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30.07.17

Vamos a aclarar las cosas, de una vez. II

Evangelizacion

Vamos a aclararlas o, al menos a intentarlo. Porque hay una especie de “seguidismo papanatero” que se ha instalado en algunos sectores eclesiásticos -o asimilados- que empieza a producir un fortísimo rechazo, al menos a mí. Los primeros y más “agresivos", encabezados por los que han estado más de 30 años bramando contra los Papas anteriores, de Pablo VI a Bendicto XVI: ahora son neoconversos papistas, qué digo: ¡más papistas que el Papa!, y se descorazonan cuando los demás no vivimos este pelotillerismo tan de vergüenza ajena, tan burdo y tan poco educado. Los segundos, son gente normalilla, que ni antes ni ahora han roto nunca un plato, son buenines; y a estas alturas, ya no se van a poner. Frente a estos dos grades grupos…, queda un resto de Israel, aquel pusillus grex con el que contaba y en el que confiaba san Juan Pablo II en la Novo Millennio ineunte, “pequeño rebaño” con el que la Iglesia renaciese y volviese a ponerse en camino.

Nadie que conozca al sr cardenal primado de Lima podrá negar que es persona muy preparada, valiente y vehemente; de verbo fácil y cautivador. Lo mismo que nadie podrá negar sus grandes servicios a la Iglesia Católica en Peru, y a los mismos peruanos, a todos los niveles.

Pero me da que esas mismas cualidades, o alguna de ellas, le ha hecho traición; en concreto, en el caso que nos ocupa. Si sus declaraciones públicas y publicadas han salido de él, malo: siento tener que decirlo, por las razones que ya expuse, y otras que me guardo. Pero si ha cedido a presiones de ambientes o de personas para decir lo que dijo, peor: con sus declaraciones, ni le ha hecho un favor a la Iglesia, ni al Papa, ni a las almas; ni siquiera a sí mismo, porque, para mucha gente que le tenía querencia y afecto, se ha desprestigiado grandemente.

Y vamos a entrarle ahora a su gran argumento: “la unidad” y, en buena línea con ella, “la obligación de todos los fieles de mostrar cercanía al líder catolico".

La UNIDAD en la Iglesia, tanto hacia dentro de Ella misma -es familia unida; debe serlo-, como hacia fuera -evangelización y ecumenismo como tarea y misión-, solo tienen y solo pueden tener UNA BASE: la VERDAD que emana de Cristo, y que depositó en la Iglesia, su Esposa -es el depositum fidei-, para que la custodiara, y la transmitiera; amén de para ir sacando de allí -para ilustrar y hacer comprensibles, desde Dios y de cara a Dios, las realidades cambiantes de la vida humana-, lo nuevo y lo viejo. Como haría la mejor de las Madres, que lo es.

Sin respeto ni búsqueda de la VERDAD -sin estar anclados en la Verdad, que es Cristo-, no hay ni puede haber VIDA CRISTIANA: ni en los fieles, ni en nadie en el seno de la Iglesia Católica; que es precisamente la que siempre ha levantado la bandera de la VERDAD: respecto a Ella misma, en primer lugar; para defender luego, a brazo partido -y especialmente cuanto más oscuras bajan las aguas de la cultura y de la sociedad-, la capacidad de la persona humana de alcanzarla, de hacerla suya y de transmitirla en toda su pureza. Esto y este es el hombre, que “es el lugar de la Iglesia". Sin el hombre la Iglesia no existiría, como no habría habido Redención.

Por cierto, una precisión obligada, imprescindible e importantísima: la Verdad es inamovible, no es cambiante; como no lo es, ni lo puede ser, lo que las cosas son: una vaca es una vaca y será toda su vida una vaca y solo una vaca. Y no puede ser otra cosa, ni de otra manera. La “cultura” de la postverdad dice otra cosa, pero ese es precisamente su problema. De ahí lo de los “géneros", por ejemplo, y las tragedias que ha engendrado.

