Tres sacerdotes chilenos denunciados a la Congregación de la Fe
Gran revuelo ha causado la información publicada el domingo 12 de octubre por el diario La Tercera acerca de tres conocidos sacerdotes chilenos, Felipe Berríos S.J., José Aldunate S.J. y Mariano Puga, que han sido acusados ante la Congregación para la Doctrina de la Fe. La noticia original señalaba que había sido el Arzobispo de Santiago, el Cardenal Ricardo Ezzati quien había realizado la acusación. Pero después se supo que la acusación había tenido otro origen, hasta ahora desconocido, y que la labor del Cardenal había sido sólo la de informar ante un requerimiento de la Nunciatura Apostólica… ¿Cuál es el motivo de la acusación? Los hechos son de público conocimiento.
Tres disidentes
El 24 de Junio, el P. Felipe Berríos, en el programa de televisión El Informante, se manifestó abiertamente partidario del matrimonio homosexual, señalando incluso que la homosexualidad le ha ayudado “a ampliar su concepción de la sexualidad”. El mismo mensaje lo ha reiterado en entrevistas sucesivas, además de relativizar la postura de la Iglesia sobre el aborto y criticar acerbamente la figura de San Juan Pablo II. El P. José Aldunate, por su parte, antiguo profesor de teología moral, entrevistado por el semanario The Clinic, el 24 de agosto, se mostró partidario del aborto terapéutico y en caso de violación. Y también avaló el matrimonio homosexual. Incluso apoyó la posibilidad de “papisas” en la Iglesia. Y el P. Mariano Puga, finalmente, el 6 de junio, en entrevista a La Segunda, también señaló que en los llamados casos límites, el aborto debe ser “una decisión de la mamá”.
Se trata, por tanto, de tres sacerdotes que han defendido públicamente una postura contraria al Magisterio de la Iglesia, con el agravante de que ellos tienen un gran ascendiente ante la opinión pública, por el compromiso social y político que han tenido. En el debate público abundantemente suscitado, en buena parte se ha conseguido presentar a los tres sacerdotes como víctimas de una persecución de grupos retrógrados en la Iglesia que actuarían amparados en el secretismo.
Algunos, entre ellos varios jesuitas, se han mostrado ávidos de saber quiénes han sido los acusadores. Pero cuando los hechos son públicos, ¿es lo más importante saber quién hace la denuncia? ¿Por qué tanto afán de saberlo? ¿No será para poder ajusticiarlos mediáticamente, como sus defensores saben hacerlo tan hábilmente? Otros, como el P. Fernando Montes S.J., rector de la Universidad Alberto Hurtado, han falseado el tema, pretendiendo que los sacerdotes son perseguidos por defender a los pobres y criticar las injusticias: estos sacerdotes, señaló, “son una crítica viviente frente a un sistema muy clasista y segregador, y eso no se los perdonarán y harán acusaciones”. Llegados a este punto, es útil intentar aclarar algunos de tantos malos entendidos:
Libertad de expresión en la Iglesia
El 18 de octubre, un grupo de connotados laicos católicos, entre ellos el decano de la facultad de teología de la Universidad Católica de Valparaíso, envía una carta a El Mercurio, abogando por la tolerancia y libertad de expresión en la Iglesia. El mismo P. Fernando Montes declara al respecto que “sería nefasto que un cristiano no pueda dar su opinión si lo hace con honestidad, correctamente”. Pero, ¿tiene algún límite esta libertad de opinión? Temas como el aborto y la calificación moral de la conducta homosexual, ¿son verdaderamente opinables? ¿Puede un sacerdote disentir públicamente del magisterio auténtico de la Iglesia? En lo que respecta al aborto directo, su carácter gravemente inmoral se puede considerar como doctrina definitiva, que ha sido enseñada de modo infalible por el Magisterio ordinario y universal del Papa y de los obispos en comunión con él (cf. Evangelium Vitae 62). En el caso de la enseñanza acerca de la inmoralidad de la práctica de la homosexualidad, la carta de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre la atención pastoral a las personas homosexuales subraya que se trata de una enseñanza basada en el testimonio unánime de la Escritura y de la Tradición, por lo que todos en la Iglesia tienen que ser concordes en ella. No estamos, por tanto, ante cosas opinables.