A Dios lo que es Dios

Uno tiene el feo vicio de que le guste la Historia (inculcado, además, desde hace tiempo), y estoy siguiendo actualmente la serie de Los Tudor, que cuenta con bastante lujo de detalles lo golfo que era Enrique VIII y los despropósitos religiosos que se llevaron a cabo a principios del Siglo XVI en Inglaterra. Salvando las distancias, una suerte de desamortizaciones con un tufillo especialmente protestante. Es curioso como en una producción moderna los católicos podemos ser presentados -por una vez- no como represores o fanáticos, sino como las víctimas de aquellos que dicen querer “llevarnos a la fe auténtica” a golpe de sablazo, eso sí. Una de las anécdotas que más me ha llamado la atención es al aversión que tienen los “reformadores” al crucifijo. Y es que más sabe el diablo por viejo que por diablo, ya es conocido.

Me decía un profesor de universidad, amigo mío, que el diablo ha inventado más bien pocas herejías desde los primeros siglos. Un signo de esto es que no hay más que salir a la calle para ver maniqueísmo a mansalva, arrianismo por todos lados, pelagianismo hasta en la propia Iglesia… Y quizás lo único característico de nuestra época sea una apostasía silenciosa, un verdadero divorcio entre lo terrenal y lo espiritual, después de las revoluciones liberales, pero especialmente tras la revolución del 68 y de las corrientes de pensamiento existencialista.

Solo si entendemos esa trayectoria histórica de “vaciar de contenido” el hecho religioso, podemos entender que un gobernante (casi pongo ‘príncipe’) utilice el tema de los crucifijos para tapar su ineptitud para lidiar con la crisis económica. Solo así se puede entender como la Ministra de Igualdad (atribuyéndose competencias que ninguna homóloga suya tiene) propugne una nueva ley del aborto tan dañina para una sociedad ya muy deteriorada. Solo así se entiende que la ministra del ramo, pero esta vez la British, vaya a imponer el fin del celibato católico en el Reino Unido. Si esto se produce, Inglaterra habrá dado el paso más radical en contra de los católicos que se ha dado desde el mismo Enrique VIII. Y todo mientras hasta la misma Reina consideraba acabar con el veto al trono que tenemos los que profesamos ese credo. Curiosamente, en el borrador de ley no se hace mención alguna a que los bastante más numerosos musulmanes tengan que ordenar imanes mujer, o bien homosexuales. Eso no es políticamente correcto ¿Verdad Harriet? Algunas cortinas de humo resultan verdaderamente inquietantes.

Al final, lo que no debería haberse perdido de vista, está bastante atrás en el camino. Y somos habitualmente lo bastante tontos como para repetir los errores del pasado, que no recordamos. Así, nos olvidamos del principio evangélico “A Dios lo que es de Dios, y al César lo que es del César", que hemos ido confundiendo tantas veces a lo largo de la Historia. Desde el mismo momento en que nos permitimos legislar sobre cosas que están fuera de nuestro alcance, sabemos que algo estamos haciendo mal. Y hay que rasgarse las vestiduras, desde luego, pero también hacer caer en la cuenta del error. Lo malo de los príncipes actuales no es que caigan en la herejía, como Thomas Cromwell y Enrique VIII, sino que caen en la estulticia, y sienten la necesidad de legislar lo que no les competen, no entienden y, llanamente, rechazan. Y me da igual el signo político.

2 comentarios

  
Luis López
Un Carlos Marx más lúcido de lo habitual decía, refiriéndose a los dos napoleones, que la historia se repite, primero como tragedia, y luego como farsa. Pues aquí tenemos otro de los miles de ejemplos que ha dado la historia de esta antológica máxima: Enrique VIII hizo un "Acta de Supremacía" para imponer su poder religioso (y rodaron cabezas a mansalva); esta ministra pretente otra "Acta de supremacía" para imponer los dogmas progres (pero esta vez no rodarán cabezas, esta vez lo celebrarán en los conciábulos progres y en la próxima manifestación del orgullo gay)

Lo dicho, primero como tragedia y luego como farsa.

Nota del B. ¡Desde luego!
15/12/09 12:39 PM
  
rastri
Lo malo de los príncipes actuales no es que caigan en la herejía, como Thomas Cromwell y Enrique VIII, sino que caen en la estulticia, y sienten la necesidad de legislar lo que no les competen, no entienden y, llanamente, rechazan. Y me da igual el signo político.

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Y como la "estulticia" es el denominador común del pensar del " mundanal dirigente pensante de hoy día". -Otra cosa sería si no.
Pues estamos apañados los que en minoría, sin ley ni derecho, nos resistimos a pensar como ellos.
15/12/09 12:51 PM

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