3.02.12

San Blas

San Blas

Hoy se celebra la conmemoración de San Blas, médico, obispo de Sebaste en Armenia, que vivió en el tiempo de los emperadores Diocleciano y Licinio (307-323). Le tocó padecer la persecución contra la fe. Blas intentó ocultarse en una cueva, pero fue descubierto por unos cazadores de fieras y denunciado al gobernador de Capadocia. Lo torturaron con peines de hierro y finalmente fue decapitado.

La lectura evangélica del día – viernes de la cuarta semana del tiempo ordinario – nos habla de un martirio precedente, el de San Juan Bautista (cf Mc 6,14-29). San Juan es el Precursor de Jesús, a quien señala como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. El Bautista no llama la atención sobre sí mismo, sino sobre Jesús. Él va delante, como un heraldo, también en la muerte martirial.

¿Por qué es martirizado, decapitado, el Bautista? Por un conflicto de intereses. San Juan decía en voz alta una verdad que resultaba incómoda: “El motivo era que Herodes se había casado con Herodías, mujer de su hermano Felipe, y Juan le decía que no le era lícito tener la mujer de su hermano”. Posiblemente Juan, que gozaba del respeto y hasta de la simpatía del rey Herodes, hubiese hecho carrera en la corte si hubiese sido, humanamente hablando, un poquito más “prudente”.

Herodes, por su parte, se ve coaccionado por la situación. No odiaba a Juan, sino todo lo contrario, pero era el rey y había dado en público su palabra: “Pídeme lo que quieras, que te lo doy”, le dice a la hija de Herodías. La muchacha había danzado en la fiesta de cumpleaños del monarca, gustando a todos. La joven no decide por sí misma el premio sino que consulta a su madre: “La cabeza de Juan el Bautista”. Y el rey, “por el juramento y los convidados”, cede y le entrega en una bandeja el trofeo solicitado.

También la muerte de Jesús es martirial; lo es por antonomasia. También la Cruz se debe a un conflicto de intereses, a las componendas de un mundo que no quiere hacer espacio a Dios. ¿Cuál era la culpa de Jesús? En realidad, ninguna: Anunciar la cercanía de Dios, la irrupción de su Reino, la solicitud de su amor. Contra Él, el Justo, se confabulan todos los poderes, acusándolo falsamente de blasfemo y de sedicioso. No convenía Jesús, resultaba demasiado molesto e insoportable, a pesar de haber transcurrido su vida terrena haciendo el bien.

No es “fácil” para Dios salvar al hombre. El mal, el egoísmo, la codicia y la soberbia – en definitiva, el pecado – es un obstáculo enorme. Solo se le puede vencer “desde dentro”, asumiendo sus consecuencias negativas para transformarlas en todo lo contrario: en amor, en generosidad, en humildad. “Lo que no es asumido no es redimido”, decía San Ireneo.

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1.02.12

Santo Tomás de Aquino, sabio

Los grandes maestros no hablan de sí mismos, no sienten la preocupación de perpetuarse en una escuela, no se creen dueños sino servidores de la verdad. Entre los más grandes ocupa un puesto destacadísimo Santo Tomás de Aquino, el Doctor común. “Se oscureció él mismo en la verdad”, dice sobre el Aquinate Jacques Maritain, haciéndose eco de una sentencia anterior: “Es algo mayor que Santo Tomás lo que en Santo Tomás recibimos y defendemos”.

En él se unieron dos sabidurías, la adquirida y la infusa. La sabiduría es el conocimiento de las cosas divinas: “quien conoce de manera absoluta la causa, que es Dios, se considera sabio en absoluto, por cuanto puede juzgar y ordenar todo por las reglas divinas” (ST ,II-II, 45,1). La sabiduría como virtud intelectual adquirida se alcanza mediante el esfuerzo humano. En cambio, la sabiduría infusa desciende de lo alto.

La sabiduría es la más alta perfección de la razón y, como don del Espíritu Santo, perfecciona también la fe, ya que no solo asiente a la verdad divina sino que juzga conforme a ella.

Naturaleza y gracia, razón y fe, confluyen armónicamente en el sabio, que tiene como doble oficio exponer la verdad divina, la verdad por antonomasia, e impugnar el error contrario a la misma.

El estudio de Dios – a través de la filosofía y de la teología – es “el más perfecto, sublime, provechoso y alegre de todos los estudios humanos” (SCG I, 2) y une especialmente a Dios por amistad. En síntesis, “la suma dignidad del saber humano consiste en el conocimiento de Dios” (SCG, I, 4).

