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9.05.10

Cosas que los católicos debemos recordar a la hora de hacer la declaración de la renta

Antiguamente decían los catecismos que el quinto precepto general de la Iglesia era “pagar los diezmos y primicias a la Iglesia de Dios”. Esta formulación tenía una clara inspiración bíblica: el diezmo o décima parte de las cosechas y el ganado y las primicias o frutos nuevos y crías primogénitas fueron establecidos por la Ley Mosaica y se mencionan en el Levítico, los Números y el Deuteronomio, así como en los libros de Samuel, Reyes y Paralipómenos. El origen de la práctica de dar el diezmo al sacerdocio lo atribuye la Sagrada Escritura a Abraham con respecto a Melquisedec. El ofrecimiento de los primeros nacidos incluía a los niños del pueblo elegido, por los cuales se pagaba un rescate consistente en una ofrenda de substitución (el Niño Jesús fue por ello presentado en el Templo).

Entre los primeros cristianos no se consideró necesario renovar los mandatos de la Ley concernientes a los diezmos y primicias porque los fieles daban liberalmente de sus bienes para el sostenimiento de la comunidad; hasta el punto que Orígenes y San Cipriano de Cartago negaron esa obligación. Sin embargo, al comenzar a enfriarse la generosidad de los cristianos y, por otro lado, crecer las necesidades de la Iglesia con su cada vez mayor extensión y organización, fue preciso asegurar los medios de su subsistencia mediante la demanda a los creyentes de un impuesto bajo obligación de precepto. Como la sociedad de la Edad Media era eminentemente patrimonial y agraria se recurrió al sistema de diezmos y primicias, que, sin embargo, causó alguna confusión en el contexto del feudalismo, sobre todo cuando la propietaria de tierras era directamente la potestad espiritual, ya que no se distinguía convenientemente lo que eran derechos reales del señor o verdaderos y propios impuestos.

La revolución urbana y el auge de la artesanía y el comercio monetizaron la percepción de los diezmos y primicias por parte de la Iglesia. Los teólogos clásicos justificaron el derecho de Aquélla a recaudar impuestos recurriendo a la noción de sociedad perfecta, es decir la que tiene en sí misma los medios necesarios para la consecución del fin que le es propio. La doctrina católica sólo reconoce como perfectas y paralelas dos sociedades: el Estado (sociedad política) y la Iglesia (sociedad espiritual), que corresponden a la naturaleza humana, que es doble, pues consta de un principio material (cuerpo) y un principio inmaterial (alma). Si en cada una de ellas las partes han de contribuir al todo para que los medios de la consecución del propio fin de cada una sean aptos, es claro que tanto el Estado como la Iglesia pueden exigir impuestos bajo la forma que más se adapte a las circunstancias de tiempo y lugar. El problema es que esta sencilla y clara explicación no la entienden muchos católicos, que creen que porque la Iglesia es sobre todo espiritual vive del aire.

La Iglesia Católica acumuló, es cierto, muchas riquezas a lo largo de la Historia, especialmente en los siglos de fe. Llegó a ser propietaria de un ingente patrimonio; pero hay que considerar también que gracias a la garantía que éste representaba podía sostener su inmensa obra de beneficencia independientemente de la potestad temporal. Es más: el Estado normalmente quedó eximido de no pocas de sus obligaciones asistenciales gracias a que la Iglesia se encargaba de atenderlas mediante la organización de la caridad (orfanatos, hospitales, escuelas, asilos, cementerios, etc.). Los misioneros, además de llevar la fe a pueblos remotos, fueron los primeros en implantar la civilización y sus avances positivos (abriendo caminos, excavando pozos, construyendo dispensarios, enseñando a cultivar la tierra…), mucho antes de que llegaran los funcionarios estatales con su burocracia y sus estructuras (y, no pocas veces, desgraciadamente, también sus abusos). De otro lado, las tan discutidas riquezas de la Iglesia, en su mayor parte, es imposible convertirlas en líquido porque se trata de patrimonio artístico y cultural, que sería imposible e injusto enajenar. Las turbas que, durante la persecución religiosa en España destruían los tesoros de los santuarios y conventos no hicieron tanto daño a la Iglesia cuanto a la Cultura, pues mientras aquélla se rehízo ésta sufrió irreparables pérdidas.

