Homilía de Monseñor Sanz Montes en la XV Asamblea General de Confer

XV Asamblea General de Confer
Homilía en la Eucaristía. 12 de noviembre 2008

Queridos hermanos y hermanas: el Señor bendiga vuestros pasos con el don de la Paz y los conduzca siempre con el Bien de su gracia.

Queda todavía en nuestra memoria reciente la celebración del Sínodo de los Obispos en Roma, con la temática de la Palabra de Dios en la vida y la misión de la Iglesia. En este Sínodo ha tenido una particular resonancia la vida consagrada que ha quedado plasmada en una de las proposiciones que se le han entregado al Santo Padre, la nº 24, que se titula “Palabra de Dios y vida consagrada”. No en vano, allí se dice que “la vida consagrada nace de la escucha de la Palabra de Dios y acoge el Evangelio como su norma de vida. En la escuela de la Palabra, redescubre continuamente su identidad y se convierte en “evangelica testificatio” para la Iglesia y para el mundo”.

Toda la historia de la salvación es una trama redentora que tiene como punto de partida ese momento creador en el que Dios hizo las cosas… diciéndolas. “Dijo Dios…”, va engarzando el doble relato del Génesis la llamada que el Creador hacía a la vida. “Dijo Dios… y las cosas fueron hechas”.

Entonces el Señor llamó a su mejor criatura, la que más se le asemejaba y como imagen le espejaba, para firmar juntos su obra de arte: “ponedle nombre a cuanto yo he hecho, a cuanto yo he dicho”. Y el hombre y la mujer fueron poniendo nombre a los seres, respondiendo así a la divina invitación del Señor.

No obstante esos dichos y esos hechos quedaron truncados cuando la insidia del divididor introdujo la extrañeza, la inculpación, la mentira. Es la diabólica firma de autor que todo lo desgarra y rompe, todo lo daña y destruye. Quedó rota así la historia que Dios soñó, cambiando la belleza armoniosa en belleza manchada, y la bondad agraciada en bondad envilecida. Pero Dios no se escandalizó fatalmente, no fue a probar qué sé yo qué suerte con otros mundos y con otras gentes. Mantuvo su voluntad de compartir su entraña con nosotros aunque tuviera que volver a empezar. Y empezó de nuevo la historia truncada. Preparó un pueblo, le acompañó en desiertos, le condujo a una tierra esperada y les prometió lo más.
El libro de la Sabiduría nos dice: “Cuando un silencio lo envolvía todo, y la noche se encontraba en la mitad de su carrera, tu Palabra todopoderosa, Señor, saltó de tu trono real de los cielos a una tierra al exterminio” (Sab 18,14-15). Toda la historia de la salvación pende de esta verdad expresada por el autor sapiencial: un silencio y una noche que han sido vencidos, ganados por una palabra acampada que nos ha traído la luz que no conoce ocaso. Dios ha puesto su tienda en medio de todas nuestras contiendas, salvando cualquiera de nuestros exterminios.

Dios nos acompaña hablándonos. Dios diluye nuestra soledad poniendo discreto su Palabra entre nosotros y en nosotros mismos, como si fuera un fuego hermano que ilumina y caldea los pasos de nuestra aventura humana y creyente. Siempre estaremos en vilo en el trance de esperar y reconocer la palabra para la que nacimos, una palabra que por venir del mismo Dios quiso Él acallarla desde siempre para decírmela a mí y para decirla conmigo.

Como recordaba en mi mensaje de este año con motivo de la Jornada de la Vida Consagrada, Dios nos lo dijo todo en su Hijo bienamado. Jesús mismo nos pidió que guardásemos sus palabras, aunque la pequeñez frágil y vulnerable de nuestra vida hace que no siempre las entendamos o que fácilmente lleguemos a olvidar lo que hemos entendido alguna vez. Por eso Él prometió el envío de un Consolador que viniese precisamente a enseñar y recordar cuanto dijo el Maestro (Jn 14, 26). La historia de la Iglesia es el lugar en donde esta promesa se ha venido cumpliendo como en un Pentecostés para cada generación cristiana. Siempre hay una palabra de Jesús que hay que entender en cada época, siempre hay una palabra suya que volver a recordar. Así se han suscitado los diversos carismas que han dado lugar a las distintas familias religiosas, como una actuación en el tiempo de la promesa de Jesús con el envío del Espíritu Santo.

