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12.08.18

Ecumenismo. ¿Significa algo hoy?

El “ecumenismo” fue una de las grandes “creaciones” del CV II. Y fue también uno de los grandes “caballos  de  Troya” que socavaron la Doctrina, la Pastoral y la misma Teologia católicas; y, por tanto y de intento, la misma “esencia” de la Iglesia Católica tal como fue fundada por Jesucristo y asistida por el Espiritu Santo, “para la salvación del mundo". Y, de hecho, así se había vivido y enseñado en  el seno de la Iglesia… casi hasta nuestros días.

Pero esto cambió radicalmente con el CV II y con el concurso, necesario y eficaz, de Juan XXIII y Pablo VI. Luego, san Juan Pablo II y Benedicto XVI, se encontraron lo que se encontraron, e hicieron lo que hicieron, y lo que pudieron: lo que no pudieron, no..

¿Qué pretendió y, en consecuencia, qué trajo el CV II al respecto? ¿Cuál fue ese “cambio radical” del “entendimiento” y de la “doctrina” respecto al “ecumenismo", que ha marcado -profunda e inútimente, en mi opinión- el quehacer de la propia Iglesia, especialmente desde su Cabeza? Finalmente, ¿qué vueltas y revueltas ha dado el tema, y en qué ha quedado a día de hoy?

Empezando por esto último, hay que afirmar que ha quedado en “agua de borrajas", como se dice coloquialmente: algún que otro gesto -bienintencionado o no: dependerá de la conciencia de sus ejecutores y patrocinadores-, de cara a la galería y a la opinión pública; pero nada sustancial, porque no puede pasar de ahí, aunque se haya pretendido. Y, desde luego, no se puede ir a donde se ha querido llevar el tema, so capa y riesgo de cargarse la misma Iglesia Católica. Lo dijo muy bien Benedicto XVI cuando afirmó que “la deseada unión” era más “cosa de Dios” que nuestra. Pues eso.

Porque, ¿qué se pretendía? ¿Era razonable y bueno desearlo? Y, ¿qué precio se estaba dispuesto a pagar? Precio que, naturalmente, iba a pagar la Iglesia Católica: quien no tiene nada no puede pagar nada.

Con el ecumenismo se pretendía la “unidad". Pues muy bien: nada más deseable. ¿Con qué método? Muy “sencillo": la Iglesia Católica renunciaba a ser Una, Santa, Católica y Apostólica, es decir, perdía sus señas de identidad y sus notas fundacionales, para ser “una” con las demás iglesias y nunca sin las demás.

Por tanto, no podía ya presentarse como la única Iglesia Verdadera, poseedora de la Verdad Plena sobre Dios, sobre el mundo y sobre el hombre; con la plenitud de la Revelación divina en su seno y con todos los medios necesarios -de Doctrina, de Gracia- para obrar la Salvación que Cristo nos consiguió en el Calvario, Ni tampoco poseer la plenitud de Cristo. Y ya “lo de fuera de la Iglesia no hay salvación", ni mentarlo.

La Iglesia Católica no podía presentarse así porque las cosas -para los grandes “innovadores"; o sea, para la clericalla progre sin Fe y sin Doctrina, aunque sobrada de “títulos” y, también en muchos casos, de cargos oficiales y dinero a voluntad- no eran así. El camino era “caminar todas juntas hacia la plenitud del encuentro final con Cristo [siempre “el futuro": única manera de justificar cargarse el presente: puro marxismo y puro socialismo], porque ninguna lo posee en plenitud .-y menos aún en propiedad, y porque todas tienen “algo” de verdad". “Si incluso alguna tiene el Bautismo", aducían los “buenos” teloneros. Claro que se les podía responder que “para qué lo querían -a Cristo-, si no reconocían Quién era, ni a qué conducía ni comprometía".

De hecho, en los debates y discusiones conciliares, uno de los argumentos que constantemente la progrez clerical ponía sobre la mesa para cargarse la doctrina de siempre era: “es que esto va contra el ecumenismo", o “es que esto puede ir contra la unidad de las iglesias cristianas” o de los “hermanos separados", como se empeñaron en llamarles: como si eso no fuese la manifestación patente de que se habían largado con viento fresco, es decir, manifestación de la falsedad de querer presentarse aún como “iglesias".