En nuestro país existe, además, un prejuicio muy extendido entre los fieles y que consiste en creer que “el Estado paga a la Iglesia”. Esto proviene en primer lugar de siglos de concordia entre el trono y el altar en una nación, como la española, eminentemente católica, lo que originó la idea de que era natural que un Estado católico sostuviera a la Iglesia: pero es sencillamente falso. Un Estado puede ser católico y prestar su colaboración a la Iglesia, pero no por ello deja de subsistir la obligación de los fieles de subvenir a las necesidades de ésta mediante su óbolo (antiguamente, los diezmos y las primicias). Por otra parte, el concordato de 1953 entre el Estado español y la Santa Sede garantizó el pago de la llamada “congrua” destinada al mantenimiento del culto y clero de la religión católica, que era entonces la del Estado. Ello dio la impresión de que éste, por ser confesional, se encargaba de sostener a la Iglesia. Nada más erróneo: en España bajo el régimen concordatario anterior el Estado no pagaba a la Iglesia por ser confesional sino por haber sido ladrón, así de sencillo. La congrua se abonaba en concepto de indemnización por las sucesivas desamortizaciones y confiscaciones de que había sido víctima el patrimonio eclesiástico y no en virtud del llamado “nacional-catolicismo”. Lo que pasa es que como la Iglesia supo administrarse y no hizo pesar su derecho a percibir el óbolo de los fieles, éstos se acostumbraron a pensar que estaban exentos de pagar y que era una obligación del Estado y no de ellos el mantener a la Iglesia.

Con el nuevo sistema de asignación tributaria (mediante la famosa crucecita en la casilla de la Iglesia de los modelos de declaración de la renta) no han cambiado las ideas: se sigue creyendo que “el Estado paga a la Iglesia”, pero no hay tal. El Estado lo que hace ahora –extinguida por mutuo acuerdo la obligación de la antigua congrua– es simplemente actuar como recaudador intermediario entre la Iglesia y sus fieles, que libremente pueden elegir destinarle un mínimo porcentaje de sus impuestos. El Estado no está regalando nada a la Iglesia, como tampoco lo hacía antes. Simplemente distribuye la parte de los impuestos de libre disposición de los contribuyentes entre sus destinatarios (organizaciones de beneficencia, ONG y también la Iglesia). Y esto lo hace el gobierno socialista, como podría hacerlo un gobierno del PP o incluso uno comunista y ateo porque así lo marca la ley. No es cuestión aquí de confesionalidad o no confesionalidad, de laicismo o de indiferentismo religioso. Es una solución práctica que a la Iglesia le viene muy bien porque, desgraciadamente, si tuviera que depender de la iniciativa y empuje de sus hijos, hay que decir con pena que podría esperar sentada y se moriría de hambre: así de mal acostumbrados estamos por nefastos atavismos.

Y es que hasta hace poco a los católicos en España todo les venía ya dado. En este país la religión católica –como dirían los franceses– allait de soi (se daba por hecha). La cara de la medalla es que estuvimos históricamente exentos de las guerras de religión y de las controversias y polémicas que azotaron otros países de Europa. En los siglos XIX y XX se dio, sí, una ofensiva de una minoría política contra la Iglesia, pero siempre se volvía al redil. La última persecución fue sangrienta mas seguida de una extraordinaria floración religiosa. Si se hace un balance de nuestra historia religiosa, aquí no hemos tenido que sobrevivir como católicos más que en momentos muy puntuales, a diferencia de otras importantes naciones. Piénsese Inglaterra, donde la implantación de la Reforma protestante fue mortífera para el catolicismo; en los países escandinavos, en los cuales prácticamente no quedó rastro de la antigua fe; en Alemania, en que la Cristiandad se escindió en dos bandos que se hicieron una sangrienta guerra hasta que la Iglesia Católica quedó reducida a la tercera parte de la población; en Francia, que fue azotada no sólo por las guerras de religión, sino por los embates de la Revolución y de la República jacobina; en los Estados Unidos, donde el Catolicismo se hizo a sí mismo desde una posición de desventaja y exigua minoría…Pues bien, ¿no es sintomático el hecho comprobado que precisamente allí donde la Iglesia se ha tenido que buscar la vida los fieles sean más generosos (con gran diferencia) que en los países tradicionalmente católicos?