La Vida Consagrada en todas sus formas tiene esa estrecha relación con la Palabra de Dios, porque representa el corazón de la Iglesia que acoge incesantemente a quien incesantemente nos regala su hablar. Detrás de cada fundador y fundadora, detrás de cada fundación consagrada, hay una Palabra de Jesús que es preciso saber guardar en el corazón como María.

Dios ha querido confiarnos una palabra suya, una palabra que se ha hecho carisma. “La vida consagrada está llamada a ser “exégesis” viviente de la Palabra de Dios (cf. Benedicto XVI, 2 de febrero de 2008), es ella misma una palabra con la cual Dios sigue hablando a la Iglesia y al mundo”. En este sentido, al concluir el Sínodo se agradecía “a las personas consagradas su testimonio del Evangelio y su disponibilidad a proclamarlo en las fronteras geográficas y culturales de la misión mediante sus servicios carismáticos”.

Y de fronteras y periferias hemos hablado en este proceso de “Pensar Confer” que concluye en estos días. Sin duda que tanto las geográficas como las culturales cuentan con la presencia de tantos religiosos y religiosas que están ahí en primera línea dando testimonio hasta el martirio. Pero debemos estar allí con una clara identidad: podemos estar en la intemperie de la frontera y la periferia si sabemos a qué casa pertenecemos y quién nos la habita. Porque no estamos sin más en la calle, no estamos ni siquiera con los excluidos y los pobres de todas las pobrezas, sino sabiéndonos pertenecientes al Señor y piedras vivas de su santa Iglesia. Olvidar esto, inevitablemente generará o la fuga a nuestras seguridades o la esterilidad de nuestras guerrillas. Ni fugitivos ni guerrilleros, sino testigos del Señor amado sobre todas las cosas, que nos hermana en fraternidad evangélica dentro de su Iglesia y nos envía a curar leprosos, vendar heridos, saciar hambrientos, redimir cautivos, resucitar muertos… sean cuales sean las lepras, las heridas, las hambres, las cautividades o las muertes.

Hace unos días leía un viejo poema de nuestro gran poeta Luís Rosales. El escritor se entretiene en el significado de lo que da título a esa obra, que con toda su carga de belleza y provocación quiso intitular precisamente “La casa encendida”. Sus versos arrojan un cierto escepticismo burlón, lleno de rutina y bostezo ante la mecánica repetición de ritos cotidianos que no sirven para estrenar ninguna novedad. No sólo me parecieron desnudamente hermosos en sus imágenes, sino una ajustada descripción de lo que puede suponer sentarse en la puerta de la vida, para verla pasar cada vez menos conmovidos, cada vez más cansinos y sin ningún afán. Dice así nuestro poeta:

Has llegado a tu casa,
y ahora querrías saber para qué sirve estar sentado,
para qué sirve estar sentado igual que un náufrago
entre tus pobres cosas cotidianas.
Sí, ahora quisiera yo saber
para qué sirven el gabinete nómada
y el hogar que jamás se ha encendido.

(Luis Rosales. La casa encendida. Fragmento).

Dentro de su dramatismo, es justa esta expresión: náufragos de nuestras pobres cosas cotidianas, con una condición nómada y errante que no nos acoge ni arrulla en un hogar inhóspito porque jamás se ha encendido. La simple meditación de estos versos desde una perspectiva cristiana, nos permitirían realizar un auténtico examen de conciencia sobre la razón de nuestra alegría y nuestra esperanza, sobre tantas cosas de nuestra vida consagrada.

