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25.07.15

¿Esta es la nueva evangelización que promueve la diócesis de Málaga?

Ahí tenéis en el vídeo al nuevo cura párroco Sr. Pérez Pallares (si un milagro no lo impide) para Madre del Buen Consejo a partir de septiembre. El que sustituye al P. José Luis Bellón es el que colaboró muy activamente (no sé si fue idea suya o qué, pero desde luego colaboró con pasión) en traer al brujo a la catedral de Málaga, cuando era máximo responsable de comunicación del Obispado. Allí, en un espectáculo fuera totalmente de lugar, el dramaturgo subido al presbiterio con un disfraz con símbolo esotérico, se burló abiertamente del Evangelio de san Juan, pues mostró la imagen de un Jesús bobalicón y milagrero, unos discípulos y una Virgen María a los que caricaturizó sin rubor, y una explicación new age acerca del fuego, tierra, aire y agua que en ningún caso venían a cuento.

Más de dos mil malagueños se dejaron (nos dejamos, pues fui testigo de principio a fin) hechizar por su seducción tan particular, y el brujo provocó carcajadas y aplausos en toda una catedral consagrada a celebrar el misterio sagrado de nuestra redención ocurrida en el monte Gólgota, a costa de la sangre de todo un Dios. Por cierto, la cruz y dicho sacrificio no forman parte de su visión del Evangelio.

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13.07.15

Sobre la conveniencia de la devoción a San José en los tiempos actuales

En los últimos meses la devoción a San José ha experimentado un nuevo impulso en la Arquidiócesis de Santiago de Chile gracias a la difusión de una versión adaptada de la novena compuesta en el siglo XVII por el ilustre jesuita francés Louis Lallemant (cfr. recuadro). Esta novena, a la que el Arzobispo Ricardo, Cardenal Ezzati, otorgó indulgencia parcial, se reza mediante cuatro breves “visitas” que el creyente realiza a san José durante cada uno de los nueve días que dura la novena, meditando sucesivamente en cada “visita”: la vida interior, la obediencia, el amor a María y el amor a Cristo de San José.

Este feliz acontecimiento puede oportunamente llevarnos a reconsiderar la misión del Santo Patriarca en la vida de la Iglesia, en particular, en este año en el que la Iglesia se ve necesitada de tantos auxilios, como por ejemplo, en relación a tantos cristianos perseguidos, o en relación al próximo Sínodo de la Familia, o también en relación a este año dedicado a la Vida Consagrada y tantos otros acontecimientos de la Iglesia y del mundo por el cual sería de provecho incalculable recurrir a su protección.

No han faltado quienes piensan que san José ocupa en la fe cristiana un lugar secundario, de poca importancia, y que su único “mérito” consiste en haber sido elegido para casarse con María y cuidar de Ella y su Divino Hijo. Tanto el Magisterio de la Iglesia, como el de los santos nos dicen lo contrario. Cabe, por ejemplo, recordar las enseñanzas de San Bernardino de Siena: “La norma general que regula la concesión de gracias singulares a una criatura racional determinada es la de que, cuando la gracia divina elige a alguien para otorgarle una gracia singular o para ponerle en un estado preferente, le concede todos aquellos carismas que son necesarios para el ministerio que dicha persona ha de desempeñar. Esta norma se ha verificado de un modo excelente en San José, padre putativo de nuestro Señor Jesucristo y verdadero esposo de la Reina del universo y Señora de los ángeles. José fue elegido por el eterno Padre como protector y custodio fiel de sus principales tesoros, esto es, de su Hijo y de su Esposa, y cumplió su oficio con insobornable fidelidad. […].  Si relacionamos a José con la Iglesia universal de Cristo, ¿no es este el hombre privilegiado y providencial, por medio del cual la entrada de Cristo en el mundo se desarrolló de una manera ordenada y sin escándalos? Si es verdad que la Iglesia entera es deudora a la Virgen Madre por cuyo medio recibió a Cristo, después de María es San José a quien debe un agradecimiento y una veneración singular. José viene a ser el broche del Antiguo Testamento, broche en el que fructifica la promesa hecha a los Patriarcas y los Profetas. Sólo él poseyó de una manera corporal lo que para ellos había sido mera promesa. No cabe duda de que Cristo no sólo no se ha desdicho de la familiaridad y respeto que tuvo con él durante su vida mortal como si fuera su padre, sino que la habrá completado y perfeccionado en el cielo” (Sermo 2, de S. Ioseph: Opera 7, 16. 27-30).Desconocer esta doctrina, equivale a olvidar que la salvación del mundo vino por un matrimonio, como afirmó Juan Pablo II en la Exhortación Apostólica Redemptoris Custos: “Y he aquí que en el umbral del Nuevo Testamento, como ya al comienzo del Antiguo, hay una pareja. Pero, mientras la de Adán y Eva había sido fuente del mal que ha inundado al mundo, la de José y María constituye el vértice, por medio del cual la santidad se esparce por toda la tierra. El Salvador ha iniciado la obra de la salvación con esta unión virginal y santa” (n°7).