Reconozcámoslo: los españoles no somos generosos con nuestra Santa Madre: es triste pero es así. En los cepillos y las bandejas de la limosna dominical echamos la calderilla que nos molesta y nos cuesta sacar un billete aunque sea de cinco euros. Total, “el Estado paga” (lo cual ya hemos visto que es falso). Otro detalle: cuando se trata de bautizar a un hijo o casarse o cuando viene la época de las primeras comuniones echamos la casa por la ventana y hasta nos endeudamos para sufragar los gastos extrínsecos (aderezos, vestidos, banquetes, regalos, reportaje fotográfico y hasta bomboneras de recuerdo) a lo que es la substancia del acto sacramental. Sin embargo, cuando viene la hora de abonar la justa compensación, no por el rito en sí (que no tiene precio ni se puede pagar bajo pecado de simonía), sino por el trabajo de los que lo hacen posible, entonces todo es llorar miseria y acusar a la Iglesia de pesetera. Nos gastamos de buena gana diez mil euros en los aspectos mundanos del evento y nos quejamos si tenemos que pagar pero que ni la vigésima parte de esa cantidad, lo que no es sino de mera justicia cuando no de delicadeza, la que deberíamos tener para con la Iglesia. No es extraño que seamos de las comunidades católicas más lánguidas y conformistas y menos pujantes del mundo (y ésta es la cruz de la medalla de nuestro catolicismo facilón). Cómo se ve que no nos hemos tenido que buscar la vida como otros hermanos en la fe.

Claro es también que, a veces, vistos ciertos personajes del clero (purpurados, mitrados y condecorados incluidos) y dadas determinadas conductas escandalosas, no apetezca dar ni un duro partido por la mitad, pero, ¿quiénes somos para juzgar? En la época de la vida terrenal de Jesucristo, la religión mosaica contaba con su buen número de hipócritas y sinvergüenzas (a los que no se retuvo en recriminar ásperamente el Maestro) y, no obstante, jamás enseñó que había que abstenerse de pagar los diezmos y las primicias u ofrecer el óbolo. Dios es juez de cada uno y ve el corazón y la intención de quien da de lo suyo para su gloria y el bien de la comunidad. Los malos administradores ya le darán cuenta, pero no debemos dejar de sostener por causa de ellos a la que nos da la vida sobrenatural y nos facilita con ello los medios de salvarnos, que, a la postre, es lo que importa. Reflexionemos en ello durante esta época de la declaración de la renta y que nuestra generosidad vaya más allá aún y sobrepase los límites de los formalismos legales. Al fin y al cabo, si, como se nos dice “Hacienda somos todos”, tanta más verdad hay en aquello de que “todos somos Iglesia”.

6.04.10

La Reforma litúrgica: visión de un protagonista

Con el renacido interés por la Liturgia que ha traído el pontificado de Benedicto XVI entre los fieles católicos de a pie, vuelven a recuperarse las figuras de los más eminentes liturgistas de nuestro pasado reciente. Mientras que proliferan las referencias a hombres tan importantes como Klaus Gamber, una de ellas, la del Cardenal Ferdinando Antonelli, quizás siga aún siendo una gran desconocida para el público en general.


No vamos a hacer aquí un semblante biográfico del Cardenal, sino que venimos a recomendar un libro que es realmente interesante. Se trata de “El Cardenal Ferdinando Antonelli y la Reforma Litúrgica”, que publicó en español Ediciones Cristiandad en 2005. En dicha obra se recogen los escritos inéditos del Cardenal Antonelli, que fue uno de los protagonistas de dicha Reforma Litúrgica, sobre todo hasta el Concilio.