Porque ¿qué sucede cuando somos nómadas y náufragos de esa cotidianeidad, cuando no habitamos una casa encendida, cuando nuestros textos y nuestros gestos suenan a cosas vacías que no abrazan de veras la vida ni sus heridas, que no buscan el rostro de Dios cada mañana, que no acogen el don de la fidelidad a Dios y a su Iglesia, ni son con vocaciones bendecidas? Si tuviésemos la sencillez libre de poner nombre a nuestra esperanza y nuestra espera, sería el primer momento de un auténtico recomenzar, sin escabullirnos a trancas y barrancas en ese nomadismo náufrago que no nos hace felices, sino rehenes de nuestras pobres cosas cotidianas.

Sólo Dios permanece para siempre. Sólo Él nos da la sabiduría del corazón que se dilata desde lo fugaz y caduco hasta lo eterno y sin fin. Toda la vida reclama la eternidad, porque para ella hemos nacido. Como dice otro poeta, Juan Ramón Jiménez, “No fui nada hasta que no maduré en el otoño de la vida, esta inmensa ceniza que huele a gloria”. Ese es el indicio de la esperanza: una ceniza que nos acerca el olor de la gloria, del verdadero volver a comenzar con la audacia confiada de un niño, con la imaginación enamorada de quien no se resigna sin más.

“Tú, Señor, conoces todos mis deseos, y no se te ocultan mis gemidos” (Sal 38, 10-11). Hay, efectivamente quien conoce mis verdaderos deseos: los más nobles y los más inconfesables, y hay quien también escucha mis gemidos: los más heridos y los más ficticios. Pero ese conocimiento no es el del Gran Gendarme que me registra las entrañas y me fiscaliza hasta la calderilla, sino alguien que ante mi corazón asustado, ante mis fuerzas menguadas, ante el apagón de mis ojos, es capaz de conmoverse para venir a mi encuentro y hacer posible un verdadero recomienzo que no tiene en mí su medida.

La sorpresa de algo no debido, de algo que no es fruto de nuestro cálculo ni pago a nuestros servicios prestados, de algo que sabe a gracia porque por gracia gratis se nos da, es lo que Dios nos quiere regalar, a lo que nos invita, lo que espera de nosotros y en lo que se cifra nuestra maravilla.

¿Tendremos la sencillez y la libertad, tendremos el coraje de poner nombre a estas cosas como hizo el Papa Benedicto XVI: «La vida consagrada en los últimos años ha vuelto a ser comprendida con un espíritu más evangélico, más eclesial y más apostólico; pero no podemos ignorar que algunas opciones concretas no han ofrecido al mundo el rostro auténtico y vivificante de Cristo. De hecho, la cultura secularizada ha penetrado en la mente y en el corazón de no pocos consagrados, que ven en ella una forma de acceso a la modernidad y de acercamiento al mundo contemporáneo. La consecuencia es que junto con un indudable impulso generoso, capaz de testimonio y de entrega total, la vida consagrada experimenta hoy la insidia de la mediocridad, del aburguesamiento y de la mentalidad consumista (…) Se necesitan opciones valientes, a nivel personal y comunitario, que impriman una nueva disciplina a la vida de las personas consagradas y las lleven a redescubrir la dimensión integral del seguimiento de Cristo.

Pertenecer totalmente a Cristo quiere decir arder con su amor incandescente, quedar transformados por el esplendor de su belleza» (BENEDICTO XVI, Discurso a los Superiores Mayores de la vida consagrada. 22 mayo 2006.).