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28.01.12

La autoridad de Jesús

Homilía para el IV Domingo del TO (Ciclo B)

Moisés había anunciado la llegada de un profeta de su misma categoría: “El Señor, tu Dios, te suscitará un profeta como yo, de entre tus hermanos. A él le escucharéis” (Dt 18,15). El profeta no es un adivino, sino – como escribe Benedicto XVI en su libro Jesús de Nazaret.I - aquel “que nos muestra el rostro de Dios y, con ello, el camino que debemos tomar”.

La promesa del nuevo profeta se cumple en Jesús: “En Él se ha hecho plenamente realidad lo que en Moisés era solo imperfecto: Él vive ante el rostro de Dios no solo como amigo, sino como Hijo; vive en la más íntima unidad con el Padre” (Ib.). Este vínculo filial que une a Jesús con el Padre es el motivo que explica su soberana e inaudita autoridad. Su enseñanza no viene de los hombres, sino de Dios, y el camino de su seguimiento tiene como meta a Dios mismo. Jesús viene de Dios y nos lleva a Dios.

El evangelio según San Marcos recoge una escena en la que destaca el poder divino de la enseñanza y de la acción de Jesús. Cuando Jesús entra en la sinagoga de Cafarnaún un sábado para enseñar “se quedaron asombrados de su enseñanza, porque no enseñaba como los escribas, sino con autoridad” (Mc 1,22). La autoridad, la exousia, es la capacidad para realizar una acción sin que nada pueda impedirlo.

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En la fiesta de Santo Tomás: Agradecimiento a dos profesores

Instituto Teológico “San José” de Vigo.
Festividad de Santo Tomás de Aquino,
Vigo, 27 de enero de 2012

- Acto Académico: Homenaje a los profesores Mons. Antonio Hernández Matías y Dr. D. Julio Andión Marán –

Excmo. y Rvdmo. Sr. Obispo,
Excmo. y Rvdmo. Sr. Obispo Emérito,
Sres. Profesores y Alumnos,
Rvdos. Sacerdotes,
Sres. y Sras.,

1. Para el Instituto Teológico “San José” es un honor celebrar con todos ustedes la festividad de Santo Tomás de Aquino. Santo Tomás nos recuerda de modo permanente la identidad, la tarea y la prioridad de la Teología: hablar de Dios, pensar en Dios.

Como decía el papa Benedicto XVI: “la teología no habla de Dios como de una hipótesis de nuestro pensamiento. Habla de Dios porque Dios mismo ha hablado con nosotros. La verdadera tarea de la teología consiste en entrar en la Palabra de Dios, tratar de entenderla en la medida de lo posible y hacer que nuestro mundo la entienda, a fin de encontrar así las respuestas a nuestros grandes interrogantes” (“Discurso a la Comisión Teológica Internacional", 5-12-2008).

Santo Tomás no se cansó de acentuar que Dios es el objeto principal – más exactamente, el sujeto principal – de la teología: “Todo lo que trata la doctrina sagrada lo hace teniendo como punto de mira a Dios. Bien porque se trata de Dios mismo, bien porque se trata de algo referido a Él como principio y como fin. De donde se sigue que Dios es verdaderamente el sujeto de esta ciencia” (ST I,1,7).

Al mismo tiempo, Santo Tomás era muy consciente del valor fundamental de la Sagrada Escritura para la teología: “Las autoridades que dimanan de la Escritura canónica son argumentos usados como propios e imprescindibles”. Más aun: “Nuestra fe se fundamenta en la revelación hecha a los Profetas y a los Apóstoles, los cuales escribieron los libros canónicos, no en la revelación hipotéticamente hecha a otros doctores” (ST I,1,8 ad 2).

Por otra parte, la teología, según el Aquinate, no se agota en un fin teórico, especulativo. Tiene también una finalidad como ciencia práctica: “la felicidad eterna, que es el fin al que se orientan todos los objetivos de las ciencias prácticas”.

2. No es preciso forzar las cosas para encontrar en esta festividad el marco adecuado para homenajear, para agradecer, la tarea docente de dos de nuestros profesores: Mons. Antonio Hernández Matías y el Dr. D. Julio Andión Marán. Se han dedicado durante muchos años a dos áreas centrales del saber teológico: La Sagrada Escritura y la Teología Sistemática.

El decreto Optatam totius del Concilio Vaticano II establece: “Fórmense con diligencia especial los alumnos en el estudio de la Sagrada Escritura, que debe ser como el alma de toda la teología; una vez antepuesta una introducción conveniente, iníciense con cuidado en el método de la exégesis, estudien los temas más importantes de la Divina Revelación, y en la lectura diaria y en la meditación de las Sagradas Escrituras reciban su estímulo y su alimento” (OT 16).

