InfoCatólica / Palabra de Obispo / Categoría: General

20.10.08

Intervención del Patriarca de Constantinopla ante el Sínodo

A las 17.00 del sábado, en la Capilla Sixtina, el Santo Padre presidió la celebración de las primeras Vísperas del XXIX domingo del tiempo ordinario con motivo de la participación del Patriarca Ecuménico de Constantinopla, Bartolomé I, en los trabajos de la XII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos.


La ceremonia, en la que participaron más de 400 cardenales, obispos, sacerdotes, religiosos, y laicos, fue introducida por unas palabras de Benedicto XVI.

Al comienzo de su intervención, Bartolomé I destacó que era “la primera vez en la historia que se le ofrece a un Patriarca Ecuménico la oportunidad de dirigirse a un Sínodo de Obispos de la Iglesia Católica Romana y, por eso, ser parte de la vida de su Iglesia hermana al más alto nivel. Vemos esto -dijo- como una manifestación de la obra del Espíritu Santo que guía nuestras Iglesias para que se aproximen y profundicen sus relaciones respectivamente, un paso importante hacia la restauración de nuestra plena unidad”

“Es bien sabido que la Iglesia Ortodoxa atribuye al sistema sinodal -continuó- una importancia eclesiológica fundamental. Conjuntamente al primado de la “sinodalidad” constituye la columna vertebral del gobierno y organización de la Iglesia. (…) Por eso, al tener el día de hoy el privilegio de dirigirnos a Vuestro Sínodo, nuestras esperanzas crecen para que llegue el día en el que ambas Iglesias converjan totalmente sobre el papel de dicho primado y de la “sinodalidad” en la vida de la Iglesia, para lo cual nuestra Comisión teológica dedica hoy sus estudios".

“Hemos explorado -concluyó- la enseñanza patrística de los significados espirituales, discerniendo el poder de oír y hablar la Palabra de Dios en la Escritura, ver la Palabra de Dios en los iconos y la naturaleza, y asimismo, tocar y compartir la Palabra de Dios en los santos y los Sacramentos. Por consiguiente, para que la vida y la misión de la Iglesia sean verdaderas, tenemos que dejarnos cambiar personalmente por la Palabra. La Iglesia tiene que parecerse a una madre, que se sustenta y se nutre con el alimento que toma. Nada de lo que no pueda alimentar y nutrir a cada hombre podrá sustentarle. Cuando el mundo no comparte el gozo de la Resurrección de Cristo, ello supone una acusación a nuestra propia integridad y a nuestro compromiso de vivir la Palabra de Dios".

Terminado el discurso, el Papa agradeció sus palabras, y le aseguró que serían motivo de trabajo y reflexión para el Sínodo. “Ha sido -dijo Benedicto XVI al patriarca- una experiencia alegre de unidad, quizá no perfecta pero verdadera y profunda. He pensado: los padres de su Iglesia, que ha citado ampliamente, también son nuestros Padres; y los nuestros son también los vuestros. Si tenemos padres en común, ¿cómo no podríamos ser hermanos?”.

13.10.08

Discurso ante el Sínodo del archimandrita Ignatios D. Sotiriadis

Alguno preguntará porqué pongo en Palabra de Obispo el discurso del representante de la Iglesia Ortodoxa de Grecia ante el Sínodo de los obispos que está teniendo lugar en Roma. La razón es que creo que puede convertirse, de lejos, en el discurso más importante de todo el Sínodo en cuanto a su valor ecuménico. Ver a un obispo ortodoxo decir lo que dice el archimandrita Sotiriadis es algo que a muchos nos hace tener una cierta esperanza de que la unión entre católicos y ortodoxos no está tan lejos como pueda parecer.

Luis F. Pérez

Intervención del archimandrita Ignatios D. Sotiriadis, delegado fraterno de la Iglesia Ortodoxa Griega

La Iglesia Ortodoxa de Grecia, Iglesia de origen apostólico, como fruto de la predicación del apóstol de las gentes en Europa, e hija de la Iglesia Madre de Constantinopla, saluda cordialmente al Sínodo de los Obispos católicos sobre la Palabra de Dios y desea pleno éxito a sus deliberaciones.

Santidad:

En la oscuridad profunda y en la desesperación del pensamiento filosófico del mundo antiguo, el “Dios desconocido” envió a la humanidad a su Hijo unigénito, quien “por obra del Espíritu Santo se encarnó en el seno de la Virgen María y se hizo Hombre… por nuestra salvación". Desde ese momento, la historia se dividió en antes y después de Cristo, el mundo cambió y se transformó en Iglesia. Magistra en el camino de la Iglesia, la Sagrada Escritura, la Palabra de Dios, vivifica en todo tiempo, si es interpretada según la sagrada Tradición, a todo fiel y le conduce a la Eucaristía, es decir, a la unión personal con el Dios-Logos.

