1 de mayo. Músicos trabajadores en la Iglesia

Hoy, 1 de mayo, la liturgia celebra a San José en cuanto obrero, faber, trabajador.

El origen de la fiesta es conocido. En la Revolución Industrial del s. XIX muchas personas se vieron compelidas por el nuevo sistema económico a abandonar el medio rural y el modo de vida que habían heredado desde tiempo inmemorial, para establecerse en los suburbios de las ciudades en unas condiciones terribles de pobreza y abuso por parte de quienes a partir de entonces eran los dueños de su sustento.

En España, después de las desamortizaciones, muchos de los que quedaron en el campo también vieron empeorada su situación pasando de arrendatarios a jornaleros al servicio de los nuevos propietarios, bastante más impacientes con el beneficio económico que los anteriores. Las graves tensiones que se derivaron de todo ello situaron al trabajo humano como piedra de tropiezo para trágicos errores de todo signo. El 1 de mayo cristalizó como fecha simbólica para la reivindicación de la justicia hacia los trabajadores. El 1955 El papa Pío XII instituyó  el mismo día la fiesta de San José Obrero, con el fin de reafirmar la compresión y vivencia cristianas del trabajo por parte tanto de empleadores como de empleados (palabras bien feas ambas, por cierto, pero que parece necesario usar).

Paralelamente a la Revolucion Industrial del XIX, las nuevas ideologías desataron violentos cambios legislativos que privaron a la Iglesia de gran parte de los medios con que sostenía su múltiple actividad, tambien en las manifestaciones culturales, musicales, educativas, etc. Entre la multitud de damnificados se contaron los trabajadores de la Iglesia, cuyos emolumentos desaparecieron o se redujeron en extremo. Entre ellos se contaban los músicos: organistas, cantores, instrumentistas varios, maestros de capilla, etc.

A diferencia de otros ámbitos culturales, en nuestro contexto hispano -tanto europeo como americano- apenas hemos levantado cabeza desde entonces. Es tanto el tiempo pasado ya, y tan acendrado el hábito de conducirse en medio de la decadencia, que ha llegado a configurarse no digo una teología o doctrina explícita, pero sí una especie de “espiritualidad” y/o “pastoral” del voluntario colaborador.

Personalmente, por las circunstancias particulares que se han dado en mi vida, y gracias a que he podido hallar mi sustento por otras vías, llevo desde los 12 años aportando gratuitamente mi labor musical a la liturgia de la Iglesia en lugares y de modos que han sido bastante variados. Esta perspectiva mía, que ni puede ni debe ser modelo para nadie, me permite hablar sobre el tema con la tranquilidad y libertad de quien no está personalmente condicionado.

La calidad de toda labor está asociada al empeño que se pone en ella, el studium en términos clásicos. Este studium o empeño se concreta en la atención, ilusión, orden, cuidado, disciplina y tiempo que se pone en algo. El tiempo, en concreto, es manifiestamente finito. Los días no suelen tener más de 24 horas, y sólo con ellas contamos para todo lo que necesitamos y debemos hacer. En el oficio de Laudes de la Liturgia de las Horas, todos los lunes de la primera semana del salterio, por si a alguien le ha costado especialmente levantarse de la cama para afrontar la semana laboral, la lectura breve le recuerda este pasaje paulino de la segunda carta a los Tesalonicenses:

El que no trabaja, que no coma. Porque nos hemos enterado de que algunos viven sin trabajar, muy ocupados en no hacer nada. Pues a esos les mandamos, por el Señor Jesucristo, que trabajen con tranquilidad para ganarse el pan. Por vuestra parte, hermanos. no os canséis de hacer el bien.

Cuando alguien dedica mucho tiempo a una colaboración musical no remunerada, pueden darse varias circunstancias. Entre ellas (y sin ánimo de agotar las posibilidades):

A: Que en la parroquia en cuestión no existan realmente recursos económicos para remunerarlo. Nada que objetar, más bien es de alabar su aportación.

B: Que disponga de ese tiempo porque carece de empleo. En tal caso es más claro todavía que debería recibir un justo salario, proporcional al trabajo que aporte.

