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24.08.17

Pilar Sordo y la Iglesia del Siglo XXI

En estos días di con un video de Pilar Sordo, la reconocida psicóloga y conferencista chilena, titulado: “Los adolescentes del Siglo XXI”. (Atención: no estoy proponiéndola como modelo de vida ni avalando todas sus opiniones en todos los temas, sólo remito al contenido de éste video)

Con su estilo pasional, divertido y profundo a la vez, va describiendo las inconsistencias de los padres modernos, que son la causa de la peculiar forma de ser de los adolescentes en la actualidad. A pesar de la utilización de lenguaje vulgar, recomiendo vivamente el video a padres y educadores por el enorme cúmulo de verdades impopulares allí contenidos.

 

Del video me llamaron la atención algunas expresiones. Da a entender que uno de los graves problemas y decisivos obstáculos para la formación de niños y jóvenes es que el principal objetivo de los padres modernos es “caerle bien” a los hijos, “complacerlos”.

Dado que ésta es su principal meta–si es que se puede llamar así a esa irracional actitud- muchos padres modernos suelen ser incapaces de sostener un “NO” ante sus hijos si éste les hace perder “popularidad” ante ellos. Los niños descubren este mecanismo y logran manipular cada vez más la endeble voluntad de sus mayores, hasta lograr tomar el control de cada situación. Los padres siguen empeñados en ser “amigos”, “compinches” y “cómplices” de sus hijos cuando esto –dice Pilar- no reviste ningún mérito.

El verdadero mérito es ser padres, y eso implica –así lo expresa ella- “ser jodidos”, decir muchas veces “no", poner límites.

Ser padres implica soportar estoicamente que el hijo en la adolescencia o incluso antes le diga “papá/mamá: te odio. Todos los demás papás o mamás son mejores que vos”

El adulto formado y consistente sabe resistir sin inmutarse, al menos externamente, esta tormenta, convencido de que el “no” para su hijo es una forma de amor. No se asusta. No se desespera. Aunque el hijo llore, patalee, grite, amenace, el papá/mamá que tiene convicción se sostiene.

 

Pensaba en esto durante estos días aciagos donde todo parece indicar que hay quienes, en la Iglesia, están decididos a tomar el camino de la inconsistencia.

Parece estar de moda el pensamiento según el cual la Iglesia ya no debe ser Madre y Maestra, sino “amiga, compinche o cómplice” de todo lo que el hombre de hoy quiera hacer.

Parece estar de moda asustarse ante el reclamo de los “hijos” -aunque la referencia a ellos y su sufrimiento parece ser sólo una excusa, un camuflaje de los propios “reclamos"-, y estar dispuestos a modificar toda enseñanza y toda norma que pueda caer impopular o parecer demasiado exigente. Incluso si estas enseñanzas proceden con toda claridad de quien es el único Maestro, nuestra Cabeza y Fundador, Cristo.

Parece estar de moda en la Iglesia querer “caerle bien” a todos, justificándolo todo, atenuando toda responsabilidad, minimizando lo que nuestro Maestro condenó, sonriendo ante el pecado. Todo con tal de evitar el odio del mundo.

 

¿Hemos olvidado acaso que Jesús dijo: “Si el mundo los odia, recuerden que también me ha odiado a mí” (Jn 15, 18)?

¿Hemos olvidado las dos últimas bienaventuranzas de Mateo, o, más aún –en las bienaventuranzas de Lucas- las palabras duras que el Señor dice a aquellos a quienes todos alaben y honren (cfr Lc 6, 26)?

La inconsistencia mostrada por algunos pastores, que parecen avergonzarse de la Tradición y hasta de la mismísima “rigidez” de un tal Jesús, no sólo conducirá a la ruina espiritual a muchos de sus hijos, sino que, además, acabará por debilitar y hacer completamente prescindible a la Iglesia misma.

¿Para qué existe ya la Iglesia, si no hay un camino, si todos los caminos conducen a la misma parte, o, más bien, a ninguna? ¿Para qué existe la Iglesia, si la Gracia de la que ella es portadora ya no es capaz de sanar y elevar al hombre, haciéndolo eludir el pecado, mostrado hoy con descaro como inevitable?

Una Iglesia así merece el repudio, merece “ser pisoteada por los hombres” (Mt 5, 13), como la sal que ha perdido ya definitivamente su sabor. No es de extrañar que a medida que avanza el “permisivismo” eclesial, ella y sus símbolos y sus tesoros más valiosos son objeto de burla y profanación.

 

Pilar Sordo dice que ésta “es la única generación de padres que ha tenido miedo a los padres y tiene miedo –terror- a los hijos”.

Muchas veces veo una Iglesia dominada y paralizada por el miedo al mundo, por el miedo a los hombres, por el miedo a la opinión pública.

Pero -a diferencia esta vez de lo señalado en la conferencia- me temo que en nuestra generación eclesial hay algunos que han perdido el único temor importante: el temor del Padre, el temor del Señor.