Una teología sin el estudio de la Sagrada Escritura sería, además de una contradicción, una teología muerta, sin alma, sin vida. A Mons. Antonio Hernández Matías le debemos – muchísimos alumnos – la posibilidad de haber tenido una “introducción conveniente” al estudio de la Escritura. Se podría pensar, insensatamente, que las “introducciones” son prescindibles, cuando en realidad no lo son en absoluto. Asignaturas como Historia de la Salvación y, sobre todo, la Introducción General a la Sagrada Escritura – que no son las únicas que ha explicado D. Antonio – resultan de una importancia capital. La singularidad de la Sagrada Escritura radica, justamente, en su naturaleza de “Palabra de Dios en palabras humanas”. La Biblia es un texto inspirado y un texto canónico, indescifrable si uno se olvida de su autoría divina y de su contexto eclesial.

El amor por la palabra bíblica está en el origen de la cultura europea y occidental. El Humanismo tiene en la atención a la letra sagrada, a la exégesis y a la hermenéutica del texto, uno de sus principales motivos inspiradores. Numerosos indicios hacen pensar que D. Antonio se inscribe en esta línea de tradición humanista. No solo por su reconocida admiración por D. Luis Marliano, un obispo de Tui en la corte de Carlos V, sino por su veneración por los libros, por la palabra escrita, por la imprenta, que fija y difunde la letra.

El mismo decreto conciliar, sobre la formación sacerdotal, dice, justo después: “Ordénese la teología dogmática de forma que, ante todo, se propongan los temas bíblicos; expóngase luego a los alumnos la contribución que los Padres de la Iglesia de Oriente y de Occidente han aportado en la fiel transmisión y comprensión de cada una de las verdades de la Revelación, y la historia posterior del dogma, considerada incluso en relación con la historia general de la Iglesia; aprendan luego los alumnos a ilustrar los misterios de la salvación, cuanto más puedan, y comprenderlos más profundamente y observar sus mutuas relaciones por medio de la especulación, siguiendo las enseñanzas de Santo Tomás; aprendan también a reconocerlos presentes y operantes en las acciones litúrgicas y en toda la vida de la Iglesia; a buscar la solución de los problemas humanos bajo la luz de la Revelación; a aplicar las verdades eternas a la variable condición de las cosas humanas, y a comunicarlas en modo apropiado a los hombres de su tiempo” (OT 16).

Me permito un subrayado: “Ordénese la teología dogmática de forma que, ante todo, se propongan los temas bíblicos”. No me parece gratuita esta insistencia si nos referimos a la enseñanza del Prof. Dr. D. Julio Andión Marán - que ha tenido menos alumnos, pero no muchos menos que D. Antonio -. Recuerdo que, cuando yo era seminarista, se presentó en Vigo la versión gallega de la Biblia. D. Julio, en su intervención, no se apartó en nada del tema de la Palabra, como recordando que la teología “habla de Dios porque Dios mismo ha hablado con nosotros”. Asimismo, era frecuente en sus clases escuchar una referencia a la positividad de la teología, a la positividad del dato revelado – así lo decía, si mi memoria no falla - .

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21.01.12

Predicación, fe, seguimiento

Homilía para el Domingo III del TO (Ciclo B)

El ministerio público de Jesús se inicia con su predicación, que anticipa y prepara la futura predicación de la Iglesia. Jesús anuncia “el Evangelio de Dios” (cf Mc 1,14-20), la Buena Noticia de que un tiempo viejo se ha cumplido y de que va a comenzar un tiempo nuevo, la nueva edad del Reino de Dios. Este anuncio va acompañado de dos imperativos: “convertíos” y “creed”.

La llamada a la conversión y a la fe recuerda el momento de nuestro Bautismo, cuando empezamos a ser discípulos de Jesús. En la celebración del sacramento del Bautismo ocupa un lugar destacado el anuncio de la Palabra de Dios, que “ilumina con la verdad revelada a los candidatos y a la asamblea y suscita la respuesta de la fe” (Catecismo, 1236). De igual modo, el Bautismo es “el lugar principal de la conversión primera y fundamental. Por la fe en la Buena Nueva y por el Bautismo (cf. Hch 2,38) se renuncia al mal y se alcanza la salvación, es decir, la remisión de todos los pecados y el don de la vida nueva” (Catecismo, 1427).

Jonás, urgiendo a la ciudad de Nínive a la penitencia (cf Jon 3,1-5), prefigura en cierto modo a Jesús. La Iglesia, siguiendo el ejemplo y el mandato del Señor, ha de cumplir la misión profética de anunciar la Palabra de Dios. No se trata, nos recuerda el papa, “de anunciar una palabra sólo de consuelo, sino que interpela, que llama a la conversión, que hace accesible el encuentro con Él [con Jesús], por el cual florece una humanidad nueva” (Verbum Domini, 93).

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