11.09.13

La carta del Papa a Scalfari

No es frecuente, más bien yo diría que es la primera vez, que un papa envía directamente una carta a un periódico para contestar a algunas preguntas que en ese medio se le habían formulado. Me refiero a la carta dirigida por Francisco a Eugenio Scalfari, editorialista del cotidiano “Repubblica”. Scalfari, a propósito de la encíclica “Lumen fidei”, había firmado sendos artículos titulados, respectivamente, “Las respuestas que los dos Papas no dan” y “Las preguntas de un no creyente al papa jesuita llamado Francisco”.

De un lado, pues, un no creyente, un “laico” y, del otro, el Obispo de Roma. Llama la atención que, en Italia, a diferencia de lo que sucede en algún otro país, un claro exponente de la laicidad se tome la molestia de leer detenidamente una encíclica sobre la fe; un tema, dice, “que nos afecta a todos de cerca”.

El Papa no ha dudado a la hora de responder con un relativamente extenso texto en el que aborda las preguntas y las objeciones que su interlocutor había planteado. Una muestra evidente de que el Papa cree en la oportunidad del diálogo entre la fe y la modernidad ilustrada – o diríamos, para ser más precisos, entre la fe y un cierto tipo de pensamiento moderno – y de que se muestra convencido de que la misma fe impulsa a dar testimonio en diálogo con todos.

Francisco parte del testimonio. Dice lo que la fe significa para él: un encuentro personal con Jesús que da un sentido nuevo a la existencia, si bien ese encuentro, insiste, se ha dado en la Iglesia y por medio de ella.

Del testimonio parte el diálogo. ¿Sobre qué temas? Básicamente sobre las grandes cuestiones que una parte de la modernidad ilustrada desde el siglo XVIII viene formulando al Cristianismo y que, en resumen, versan sobre dos ejes fundamentales: la historia y la verdad. ¿Se puede acceder a través de la investigación histórica a Jesús de Nazaret y a su predicación? ¿Hay razones para sostener la pretensión del Cristianismo de ser la verdad en asuntos de religión? Y si fuese así, ¿qué papel les corresponde desempeñar a las otras religiones, en particular al Judaísmo? Curiosamente, Scalfari se interesa también por la situación de los no creyentes en orden a su salvación eterna. Y digo “curiosamente”, porque no acabo de entender qué interés puede tener un no creyente en saber si Dios – en quien no cree – le va a salvar o no. Pero dejemos eso a un lado.

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7.09.13

¿Cómo seguir la petición del Papa de orar por la paz?

El Santo Padre ha convocado a toda la Iglesia para que mañana, día 7 de septiembre, todos los católicos hagamos una oración por la paz.

¿Cómo podemos hacerlo, en concreto?

Según el maestro de ceremonias del Papa, Mons. Guido Marini, hay tres aspectos que han de estar presentes: las confesiones, el Rosario y la adoración eucarística.

Creo que es sencillo desarrollar este programa. Me refiero ahora a las parroquias.

Se puede comenzar con el rezo del Rosario. Y, ya un poco antes, y durante el mismo rezo, el sacerdote - o los sacerdotes, si hay más de uno - han de estar en el confesionario para atender a los penitentes.

Luego, la celebración de la Santa Misa. La oración de los fieles puede hacerse por la paz y la justicia.

Y, después de la Santa Misa, un tiempo de adoración eucarística.

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6.09.13

Seguir a Jesús

Creer en Jesús es seguirle con valentía y perseverancia por el camino de la cruz – que es, a la vez, el camino de la resurrección - . La fe es algo más que acompañar circunstancialmente a Jesús o que sentir admiración por Él. La fe exige la identificación del discípulo con el Maestro y comporta el dinamismo de caminar tras sus huellas. No se puede creer en Jesús sin vivir como Él, sin seguirle. Y este proceso de seguimiento supone estar dispuestos a un cambio continuo, a una verdadera conversión.

Jesús pide una entrega radical, que solamente puede pedir Dios. Explicando las condiciones que se requieren para seguirle, el Señor, indirectamente, revela su identidad divina. Él es más que un profeta. Siguiéndole a Él se hace concreta la observancia del primer mandamiento de la ley de Dios: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas”. Seguir a Jesús es responder, con la propia vida, al amor de Dios.

Esta primacía de Dios, esta renuncia a divinizar lo que no es divino, que Jesús pone como condición para ser discípulo suyo, la recoge San Benito al indicar la finalidad de su regla: “No anteponer absolutamente nada al amor de Cristo”. Ni los lazos familiares, ni los bienes, ni el amor a uno mismo pueden tener la precedencia. El primer lugar le corresponde a Dios, que ha salido a nuestro encuentro en la Persona de Cristo.