Antes del Concilio ya se había tratado el tema con seriedad en la Iglesia Católica, desde su misma Cabeza. Y se había proclamado que ese deseo estaba muy bien; se reafirmaban las Notas de la Iglesia Católica, la única Verdadera, “sinmmancha ni arruga", fundada por Jesucristo para la Salvación de todos. Sentado esto, se definía que la “unidad” sólo podía hacerse en base a la “vuelta", al “retorno", a la “re-integración” de los que se habían separado. O sea: “pues que vuelvan".

En el CV II, donde se trata extensa y, en cierto modo, “agriamente” el tema, a la hora de las conclusiones y de los documentos que se publican, las bases anteriiores han desaparecido, así como cualquier palabra que pueda recordar o remitir, aunque sea de lejos, a las usadas por el Magisterio anterior.

Pero por la Iglesia no iba a quedar; y así, se crea un organismo para que trabaje la “unión” con los “hermanos separados” y las “iglesias cristianas"; y ya puestos y lanzados a la vorágine, otro organismo más para el “diálogo” [nuevo “caballo de Troya” conciliar: demoledor] con los “no-cristianos"; y -total ya-, otro más hasta con los “ateos", pasando por otro con los judíos. Como era de esperar, estos contestaron inmediatmante que “de eso, nada". Lo mismo que los ortodoxos. Y en eso están.

Por cierto, ateos organizados no había, ni hay, más que los “masones", que yo sepa; y su ADN se caracteriza, como se sabe porque es notorio, por “un deseo insaciable de unidad con la Iglesia Católica", creo. O sea: anticatólicos a más no poder, para lo que les valen todos los medios a su alcance. Y los usan, por supuesto. Sí, en el CV se alentó el trato con los masones: ¡todo por el diálogo y la unidad!. Y ahí se está.

A día de hoy, desde la Iglesia se está dispuesto a dialogar con todos. El problema es que delante no tiene a nadie que quiera eso mismo. Hay reuniones, sí. Se firma algún papelillo muy de vez en cuando, también; el problema es que luego en su aplicación, sólo lo hace la Iglesia, porque es Una y Única: de las demás, ya se sabe. Y algún que otro gesto público, con la TV delante, claro.

Por lo demás: si da lo mismo porque todo es lo mismo; si no se puede hablar ni de “apostolado” ni de “proselitismo", términos que se han usado en la Iglesia durante dos mil años y que no tenían ni tienen -en la Iglesia- ni rastro de negativos o peyorativos, ¿para qué tanto “diálogo", o tanto “ecumenismo” si, en el fondo y como pretende la clericalla progre, todo es “humo"? O sea: NADA.

Y en eso han quedado las ínfulas del CV II y del postconcilio, con tanta pompa y aparato como vacío e inaniidad.

Amén.

10.08.18

La Fe es la Fe.

Y no lo digo por decir: al contrario. Y lo digo sin “perdón", por supuesto. Porque “la Fe es la Fe; y lo que no es la Fe, no lo es ni lo puede ser".

Lo que sí me parece curioso, como mínimo, es el “esfuerzo” en el que se compromete tanta buena gente con estudios y talentos, en pretender “fundar” histórica, literaria y filológicamente la VERDAD de la Escritura Santa y, no digamos, de los Santos Evangelios.

Lo más “gordo” a mi entender es cuando afirman, por ejemplo, que “no hay razones históricas de peso” para afirmar “tal cosa", que va en contra de lo revelado y recogido en ellas. Y quien dice históricas, dice filológicas, o de otro tipo. 

Les da como “repelús” decir que son razones lisa y llanamente FALSAS; como pasaría si uno dijera que la tierra no se mueve, o que El Pilar no está en Zaragoza…

Y quizá no se dan cuenta de que entrar al trapo de “negar razones de peso", puede implicar, o implica que, aunque de menos peso, “si las hay” o “puede haberlas".

. Y eso es grave; bastante grave, en mi opinión.