En dichos escritos se trasluce el entusiasmo del Cardenal Antonelli por la renovación litúrgica, conforme a lo dictado por la encíclica Mediator Dei de Pío XII en 1947 (Antonelli perteneció a la que denominaron como Comisión “piana” [querida por Pío XII] que llevó a cabo una parte de renovación litúrgica -la reforma del Sábado y Santo y la de la Semana Santa- bajo el pontificado de Pío XII). Y también queda clara la profunda decepción que este purpurado sufrió con la creación y los trabajos del Consilium ad exsequendam Constitutionem de Sacra Liturgia, de la que el Padre Annibale Bugnini (quién después de un período de confianza casi absoluta por parte de Pablo VI, sería después, en enero de 1976 “degradado” por el Papa y alejado de Roma al ser promovido como Nuncio Apostólico en Irán) era secretario, mientras que Antonelli –con muchísimo más conocimiento y experiencia en Liturgia- sólo un simple miembro.

El Consilium, con Bugnini como máximo artífice de sus trabajos, fue el responsable de que la Reforma Litúrgica querida por el Concilio Vaticano II quedara como quedó, y acabara convirtiéndose en una continua fuente de conflicto, que perdura hasta nuestros días. La obra mencionada da una idea de cómo se desarrollaron los entresijos de esta reforma, del perfil de los que trabajaban en ella y de cómo se acometían los trabajos. Los frutos litúrgicos surgidos de este Consilium ya los veía venir, desde su mismo establecimiento el Cardenal Ferdinando Antonelli, y en sus notas privadas expresó con contundencia y dureza el problema que se venía encima.

Con la recomendación de que adquieran este libro, traemos aquí algunas citas del mismo, palabras del Cardenal Antonelli, que son realmente interesantes y profundamente reveladoras de lo que se coció en los fogones de la Reforma litúrgica postconciliar.

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“Ayer, 23 de julio de 1968, hablando con Mons. Giovanni Benelli, Sustituto de la Secretaría de Estado, mostré mis preocupaciones sobre la reforma litúrgica que se hace cada vez más caótica y aberrante. Noté en particular:


1-La ley litúrgica que hasta el Concilio era una cosa sagrada, para muchos ya no existe. Cada uno se considera autorizado a hacer lo que quiere y muchos jóvenes actúan así.


2-La misa, sobre todo, es el punto doloroso. Se van difundiendo las misas en casa, en pequeños grupos, en conexión con comidas comunes: la cena.


3-Ahora comienza la acción disgregadora en torno a la confesión.


4-Hacía notar que parte de responsabilidad de este estado de cosas está en la relación con el sistema de los experimentos. El Papa ha concedido al Consilium la facultad de permitir los experimentos. El Consilium utiliza libérrimamente esta facultad. Un experimento hecho en uno o en pocos ambientes cerrados (un monasterio, una parroquia funcional) y por un tiempo limitadísimo, puede valer y es útil; pero concedido ampliamente y sin límites restrictivos de tiempo es el camino abierto para la anarquía.


5-En el Consilium hay pocos obispos que tengan una preparación litúrgica específica, muy pocos que sean verdaderos teólogos. La carencia más acentuada en todo el Consilium es la de los teólogos. En liturgia, toda palabra, todo gesto traduce una idea que es una idea teológica. Dado que actualmente toda teología está en discusión, las teorías corrientes entre teólogos avanzados inciden sobre la fórmula y sobre el rito. Con esta consecuencia gravísima: que mientras la discusión teológica permanece al nivel alto de los hombres de cultura, puesta al nivel de la fórmula y del rito se pone en marcha para su divulgación entre el pueblo. Podré ilustrar este punto de vista con varios elementos de la Instructio de cultu mysteryy eucharistici del año pasado”.

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Lo que es triste (…) es un dato de fondo, una actitud mental, una postura preestablecida, y es que muchos de los que han influido en la reforma, (…) y otros, no tienen mor alguno, veneración alguna por lo que nos ha sido transmitido. Tienen de entrada menosprecio por todo lo que hay actualmente.Una mentalidad negativa, injusta y perjudicial. Desgraciadamente, también el Papa Pablo VI está un poco de esa parte. Tendrán todos las mejores intenciones, pero con esta mentalidad son llevados a derribar y no a restaurar”.

