Homilía de Monseñor Cañizares, domingo 6 de abril

Escuchamos esto ante un mundo de muerte que no respeta suficientemente la vida y siembra muerte, ante una sociedad occidental muy destruida en su humanidad más propia, aunque nos parezca lo contrario o se juzgue esto catastrofismo infundado. Cristo sí que es la vida y está con nosotros, camina con nosotros el camino de la historia lleno de sufrimientos, de ataques a la vida, comunicando lo que El es: vida, amor, misericordia que da vida y devuelve la vida, que hace renacer la esperanza. El es la vida que se da, el amor misericordioso de Dios que se entrega sin medida para liberarnos de cuanto amenaza la vida y no caigamos ni sucumbamos en la muerte. Es la vida que vence a la misma muerte. Es la vida que permanece una vez para siempre y para todos. Creer en El es dejar el inútil proceder que engendra muerte, es convertirse a su palabra es aceptar su estilo de vida y permanecer en unión con El. La gran novedad consiste en apropiarse esta vida nueva que es amor y pasión por el hombre, como el de la misericordia divina que Él encarna.

Este domingo celebramos también la jornada de la defensa de la vida. Apoyada en Jesucristo, resurrección y vida, liberación de la muerte, manifestación y fuerza del Amor que es Dios y ama con pasión al hombre, la Iglesia eleva su voz libre, profética y amorosa, cargada de esperanza, y grita y anuncia el Evangelio, la Buena Noticia, de la vida: porque el Evangelio del amor de Dios al hombre, en efecto, el Evangelio de la dignidad inviolable de la persona humana, y el Evangelio de la vida son un único e indivisible Evangelio.

Afirmada en la confesión de fe en Jesucristo, resurrección y vida, vencedor de la muerte, restañador de la vida, con amor y ternura, la Iglesia sale en defensa del hombre amenazado, en defensa de la vida despreciada, en defensa de la dignidad humana preterida o violada, y se dirige a los fieles católicos y a todos los hombres de buena voluntad que quieran escucharle. Clama por el hombre inocente, da la cara por el indefenso con energía, apuesta fuerte por la vida, por toda vida humana. Escuchando su mensaje se renace a la esperanza, se siente el gozo inmenso de ser hombre, la alegría de haber sido llamado a la Vida, la dicha de ser una de esas criaturas -un hombre- querida directamente y por sí misma por Dios, que quiere que el hombre viva y cuya gloria es ésta: la vida del hombre. La Iglesia no puede callar y dejar de anunciar este Evangelio: ¡Ay de mí si no evangelizo!; hay! de la Iglesia y de sus hijos, si dejamos de anunciar este Evangelio de la vida que no es otro que Jesucristo: Jesucristo al que todos buscan porque todos quieren y anhelan la vida y rechazan la muerte; ante Cristo todos se agolpan, a El todos acuden, aún sin saberlo muy bien. Y Él sale al encuentro de todos, de los que desesperan porque no encuentran la vida, y nos hace arder en una nueva y vigorosa esperanza que vence a toda muerte y otorga y quiere la vida.

Si al final del siglo XIX, la Iglesia “no podía callar ante los abusos sociales entonces existentes, menos aún puede callar hoy, cuando a las injusticias sociales del pasado, tristemente no superadas todavía, se añaden en tantas partes del mundo injusticias y opresiones incluso más graves, consideradas tal vez como elementos de progreso de cara a la organización de un nuevo orden mundial” (EV 5) . Sin duda, la injusticia y la opresión más grave que corroe el momento presente es esa gran multitud de seres humanos débiles e indefensos que está siendo aplastada en su derecho fundamental a la vida. El mundo actual trata de apagar o de poner sordina a tan importante mensaje. Son las campañas y la trompetería de los embajadores y servidores de la “cultura de la muerte” y de miedo al futuro que se cierne amenazadora sobre los hombres y los pueblos sumidos en un invierno demográfico. Es necesario que resuene en nuestra sociedad desalentada este Evangelio, “confirmación precisa y firme del valor de la vida humana y de su carácter inviolable". Es preciso que no se calle ni se debilite esta “acuciante llamada a todos y a cada uno, en nombre de Dios: ¡respeta, defiende, ama y sirve a la vida, a toda vida humana! Sólo siguiendo este camino encontrarás justicia, desarrollo, libertad verdadera, paz y felicidad” (EV 5).

Una de las más decisivas causas en las que se va a jugar el futuro de la Humanidad y la salvación del hombre en este siglo y milenio va a ser la causa de la vida. Dentro de esta jornada de defensa de la vida se agolpan ante nuestra mirada tantos y tantos y de tantos modos ataques a la vida, pero el mayor ataque contra vida sigue siendo la práctica del aborto. En nuestro país tenemos la cifra escalofriante de más de un millón en los últimos 20 años. Es evidente: gana terreno lo que el siervo de Dios, Juan Pablo calificó como la cultura de la muerte. Pero la muerte ha sido vencida en su misma entraña por el Evangelio de la vida, por Jesucristo, muerto en la Cruz y resucitado para nuestra salvación.

Los que creemos en Jesucristo y tenemos la firme convicción de nuestra llamada a la vida, los que queremos al hombre, no podemos desalentarnos, no cejaremos jamás en la defensa de este hombre amenazado. Tengamos esperanza. Si hoy, con razón, nos avergonzamos de los tiempos de la esclavitud que en aquel entonces se justificaba legalmente, no tardará en llegar un día en que nos avergoncemos y arrepintamos de esta cultura de muerte, también legalmente establecida. Es preciso crear una conciencia, más profunda y arraigada, del don maravilloso de la vida y, consecuentemente, de una cultura de la vida. Ahí está el verdadero progreso. Ahí se manifiesta la esperanza: en la defensa de toda vida humana. Ahí se muestra la infinita misericordia divina, que se manifiesta en Jesús que nos trae vida, nos ama. Son muy grandes y graves los retos, pero, en Cristo, encarnación y victoria de la divina misericordia en favor de todo ser humano, son más grandes y con horizontes más amplios las esperanzas que se suscitan. “Sólo el respeto a la vida puede fundamentar y garantizar los bienes más preciosos y necesarios de la sociedad, como la democracia y la paz…El ‘pueblo de la vida’ se alegra de poder compartir con otros muchos su tarea, de modo que sea cada vez más numeroso el ‘pueblo para la vida’ y la nueva cultura del amor y de la solidaridad pueda crecer para el verdadero bien de la ciudad de los hombres” (EV 101) . Que sea este nuestro camino de Emaús en el tiempo en que vivimos.

+ Antonio Cañizares Llovera
Cardenal Arzobispo de Toledo

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1 comentario

  
Eduardo Jariod
Hoy puedo decir gozosamente, Monseñor Cañizares, a mis casi 45 años que, creyendo que caminaba por el camino de Emaús, iba y voy caminando, ahora más que nunca, por el camino de Jerusalén. Gracias doy a Dios por ello. Alabado sea el Señor.
12/04/08 7:16 PM

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