Sin embargo, la historia de la cristiandad está llena de crímenes, pecados y errores. ¡Entonces, se plantea siempre el problema de la interpretación auténtica de la Palabra de Dios! No son suficientes, por desgracia, las buenas intenciones para guiar al pueblo de Dios hacia el Reino prometido. Es necesaria la metanoia y la metamorfosis de nuestros débiles corazones.

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28.09.08

Homilía de Mns. Juan del Río en su toma de posesión como arzobispo castrense

Catedral de las Fuerzas Armadas (Madrid) 27 de septiembre de 2008

“Verdaderamente Éste era el Hijo de Dios” (Mt 27,54).

1. Todo comenzó en el drama del Calvario: Allí un hombre de las milicias romanas y sus acompañantes confiesan la auténtica identidad de Jesús, puesta en duda por los jefes del pueblo elegido. Al comenzar este nuevo ministerio episcopal confieso mi fe en Cristo Jesús como lo hizo aquel soldado al pie de la cruz.
Estoy convencido de que la fuerza de la Iglesia viene de la celebración de los sagrados misterios del Señor Muerto y Resucitado y de la Buena Noticia que debemos anunciar. Este tesoro, que “llevamos en vasija de barro” (2 Cor 4,7), me llegó gracias a la vida ejemplar de mis mayores. Por eso, hoy los recuerdo y doy gracias al Señor por el don maravilloso de la vida y de mi familia, por ser cristiano e hijo de la Santa Madre Iglesia, por haber sido llamado a entregar mi vida como sacerdote. Agradezco el testimonio de tantas gentes buenas y santas que me han ayudado y estimulado en mi seguimiento a Jesucristo. También, de aquellas otras personas que me han enseñado, con palabras y obras, que el verdadero amor a Dios reclama el estar atentos a las necesidades del prójimo como lo hizo este otro centurión de la historia evangélica que se acaba de proclamar (cf. Lc 7,1-10).

2. Hace ocho años, por estas mismas fechas, recibí la ordenación episcopal de manos del Sr. Nuncio en España, Mons. Dº. Manuel Monteiro de Castro, en la Catedral de San Salvador de la entrañable ciudad de Jerez de la Frontera. Durante este tiempo he tratado de ser un “hermano en la fe y un servidor bueno y solícito", como dije aquel día. Hoy puedo deciros que he recibido de todos mis diocesanos más de lo que yo haya podido dar y hacer. ¡Gracias Jerez! Ahora, cuando la divina providencia ha querido ponerme al frente de este Arzobispado Castrense de España, renuevo el deseo de ser “un obispo de todos y para todos, un hermano entre los hermanos", que con cercanía y humildad parta el pan de la Palabra y de la Eucaristía, que se “gaste y desgaste” en llevar a la grey por los senderos de la santidad, y en ser siempre alegre heraldo del Evangelio de Jesucristo, que sacia el ansia de felicidad y eternidad que hay en el corazón humano.

“El fruto de la justicia será la paz” (Is 32,17).

3. La religión es un elemento integrante de la conciencia del hombre, una categoría universal indispensable, ya que se presenta como un fenómeno característico de todas las sociedades y culturas. La existencia humana no se halla arrojada entre las cosas, sino religada por su raíz a lo que constituye su fundamento esencial: Dios. La dimensión religiosa de la persona no debe ser infravalorada, ni silenciada en la esfera pública; la historia demuestra que cuando esto sucede se termina arruinando la vida de los hombres y de las naciones. Por el contrario, el “genuino sentimiento religioso” es fuente inagotable de respeto mutuo y de armonía entre los pueblos; más aún, en él se encuentra el principal antídoto frente a la violencia y los conflictos (cf. Juan Pablo II, Mensaje Jornada Mundial de la Paz, 2002).

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10.09.08

Tristeza ante un proyecto de ley

Aquellos mismos días en que el Gobierno central del Estado anunció la creación de una subcomisión parlamentaria para estudiar la reforma de la Ley del Aborto, o –como ya se precisó entonces- para hacer una nueva Ley de plazos sobre esta delicada materia, visitaba nuestro país el cardenal Joseph Levada, prefecto de la Congregación romana para la doctrina de la fe. Interrogado por los informadores sobre qué impresión le producía tal noticia, el cardenal contestó que sentía tristeza.

Realmente, éste es también el sentimiento con el que escribo estas líneas: un sentimiento de mucha tristeza. Y la razón es que –como también afirmó el cardenal Levada- en este caso se toca el derecho a la vida y este derecho no es un tema meramente político, sino que alcanza las mismas raíces del género humano. Al afirmar que no es un tema meramente político, también debiéramos añadir que no es un tema meramente confesional. De todos es conocida la doctrina católica sobre el aborto. Se trata también de un tema de civilización, de ética social.