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“Es seguro, además, que Pablo VI seguía con atención los trabajos de este Consilium. Recuerdo al respecto que en una reunión de dicho Consilium, y concretamente en la del 19 de abril de 1967, Pablo VI intervino personalmente; y me llamó la atención el hecho de que, hablando del camino actual de la realización de la reforma litúrgica, Pablo VI manifestara su amargura, porque se hacían experimentos caprichosos en la Liturgia, y expresó también su dolor por ciertas tendencias hacia una secularización de la Liturgia. Pero reconfirmó su confianza en el Consilium. Y no se da cuenta el Papa de que todos los perjuicios nacen de cómo ha planteado las cosas el Consilium en esta reforma”

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Peor el sistema de las votaciones. Normalmente se hacen levantando la mano, pero nadie cuenta quién la levanta y quién no, y nadie dice tantos aprueban y tantos no. Una verdadera vergüenza”.

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“Ha sido nombrado Secretario de la nueva Congregación del Culto Divino el P. Annibale Bugnini, CM. Podría decir muchas cosas de este hombre. He de añadir que Pablo VI lo ha apoyado siempre. No quisiera equivocarme, pero la laguna más notable del P. Bugnini es la falta de formación y sensibilidad teológica. Falta y laguna grave, porque en la liturgia cada palabra y cada gesto traducen una idea que es idea teológica. Tengo la impresión de que se ha concedido mucho, sobre todo en materia de sacramentos, a la mentalidad protestante. No es que el P. Bugnini haya creado estos conceptos, nada de eso, él no ha creado, él se ha servido de mucha gente, y, no sé por qué, ha introducido en el trabajo a gente hábil pero de matices teológicos progresistas. Y, o no se ha dado cuenta, o no ha resistido, como no se podía resistir a ciertas tendencias”

11.03.10

Santiago... y cierra

El 2010 que acabamos de estrenar es año Jacobeo. Al caer la festividad de Santiago en domingo, la Iglesia nos propone un especial tiempo privilegiado de gracia que no podemos dejar de aprovechar. El Papa lo ha dicho en su saludo con ocasión de la apertura de la Puerta Santa: “se abre un tiempo especial de gracia y de perdón, de la “gran perdonanza”, como dice la tradición. Una oportunidad particular para que los creyentes recapaciten sobre su genuina vocación a la santidad de vida, se impregnen de la Palabra de Dios, que ilumina e interpela, reconozcan a Cristo, que sale a su encuentro, les acompaña en las vicisitudes de su caminar por el mundo y se entrega a ellos personalmente, sobre todo en la Eucaristía”.

Peregrinar a la tumba del Apóstol es una experiencia más que recomendable para los creyentes, y este año se nos brinda una especial oportunidad: la de conseguir la bula jubilar, y la gracia de la indulgencia plenaria completa. No volverá a repetirse un año Jacobeo hasta 2021. Aprovechando que este año es Año Santo Compostelano, recomendaría a todos que peregrinaran a Santiago, para su crecimiento espiritual personal y también para pedir al Apóstol por España.

Pero no es eso, o no sólo eso, lo que me he propuesto comentar en estas líneas. Todos conocemos, o deberíamos conocer, la importancia que Santiago el Mayor, patrón de España, ha tenido en nuestra historia patria. Ese Apóstol cuyos restos reposan en Galicia ha favorecido especialmente a nuestra tierra desde tiempos muy remotos, y a él se encomendaron generaciones y generaciones de españoles para librarse del yugo del opresor mahometano y reconquistar el suelo que los moros les arrebataron, devolviéndoselas a Cristo.

