Guardar y exponer el Depósito de la Fe

Escudo vaticano



Theo, reponsable del magnífico blog Vivificat, me ha “descubierto” un texto sensacional de Benedicto XVI. He aquí la parte que me ha resultado más interesante:


[I. Decadencia de la civilización]

“Excita, Domine, potentiam tuam, et veni!”

La liturgia de la Iglesia ora incesantemente en los días de Adviento con éstas o parecidas palabras. Son invocaciones formuladas probablemente en el período del declive del Imperio Romano. La disolución de los ordenamientos que sustentaban en derecho y de las actitudes morales de fondo, que les daban fuerza, provocaron la ruptura de los muros que hasta ese momento habían protegido la convivencia pacífica entre los hombres. Un mundo estaba llegando a su ocaso. Además, frecuentes calamidades naturales aumentaban esta experiencia de inseguridad. No se veía ninguna fuerza capaz de frenar dicho declive. Se hacía cada vez más insistente la invocación del poder de Dios: que venga y proteja a los hombres de todas estas amenazas.

“Excita, Domine, potentiam tuam, et veni!”

También hoy tenemos numerosos motivos para unirnos a esta oración de Adviento de la Iglesia. El mundo, con todas sus nuevas esperanzas, está, al mismo tiempo, angustiado por la impresión de que el consenso moral se está disolviendo, un consenso sin el cual no funcionan las estructuras jurídicas y políticas; por consiguiente, las fuerzas movilizadas para defender dichas estructuras parecen estar destinadas al fracaso.

“Excita”: la oración recuerda el grito dirigido al Señor, que estaba durmiendo en la barca de los discípulos sacudida por la tempestad y a punto de hundirse. Cuando su palabra poderosa apaciguó la tempestad, Él echó en cara a los discípulos su poca fe (Mt.8:26). Quería decir: en vosotros mismos, la fe se ha adormecido. Lo mismo quiere decirnos también a nosotros. Con mucha frecuencia, también en nosotros la fe está dormida. Pidámosle, pues, que nos despierte del sueño de una fe que se ha cansado y que devuelva a esa fe la fuerza de mover montañas, es decir, de dar el justo orden a las cosas del mundo.



[II. Tibieza y pecado en los miembros de la Iglesia]

“Excita, Domine, potentiam tuam, et veni!”

Esta oración de Adviento me ha venido una y otra vez a la mente y a los labios en las grandes angustias que durante este año nos han afectado. Con mucha alegría comenzamos el Año Sacerdotal… Por eso nos hemos visto tan turbados cuando, precisamente en este año, hemos venido a saber de abusos contra menores, en unas dimensiones inimaginables para nosotros, cometidos por sacerdotes, que convierten el Sacramento en su contrario y, bajo el manto de lo sagrado, hieren profundamente a la persona humana en su infancia y le provocan daños para toda la vida.

En este contexto, me ha venido a la memoria una visión de santa Hildegarda de Bingen, que describe de manera impresionante lo que hemos vivido en este año:

«En el año 1170 después de Cristo estuve en cama, enferma durante mucho tiempo. Entonces, física y mentalmente despierta, vi una mujer de una tal belleza que la mente humana no es capaz de comprender. Su figura se erguía de la tierra hasta el cielo. Su rostro brillaba con un esplendor sublime. Sus ojos miraban al cielo. Llevaba un vestido luminoso y radiante de seda blanca y con un manto cuajado de piedras preciosas. En los pies calzaba zapatos de ónix. Pero su rostro estaba cubierto de polvo, su vestido estaba rasgado en la parte derecha. También el manto había perdido su belleza singular y sus zapatos estaban sucios por encima. Con gran voz y lastimera, la mujer alzó su grito al cielo:

“Escucha, cielo: mi rostro está embadurnado. Aflígete, tierra: mi vestido está rasgado. Tiembla, abismo: mis zapatos están ensuciados… Estuve escondida en el corazón del Padre, hasta que el Hijo del hombre, concebido y dado a luz en la virginidad, derramó su sangre. Con esta sangre, como dote, me tomó como esposa. Los estigmas de mi esposo permanecen frescos y abiertos mientras estén abiertas las heridas de los pecados de los hombres. El que permanezcan abiertas las heridas de Cristo es precisamente culpa de los sacerdotes. Ellos rasgan mi vestido porque son transgresores de la Ley, del Evangelio y de su deber sacerdotal. Quitan el esplendor de mi manto, porque descuidan totalmente los preceptos que tienen impuestos. Ensucian mis zapatos, porque no caminan por el camino recto, es decir por el duro y severo de la justicia, y también porque no dan un buen ejemplo a sus súbditos. Sin embargo, encuentro en algunos el esplendor de la verdad.”