Porque, para la Fe, no hay “razones” a favor; solo hay UNA y UNICA “razón": que Dios nos ha hablado, se nos ha revelado; y, en consecuencia lógica, todo es Verdad y no puede no serla; no por definición, sino porque cualquier otra pretendida posibilidad es imposible. Y no hay más. “De peso", naturalmente.

También para negarla, solo hay una: “que no tengo Fe", no me la he encontrado o no me da la gana ejercerla.

Fuera de estas posturas, todo es liarla. Y me explico.

1. Al tiempo o momento de la Fe, lo primero es: CREO. Todo lo demás, todo lo que se pueda especular al respecto, es totalmente secundario; y, por tanto, viene después, si ha de venir…

2. Sin este primer y fundante CREO, es imposible no ya creer, sino ni siquiera entender algo de lo que es la Fe, y/o del actuar de las personas de Fe; ni de Cristo, ni de la Iglesia ni de las realidades sobrenaturales en general o en particular, porque se está en horizontes muy distintos y distantes.

3. Esta es la explicación, en mi opinión, del por qué Jesús afirma directa e inapelablemente -sin posibilidad de interpretaciones, vamos- que: el que crea se salvará, el que no crea se condenará. 

4. Además, Jesús, que yo recuerde ahora, NUNCA da “explicaciones", aunque se las piden tantas veces; en especial cuando sus interlocutores “se enrocan” en sus “razones” y no le admiten lo que Él dice o los “datos” que aporta.

El caso más llamativo por muchas razones -lo recoge San Juan en el cap. VI- es cuando les habla del misterio de la Eucaristía, tras la multiplicación de los panes y los peces: Yo soy el Pan de Vida. 

Indudablemente, que Cristo se haga Pan para nosotros, es el don más grande de Dios a los hombres; y, de hecho y en este contexto, bien podrían decirse las palabras de Cristo referidas a su Pasión: Yo para esto he venido.

Pero cuando se plantan con que si Moisés, con que si el Maná, con que qué señal aportas…, Jesús, erre que erre, sin entrar al trapo, prosigue: “Yo soy en Pan de Vida. Quien me coma vivirá para siempre. Y el Pan que Yo daré, es mi Carne para la Vida del mundo".

Se enrocan aún más, y Jesús prosigue como si no estuviesen diciendo nada -llegarán incluso a rechazarle: “dura es esta doctrina"-: “Mi Carne es verdadera comida, y mi Sangre es verdadera Bebida. El que me come, vive en Mi y Yo en él".

Y se le van. En su misma cara. Y eso que el día anterior “querían hacerle rey". Y que a día de hoy le han dicho: “danos siempre de ese pan".

El Señor podría perfectamente haberles explicado el “cómo” para que entendieran y admitieran “el qué". Pero no lo hace. Y no hay más explicación posible que esta: si no LE CREEN cuando les oferta ser Vida suya, Vida que da la Vida Eterna, no le van a aceptar nada. Y nada les dice.

5. Las explicaciones “eruditas” no les sirven a la gente “normal", a los católicos corrientes, porque son cosas de “eruditos, y para eruditos". Y para nada mas. Y nunca aportan nada que vaya más allá de lo revelado. Porque es imposible.

A los demás nos basta y nos sobra con creer para vivir nuestra vida cara a Dios, como hijos suyos.

Pero creer es exigente; y compromete, de arriba a abajo, a toda la persona. Por eso, además de “asentimiento personal” a lo que Dios mismo nos ha revelado, no he encontrado mejor definición de Fe que la que trae “Surco": “La Fe es la humildad de la razón que renuncia a sus propios juicios y se postra ante lo que viene de Dios y nos enseña la Iglesia” (san Josemaria Escrivá de Balaguer).

Y, a partir de ahí, que cada uno tire millas.

Porque ya me explicará el que sepa y quiera qué aporta a la Fe de la gente el que se diga que “según las investigaciones más modernas de los textos y contextos, no hay duda de que Marcos y Lucas escribieron los Evangelios que llevan sus nombres; mientras que los de Mateo y Juan, ciertamente se les atribuye, aunque puede haber dudas al respecto". Curiosamente, los dos de los Apóstoles.