C. Que disponga de ese tiempo porque viene de familia con posibles y puede permitirse vivir de rentas, herencias o algo parecido como un trabajo especialmente poco exigente y especialmente bien pagado. En tal caso, salvo que se diera el caso A, también debería estar sujeto a remuneración para no incurrir en competencia desleal ni consolidar esa defectuosa distribución de los recursos disponibles en la iglesia en la que intervenga.

D. Que crea disponer de ese tiempo porque se está escaqueando de sus deberes de estado. No se crea que algo así es del todo infrecuente, ya que la pereza rociada de agua bendita no suele parecer tal.

Atendamos ahora a cuando el colaborador musical no dispone de tiempo para el necesario studium. En comparación con otras actividades de colaboración que suelen darse en las parroquias, como subir al presbiterio a leer alguna parte de la liturgia o colaborar con la limpieza del templo, la música requiere una notable formación específica. Aprender música requiere tiempo y esfuerzo, y no digamos ya ser capaz de tocar el órgano bien sea a solo o como acompañante del canto. De la falta de tiempo para el studium se deriva la imperfección o incluso mediocridad de la labor. Aquí es cuando puede venir como anillo al dedo esa especie de” espiritualidad” o “pastoral” de lo defectuoso, haciendo virtud de la necesidad impuesta por la escasez de recursos en tantas iglesias.

La apelacion a lo defectuoso o incluso mediocre como rasgos de una humilde autenticidad cristiana es algo que al principio parece sonar bien, en cuanto vinculado de algún modo con verdades profundas que nunca deben ser olvidadas. Pero no resulta tan encantador cuando se traslada pedestremente a muchas realidades concretas. Nunca en la Iglesia se juzgó encomiable la labor sin studium. Por eso siempre que fue posible se contó con profesionales. No es cierta la imagen de una Cristiandad cimentada en la aportación imperfecta de humildes colaboradores desinteresados. Ni las catedrales ni el resto de iglesias las edificaron voluntarios, sino arquitectos, canteros, escultores y carpinteros profesionales que cultivaban su oficio con ahínco, seriamente remunerados conforme a su prestigio y buen hacer, y que habían recibido la formación necesaria en instituciones configuradas conforme a la solidez del fin perseguido. Lo mismo ha de decirse de vidrieras, retablos, libros, vestiduras y resto de objetos litúrgicos. Nada de eso se hizo por colaboradores voluntarios y desinteresados económicamente, sino por personas que dominaban esos oficios y percibían el merecido salario a su trabajo, ya fuese un laico del s. XV o un monje del s. IX que a cambio estaba eximido de los trabajos en que se ocupaban sus hermanos de comunidad.

Del mismo modo, los músicos afrontaban con estudiosidad su formación y desempeño, porque ambas estaban asociadas a una remuneración que justificaba tan importante aportación de tiempo y energías. Tambien las cuestiones más nucleares de la vida de la Iglesia fueron encargadas a profesionales y no a colaboradores voluntarios. Santo Tomás de Aquino pudo aplicar su portentosa inteligencia al bien de la filosofía y la teología gracias a que recibió cobijo, vestido y sustento sin estar obligado a, pongamos por caso, cuidar la huerta o echar de comer a las gallinas del convento. Dicho en otros términos, fue un profesional del pensamiento y la docencia. Gracias sean dadas a Dios por ello.

Seamos claros: la alternativa al studium es la chapuza. Pero el studium requiere tiempo y cuesta dinero. De cuánto dinero se disponga en cada iglesia y cuánta imperfección en la labor musical se pueda aceptar, es algo para discernir en cada caso. Pero disfrazar la chapuza evitable con el sayo de una supuesta sencillez, pobreza, autenticidad, desinterés personal o excusa similar, no deja de ser un truco barato.

Estas reflexiones seguramente podrían aplicarse a otros ámbitos y actividades, pero en este artículo las he desarrollado acerca de la música primero porque es el tema propio de este blog, y segundo porque en la música de la iglesia abunda un nivel de imperfección y falta de studium especialmente llamativo.