Y escuché una voz del cielo que decía:

“Esta imagen representa a la Iglesia. Por esto, oh, ser humano que ves todo esto y que escuchas los lamentos, anúncialo a los sacerdotes que han de guiar e instruir al pueblo de Dios y a los que, como a los apóstoles, se les dijo:

‘Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación’” (Mc.16:15)»

cfr. Carta a Werner von Kirchheim y a su comunidad sacerdotal: PL.197:269ss

En la visión de santa Hildegarda, el rostro de la Iglesia está cubierto de polvo, y así es como lo hemos visto. Su vestido está rasgado por culpa de los sacerdotes. Tal como ella lo ha visto y expresado, así lo hemos visto este año. Hemos de acoger esta humillación como una exhortación a la verdad y una llamada a la renovación. Solamente la verdad salva. Hemos de preguntarnos qué podemos hacer para reparar lo más posible la injusticia cometida. Hemos de preguntarnos qué había de equivocado en nuestro anuncio, en todo nuestro modo de configurar el ser cristiano, de forma que algo así pudiera suceder. Hemos de hallar una nueva determinación en la fe y en el bien. Hemos de ser capaces de penitencia. Debemos esforzarnos en hacer todo lo posible en la preparación para el sacerdocio, para que algo semejante no vuelva a suceder jamás…



[III. Fundamentos ideológicos del pecado y la tibieza de los miembros de la Iglesia]

Para oponerse a estas fuerzas debemos echar una mirada a sus fundamentos ideológicos. En los años setenta, se teorizó que la pedofilia era algo completamente conforme con el hombre e incluso con el niño. Sin embargo, esto formaba parte de una perversión de fondo del concepto de ethos. Se afirmaba —incluso en el ámbito de la teología católica— que no existía ni el mal ni el bien en sí mismos. Existía sólo un «mejor que» y un «peor que». No habría nada bueno o malo en sí mismo. Todo dependía de las circunstancias y de los fines que se pretendían. Dependiendo de los objetivos y las circunstancias, todo podría ser bueno o malo. La moral fue sustituida por un cálculo de las consecuencias, y por eso mismo deja existir. Los efectos de tales teorías saltan hoy a la vista…



[IV. Fundamentos ideológicos de todo de gobierno: Cristo y la búsqueda de la verdad]

Me gustaría hablar con detalle del inolvidable viaje al Reino Unido, sin embargo, me limitaré a dos puntos que están relacionados con el tema de la responsabilidad de los cristianos en el tiempo actual y con el cometido de la Iglesia de anunciar el Evangelio. Mi pensamiento se dirige en primer lugar al encuentro con el mundo de la cultura en Westminster Hall, un encuentro en el que la conciencia de la responsabilidad común en este momento histórico provocó una gran atención, que, en última instancia, se orientó a la cuestión sobre la verdad y la fe. Era evidente a todos, que en este debate la Iglesia debe dar su propia aportación. Alexis de Tocqueville, en su tiempo, observó que en América la democracia fue posible y había funcionado porque, más allá de las denominaciones particulares, existía un consenso moral de base que unía a todos. Sólo si existe un consenso semejante sobre lo esencial, las constituciones y el derecho pueden funcionar. Este consenso de fondo que proviene del patrimonio cristiano está en peligro allí donde en su lugar, en vez de la razón moral, se pone la mera racionalidad finalista de la que ya hemos hablado antes. Esto es realmente una ceguera de la razón para lo que es esencial. Combatir esta ceguera de la razón y conservar la capacidad de ver lo esencial, de ver a Dios y al hombre, lo que es bueno y verdadero, es el propósito común que ha de unir a todos los hombres de buena voluntad. Está en juego el futuro del mundo.



[V. Fundamentos ideológicos de toda espiritualidad: Cristo y la búsqueda de la verdad]

Por último, quisiera recordar ahora la beatificación del Cardenal John Henry Newman. ¿Por qué ha sido beatificado? ¿Qué nos puede decir? A estas preguntas se pueden dar muchas respuestas, que se han desarrollado en el contexto de la beatificación. Quisiera resaltar solamente dos aspectos que van unidos y, en el fondo, expresan lo mismo. El primero es que debemos aprender de las tres conversiones de Newman, porque son pasos de un camino espiritual que a todos nos interesa.