El Papa León XIII, en su encíclica Quamquam pluries, había afirmado solemnemente los títulos de verdadero esposo de María y verdadero padre de Jesucristo, en conformidad con el lenguaje de los Evangelios y desechando para siempre aquella visión errónea en la que san José ocupa un lugar extrínseco al Misterio de Cristo, y, consecuentemente, a la obra de la Redención y a la misión de la Iglesia. A partir de ahí, Juan Pablo II elabora la reflexión acerca de la “participación del Esposo de María en el misterio divino”, en el misterio de la Encarnación en que se revela el designio amoroso de Dios de hacernos hijos suyos: “José participó en este misterio como ninguna otra persona, a excepción de María, la Madre del Verbo Encarnado. El participó en este misterio junto con ella, comprometido en la realidad del mismo hecho salvífico” (Exhortación apostólica Redemptoris Custos, n.1). Más fuertes aún son las palabras con que San Bernardo se refiere a este punto: “Ya que todo lo que pertenece a la esposa pertenece también al esposo, podemos pensar que José puede distribuir como le parezca los ricos tesoros de gracia que Dios confió a María, su casta esposa” (Homilía sobre “Missus est”, 2 (PL 183, 5530); cf. Obras completas de San Bernardo, I (BAC, 1953) 184).

El patrocinio de San José sobre la Iglesia es la prolongación del que él ejerció sobre Jesucristo, Cabeza de la misma, y sobre María, Madre de la Iglesia. Por esta razón fue declarado Patrono universal de la Iglesia (cfr. Pío IX, Decreto Quemadmodum Deus, 8-XII-1870; Carta Apost. Inclytum Patriarcam, 7-VII-1871). Es claro entonces que quien tuvo la misión de padre en la Sagrada Familia, al comienzo del Nuevo Testamento, tenga también sobre la gran familia de la Iglesia una autoridad paternal. Él, en efecto, “contempla a la multitud de cristianos que conformamos la Iglesia como confiados especialmente a su cuidado” (León XIII, enc. Quamquam pluries, n.3). No es, entonces, la suya una intercesión comparable a la de los demás santos, sino que, como esposo de María, Madre de la Iglesia, y junto a Ella, tuvo y tiene un lugar único en la Redención.

En el siglo XVII, el citado jesuita, Louis Lallemant, gran devoto de San José, recomendaba la devoción al Santo Patriarca con estas palabras: “Ponernos bajo la protección de San José, a quien Dios confió la dirección y el gobierno de su Hijo y el de la Santísima Virgen, teniendo con esto un cargo infinitamente más elevado que si hubiera tenido el gobierno de todos los ángeles y la dirección espiritual de todos los santos. Debemos, pues, dirigirnos a él en todas las funciones de nuestros cargos y pedirle insistentemente su dirección no solo para lo interior sino aún para todos los actos exteriores de nuestra vida; porque cierto es que este gran Santo tiene un poder especial para ayudar a las almas en la vida interior y que se recibe de él una poderosa asistencia para saber encauzar dignamente las actividades de la vida.” (cfr. Doctrina Espiritual). En la misma línea, innumerables son los testimonios de santos y fieles sobre los favores obtenidos por la intercesión de San José. Viene al caso recordar en este año, V° Centenario del nacimiento de Teresa de Ávila, el testimonio de esta gran Doctora de la Iglesia: “No recuerdo hasta hoy –escribe la santa– haberle suplicado cosa que haya dejado de concederme. Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado Santo. A otros santos, Dios concede sola la gracia de socorrernos en una u otra necesidad. Pero el glorioso San José, y lo sé por experiencia, socorre en todas; y quiere el Señor darnos a entender que, así como le estuvo sometido en la tierra […] así en el cielo hace cuanto le pide” (Vida, 6); y este otro: “Quien no hallare maestro que le enseñe a orar, tome a este glorioso Santo por maestro y no errará el camino” (Vida, 6). Incluso llega la santa a desafiarnos a que hagamos la prueba de dirigirnos a San José: Sólo pido, por amor de Dios, que lo pruebe quien no me creyere, y verá por experiencia el gran bien que es encomendarse a este glorioso Patriarca y tenerle devoción” (Vida, 6).