Quede claro, por otra parte, que no estoy ensoñado en ningún parnaso ficticio de excelencia perfeccionista ni -palabra tan al uso- elitista. Es demasiado evidente la diferencia de recursos entre, por ejemplo, una catedral hispánica del s. XVI y una parroquia actual asolada por las desamortizaciones del XIX, la despoblación rural del XX y quizá por la hostilidad o incluso boicot del poder gubernativo en el s. XXI. La cuestión es que siempre es posible tender hacia el bien y buscar vías realistas de mejora. Realistas no sólo en cuanto factibles, sino también en cuanto no contraproducentes ni causantes de un mal mayor. Es decir: si en algún lugar hay un organista que apenas sabe tocar o un cantor que apenas sabe cantar, ¿en nombre de qué proyecto se podría menospreciar su labor, cuando tantas veces son los únicos que mantienen en pie la música litúrgica? No se trata ni remotamente de rechazar a priori a ninguno de ellos, sino de establecer un sistema justo de remuneración de su labor mediante el cual se garantice un mayor studium o tiempo de dedicación por su parte, quizá el apoyo de alguien que pueda ayudar, y una mejor formación para mejorar su labor.

Igualmente, tantas iglesias hay que cuentan con preciosos órganos heredados de tiempos antiguos o incluso construidos recientemente, pero cuya belleza sonora es hurtada a quienes asisten a la iglesia por falta de de quien lo toque, o porque quien hace las veces de organista carece de la mínima formación para manejarlo y ha de servirse de algún mísero sucedáneo electrónico.

Cierto es que la excelencia musical  pudo ser en el pasado -como lo puede ser la mediocridad predominante actual- causa de excesos, fomento de vanidades y desviación de lo fundamental; y también que la contratación de músicos competentes desconocedores del valor profundo que define a los actos litúrgicos en los que intervienen siempre ha causado dolor en los rectores y demás miembros de la comunidad cristiana afectada. Pero la solución no puede ser abandonarse a la mediocridad y la dejadez, lo que por desgracia sigue siendo la norma entre nosotros.

La realidad de nuestro tiempo es difícil sin duda. No sólo la Iglesia, sino toda nuestra civilización está en un momento de crisis que desorienta a las personas en lo cultural y artístico. Sin embargo, la belleza es una necesidad intrínseca del alma humana. La vida litúrgica de la Iglesia debería ser una luz también en su manifestación artística, cultural, como tantas veces lo fue en el pasado. A su manera propia, sin obsesionarse en remedar las cambiantes modas estéticas ni en ambición de medios ni en tipo de lenguaje. Pero nuestros templos deben subsistir como lugares de paz y belleza, para los de dentro y para los de fuera. Y esto no sale solo: requiere activar ordenada y eficazmente los medios disponibles, sean muchos o pocos.

2 comentarios

  
Eduardo Martínez
Nada se puede añadir. Chapeau!

Por cierto es conveniente recordar que, al igual que en el cuento del padre, del hijo y del burro, en España hemos tenido desde críticas feroces por abrirse una suscripción para construir un órgano en la Iglesia principal de una localidad turística de la provincia de Alicante (por fortuna ya zanjada hace años), hasta la polémica algo más reciente, en un pueblo de 12.000 habitantes, cercano a Madrid. En el primer caso, porque "se gastaban", y en el segundo caso, porque "se había donado" un órgano, a una parroquia... que no tenía organista, y permanecía mudo.

En este segundo caso, la acción de varias personas del Mundo de la Música propiciaron que dicho órgano sonara en varios conciertos en una serie de ciclos, que se ha visto interrumpido por la pandemia. Unos ciclos que montaron con la mejor voluntad del mundo, pero que no podían solucionar un tema que no se podía saltar ni un saltador de pértiga ruso: La presencia de un organista, al menos unos cuantos domingos al mes.

Y es que una parroquia de una población de 12.000 habitantes, cercana a Madrid y a otras ciudades importantes de esta provincia, no podía dedicar un mínimo de recursos, como para que una persona pudiera dar un uso regular a este órgano (donado en fechas recientes a las que saltó la noticia). Porque es imposible creer que un órgano de estas características, no pudiera tener algún organista que pudiera desplazarse al menos de manera ocasional. Pero claro, no se puede pretender que con una política del "gratis total", todo vaya sobre ruedas.
01/05/21 7:10 PM
  
C.V.
Lo suscribo de principio a fin. Y vale para todo.
02/05/21 8:02 PM

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