Quisiera sólo resaltar aquí la primera conversión: la de la fe en el Dios vivo. Hasta aquel momento, Newman pensaba como el hombre medio de su tiempo y también como el de hoy, que simplemente no excluye la existencia de Dios, sino que la considera en todo caso como algo incierto, que no desempeña un papel esencial en la propia vida. Para él, como para los hombres de su tiempo y del nuestro, lo que aparecía como verdaderamente real era lo empírico, lo que se puede percibir materialmente. Esta es la «realidad» según la cual se nos orienta. Lo «real» es lo tan­gible, lo que se puede calcular y tomar con la mano. En su conversión, Newman reconoce que las cosas están precisamente al revés: que Dios y el alma, el ser mismo del hombre a nivel espiritual, constituye aquello que es verdaderamente real, lo que vale. Son mucho más reales que los objetos que se pueden tocar. Esta conversión significa un giro copernicano. Aquello que hasta el momento aparecía irreal y secundario se revela como lo verdaderamente decisivo. Cuando sucede una conversión semejante, no cambia simplemente una teoría, cambia la forma fundamental de la vida. Todos tenemos siempre necesidad de esa conversión: entonces estamos en el camino justo.

La conciencia era la fuerza motriz que impulsaba a Newman en el camino de la conversión. ¿Pero qué se entiende con eso? En el pensamiento moderno, la palabra «conciencia» significa que en materia de moral y de religión, la dimensión subjetiva, el individuo, constituye la última instancia de la decisión. Se divide al mundo en el ámbito de lo objetivo y de lo subjetivo. A lo objetivo pertenecen las cosas que se pueden calcular y verificar por medio de un experimento. La religión y la moral escapan a estos métodos y por tanto están consideradas como ámbito de lo subjetivo. Aquí no hay, en último análisis, criterios objetivos. La última instancia decisiva sería por tanto solo el sujeto, y con la palabra «conciencia» se expresa precisamente esto: en este ámbito puede decidir sólo el sujeto, el individuo con sus intuiciones y experiencias. La concepción que Newman tiene de la conciencia es diametralmente opuesta. Para él «conciencia» significa la capacidad de verdad del hombre: la capacidad de reconocer en los ámbitos decisivos de su existencia, religión y moral, una verdad, la verdad.

La conciencia, la capacidad del hombre para reconocer la verdad, le impone al mismo tiempo el deber de encaminarse hacia la verdad, de buscarla y de someterse a ella allí donde la encuentre. Conciencia es capacidad de verdad y obediencia en relación con la verdad, que se muestra al hombre que busca con corazón abierto. El camino de las conversiones de Newman es un camino de la conciencia, no un camino de la subjetividad que se afirma, sino, por el contrario, de la obediencia a la verdad que paso a paso se le abría.

Su tercera conversión, la del Catolicismo, le exigía abandonar casi todo lo que le era querido y apreciado: sus bienes y su profesión; su título académico, los vínculos familiares y muchos amigos. La renuncia que la obediencia a la verdad, su conciencia, le pedía, iba más allá. Newman fue siempre consciente de tener una misión para Inglaterra. Pero en la teología católica de su tiempo, su voz difícilmente podía ser escuchada. Era demasiado extraña con relación al estilo dominante del pensamiento teológico y también de la piedad. En enero de 1863 escribió en su diario estas frases conmovedoras:

«Como protestante, mi religión me parecía mísera, pero no mi vida. Y ahora, de católico, mi vida es mísera, pero no mi religión».

Aún no había llegado la hora de su eficacia. En la humildad y en la oscuridad de la obediencia, él esperó hasta que su mensaje fuera utilizado y comprendido.

Para sostener la identidad entre el concepto que Newman tenía de conciencia y la moderna comprensión subjetiva de la conciencia, se suele hacer referencia a aquellas palabras suyas, según las cuales –en el caso de tener que pronunciar un brindis–, él habría brindando antes por la conciencia y después por el Papa.