Bueno, pues todas esas “dudas” -si fuese el caso- se desvanecen cuando uno cree lo que enseña la Iglesia Católica, que: “los Evangelios inspirados por Dios son cuatro, y tienen como autores a Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Mateo y Juan, discípulos del Señor; Marcos y Lucas de Pedro y Pablo respectivamente".

Pues la Fe está, entre otras cosas, para esto. Porque es de Dios y, por tanto, es Verdad.

4.08.18

Lo que no iba a pasar..., ha pasado.

Iba a escribir sobre el Evangelio de mañana domingo, pero la actualidad, bastante “rabiosa” para que se cumpla el tópico, se me ha apoderado. Y se lo dedico a los “ingenuos", por decir algo que se puede decir sin que sea una ofensa. Supongo. Aunque vete tú a saber…

Mucha gente de iglesia -a todos los niveles y en todos sus carismas-, en el mismo CV II y desde su cerrojazo en 1965, han jugado con fuego durante tanto tiempo que, no sólo han acabado quemándose, sino que le están pegando fuego a todo el paisaje y a todo el paisanaje. Lo hayan pretendido así o no, que de todo habrá, y hay. Pero no más de esas dos posibilidades. Y lo están consiguiendo: las cenizas se ven y, en algunos lugares, los restos humean.

Los frutos ahí están: una Iglesia desgarrada como no se conocía desde los intentos de la Reforma, en el s. XVI. Intentos a los que la Iglesia Católica respondió firme y adecuadamente, con un Concilio, el de Trento, que sigue estando vigente, legalmente vigente aunque, en la práctica, el Concilio Vaticano II ha supuesto el fin de esa Contrarreforma Católica; que, al menos en la Iglesia de entonces y en unos cuantos países -España entre ellos-, paró en seco la “reforma protestante". Vamos: la herejía protestante, para ser más técnicos y ajustados a verdad.

Es cierto que a unos cuantos -desde dentro de la Iglesia Católica- todavía les escuece el tema -¡que, a estas alturas ya son ganas de rascarse!-; y están tratando de desmontarlo todo: pegándole fuego al tinglado,como he dicho; porque, para toda esa panda, la Iglesia Católica como tal debe desaparecer. Y ya se han convencido, tras más de dos mil años, de que solo puede hacerse “desde dentro".

¿Cómo se ha llegado a esto en y desde el CV II? Se juntaron un cúmulo de “circunstancias” bien “apañadas” que prendieron la chispa. No es que saltaran chispas, que saltaron, sino que el fuego prendió primero tímidamente, como si no fuese a prosperar; pero luego, poco a poco, la llama fue tomando cuerpo y, a pesar de los cortafuegos de san Juan Pablo II y de Benedicto XVI - por cierto: unos santazos-, hoy todo está que arde. Y tira a base de bien, porque los vientos que corren ayudan: ¡van a toda pastilla! De barbacoa, naturalmente.

Vamos a intentar explicarlo aunque, como es natural, va a estar todo muy resumido: espero acertar con las custiones más importantes; a mi modo de ver naturalmente, porque no tengo otros ojos.

En primer lugar, la Iglesia, desde su Cabeza Visible, el papa Juan XXIII, quiso mirarse a sí misma: cómo se veía a sí misma, y, en consecuencia, qué tenía que decirse a sú misma; a la vez, quiso mirarse en el mundo: en lo que vino a llamarse “los signos de los tiempos", deslumbrada -no Ella, sino los que manejaron los hilos y siguen manejándolos: ellos o sus “retoños"- por esos “signos": la “ciencia” -los progresos técnicos- y la “intelectualidad marxista” -sí: el marxismo; que hay que tener tragaderas para llamar a eso intelectualidad y para creerse intelectual aceptándolo: no digamos, “teólogo"-, que parecían “comerse” todo lo que se les pusiese por delante: el mismo mundo, amén de comerse las personas, las sociedades, las culturas y hasta la misma Iglesia: las “teologías de la liberación” y las “comunidades de base” no son otra cosa. Y lo han conseguido allí donde han arraigado prácticamente la Iglesia Católica ha desaparecido.

