22.01.20

¿Curas casados o célibes? Alejando el zoom para ver más allá

¿Puede ser la ordenación de viri probati (varones probados) una respuesta a las necesidades de la Iglesia?

Antes que nada, debo decir que no he leído y probablemente no pueda leer por ahora el libro “Desde lo profundo de nuestros corazones”. No pretendo con estas líneas ponerme ni a favor ni en contra del Card. Sarah, de Benedicto XVI ni de Francisco, sino enfocar el tema dando “dos pasos hacia atrás”, o, si prefieren, “alejando el zoom” de la simple cuestión “curas casados sí-curas casados no”.

También debo decir que asumo plenamente lo que hasta el momento ha enseñado el Magisterio de la Iglesia en relación al celibato y el sacerdocio en el rito latino. Especialmente claras son –a mi entender- las enseñanzas de Pablo VI en la Sacerdotalis coelibatus. Allí el papa Montini repropone dos principios fundamentales que hunden sus raíces en la Tradición y la Escritura, y siguen –y seguirán- vigentes hasta la Segunda Venida.

Esos dos principios son: (1) el celibato y el presbiterado son carismas distintos, que (2) la Iglesia latina ha decidido unir por encontrar grandes motivos de conveniencia.

(1)  Que sean dos carismas distintos significa –esto quiero decirlo con toda claridad- que la ordenación de varones casados es posible, no es contraria a ningún dogma de fe ni contradice algún mandato de Jesús. Hay personas que reciben el carisma del celibato sin recibir el presbiterado; y hay personas que fueron llamadas al matrimonio y también reciben el carisma del presbiterado. Así acontece en las Iglesias católicas de rito oriental, donde algunos presbíteros son hombres casados previamente. Su ministerio tiene el mismo “rango”, eficacia y valor para las almas que el de los sacerdotes célibes, tanto orientales como latinos.

(2) Que la Iglesia latina haya decidido unir ambos carismas –es decir, que sólo ordena presbíteros a quienes manifiestan ser llamados y eligen el celibato por el Reino- significa que como Madre y Maestra, motivada por razones teológicas profundas –la imitatio Christi especialmente- y por razones prácticas –la mayor libertad y disponibilidad que otorga el celibato- ha sostenido esa disciplina durante siglos, a pesar de muchas presiones e incluso consciente de las dificultades de cada época. Vale aclarar que esas razones no son de índole económico ni político –como nos quieren convencer algunos- sino místicas y evangelizadoras.

Por todo lo dicho, para mí está claro que si el Papa decidiera abrir la ordenación a hombres casados no haría nada contrario a la fe, nada contrario a la moral, ni nada –por otro lado- que no suceda ya en la Iglesia católica en sus ritos orientales y otras situaciones excepcionales. Si eso ocurriera, seguirían existiendo varones que recibieran ambos carismas –celibato y sacerdocio- con lo cual no se daría –como alguno vaticinaba apresuradamente- “el fin del celibato”. En ese sentido, eso considero no tan acertadas algunas críticas que dicha posibilidad ha recibido en los últimos días.

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15.01.20

13.01.20

Padre Leandro, ¿alguna vez te enamoraste?

OrdenaciónCada tanto, el tema del Celibato sacerdotal se pone “de moda”, ya sea en ambientes eclesiales o en otros más mundanos, a tal punto que incluso en los sitios webs de los diarios, en los programas televisivos de chimentos o en los matutinos radiales se habla de él.

Para abordar la cuestión, suelen llamar a muchos para opinar: a psicólogos, a sociólogos, a historiadores de las religiones, a ex-sacerdotes, sin que falte la opinión de las vedettes de turno o del presentador del programa… Pero casi nunca nos preguntan a nosotros, a los que hemos optado por el celibato, ni suele oírse la voz de un cura que esté encantado con su vida célibe.

Por este motivo, muchos cristianos, incluso con cierta formación, desarrollan ideas equivocadas sobre el celibato sacerdotal. Llegan a ver en el mismo únicamente una norma eclesiástica que se impone desde afuera, una prohibición, una censura a lo más normal para un hombre, para un varón. ¿Qué tiene de malo el amor? ¿Acaso no es el centro de mensaje cristiano? En la mente de muchos aparece asociada la palabra “celibato” a “negación del amor". “Prohibido amar".

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10.01.20

Es hora de que todos hagamos algo

La Iglesia, y en particular el sacerdocio ministerial, viven tiempos difíciles.