A la luz de lo expuesto, y recordando al gran León XIII, queremos con estas reflexiones hacer notar “que es de gran importancia que la devoción a San José se introduzca en las prácticas diarias de piedad de los católicos” (Idem, n.2). Tanto más proféticas sentimos las palabras de Benedicto XV, en su memorable Motu Proprio Bonum sane et salutare: “Nos, pues, totalmente confiados en el patrocinio de aquel a cuya vigilancia y previsión quiso Dios encomendar a su Unigénito encarnado y a la Virgen y Madre de Dios, propiciamos que todos los Obispos del orbe católico exhorten a todos los fieles a implorar el auxilio de San José, tanto más insistentemente cuanto es más adverso el tiempo a la causa cristiana”.  En este sentido, cómo no esperar de nuestros Pastores la concesión de indulgencias, e incluso, por qué no, la concesión de Indulgencia Plenaria a alguna práctica de devoción josefina, como la del padre Lallemant que presentamos, a fin de facilitar y hacer atractivo el incremento de su devoción. Más aún, quisiéramos hacer notar un vacío que desconcierta: no existe devoción alguna al Santo Patrono de la Iglesia y Patrono de la buena muerte (cfr. Catecismo n° 1014), entre otros títulos, por la que el creyente pueda alcanzar la Indulgencia Plenaria, del mismo modo que mediante el Santo Rosario o tantas otras devociones (cfr. Penitenciaría Apostólica, Enchiridion Indulgentiarum, 3°ed.). A un tal enriquecimiento a la devoción josefina con dicha Indulgencia, creemos poder aplicar aquellas palabras de Juan Pablo II: “de este modo, todo el pueblo cristiano no sólo recurrirá con mayor fervor a san José e invocará confiado su patrocinio, sino que tendrá siempre presente ante sus ojos su humilde y maduro modo de servir, así como de «participar» en la economía de la salvación” (Redemptoris Custos, n.1)

No quisiéramos terminar estas reflexiones sin mencionar el vínculo entre la devoción josefina y la mariana. Para ello tan solo recordaremos algunos pensamientos. El ya citado León XIII afirmaba: [es] “muy conveniente que el pueblo cristiano se acostumbre a invocar con piedad ferviente y espíritu de confianza, juntamente con la Virgen Madre de Dios, a su castísimo esposo San José, lo que tenemos la certeza de que ha de ser grato y conforme a los deseos de la misma Santísima Virgen” (enc. Quamquam pluries, n.2);un segundo pensamiento, de Santa Teresita: “Mi devoción hacia San José, desde mi infancia, se confundía con mi amor a la Santísima Virgen” (Historia de un alma, cap. 16); finalmente, decíaSan Claudio de La Colombiére: “Aunque no hubiere otra razón para alabar a San José, habría que hacerlo, me parece, por el solo deseo de agradar a María. No se puede dudar que ella tiene gran parte en los honores que se rinden a San José y con ello se encuentra honrada” (Panegírico de San José, Exordio. Texto recogido por Mons. Villelet, Les plus beaux textes sur saint Joseph, La Colombe, Ed. du Vieux Colombier, París 1959, pp. 113-115).

Quiera el Señor, en estos tiempos tan adversos a la causa cristiana, susciten estas enseñanzas de santos y papas, un nuevo impulso a la devoción a San José, tan admirado por pocos y lamentablemente tan desconocido de muchos.

Sé siempre, San José, nuestro protector. Que tu espíritu interior de paz, de silencio, de trabajo y oración, al servicio de la Santa Iglesia, nos vivifique y alegre, en unión con tu Esposa, nuestra dulcísima Madre inmaculada, en el solidísimo y suave amor a Jesús, nuestro Señor (San Juan XXIII, AAS, 53, 1961, p. 262). Amén.