El Señor, caminando delante de nosotros, nos indica cómo hacer real este programa exigente. Pide renuncia aquel que se anonadó a sí mismo; pide pobreza el que por nosotros se hizo pobre; pide llevar tras Él la cruz aquel que se hizo obediente hasta la muerte. Conformando nuestros pensamientos, nuestras palabras y nuestras acciones con los del Señor responderemos a la primera vocación del cristiano, que no es otra que seguir a Jesús (cf Catecismo 2232).

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4.09.13

Vocaciones sacerdotales: El problema es la fe

“El problema es la fe”. Lo ha dicho, en un encuentro con los Formadores de los Seminarios Mayores de España, el cardenal Mauro Piacenza, prefecto de la Congregación para el Clero: El problema no es la presunta falta de vocaciones, sino la fe.

Creer, tener fe, equivale a abrirse a un orden nuevo de realidad. Supone escuchar y obedecer. Supone también llegar a ver la realidad con ojos nuevos, con los ojos de la fe, porque la fe es “luz”.

A este respecto merece la pena reseñar no solo lo que el papa Francisco dice en su primera encíclica, “Lumen fidei”, sino también las sugerentes reflexiones de Joseph Ratzinger recogidas en el segundo volumen de sus “Obras completas”, recién publicado en España (BAC, Madrid 2013). A propósito del concepto de revelación en San Buenaventura, el joven Ratzinger aborda la relación entre luz y palabra y, en un breve estudio recogido en el citado volumen, trata sobre “Luz e iluminación. Consideraciones sobre el puesto y el desarrollo del tema en la historia de las ideas de Occidente”.

En el marco del Año de la fe y recordando el vigésimo aniversario de la exhortación apostólica postsinodal “Pastores dabo vobis” del beato Juan Pablo II, el cardenal Piacenza ha incidido en la relación que existe entre fe y vocación. Está en juego la fe: la fe de las familias, la fe de las comunidades cristianas, la fe de los pastores y el ardor misionero que ha de seguir a tal fe.

Sin fe es absolutamente imposible escuchar, discernir, ver y obedecer la llamada de Dios. La fe hace posible percibir, como una realidad viva, su presencia y su palabra. Sin fe, Dios no necesariamente nos resultaría desconocido, pero sí muy lejano. Es verdad que puede ser conocido por la luz de la razón y hasta respetado y adorado. Pero sin esa luz mayor de la fe permanecería siempre distante. Lo suficientemente distante, al menos, para no concernirnos de modo tan personal como para dedicarle a Él, exclusivamente, toda la vida.

¿Qué consecuencias entraña la prioridad de la fe para la pastoral vocacional? El cardenal Piacenza subraya el primado de la vida espiritual, para que el sacerdote esté verdaderamente ligado a Dios y, de este modo, al servicio del pueblo cristiano.

¿Qué puede ofrecer un sacerdote al mundo? Básicamente, esencialmente, le puede ofrecer a Dios. No porque Dios sea posesión del sacerdote, sino porque a través del sacerdote, que hace presente a Cristo por el sacramento recibido, Dios – conforme a la lógica de la Encarnación - quiere seguir acercándose a los hombres.

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31.08.13

Verdad y severidad

Valiéndose de una parábola, el Señor nos instruye acerca de la humildad: “todo el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido” (Lc 14,11). No se refiere Jesús, de modo principal, a la necesidad de ser conscientes de las propias limitaciones. Este autoconocimiento – siempre oportuno – no define la especificidad cristiana de la humildad. El criterio de la humildad, su norma, es mucho más alto; es la propia figura de Jesús: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11,19).

Según la traducción griega de la Biblia – la llamada versión de los Setenta - , el humilde – “tapeinós”- es aquel que se siente pobre ante Dios y, en consecuencia, es manso – “praús” - ; es decir, inclinado hacia el prójimo. En Jesús se personifican estas dos actitudes: la obediencia a la voluntad del Padre y la entrega generosa en favor de los hombres. De este modo refleja el mismo ser de Dios.

San Pablo nos ayuda a profundizar en el significado de la humildad de Jesús en el himno de la Carta a los Filipenses: “siendo de condición divina, no consideró como presa codiciable el ser igual a Dios, sino que se anonadó a sí mismo tomando la forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y, mostrándose igual que los demás hombres” (Flp 2,6-7). Jesús se humilla ante el Padre “haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Flp 2,8). De esta obediencia brota su mansedumbre; su compasión y su servicio en favor nuestro: “Él tomó nuestras dolencias y cargó con nuestras enfermedades” (cf Mt 8,17).

La humildad de Dios es equivalente a la generosidad de su amor. San Pablo lo expresa, de otro modo, en el himno a la caridad: “La caridad es paciente, la caridad es amable; no es envidiosa, no obra con soberbia, no se jacta, no es ambiciosa, no busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta el mal, no se alegra por la injusticia, se complace en la verdad; todo lo aguanta, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1 Co 13,4-7). Cada una de las afirmaciones sobre la caridad constituyen rasgos definitorios de la humildad divina reflejada en la vida de Jesús: Él – Dios – “todo lo aguanta, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”.

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