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19.02.10

Importantes precisiones de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei

Por la trascendencia de lo que se relata en el artículo, y con permiso de sus autores (
puede leerse la entrada original en esta dirección: http://roma-aeterna-una-voce.blogspot.com/2010/02/importantes-precisiones-de-la-pontifica.html ) traemos hoy aquí un artículo escrito por la asociación Roma Aeterna sobre el último documento emitido por la Pontificia Comisión Ecclesia Dei aclarando importantes puntos sobre la aplicación del motu proprio Summorum Pontificum. Este artículo, además de su indudable valor didáctico, tiene la virtud de ser el único que junto a las respuestas de la Comisión Ecclesia Dei, introduce las preguntas que motivaron el documento. Recomendamos vivamente su lectura a todos nuestros visitantes, y agradecemos a Roma Aeterna que nos haya permitido su reproducción en nuestro blog.

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19.01.10

A propósito de apariciones marianas

En las últimas semanas se han puesto nuevamente de actualidad las presuntas y conocidísimas apariciones marianas de Medjugorje (en territorio de la antigua ex Yugoslavia). La visita a ese lugar hecha por el cardenal austríaco Schönborn (foto arriba) sin anunciarse al obispo de Mostar, ordinario del lugar, ha causado la natural polémica. Para unos ha sido un espaldarazo dado por una alta autoridad de la Iglesia a los fenómenos que allí tienen lugar, dejando así en un papel ingrato a Mons. Ratko Peric, que no reconoce su autenticidad; para otros, el gesto del arzobispo de Viena es una provocación y no ha hecho sino crear más confusión en un asunto ya de por sí complicado. Medjugorje ha sido objeto de estudio por teólogos, científicos y estudiosos, sin que exista hasta ahora consenso en el juicio que les merecen las manifestaciones que vienen produciéndose desde hace casi veinte años. A título de información, consignaremos dos ejemplos de posturas encontradas frente a ellas: favorable la de Mons. René Laurentin, conocido teólogo y especialista en temas de apariciones (http://wap.medjugorje.ws/en/articles/medjugorje-position-church/), y contraria la de Michael Davies, publicista galés y acreditado conocedor de la evolución de la Iglesia en el último medio siglo (http://www.mdaviesonmedj.com/).

No vamos aquí nosotros a dilucidar una cuestión (la de la autenticidad o no de estas apariciones) que, por lo que a España respecta, es siempre de gran interés por la cantidad de fenómenos de este tipo que se han dado y se siguen dando en nuestro país, como, por ejemplo, los de El Escorial, curiosamente contemporáneos de los de Medjugorje. Tanto éstas como aquéllas están, por así decirlo, sub iudice y el juez nato competente en estos casos es, primeramente, el ordinario del lugar. La Santa Sede raramente se avoca una causa del género, cuidadosa siempre en extremar la prudencia para no fomentar una credulidad malsana y, desde luego, nunca sin oír antes el dictamen del obispo diocesano. Se prefiere siempre agotar la primera instancia, como ha pasado con Garabandal. La Congregación para la Doctrina de la Fe (competente en la materia) declinó más de una vez ocuparse de este caso, indicando que era al obispo de Santander a quien correspondía investigarlo. Lo que en estas líneas queremos es recordar algunas nociones de doctrina católica sobre las apariciones en general, ya que parece existir mucha confusión al respecto. Tanto aparicionistas como anti-aparicionistas esgrimen las más de las veces argumentos que no se sostienen, cuando, en realidad, es muy sencillo abordar el tema como se debe.

En primer lugar, hay que distinguir entre Revelación y revelaciones. La Revelación, con mayúscula es la que Dios ha querido comunicarnos para nuestra salvación según las palabras de la Epístola a los Hebreos (I, 1-3): “Multifariam, multisque modis olim Deus loquens patribus in prophetis : novissime, diebus istis locutus est nobis in Filio, quem constituit hæredem universorum, per quem fecit et sæcula : qui cum sit splendor gloriæ, et figura substantiæ ejus, portansque omnia verbo virtutis suæ, purgationem peccatorum faciens, sedet ad dexteram majestatis in excelsis” (Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo a quien instituyó heredero de todo, por quien también hizo los mundos; el cual, siendo resplandor de su gloria e impronta de su sustancia, y el que sostiene todo con su palabra poderosa, después de llevar a cabo la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas”).

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