Antonio Mª Ganuza Canals, hnssc

Novena a San José

12.07.15

Gracias a Dios por la evangelización de América

Con ocasión del viaje actual del Papa Francisco al Ecuador, Bolivia y Paraguay, vemos una vez más a inmensas muchedumbres de pueblos de América que se congregan para recibirle con alegría. Recibiendo al Papa reciben, por supuesto, a Cristo mismo, que se hace presente por su Vicario, su re-presentante. Demos gracias a Dios, participando nosotros de la misma alegría de esos hermanos nuestros.

Y demos gracias a Dios por los misioneros que llevaron el Evangelio a América, pues asistidos por la gracia del Espíritu Santo, ellos fueron los primeros congregadores de estas muchedumbres que hoy aclaman a Cristo en el Papa. Yo no sabría expresar aquí ese agradecimiento a Dios y a sus misioneros, pero lo haré recordando algunos discursos del Papa San Juan Pablo II.

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El Papa Juan Pablo II, el 31 de octubre de 1982, en el aeropuerto de Madrid, al iniciar un viaje apostólico a España, hizo un precioso discurso que recordaré aquí en extractos, con subrayados míos.

1. Con verdadera emoción acabo de pisar suelo español. Bendito sea Dios, que me ha permitido venir hasta aquí, en este mi viaje apostólico […]

2. […] quiero expresaros mi más profunda gratitud. [Agradece primeramente a las Autoridades civiles y religiosas…] Gratitud a todos vosotros, queridos hermanos y hermanas españoles; por el calor de vuestro recibimiento, por el afecto puesto en la hospitalidad dispensada a un amigo, y sobre todo a quien España siempre ha querido entrañablemente a lo largo de su historia: al Papa.

3. […] Hoy me trae a vosotros la clausura del IV centenario de la muerte de Santa Teresa de Jesús, esa gran santa española y universal, cuyo mayor timbre de gloria fue ser siempre hija de la Iglesia y que tanto ha contribuido al bien de la misma Iglesia en estos cuatrocientos años.

4. […] Vengo a encontrarme con una comunidad cristiana que se remonta a la época apostólica. En una tierra objeto de los desvelos evangelizadores de San Pablo; que está bajo el patrocinio de Santiago el Mayor, cuyo recuerdo perdura en el Pilar de Zaragoza y en Santiago de Compostela; que fue conquistada para la fe por el afán misionero de los siete varones apostólicos; que propició la conversión a la fe de los pueblos visigodos en Toledo; que fue la gran meta de peregrinaciones europeas a Santiago; que vivió la empresa de la reconquista; que descubrió y evangelizó América; que iluminó la ciencia desde Alcalá y Salamanca, y la teología en Trento.

Vengo atraído por una historia admirable de fidelidad a la Iglesia y de servicio a la misma, escrita en empresas apostólicas y en tantas grandes figuras que renovaron esa Iglesia, fortalecieron su fe, la defendieron en momentos difíciles y le dieron nuevos hijos en enteros continentes. En efecto, gracias sobre todo a esa sin par actividad evangelizadora, la porción más numerosa de la Iglesia de Cristo habla hoy y reza a Dios en español. Tras mis viajes apostólicos, sobre todo por tierras de Hispanoamérica y Filipinas, quiero decir en este momento singular: ¡Gracias, España; gracias, Iglesia en España, por tu fidelidad al Evangelio y a la Esposa de Cristo!

5. Esa historia, a pesar de la lagunas y errores humanos, es digna de toda admiración y aprecio. Ella debe servir de inspiración y estímulo, para hallar en el momento presente las raíces profundas del ser de un pueblo. No para hacerle vivir en el pasado, sino para ofrecerle el ejemplo a proseguir y mejorar en el futuro. […]

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El Papa Juan Pablo II predicó el 10 de octubre de 1984 en la homilía de una Misa celebrada en Zaragoza, donde hizo una escala al inicio de un viaje apostólico a América:

En el umbral de un viaje eminentemente misionero, y en nombre de toda la Iglesia, he querido venir personalmente paraagradecer a la Iglesia en España la ingente labor de evangelización que ha llevado a cabo en todo el mundo, y muy especialmente en el continente americano y Filipinas.

En muchos de mis viajes he podido constatar el fruto actual de esa labor. Quería por ello, en esta ocasión tan señalada, repetir aquí en Zaragoza lo que ya tuve la oportunidad de decir en Madrid, apenas iniciada mi visita apostólica:“¡Gracias, España; gracias, Iglesia de España por tu fidelidad al Evangelio y a la Esposa de Cristo!”