Sólo Dios es amo de la vida. La vida humana tiene un carácter sagrado e inviolable, en la que se refleja la inviolabilidad del mismo Creador. Precisamente por eso, Dios es juez severo de toda violación del mandamiento “No matarás”, que está en la base de la convivencia social. Dios es el defensor del inocente.

Se habla en España de una cifra que se sitúa en torno a los cien mil abortos al año. Y los observadores consideran que con la nueva ley –según las informaciones de que disponemos en este momento- esta cifra podría aumentar e incluso llegar a duplicarse. Ante tal consideración, hemos de recordar que el grado de humanización de una sociedad puede medirse sobretodo por el respeto que manifiesta en sus leyes a la vida humana y por la manera que tiene de acogerla.

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7.09.08

Más aborto y aquí no pasa nada

Como que hemos perdido la capacidad de sorpresa. Aquí no pasa nada. Acaba de anunciarse una nueva ley del aborto, y la vida sigue igual. Vivimos una profunda crisis económica, y aquí no pasa nada. Como que hemos perdido la capacidad de reacción.

España envejece. No hay reemplazo generacional. La pirámide de edad está invertida, es decir, son muchos más los ancianos que los niños y jóvenes. Las autoridades no apoyan ni una sola iniciativa social que quiera ayudar a las mujeres que quieren ser madres. Todas las facilidades para las que quieran abortar y matar a sus hijos en el seno materno. No hay igualdad de oportunidades. Los que matan tienen mejor cobertura que los que producen vida.

Se apela a la libertad de la mujer, a la separación de la sexualidad y la reproducción. Uno puede disfrutar de su sexualidad sin freno, y eso está protegido, despenalizado, propagado. Y al mismo tiempo, taponar las fuentes de la vida o manipularlas a su antojo, fecundar nuevos embriones in vitro sin conocer ni quién es el padre, y a veces ni siquiera quién es la madre. Estamos ante un claro síntoma de estrepitosa decadencia cultural. Esto no es un avance, esto es un retroceso, porque no se busca el bien del hombre, sino el interés egoísta de cada uno. Por este camino –miremos la historia de la humanidad- han caído los más grandes imperios de la humanidad. Por mucho bienestar que se nos predique, vamos aceleradamente hacia el desmoronamiento de esta sociedad. Lo que no produce vida, sino que produce muerte, contribuye a esa destrucción.

A pesar de todo, “la Iglesia está viva, la Iglesia es joven, la Iglesia lleva en su seno el futuro del mundo”, con palabras del papa Benedicto XVI. En una situación suicida y catastrófica, tenemos puesta nuestra esperanza en el Señor, que no defrauda a los que esperan en él. “Levanto mis ojos a los montes, ¿de dónde me vendrá el auxilio? El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra” (Salmo 121).

El futuro de una sociedad está en manos de las minorías creativas. Nadie puede hoy infundir más esperanza en nuestra sociedad que aquellas familias que se abren a la vida y forman una familia numerosa. De ellos es el futuro. ¿Y quiénes son capaces hoy de realizar esta proeza? Solamente aquellos que creen firmemente en Dios y en la vida eterna. Para uno que cree en la vida eterna, un hijo es copartícipe de esa vida que no termina, y, por eso, se ensancha la mesa para que vengan más hijos a sumarse a esa felicidad en la que cree. Para uno que no cree en Dios ni en la vida eterna, un hijo más es un estorbo para la propia felicidad, es alguien que viene a restar bienestar. A lo sumo se “fabrica” de diseño un hijo o dos para rellenar algunas tendencias insatisfechas. En el primer caso, el hijo es un don que desborda la capacidad de admiración humana, y trae la felicidad consigo. En este último caso, el hijo es un producto humano, se convierte en un objeto peligroso, que hay que evitar a toda costa.

La clave de todo está por tanto en el acercamiento o el alejamiento de Dios. Una sociedad que se aleja de Dios, se vuelve contra el hombre se autoaniquila. Una sociedad con Dios, entiende y valora al hombre no como una amenaza, sino como a un hermano. Por toda Europa están brotando ya pequeñas luces que iluminan esta noche terrible. Parroquias, grupos, movimientos, comunidades, que viviendo al estilo evangélico producen vida abundante. Cuando todas esas luces se juntan, constituyen como un potente foco que nos hace entender todo de otra manera, como Dios lo ha hecho. Es precioso. Millones de jóvenes han descubierto ya esa luz. He ahí nuestra esperanza. Ellos cambiarán esta situación decrépita en una nueva primavera. Demos gracias a Dios.

Con mi afecto y bendición:

+ Demetrio Fernández, obispo de Tarazona