personalmente, a todos os saludo cordialmente en el nombre del Señor.

Córdoba, 13 de noviembre de 2008

+ Juan José Asenjo Peregrina
Obispo de Córdoba
y Arzobispo coadjutor electo de Sevilla
Fiesta de San Leandro, Arzobispo de Sevilla

11.11.08

Homilía de Monseñor Munilla en el Forum de Pastoral con Jóvenes

Trasncripción de la homilía de Mons. José Ignacio Munilla (Obispo de Palencia y Responsable del Departamento de Pastoral Juvenil de la CEE) en la Eucaristía de Clausura del Fórum de Pastoral con Jóvenes. Madrid, 10 de noviembre de 2008

Queridos jóvenes:

Os podéis imaginar que, un “servidor”, quisiera ahora acertar. Voy a decir que me he confesado hace un rato, y que le he pedido luz al Espíritu Santo para dirigirme a todos vosotros. Os hablo, no en nombre propio, sino en nombre de todos mis hermanos obispos, que con mucho gozo hemos compartido esta asamblea, y que queremos también deciros una palabra de aliento, de ánimo que ilumine vuestro camino.

Aquí ha habido una palabra que se ha repetido mucho. Yo creo que ha sido posiblemente la más repetida. Es de la que quisiera hablaros… es la palabra “Comunión”. Sí… precisamente, forma parte del ministerio episcopal ser “garante” de esa comunión, ser “animador” de esa comunión. Por eso, quisiera que esta homilía tuviera el siguiente título: “CINCO PISTAS PARA LA COMUNIÓN”. Es lo que yo os quisiera indicar. En este tono litúrgico, os pediría que no hubiera aplausos. Vamos a reservarlos para la homilía del Papa, en el 2011. Además, por otra parte, aunque no os parezca… soy tímido. Todavía recuerdo cómo a mis catorce o quince años, cuando sonaba el teléfono en casa, yo me escapaba a otra habitación por no cogerlo, pues me daba corte hablar con alguien sin verle la cara. Mi madre me echaba la bronca: “¡Qué va a ser de ti el día de mañana, tienes que dar la cara…! ¡Coge el teléfono!” A veces, cuando me acuerdo de esa anécdota de mi vida, pienso: “¡Hay que ver cómo el Señor te pega un empujón y te lanza a la piscina en muchas cosas!” Pero no penséis que se deja de ser tímido, aunque se vaya aprendiendo a dar la cara…

En este tono de familia en el que estamos, os presento cinco pistas para la comunión en la Iglesia.

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3.11.08

Inhumación, incineración, resurrección

Uno de nuestros grandes clásicos, Jorge Manrique, escribió estos versos inmortales a la muerte de su padre don Rodrigo: “Nuestras vidas son los ríos/ que van a dar a la mar/, que es el morir". Jorge Manrique era un poeta profundamente creyente. Por eso, sus versos no son una elegía desgarrada y trágica sino un canto de fe cristiana. Están, sí, llenos de buen sentido y realismo, pero, a la vez, de esperanza, y son una llamada a vivir la vida desde la dimensión de la fe. Porque puede añadir: “Este mundo bueno fue/ si bien usásemos d’él/ como debemos/; porque, según nuestra fe/, es para ganar aquel/ que atendemos".

Nada más lejos, por tanto, de la mente del poeta castellano que una consideración trágica de la existencia. Trágico sería considerar la vida como un río que no puede librarse de desembocar en el mar de la muerte para hundirse hasta el abismo y desaparecer. “Nacer para morir” y “morir para desaparecer": no cabe mayor tragedia. Pero pasar por este mundo para “ganar aquel que atendemos” es darle a la vida un horizonte de sentido y finalidad. O, si se prefiere, responder adecuadamente a los grandes interrogantes que anidan en todo corazón humano y que, más pronto o más tarde, afloran a la superficie y reclaman una respuesta convincente: “Por qué nacer, por qué vivir, por qué sufrir, por qué morir".

La fe cristiana -que profesaba Jorge Manrique y confesamos los que creemos hoy en Jesucristo- no quita dramatismo a la muerte ni hace que ésta deje de ser “el máximo enigma de la vida humana” (GS 18). Pero convierte este enigma en certeza de una vida sin fin, porque nos asegura que la muerte es el paso a la plenitud de la vida verdadera. Por eso, la Iglesia llama dies natalis (día del nacimiento) al día de la muerte de un cristiano verdadero.

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