Lo que sí cambia -y puede y debe cambiar- es la “valoración” de las “viejas” y de las “nuevas” situaciones o realidades -directamente humanas o no-, que se han dado y se dan; pero SIEMPRE desde la Verdad. Y, en la Iglesia, desde Cristo, Camino, Verdad y Vida. Porque Cristo ni cambia, ni puede cambiar: es el mismo ayer, hoy y siempre. Y por eso mismo siempre es y permanece criterio perenne; de tal manera que siempre ilumina al hombre de todo tiempo, generación tras generación, en lo que es y en lo que hace.

Así, por ejemplo: cuando surge la temática -artificial e injusta para todos, empezando por ellos mismos a los que injustamente ningunea y destroza- del “mundillo” y de los “derechos” LGTBI, ¿a dónde tendrá que mirar la Santa Madre Iglesia para discernir? ¿A la “cultura” dominante en el momento presente? No, a Jesucristo que dejó dicho que, en este tema, ni hay ni puede haber tales “derechos", porque descalifica esos actos y esa pretendida y falsa libertad: Los tales…, no entrarán en el Reino de los Cielos. 

Otra forma de aproximación solo se puede hacer obviando, arrinconando y rechazando la Palabra de Dios: algo a lo que la Iglesia -lo mismo que los miembros de su Jerarquía- no tiene derecho. Se estaría negando a Ella misma y se estaría negando a sus propios hijos y a todos los hombres de buena voluntad, por haber negado antes -y renegado- de Cristo mismo. Jesucristo siempre es Luz y solo Luz: fuera de Él todo son tinieblas.

La Iglesia se desmorona -y desaparece- cuando renuncia a esa “diaconía de la verdad” -tan suya, tan sobrenaturalmente suya- a la que sirvieron de modo total e íntegro -no han vivido para otra cosa: lo hemos visto- san Juan Pablo II y Benedicto XVI. Y es lo contrario a lo que vemos hoy: se quiera o no ver, se diga o se lo calle uno; porque sin VERDAD -sin Cristo: lo que dice y lo que hace- no hay referentes “objetivos” en los que confluir y a los que acudir. Ni hacia dentro ni hacia fuera de la Iglesia.

Precisamente por esto, incluso más y antes que por los protestantes, el Concilio de Trento tuvo que enfrentar el tema de la INFALIBILIDAD del Papa. Y lo hizo, naturalmente: le era obligado, porque no podía seguir así, sin precisar ni acotar el tema: le iba el ser o no ser. Máxime con la que se le estaba viniendo encima con Lutero & cía.

Ahí tuvo todo un papel el español Merchor Cano, que consiguió que el Concilio le “entrara” al tema del Magisterio del Santo Padre -qué grado de fiabilidad o de “infalibilidad” gozaba-, a la vez que lo acotaba en su justa medida. Y así distinguió -Cano, y el Concilio- entre Magisterio Ordinario y Magisterio ExtraordinarioEx cathedra; y solo éste último gozaba de la cualidad de la Infalibilidad, de la asistencia cierta del Espíritu Santo, al entrar y definir materias de Fe y de Costumbres. Doctrina que, en la doxia y en la praxis, ha permanecido inmutable en la Iglesia hasta antesdeayer, como quien dice -no se había tocado una coma desde entonces-, y declarado “dogma de Fe” en el Concilio Vaticano I: lo único que definió, la INFALIBILIDAD del Papa.

Y de esto, los primeros que han sido conscientes -y han estado pendientes de ello- han sido precisamente los Papas. Otra cosa no se entendería y, por eso, no ha pasado. Como goza también de esa misma Infalibilidad el Concilio reunido bajo el Papa y en comunión con él; y solo en esas condiciones. Y esto lo saben, y deberían ser los primeros en asumirlo y vivirlo también, todos los miembros de la Jerarquía Católica: de otra forma, desbarran y desbaratan, desunen y destrozan, destruyen y no edifican, como estamos viendo y sufriendo. Al precio, eso sí, de convertirse de pastores en mercenarios, que es el término que les aplica el mismo Jesús. Y esto lo debemos saber y tenerlo presente todos los fieles de la Iglesia para no confundirnos ni pretender confundir.