No es fácil establecer paralelismos con otras épocas, ya que no podemos tener una idea completamente exacta de cómo se vivía y actuaba. Pero creo que tampoco es estrictamente necesario: nos basta confrontar lo que hoy ocurre con la Palabra divina y las grandes intuiciones de la Tradición.

Entre todas las realidades complejas de este tiempo, me preocupa de modo especial la creciente certeza que hoy podemos tener sobre el grave problema de la homosexualidad en los Seminarios y entre miembros del clero.

Les recomiendo vivamente este video que corresponde a la parte final de una conferencia sobre las estrategias del nuevo orden mundial. La he subido a mi canal con autorización de su autor, movido por mi creciente inquietud.

Fray Nelson expone con claridad algo que si me lo contaban hace 15 o 20 años hubiera rechazado como una teoría extravagante. Fundamentalmente su argumento es este: personas homosexuales, plenamente conscientes de su tendencia y muchas veces con experiencias previas de relaciones con personas del mismo sexo, han accedido al ministerio sacerdotal. Algunas veces han ocultado su condición, otras veces la han desarrollado de modo clandestino en los seminarios y, en los casos más grave, la han desarrollado abiertamente con otros seminaristas e incluso sacerdotes en ese tiempo de formación.

El problema no radica solamente en que –como se ha demostrado hasta el cansancio- existan mucho mayores posibilidades de que un sacerdote homosexual abuse de menores de edad o intente vivir relaciones homosexuales con adultos mientras ejerce el ministerio. Esto es de por sí algo de una gravedad inaudita.

El problema es aún más grave: en algunas diócesis y congregaciones religiosas estos miembros del clero suelen organizarse al modo de una “mafia”, intentando ocupar puestos de relevancia y toma de decisiones, e impidiendo que otros que no comparten y rechazan su accionar accedan a esos lugares. Estos sacerdotes promueven y recomiendan a quienes forman parte de su “club”, y relegan y descalifican a quienes no están allí incluidos.

Y existe aún otro riesgo. Es posible que detrás de declaraciones de algunos organismos –como la Pontificia comisión bíblica- u homilías de importantes jerarcas –como la que enlazo aquí- no haya sólo ni principalmente un punto de vista teórico, sino el intento de justificar bíblica o pastoralmente el propio desorden, presentándolo como normal y contradiciendo así la Escritura y la entera Tradición.

Todo esto se expone con su habitual claridad en el video cuyo enlace comparto aquí. No dejen de verlo, porque de lo contrario no se comprenderá la conclusión que aquí quiero esbozar.

 

¿Qué podemos hacer?

La situación es muy desalentadora. Sé que para algunos esta realidad puede ser motivo de escándalo, o de una dolorosa decepción. No obstante, creo que es necesario que la afrontemos de una vez por todas. Y creo que todos los fieles laicos pueden hacer algo.

1. En primer lugar, oración y penitencia, para que el Señor purifique su Iglesia y la libre de “lobos disfrazados con piel de cordero”. Oración por los obispos para que sean fuertes, para que no toleren situaciones inmorales o incluso perversas, para que no “impongan las manos” a cualquier candidato, sea cual sea la necesidad pastoral. Oración por la perseverancia de los que tienen verdadera vocación y recta intención, los cuales, muchas veces, han abandonado su camino vocacional desanimados por estas inesperadas situaciones que alguna vez le toca vivir.

2. En segundo lugar, si los fieles laicos son testigos directos de situaciones de inmoralidad, especialmente de relaciones homosexuales de sacerdotes, deben hablar. Es difícil pensar un camino armonioso, pero creo que lo primero sería hablar con la persona e instarlo a que abandone el ejercicio del ministerio y deje de ofender al Señor con su conducta. También es un paso necesario hablar con otro sacerdote con algún vinculo de amistad o de autoridad. Sería lo normal poder hablar con el obispo de ese sacerdote, presentando un testimonio por escrito –con dos copias, llevando en una el sello del recibido- solicitando una rápida actuación

3. Lamentablemente la experiencia indica que en la Iglesia nos ha costado reaccionar ante situaciones de esta índole. Es evidente que habría que intentar proteger lo más posible la fe de los simples, pero si agotadas todas las instancias anteriores no se logra que el sacerdote revierta su conducta, se puede pensar su publicación y publicidad como un último recurso. Sé que esto es opinable y discutible, pero también lo que hemos vivido en los últimos 20 años nos muestra que sólo cuando algunos hechos inmorales o delictivos toman pública notoriedad –medios de comunicación social, redes- las autoridades actúan ante la presión recibida. Me duele tener que escribir esto, y espero que quede claro que sólo sería éticamente válido una vez intentadas las anteriores instancias, siempre que medie la certeza de la conducta inmoral percibida.

