Nazaret
Hoy es un día especial. Todos los 31 de enero lo son desde hace once años. Porque hoy hace años que nos asaltó el acontecimiento más impactante de nuestras vidas. Muchas veces me habéis preguntado, queríais saber más sobre nuestra experiencia en este sentido…y hoy me ha parecido un buen día para hacerlo. Quiero hacerlo bien, sin entrar en tecnicismos ni términos médicos. Omitiré también algunas reacciones de algunos médicos, y el trato que nos dio alguno de ellos, porque ésto no pretende ser un post de denuncia y quiero, que a pesar de todo, nos quedemos con lo bueno. Quiero hacerlo desde el corazón. Espero ser capaz de transmitiros lo que supuso y supone para nosotros aún cada día. Creo que voy a abriros las puertas de mi corazón más allá de lo que había pensado, y me aterra un poco, pero pienso que conocer la verdad de esta historia podría ayudar a quien haya pasado o pasa por lo mismo…y con que una sola persona se sienta reconfortada por este testimonio, habrá merecido la pena. Es otro tono distinto que al que os tengo acostumbrados, lo sé…pero la ocasión así lo pide. Vamos allá.
La historia de Nazaret comenzó un año antes de su llegada. Porque el 10 de febrero de 2006 nació nuestro tercer hijo, Fernando. El día de su nacimiento, y las semanas que le siguieron, fueron nuestro primer contacto con el sufrimiento real desde que nos casamos cinco años antes. Fernando fue prematuro (es el siguiente parto en la serie, así que ya os contaré con más detalle), y aparte de la prematuridad tuvo serias complicaciones derivadas de su ingreso, que fue larguísimo. Resultó contagiado de una meningitis bacteria que le tuvo al borde de la muerte…imaginaos, tan pequeño…gracias a Dios superó todo aquello, y pese a los malos pronósticos, salió de aquello sin apenas secuelas. La secuela más grande había quedado en nuestros corazones, eso sí. Es cierto que durante todo el proceso de su enfermedad e ingreso, que fue largo, tedioso, y lleno de subidas y bajadas, yo me sentí fuerte, y muy sostenida. Pero cuando pasaron unos meses, y viendo que el niño salía adelante, empecé a tener miedo. Miedo de pasar otra vez por lo mismo. Las que hayáis pasado por algo así me entenderéis. Ver sufrir a un hijo, y más cuando es un bebé, Tan inocente, tan frágil…despierta en tí una sensación de impotencia que no se puede explicar con palabras. No quería de ningún modo volver a pasar por aquello. Y por eso decidí que no quería más hijos. Si no había bebé, no había sufrimiento posible, esa ecuación tan chula me monté en mi cabeza.