Estas fueron las “premisas” que alegó Juan XXIII para convocar el Concilio -"no sin una inspiraciòn interior", dirá en su Diario-; y para Navidad, “todos a casa": ahí la inspiración interior le salió rana, la verdad; para Navidad solo se había acabado la Primera Sesión del CV II, además de estar acabándose la vida del propio Papa, enfermo grave de cáncer de estómago, que no quiso operarse pues estaban comenzando ya los trabajos inmediatos previos. Las premisas no habían salido de él, seguramente, pero las asumió, venidas de gran parte de la gente con la que se había rodeado.

Los frutos no se hicieron esperar, pues el cardenal Montini, su sucesor, estaba “muy bien” preparado para tomar el relevo en la cúpula romana estando, como estaba, perfectamente imbuido de esas premisas -participó en su presentación, discusión y aprobación, dentro y fuera del Concilio-, y otras más que irían saliendo.

Así está, por ejemplo, casi toda hispanoamérica, Brasil incluído y, además, como auténtico “signo": en menos de 40 años, la población católica ha pasado del 96% a menos ya del 50%. Y siguen regodeándose y dándole gloria a “dios” por ello; con una gran parte de su Jerarquía tocando las campanas, no solo alegres, sino eufóricos. Helder Cámara & Cía podría explicar muchas cosas si no fuese porque está gagá. Pero ha escrito incluso un Diario, y eso sí está ahí para el que lo quiera. Y sus manos derecha e izquierda también se saben quiénes eran, y también han largado por extenso: ¡la progrez eclesial había ganado el CV II, y por goleada! Así lo proclamaron ellos y toda la prensa, incluso la poca que estaba en contra y alarmada.

Por cierto: lo de ese mirarse a sí misma me ha recordado lo de David, cuando le entró no se sabe bien qué, y se planteó cuántos súbditos tenía; y mandó hacer el censo de su reino. Y lo hizo. Y el Señor le dió una colleja más que notable. Pues, tal cual. Y en la colleja estamos en la Iglesia Católica. Merecidísima, por otro lado. ¡Deberíamos aprender de la Historia, grande y  pequeña, que enseña mucho: en especial, a no tropezar en la misma piedra!

“Pastoralismo” fue la una de las grandes “visiones” del CV II: se quería un Concilio “pastoral” o “pastoralista". ¡Nada de declaraciones dogmática, por favor! ¡Qué aburrimiento y qué atraso! La Iglesia debía ser una iglesia “moderna", libre de lastres que no la dejaban ser lo que debería ser, que sintonizase con “los signos de los tiempos” y con la gente del hoy, y que en lugar de ver al mundo como enemigo del hombre -mundo, demonio y carne: las tres concupiscencias clásicas-. lo elevase a la categoría de interlocutor: más que válido, autorizadísimo. Al fin y al cabo, ¿no había mandado Jesús a los suyos al mundo?: Id por todo el mundo…

El problema -la madre de todos los problemas-, fue que, en lugar de sintonizar la Iglesia Católica, desde su Jerarquía, su Teología y su Doctrina con los signos de los tiempos para “santificarlos” y ponerlos al servicio del hombre, por ponerlos al servicio de Dios; y convertir de este modo el mundo en un “lugar teológico” por excelencia, que fuese para todos los hombres de todos los tiempos el lugar del “primer encuentro” de Dios con el hombre -y del hombre con Dios-, del primer Amor, si se me permite la expresión, precisamente para “ganarnos” el encuentro “eterno y definitivo” con Él…, sucedió todo lo contrario: “los signos de los tiempos” se convirtieron en la pauta por la que debía regirse la propia Iglesia. Y en esto estamos ya; no solo a marchas forzadas -nunca mejor denunciado-, sino en caída libre.

Pero “la pastoral", sin la Teología y sin la Doctrina que le dan cancha, le marcan el rumbo y la protegen de peligrosos “experimentos", no llega a ningún sitio; o no llega a nigún sitio adecuado; y se estampilla contra las rocas como un barco sin gobierno.