Pero en esta afirmación, «conciencia» no significa la obligatoriedad última de la intuición subjetiva. Es expresión del carácter accesible y de la fuerza vinculante de la verdad: en esto se funda su primado. Al Papa se le puede dedicar el segundo brindis, porque su tarea es exigir obediencia con respecto a la verdad.

cfr. Discurso del Santo Padre Benedicto XVI a la Curia Romana para el intercambio de felicitaciones con ocasión de la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo. Lunes 20 de diciembre, fiesta de Santo Domingo de Silos, Anno Domini 2010.

http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/speeches/2010/december/documents/hf_ben-xvi_spe_20101220_curia-auguri_sp.html



Medítense bien estas palabras: «La tarea del Papa es exigir obediencia con respecto a la verdad». La verdad como correspondencia entre lo conocido, lo comunicado, y la realidad.



Y esa verdad no es otra que el Depósito de la Fe.



Tal y como nos enseña el Beato Papa Pío IX a través del Concilio Vaticano I en el Capítulo IV, “Sobre el magisterio infalible del Romano Pontífice”, de la Constitución Dogmática sobre la Iglesia de Cristo, “Pastor aeternus”, promulgada el 18 de julio de 1870:


“Así el Espíritu Santo fue prometido a los sucesores de Pedro, no de manera que ellos pudieran, por revelación suya, dar a conocer alguna nueva doctrina, sino que, por asistencia suya, ellos pudieran guardar santamente y exponer fielmente la revelación transmitida por los Apóstoles, es decir, el Depósito de la Fe.”

http://www.conoze.com/doc.php?doc=2944



“Neque enim Petri successoribus Spiritus Sanctus promissus est, ut eo revelante novam doctrinam patefacerent, sed ut eo assistente traditam per Apostolos revelationem seu Fidei Depositum sancte custodirent et fideliter exponerent.”

http://www.ccel.org/ccel/schaff/creeds2.v.ii.i.html



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7 comentarios

  
susi
Muy interesante y profundo.

!Qué suerte saber a ciencia cierta que estamos capacitados para conocer la verdad y seguirla, con la ayuda de Dios!

En este mundo cada vez más lleno de incertezas, los católicos sabemos de quién nos hemos fiado.

Qué dulce es someterse a la verdad allí donde la encontremos.
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La Verdad es una, y está contenida en el Depósito de la Fe, custodiado y expuesto por los sucesivos Papas.

Si a lo largo de veinte siglos se ha enseñado siempre lo mismo y en todas partes, y si todos y cada uno de los papas han custodiado y expuesto el Magisterio de la misma forma, es señal clara e inequívoca de que el Magisterio es verdadero.

Es dulce someterse a la verdad allí donde la encontremos. Pero el hombre moderno, el mundo de hoy, los poderes de este siglo, no soportan la verdad. Por eso no soportan a quienes se someten a ella.
01/01/11 10:07 PM
  
vicente
y también defenderlo.
04/01/11 10:38 AM
  
susi
Efectivamente, a pesar de los muchos errores y pecados cometidos por algunos Papas, la doctrina ha sido siempre la misma, lo cual es muy significativo, para el que tiene la mente abierta y quiere creer.Para el que no, ni aunque el mismo Dios se le apareciera, creería.
El mundo moderno no soporta la verdad, porque les haría cambiar radicalmente de vida, porque no entienden que hay un reinado de amor y de paz, pero que pasa, necesaria e inevitablemente, por la Cruz. No es el discípulo más que el Maestro.
Por eso persiguen a sus discípulos, porque les recuerda una y mil veces su vida abyecta y sin sentido.
Pero siempre hay que confiar en que haya tiempo para la Misericorda Divina.
04/01/11 1:35 PM
  
Edgar Lay
Como no lo pueden entender las sectas que están socavando la sociedad y destruyendo las familias justamente por esa frialdad entre los ungidos del Señor calentemos el corazón de los católicos!
05/01/11 3:31 AM
  
susi
Edgar:

Si nosotros incendiamos nuestro corazón en la intimidad del de Jesús, seremos esos carboncitos ardiendo que darán calor a todos.

http://www.mscperu.org/msc/sgdoCorazon/letanSCJPII.htm

Ver el nº 7.

El remedio que no falla, desde luego, es pedírselo a la Virgen.

Un saludo.
05/01/11 6:14 PM
  
antonio grande
El cristiano, cuanto más romano más cristiano. ¡ Qué caro estamos pagando el que durante años los cristianos, muchísimos, se hayan apartado del Papa y hayan hecho su prropia Iglesia sin Papa.
19/01/11 10:50 PM
  
TDJ
¡Gracias por la mención y el enlace!

-Theo, de Vivificat
22/02/11 10:24 PM

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