4.   Un último punto: de ninguna manera y bajo ningún punto de vista los fieles laicos alentarán el ingreso al seminario o la vida religiosa de jóvenes u hombres que hayan tenido una vida homosexual activa. Es más: el documento de la Santa Sede que aborda este tema de manera específica se expresa así:

“la Iglesia, respetando profundamente a las personas en cuestión, no puede admitir al Seminario y a las Órdenes Sagradas a quienes practican la homosexualidad, presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas o sostienen la así llamada cultura gay.”

Es un tema debatido si un joven que experimentó una tendencia homosexual sólo temporaria (períodos de confusión) pero nunca la llevó a los actos, puede ser admitido. Algunos piensan que esos episodios temporales (es decir, no “profundamente arraigados”) pueden ser trabajados con “herramientas” y ayuda espiritual y psicológica, permitiendo a la persona alcanzar el suficiente equilibrio y madurez humana y cristiana y una vida virtuosa, en la armonización de su impulso sexual. Así se expresa el citado documento:

Si se tratase, en cambio, de tendencias homosexuales que fuesen sólo la expresión de un problema transitorio, como, por ejemplo, el de una adolescencia todavía no terminada, ésas deberán ser claramente superadas al menos tres años antes de la Ordenación diaconal.

Pero queda fuera de duda que un joven que haya tenido cualquier tipo de actividad homosexual en su infancia, adolescencia o juventud no puede ser admitido en un seminario o noviciado, y mucho menos ordenado.

De esto se deriva una consecuencia bien concreta, especialmente para los fieles laicos: si conoces con certeza a alguno que haya vivido esa situación y esté en un camino formativo, aunque sea doloroso, debes poner en conocimiento a sus formadores y el obispo del lugar, pero no es posible que esa persona continúe su proceso.

Recemos para que el Señor nos dé a todos la luz y la fortaleza para servirlo con pureza de corazón, de conciencia y de vida.

Que la Madre y Reina de los sacerdotes nos anime a alcanzar una plena fidelidad a las enseñanzas de su Hijo.

18.12.19

Perspectiva de género: el inesperado retorno del racionalismo

La tan ansiada libertad

Cualquier persona que comience a adentrarse en el lenguaje de la perspectiva de género, probablemente quedará impresionado por la fuerza con la que se destaca la “autopercepción” y la “autodeterminación”.

En textos de sus autores más conocidos se suele dar a estas categorías que nombran un valor prácticamente absoluto al momento de determinar la identidad de género. Así está reflejado, por otra parte, en el ordenamiento jurídico argentino: el factor “autos”, lo que el sujeto percibe o decide es incuestionable, sagrado.

Una persona “tiene derecho a ser reconocida y tratada” de acuerdo a esa autopercepción y decisión, con todas las consecuencias legales que van aparejadas. Y esta misma persona puede, sin necesidad de dar explicaciones ni fundamentar por qué, autodeterminarse en sentido contrario, cambiando su género –en el DNI y en el plano somático- cuantas veces lo desee.

En el fondo, la identidad de género es algo que yo puedo sentir, percibir y elegir libremente. A este factor tan protagónico hoy podríamos llamarlo –a efectos y didácticos- simplemente Libertad: mis sentimientos y emociones, mis pensamientos y decisiones en relación a mi identidad.

 

Los “malos de la película”

La insistencia en lo que el sujeto “percibe” y “decide” (factor Libertad) va de la mano muchas veces con el rechazo frontal, explícito e irreconciliable de otros dos factores, que vienen a ser como los “malos de la película”: la biología y la cultura, entendiendo cultura como toda huella que deja la sociedad y la educación recibida en nosotros (los mandatos familiares), a nivel consciente e inconsciente.  

Creo que se puede advertir una solapada desconfianza y una sospecha radical hacia todo lo que viene “dado”: el cuerpo y el “género impuesto por la sociedad”.

Ser libre parece significar liberarse de la “tiranía de lo biológico” y de los “roles heteronormados”, transmitidos éstos últimos culturalmente por la familia y la sociedad. Desde esta visión, alguien sería más inequívocamente libre cuanto más capaz de rebelarse, y menos libre cuanto más acepta.

Se anuncia y celebra, por ejemplo, que la “expresión de género” (es decir, como cada persona expresa su identidad de género en el modo de vestirse, arreglarse, comunicarse, etc) “puede ser algo completamente nuevo”. Me impactó cuando leí por primera vez este “completamente nuevo”. De algún modo se me venían a la mente tantas escenas de mi infancia: “cantás re parecido a tu papá”, “hablás igual que tu mamá”, “me hacés acordar a tu abuelo”. Expresiones que, en esta comprensión de lo humano y la identidad, lejos están de ser deseables.