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El Papa Juan Pablo II, el 14 de mayo de 1992, en un discurso a los participantes del Simposio Internacional sobre la Historia de la Evangelización de América, celebrado en el Vaticano con ocasión del Vº Centenario del comienzo de es evangelización, dijo:

3. […] Ciertamente, en esa Evangelización, como en toda obra humana, hubo aciertos y desatinos, “luces y sombras", pero “más luces que sombras” (Cta. apost. Los caminos del Evangelio, 8), a juzgar por los frutos que encontramos allí después de quinientos años: una Iglesia viva y dinámica que representa hoy una porción relevante de la Iglesia universal […]

5. A cuantos sentimos como propia la tarea de evangelizar no puede por menos de producir una viva satisfacción examinar el contenido de las actas de los numerosos Concilios y Sínodos que se celebraron en la primera época, como también otros documentos de riquísimo contenido, como las Doctrinas o Catecismos, que fueron centenares y casi todos están escritos en las lenguas de las etnias y países donde los misioneros desarrollaban su misión.

Es también alentador repasar las crónicas sobre la acción misionera, así como los textos que censuraban los abusos y atropellos que, como en toda obra humana, no faltaron. El testimonio de la Escuela de Salamanca representa un encomiable esfuerzo por encauzar la acción colonizadora según principios inspirados en una ética cristiana. Fray Francisco de Vitoria, en sus célebres Relecciones sobre los indios sentó los fundamentos filosófico-teológicos de una colonización cristiana. El maestro de Salamanca demostró que indios y españoles eran fundamentalmente iguales en cuanto hombres. Su dignidad humana radicaba en que los indios, por su naturaleza, eran también racionales y libres, creados a imagen y semejanza de Dios, con un destino personal y transcendente, por lo cual podían salvarse o condenarse. Como seres racionales y libres, los indios eran sujetos de los derechos fundamentales inherentes a todo ser humano, y no los perdían por razón de los pecados de infidelidad, idolatría u otras ofensas contra Dios, pues estos derechos se basaban en su naturaleza y condición de hombres.

6. Los indios eran, por consiguiente, verdaderos dueños de sus bienes al igual que los cristianos, y no podían ser desposeídos de los mismos por su incultura. La situación lamentable de muchos indios añadía Vitoria se debía en gran parte a su falta de educación y formación humana. Por ello, en virtud del derecho de sociedad y de comunicación natural, los hombres y pueblos mejor dotados, tenían el deber de ayudar a los más atrasados y subdesarrollados. Así justificaba Vitoria la intervención de España en América.

Basándose en estos principios cristianos articuló el sabio dominico un verdadero código de derechos humanos. Con ello sentó los fundamentos del moderno derecho de gentes: derecho a la paz y la convivencia, a la solidaridad y la colaboración, a la libertad de conciencia y a la libertad religiosa. Porque la evangelización era —concluía Vitoria— un medio de promoción humana y suponía el respeto a la libertad, así como la educación de la fe en la libertad.

La doctrina de la Escuela de Salamanca fue en gran parte asumida por las Leyes de Indias, las cuales muestran la inspiración cristiana de la empresa colonizadora, aunque a veces dichas leyes no se cumplieran. Por eso, la así llamada «colonización» no se puede vaciar del contenido religioso que la impregnó o acompañó, ya que la Cruz de Cristo, plantada desde el primer momento en las tierras del Nuevo Mundo, iluminó el camino de los descubridores o colonizadores, como lo prueba la religiosidad que marcó toda su trayectoria y los numerosos escritos de la época, así como los nombres mismos de tantas ciudades y santuarios diseminados por América.

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Hasta aquí el Santo Papa Juan Pablo II.

Dice bien cuando señala con realismo que “a veces aquella leyes no se cumplían". Hoy también son muchos los políticos que incumplen las leyes en provecho propio o de su partido, y son muchos los que acaban en los Juzgados. También los gobernantes de España en las Indias, incluidos los de más alta jerarquía, eran sujetos a “juicios de residencia” cuando se producían denuncias o terminaban su servicio. La Corona española y la Iglesia velaron siempre, con más o menos éxito, por el cumplimiento de las leyes en el Nuevo Mundo. Y aquellas leyes, a diferencia de muchas actuales, eran de alta calidad jurídica y espiritual.

María Blanca García Oyanalde

(por la transcripción)