Queridos hermanos y hermanas, como obispos queremos acompañaros con todo nuestro afecto y con toda nuestra responsabilidad. No somos polizones ni tampoco espías. Dejemos que quienes nutren los blog de la insidia “entierren a sus muertos” como decía Jesús a sus discípulos y no demos pábulo a quienes nos tergiversan, nos azuzan y enemistan. Los obispos, y este obispo que os habla, a pesar de lo que dicen que decimos o que digo, no queremos una “Confer bis”, como nada inocentemente se ha repetido. Queremos sólo una Confer fiel, serena y eclesial. Por eso, sigamos construyendo con la ayuda de Dios los caminos que clarifican los malos entendidos, que ponen luz en lo que se oscurece, verdad en lo que se hace ambiguo, y docilidad evangélica ante cualquier entredicho. Hermanos vuestros somos a los que nos importa vuestra vida, creedlo, esa que como sucesores de los Apóstoles también Dios nos confía. Queremos brindar con vuestros gozos, saber sufrir en vuestras pruebas, compartir las nobles preguntas y juntos acoger de Dios las respuestas. Dar gracias con vosotros y por vosotros por tantas cosas hermosas de vuestra entrega y vuestra vida. Pero porque hay afecto y porque en la Iglesia de Dios tenemos también esa encomienda, no dejaremos de deciros con respeto y con verdad las cosas que nos parezcan erradas, ambiguas o confundidas. No es una llamada a un servilismo sumiso de prietas las filas, sino la invitación madura a acoger lo que la Iglesia a todos nos señala e indica en cualquier cuestión: sea la enseñanza, la familia, la vida o la teología.

Dios ha querido confiar a los sucesores de los Apóstoles esa vigilancia netamente episcopal que no nace de la fiscalización del gran gendarme ni se diluye en la irresponsabilidad de unos padres que no educan la vida que les ha sido confiada. Nos sabemos y nos sentimos acompañados por la Madre Iglesia que no sólo vio nacer un carisma, sino que lo sigue con gratitud, lo alienta con denuedo, lo defiende con paciencia y, cuando es necesario, no cesa de corregirlo con bondad.

En medio de nuestros caminos, bajo el sol más luminoso o a través de las cañadas más oscuras, el Señor buen Pastor que sabe nuestro nombre nos conduce hacia los pastos fértiles. Y cuando hemos experimentado la inmerecida piedad del buen Dios al curarnos nuestras lepras samaritanas, dejemos que brote el canto de nuestra mejor gratitud como nos ha invitado el evangelio de este día. Seamos custodios de la Palabra que Dios nos ha entregado o del silencio que nos confía, para poder testimoniar ante nuestra generación el mensaje de lo que el Señor dice o de lo que Él calla.

Pido al Señor, a santa María y a todos nuestros santos Fundadores que dé fruto esta Asamblea. Que ellos os guarden y que os bendigan.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Obispo de Huesca y Jaca
Presidente de la C.E. Vida Consagrada

3 comentarios

  
Pedro
Da gusto escuchar a este hombre. Ojalá que los barrajones de la CONFER aprendan algo de él, mansedumbre al menos...
14/11/08 10:56 AM
  
Ramón
Sí, da gusto leerle y degustar forma y fondo En esto y en cuantas apariciones escritas le he podido contemplar. ¿Ronaldiño -el de los primeros años- de la CEE? Me atreví a aplicarle personalmente el cariñoso apelativo. Mas lo importante es la centralidad y amplitud del mensaje, su directo "ir al grano" del Evangelio y para nuestos días, con el corazón y esperanza que nos viene del Espíritu del Señor. ¡Gracias, Sr. Obispo! ¡Ojalá le lean todos los religiosos, ellos y ellas, y se sientan confortados, estimulados y gozosamente revocacionados! ¡Gracias también a cada uno de los que viven CONFER! Por lo que son y están llamados a ser. Un abrazo.
14/11/08 9:19 PM
  
Foix
He aquí, en el obispo Jesús Sanz, un buen ejemplo de religioso en comunión con la Iglesia. Este franciscano entiende como pocos la palabra "comunión". Lástima que le toque lidiar con una organización como la CONFER que ha hecho de la discordia y el rechazo a los pastores sus señas de identidad.
15/11/08 7:46 PM

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