 

Una nueva antropología.

Llegados a este punto, podemos darnos cuenta que en la perspectiva de género hay mucho más que una serie de consejos para defender los derechos de las minorías, o comprender las personas en sus diferencias. Benedicto XVI decía hace ya más de 20 años, con tono profético de una “auténtica y propia filosofía del hombre nuevo”, y en 2012 usaba la potente expresión de “revolución antropológica”, que implica una rebelión contra lo biológico.

El individuo aparece así como una especie de substancia intelectual y racional, como una voluntad de poder y conocer, que se relaciona con lo corpóreo y lo histórico de modo libre y extrínseco.  

Personalmente me resulta muy llamativo y hasta fascinante advertir el movimiento pendular innegable en la antropología de la segunda mitad del siglo XX y comienzos del XXI. Si durante las primeras fases de la revolución sexual lo preocupante era el reduccionismo biologicista de corte hedonista  –comprender y explicar a la persona principalmente desde su dimensión material y sus tendencias instintivas- hemos llegado con la antropología de género al extremo opuesto. Para decirlo con Benedicto XVI: “Ahora él –el hombre- es sólo espíritu y voluntad”

Se ha criticado históricamente a la Iglesia católica por una suerte de “desprecio del cuerpo” o por proponer una mirada sobre el ser humano demasiado “angelista”. Lo cierto es que en la actualidad, la visión antropológica imperante supone una negación de lo corpóreo prácticamente inédita en la historia del pensamiento, reeditando así las más radicales expresiones del racionalismo del siglo XVII.

 

Intentando ver la parte oculta del iceberg

Indagando las causas de esta manera de comprender lo humano, me ha sucedido ir encontrando una serie casi interminable de factores, por lo que elegir algunos es una tarea compleja.

No obstante, quiero aventurar al menos 3 líneas por las cuales entiendo puede comprenderse mejor la instauración y aceptación de esta visión:

1. Creo que un factor relevante es que en muchas personas su propia experiencia en relación a la cultura ha sido negativa y dolorosa. Estilos educativos muy rígidos y sin una adecuada distinción de lo esencial y lo secundario, vivencias de situaciones familiares marcadas por la violencia o por la distorsión de lo masculino y femenino, suelen favorecer en las personas actitudes de enojo y resentimiento que podrían conducir a la rebelión. La ideología de género y la promoción de esta “revolución antropológica” ofrecen como un “andamiaje conceptual” a la propia vivencia, generando a la vez un sentido de solidaridad con otras personas que han vivenciado algo similar.

2. El influjo de la dialéctica hegeliana y marxista: este influjo es innegable en algunas de las principales autoras de género, quienes utilizan abundantemente contraposición, la lucha y el conflicto y hasta los mismos términos que los citados filósofos. Las categorías de “lucha” y “revolución” fueron aplicadas al principio a “proletarios contra burgueses” fueron aplicadas en un segundo momento a la lucha entre las “clases sexuales”, “mujeres contra varones”. En los últimos años, el pasaje del feminismo al postfeminismo ha implicado aplicar esa misma dialéctica a los elementos configuradores de la persona. Simplificando un poco, creo que podemos decir que en relación a la sexualidad la lucha y la liberación se da entre lo “elegido” (autodeterminación) frente a la opresión de lo “dado” (biología y cultura). En el pensamiento de Hegel, el factor “antítesis” está llamado a “superar” la tesis; Marx, en cambio, al trasladarlo al campo de la economía y la historia, lo entendió y aplicó más bien en el sentido de negar, “derrotar” o “anular”. Así parece que ha pasado a las posturas más extremas de la ideología de género. Es por eso que en la ideología de género no hay alianza posible entre lo dado y lo libre: lo libre debe negar lo recibido.

3. La incidencia del pensamiento de Nietszche y Sartre: la insistencia del primero en la “voluntad de poder” y del segundo en la negación de una “naturaleza humana” (el hombre es libertad sin esencia) parecen ser una de las matrices más profundas de las antropologías actuales. Yo soy mi libertad. Yo elijo y decido, autónomamente, mi identidad. Todo lo que podría limitar mi libertad –lo dado- es, necesariamente, algo a cuestionar y de lo que sería deseable liberarme.