Y no lo digo yo, sino los mismos “protagonistas” a los que les ha estallado la bomba entre las manos; por ejemplo, los Obispos chilenos: “Hemos fallado en nuestro deber de pastores”. Y no han sido los únicos en reconocerlo. Y habrá más declaradas de estas, porque no hay otra forma de darle la vuelta al asunto, ab interno de la Iglesia, que este reconocimiento: mea culpa!

Y desandar, claro, el camino. Contritos, si es posible, y eliminados los componentes de la progrez eclesial; que, no son nada difíciles de detectar.

El fracaso de la pedagogía de la religión en las mismas escuelas catoíicas; el fracaso de las catequesis a todos los niveles; el fracaso en el acceso de los católicos a los distintos Sacramentos, donde se les ha dejado sin criterios morales; el fracaso de las universodades católicas para mantener el tipo “en católico"; el peso -nulo- de la Iglesia Católica -y de “los católicos” a nivel personal- en las sociedades, en los Foros Internacionales y en los Países -salvo con Juan Pablo II y con Benedicto XVI-; todo eso y más marcan unos niveles tan desastrosos como dolorosos: el cierre de tantas casas religiosas, el vacío de los seminarios, y la nulidad -espiritual y apòstólica- de tantas vidas sacerdotales y religiosas…, dan unos resultados tan estremecedores como ciertos, y que no hay forma de tapar. Porque, no se enciende una luz para ponerla debajo de un celemín

Durante muchos años -durante el mismo Concilio y después de él- en la Iglesia se nos ha vendido la “burra” de que la Doctrina no se tocaba. La misma burra que se nos ha presentado últimamente con todas sus mataduras: “la Doctrina no se toca, se cambia la pastoral", que fue y es un mantra adormecedor y engañador: “se busca simplemente -pretendían explicar- comprender y acompañar al personal de una forma más profunda, más humana, más cercana y más misericordiosa"…, sin “torrarles” -ni mucho menos ofenderles diciéndoles la verdad de siempre- con catecismos, pecados y demás.

Bueno: pues ¡ya se ha abierto el melón; y se ha tocado la Doctrina de siempre! De hecho, “se ha cambiado algún punto del Catecismo de la Iglesia Católica", por “inadmisible". El primero, sí. Claro que siempre se empieza por uno: se le quita el “tapón” a la botella y ya se puede beber y/o verter el contenido.

Los “ingenuos” podrán argumentar que es un punto de segundo orden, y que además “la sensibilidad” de la cultura actual “lo exigía", etc., etc. Ya… Pero esto es como el rascar, que “todo es empezar". Y ya se ha empezado. Por cierto: a esto se le pilla gusto enseguidita; especialmente desde el poder, o desde los contubernios.

Como en las series que están tan de moda hoy, estamos en el cap. 1, de la T 1.

Habrá más capítulos y más temporadas. Necesariamente. Porque la “pastoral", especialmente la desnortada, “necesita” credibilidad y honorabilidad para salvar la cara. ¡Por eso precisamente necesita cambiar muchas cosas de la Doctrina y de la Teología! ¡Y las va a cambiar para poder seguir llamando “pastoral” a lo que ya no lo es! Lo otro, cambiar la pastoral sin cambiar la Doctrina ha sido, y es, un tranpantojo y un engañabobos: la gran mentira.

Es exactamente lo mismo -calcadito- de lo que ha sucedido con las “leyes” y la “legalidad” en el mundo de la política y de la democracia. Y, si se quiere una iglesia “democrática", hay que acabar con la que hay/había: que no lo es, porque no lo puede ser.

Lo que va saliendo es ya otra cosa. O está a punto de serlo.

Amén.

1.08.18

'Al Papa lo elige Dios'

Es un aserto al que se agarra mucha gente, la verdad. Y se agarra a eso, bien por poca formación doctrinal y/o espiritual; bien por un afán -lícito, aunque equivocado- de seguridad. De seguridad en Dios y en la Iglesia, para uno mismo y para los demás; bien porque, sin más, así lo creen ya que, quizás, así se lo han enseñado. Pero hay que decir que las buenas intenciones no hacen verdadera una idea, o un deseo, o una historia.

Otra cosa es que se pueda decir tal cual…, porque no se puede. Simplemente, no es verdad.

