El Niño Dios viene a redimir a los cautivos por el pecado. Les deseo una feliz y santa Navidad

Me llena de gozo asomar mi pobre cabeza por esta bendecida revista bajo la maternal mirada de la Princesa de Barcelona. Ella desde su atalaya engalanada vela amorosa por nuestra querida ciudad. Le tengo gran devoción y siempre que vienen amigos de fuera los atraigo presto hacia su camarín. Confieso un especial cariño a la familia mercedaria, que en pleno medievo fundara San Pedro Nolasco. La Orden nació pobre y mendicante para redimir a los cristianos presos. Hoy su carisma se centra en socorrer materialmente a las nuevas formas de cautividad del mundo moderno y, cuál pelícano, dar a los pobres hambrientos alimento de vida eterna.
Al inicio de este mes de diciembre la liturgia, tras revestir de gloria a la Inmaculada y celebrar su magna fiesta de turquesa esmaltada, recupera el púrpura de adviento y se asienta en su cárdeno trono de sobriedad. Saboreamos ya la espera gozosa y silente del Niño Dios. Un bebé débil e indefenso que anhela cobijo cálido en nuestro pobre corazón y con sus manitas diminutas pulverizar las gruesas cadenas del pecado en nuestra vida. Ese es el verdadero cautiverio del que viene a liberarnos y lo consumará luego en la cruz. Tengamos estos días nuestra casa sosegada y nuestra alma lo más limpia posible para acunar al pequeño infante. Que por falta de amor nuestra morada no sea un témpano de hielo que haga tiritar al pequeño Jesús, que su llanto divino no desgarre el corazón de la Virgen. Nos enseña Santa Genoveva Torres que para agradar al Niño Dios y pertenecerle por completo tenemos que dejar todo aquello que a Él no le pertenece. Pensemos si en nuestra vida hay cosas que harían llorar al pequeño Niño, omnisciente como Dios. No importa si nos vemos pobres, pues San Rafael Arnáiz, poco antes de morir, se veía incapaz de hacer un acto meritorio para Dios.