Como si hubiese leído lo que estoy escribiendo, no hace muchos días el card. Müller -hasta “ayer” Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe: el tercero en el organigrama del Vaticano y del gobierno de la Iglesia, por cierto-, hacía la siguiente declaración en una entrevista pública y publicada en EWTN, grabada en EEUU el 12-V-2017: hoy no se puede ir ya con tapujos, tampoco y mucho menos en la Iglesia Católica.

Decía: “Jesucristo es el relator. El Papa y su Magisterio son sólo el intérprete. […] Algunas de esas personas que se presentan a sí mismas como consejeras del Papa y que dicen que en la teología pastoral a veces dos y dos pueden ser cinco… Eso no es posible porque tenemos teología". Denunciaba, con esto, la falsedad que supone la ruptura de la teología y de la doctrina con la pastoral: ‘no cambio una coma -teóricamente, y de cara a la galería- pero, pastoralmente, hago todo lo contrario’. No se puede.

Puntualizaba: “No es bueno que las Conferencias episcopales [Alemania, Malta, Canadá, etc.] estén interpretando oficialmente al Papa. Eso no es católico. No tenemos dos Magisterios, uno del Papa y otro de los obispos. Pienso que es un malentendido, un malentendido malo que hace daño, podria hacer daño a la Iglesia Católica. […] los obispos interpretan al Papa, el Papa interpreta a los obispos (…) eso no es bueno para la Iglesia". Es exactamente lo que está pasando: se ha hecho un GRAN LÍO a lo largo y ancho de la Iglesia Católica. Y no parece que desde la cima se pretenda atajar: da la impresión de que se está comodísimo ahí arriba viendo lo que pasa más abajo.

Denunciaba: “Hay un problema que la Iglesia tiene en el mundo de hoy: que tenemos dos alas, alas ideológicas, extremos, y todo el mundo quiere ganar la batalla contra el otro. Pero tenemos una revelación que viene de Dios: la Revelación, la Palabra de Dios, que unifica a los creyentes [Mi Palabra es Verdad]. Y no es nuestra tarea unificar de una manera totalitaria: ‘todo el mundo debe pensar como yo’, porque el pensamiento de otra persona no es importante para mi salvación. Sólo la Palabra de Dios puede unificar a la Iglesia y salvar a todos".

[La unidad, si no es en la Verdad, solo es impositiva, nunca atractiva, atrayente y liberadora: la verdad os hará libres]

Y concluía: “Creo que precisamente desde el Evangelio tenemos las respuestas a las grandes preguntas de hoy". Todas las respuestas a todas las preguntas: las de siempre, que se hace -debe hacerse cada generación-, y las “nuevas” que se suscitan también en cada generación.

Yo también concluyo, entrándole a aquello de “la cercanía al líder"; y lo hago con unas palabras de Melchor Cano, tan actuales y clarificadoras, que no me resisto a copiar: “Pedro no necesita nuestras alabanzas o nuestras adulaciones. Los que defienden ciega e indiscriminadamente cualquier decisión del Sumo Pontífice son los que más minan la autoridad de la Santa Sede: destruyen sus fundamentos, en vez de reforzarlos". Siglo XVI, y en el ambiente del Concilio de Trento. ¡Ahí es nada!

Creo que Melchor Cano debía estar pensando, por una especie de visión profética, en RD especialísimamente, y aún más en concreto en Vidal, “veneno mortal” y su brazo izquierdo, Bastante, “el permanentemente insatisfecho". Y ya más en general, en todos aquellos que ponen en un mismo plano -sin discernir, sin asomo de “crítica” o “juicio", que debe ser como una gravísima enfermedad o así: una especie de “sida” intelectual y moral- una declaración doctrinal del Papa que un estornudo suyo.

Y no es lo mismo, creo yo.