Que se sepa, pues está incluso revelado, es que Jesús -verdadero Hombre y verdadero Dios- escogió al primer Papa, a Pedro: Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Y fuera de este -que se sepa, insisto- a ninguno más.

También escogió a los primeros Obispos, los demás Apóstoles. E instituyó el Sacerdocio Católico el dia del Jueves Santo: el mismo día en que instituyó el Sacramento de la Eucaristía y les dio a los hombres la capacidad -sobrenatural- de hacerlo en “su” Nombre: nunca en nombre propio.

Por tanto, lo que Cristo ha dado a “su” Iglesia -la Iglesia Católica y a ninguna otra, aunque esté de moda no decirlo así- como señas de identidad fundacionales y para siempre, es el Papado -con el Papa que lo encarna en cada momento-, son los Obispos -sucesores de los Apóstoles- y los Sacerdotes: su Presbiterio. Que se suceden históricamente a lo largo de los siglos: sin ellos no habría Misa, ni Eucaristía; ni siquiera habría Iglesia, porque no estaría Él presente y actuante: Salvador. 

Por contra, ¡nadie ha dicho jamás que haya visto votar al Espíritu Santo en ninguno de los múltiples cónclaves que ha habido en la historia de la Iglesia! Y no lo han dicho porque no lo han visto: de hecho, nunca ha pasado. Y no ha habido nigún Padre de la Iglesia, ni teólogo digno de ese nombre, ni escuela eclesial ni familia religiosa que haya afirmado tal cosa: que Dios elege al Papa. Nunca.

Porque al Papa lo votan exclusivamente los Cardenales Electores; es decir, los que tienen derecho a voto. Y nadie más. Y sale elegido el que sale elegido, con perdón por la perogullada.

Lo que también se sabe -porque lo han dicho los interesados en hacerlo así y en decirlo-, es que ha habido elecciones en las que el resultado estaba más que amañado de antemano. ¡Cosas de la poca integridad de las personas, aunque sean Cardenales! ¡Así es la vida!

Podría citar casos y dar nombres pero, ¿para qué? No aportan mucho a lo que estamos considerando. Nada, de hecho: ¡si hasta ha habido algún momento con más de uno o más de dos papas! Lo que demuestra, negro sobre blanco, quién elige al Papa. Y a los Obispos los nombra el Papa. Y a los Sacerdotes, su obispo,

Otra cosa es -yendo de abajo a arriba- que la vocacion sacerdotal es divina: ahí sí es Dios quien elige, quien da la vocación. Y uno, la acepta o la rechaza. Y la acepta con todas sus consecuencias, incluido el celibato, renunciando a otras posibilidades -icluso realidades presentes- para ser consecuente con esa llamada divina. Llamada que nadie puede darse a sí mismo. Llamada de la que deben asegurarse -les va en ello su felicidad terrena y eterna- los superiores, empezando por el Obispo. O el Papa y sus asesores, de cara a los mismos Ordinarios que va a llamar personalmente..

Otra cosa es ya la “carrera": la “plenitud del sacerdocio” -los obispos-, reservado a unos pocos que son llamados por sus superiores; y las dignidades -los Cardenales-, que crea el Santo Padre y de donde sale elegido el Papa.

Y así, unas veces sale elegido un Papa a la altura del Corazón de Cristo -los hemos conocido-, y otras veces sale elegido un Papa a la altura del corazón de los hombres, que ya sabemos cómo va la cosa. También los hemos conocido.

En el primer caso, la Iglesia va como la seda, por decirlo de alguna manera; aunque siempre hay “problemas” porque, ni el demonio ni los pastores mercenarios dejan por eso de existir. En el segundo caso y para todos en la Iglesia Católica, son tiempos de más Fe, de más Oración, de más exigencia personal -mayor Santidad, en definitiva-, porque son tiempos de prueba: no para Dios, sino para nosotros por parte de Dios. Porque ahí nos espera.

Y esto no desmiente que, se dé el caso que se dé, Dios siempre escribe derecho: hasta con renglones torcidos. Y “saque de los males bienes, y de los grandes males, grandes bienes".

Amén.