Se me hace bastante claro, finalmente, que en el concepto de libertad está la “madre de todas las batallas”. La ideología de género propone –en la línea sartriana- una libertad absoluta. Aliada de algún modo con la visión marxista, es necesario luchar para “liberar” al ser humano de la biología y la cultura. No solo en aquellos casos en que las experiencias hayan sido negativas, sino en todos, porque incluso quienes no tienen conciencia de ello, también han sido víctimas de una imposición.

 

En defensa de los injustamente acusados

Quisiera afirmar ahora con mucha fuerza algo que me parece de suma importancia: la suposición de que la biología y la cultura son esencialmente malas es errónea, infundada e injusta.

La biología es simplemente eso: bios, vida corporal, que inicia y crece guiada por leyes guardadas en el núcleo de cada célula. Está claro que no es solo “genitales” –como insisten hasta el cansancio algunos que postulan la ideología de género- sino mucho más. Es la maravilla de la información cromosómica y genética, es la dimensión gonadal, neurohormonal y cerebral, es la increíble interacción de un sinnúmero de factores químicos y fisiológicos que –naturalmente- se armonizan y equilibran. Todos esos elementos dan lugar a cuerpos modalizados masculina y femeninamente, de múltiples maneras,  desde el cromosoma 23 hasta los caracteres sexuales secundarios. De modo que podríamos decir que no existe el “ser humano” en abstracto, ni la “persona humana” como si fuera algo “neutro”: existen varones y mujeres.

Esa biología implica una serie innegable de inclinaciones afectivas e intelectuales innegables, más aún desde el auge de las neurociencias. Ligadas a esa bios podemos reconocer con bastante facilidad y objetividad maneras de sentir, de relacionarse con los demás, de pensar, de actuar, de proyectar el futuro. Inclinaciones, predisposiciones y tendencias que son transculturales, pasibles de ser verificadas en cada rincón de la Tierra. Rebelarse contra ese bios –que tiene “dentro” un “logos”, es decir, un sentido, y que yo puedo descubrir, reconocer y asumir- es sencillamente un error.

El segundo elemento, la cultura, es, en todo caso, un fenómeno ambivalente. Está claro que hay estereotipos de género negativos, y maneras de comprender la masculinidad y la feminidad completamente equivocadas; todos sabemos que existen en las culturas de los pueblos normas sociales injustas y que por momentos se ha dado a ciertas pautas –vestimenta, maquillaje, peinado, modales- un valor absoluto del que en realidad carecen…  Está claro que en algunas familias algunos “mandatos” han sido impuestos sin considerar la originalidad personal y con una fuerza que para muchos ha sido traumatizante. Pero de ahí a considerar que “todo lo cultural es negativo y te quita libertad…” hay un abismo.

Es más: hay una serie de elementos estereotipados y mandatos que no solamente no son equivocados ni negativos, sino que son positivos y más aún necesarios. Porque en el seno de una cultura –transmitida especialmente en hábitos y costumbres familiares- nacemos, crecemos, desplegamos lo que somos, vamos eligiendo y conformando definitivamente nuestra identidad. Ciertos estereotipos que cada cultura gesta en torno al modo de ser varón y mujer son de una gran ayuda para ese proceso. Nos facilitan el camino. Nos orientan y nos dan sentido de pertenencia.

 

Hacia un intento de síntesis:

Para la Ideología de Género, la identidad se define únicamente por el factor Libertad.

Identidad de género = Libertad (autopercepción y autodeterminación)

La antropología personalista, en cambio, sin negar ese factor, propone la siguiente “fórmula”

Identidad de género = (B)iología + ©ultura x (L)ibertad.

Percibir lo biológico y lo cultural, asumir lo biológico y lo cultural –purificado de sus elementos imperfectos- es el camino armónico para asumir y vivir la identidad -de género serena, alegre, fecunda.

El desafío que tenemos por delante, a mi entender, es doble:

Por un lado, en plano intelectual, debemos invitar a reflexionar sobre los fundamentos filosóficos que sustentan esa visión. Y animarnos a señalar sus inconsistencias o, al menos, la parcialidad y los reduccionismos de su mirada. Debemos tener la lucidez y la capacidad comunicativa para poner de relieve todo lo que desde el punto de vista teórico está quedando afuera, de manera especial el impacto de la biología en la vida real.

El segundo desafío es más difícil y a la vez apasionante: consiste en mostrar con nuestras vidas y nuestras relaciones que la ecuación B + C + L puede resultar muy plenificante, puede ser –y en muchas historias lo es- un camino de realización personal excelente.

Es mostrar que rebelarse contra la biología y desarraigarse totalmente de la cultura, además de absurdo, es imposible. Es innecesario. Y no nos hace bien.