Manuel Andreu Gálvez. Licenciado en Derecho por la Universidad de Zaragoza, donde también se graduó del Máster de Investigación en Derecho. Asimismo, es Doctor en Derecho por la Universidad Panamericana, campus México. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores mexicano hasta su acreditación en la ANECA española. Ha sido profesor titular de licenciatura y posgrado en la Facultad de Derecho de la Universidad Panamericana, campus México y actualmente laborando en la Universidad de Extremadura.
En esta entrevista analiza el libro Los riesgos del pensamiento. Introducción al mundo de las ideologías contemporaneas, escrito junto a Leonardo Brown.
¿Por qué un libro sobre el peligro de las ideologías?
En el momento histórico que nos ha tocado vivir es fundamental dedicar un espacio de tiempo (y sobre todo desde el ámbito académico) a los verdaderos problemas que azotan a nuestras sociedades. Este libro se ideó como respuesta a la ceguera que representan las ideologías en los alumnos. Tras una experiencia de casi una década impartiendo clases, decidimos entre Leonardo Brown y yo aunar fuerzas con cerca de una treintena de académicos internacionales para recopilar la práctica totalidad de todas estas falsas filosofías que hoy están de moda, destacando sus errores y las consecuencias que tienen en sus prosélitos. Hoy en día se hace urgente que en las familias se reconozcan los riesgos que entrañan todas estas ideologías con las que nos toca lidiar, ya sea en el ambiente educativo en el que conviven los menores, en el lugar donde se trabaja o en cualquier tipo de espacio público.
Viendo la deriva que está tomando nuestro mundo occidental, la obra colectiva que hemos escrito entre 25 académicos internacionales (sin ánimo de lucro y sin remuneración alguna, sino como una pequeña aportación educativa) guarda la finalidad dicha de ofrecer una explicación básica de todas las ideologías contemporáneas (ya sea en el ámbito político, económico, globalista, en la persona y sus terribles derivas actuales con la ideología de género por ejemplo, en el ámbito del retorno panteísta hacia la naturaleza o incluso a nivel científico) sirviendo como herramienta útil para conocer su trasfondo y dar alternativas para saber cómo actuar ante ellas y cómo poder superarlas.
¿Por qué una ideología es una falsa filosofía?
La ideología pretende explicar la realidad de manera total, de manera única, mediante una construcción racional. Hoy se quiere redefinir qué es bueno y qué es malo, no bajo parámetros filosóficos dentro de un orden natural por el que se rige la realidad, sino por la conveniencia y el consenso de un grupo que piensa similar. El ser humano es un ser limitado, no es infalible, y como afirma José Antonio Ullate Fabo, “no se puede dudar de forma absoluta de la verdad ni tampoco pensar que la poseemos de manera total". Sin caer en los falsos relativismos actuales, en donde se cree que todas las opiniones valen lo mismo (mi verdad, tu verdad… al final todo es válido y en el fondo nada lo es, llegando al nihilismo) hay que tener claro que no todas las opiniones valen lo mismo, pero siendo conscientes de nuestra limitación como seres humanos. En ese sentido, la ideología es una falsa filosofía porque a diferencia de lo que hace la filosofía, que adapta nuestro pensamiento a la realidad para buscar la verdad, la ideología pretende que la realidad se ajuste a tu verdad. Si la verdad se fundamentara en lo que cada uno cree bajo su propia conciencia, bajo un libre examen sobre la realidad desde su propio parecer, se perdería la objetividad dada (y que no puede ser modificada por el hombre por mucho que se quiera a nivel científico).
Todos estos aspectos mencionados del relativismo ideológico, que derivan en el nihilismo y a la posverdad, nos sirven para concluir lo que sostiene Miguel Ayuso Torres en la línea de Karl Mannheim: “las ideologías no buscan la verdad, sino que son un subproducto de la realidad con presupuestos sesgados falsos que obedecen a sus propios intereses". Al mismo tiempo, no debemos olvidar lo que nos recuerda Mauro González Luna, y es que, las ideologías son totalitarias, porque además de distorsionar la realidad se escudan en el anonimato del grupo. En definitiva, una ideología es una falsa filosofía porque el universo complejo de la realidad y su búsqueda de la verdad filosófica, se sustituye por un sistema donde se puede encajar la idea racional de un ser humano que ha creado una teoría (sin que, evidentemente, nunca se puedan responder a la totalidad de la existencia, dada la limitación del hombre por su condición de creatura).
¿Cuál es el origen de las ideologías?
Para responder a esta cuestión, y al hilo de la pregunta anterior, nos debe quedar claro que es falso ver la historia bajo un prisma ideológico. Da igual qué ideología examinar, todas son falsas. Por tomar varios ejemplos, el liberalismo decimonónico creó el nacionalismo, como si la nación hubiera existido remotamente desde el inicio de los tiempos (hoy se pueden ver las consecuencias con los discursos políticos entre los nacionalismos centrales y periféricos en la propia España, o incluso desde Latinoamérica bajo un revisionismo histórico anacrónico). Asimismo, el feminismo intenta crear una especie de lucha contra el patriarcado como si en toda la historia hubiera habido una constante tensión entre el hombre y la mujer. Igualmente, en el caso del fascismo, la simbología de la Roma pagana mitificará al estado italiano del XX o en el caso del marxismo (teoría del siglo XIX) se intentará ver toda la historia como si se hubiera dado una constante lucha de clases entre el proletariado y la burguesía. En suma, no se puede observar la realidad desde construcciones abstractas teóricas anácronicas, examinando los tiempos pasados desde nuestros días, o bajo teorías que un ideólogo ha diseñado desde su escritorio para dar respuestas totales a la realidad. La historia no se puede ver bajo los anteojos del nacionalismo, desde la lucha patriarcal o desde la lucha de clases… tan simple como eso, pero tan difícil de ver hoy.
En resumen, las ideologías son modernas ya que se trata de construcciones humanas de la realidad bajo un prisma racionalista. En el mundo antiguo no se pretendía cambiar la realidad de las cosas, pues se sabía que había ciertos límites que el hombre no podía traspasar, pese a que las apologías eran muy recurrentes. A nivel teológico, como diría Danilo Castellano, se trataría de “la sustitución de un orden dado por Dios a un orden que crea el propio ser humano", teniendo un importante parteaguas con el rompimiento filosófico del final de la Edad Media.
¿Por qué el liberalismo clásico sería la primera de las grandes ideologías, de las que nacen las demás?
En ese mismo orden de ideas escritas con anterioridad, tras el rompimiento en el plano de las ideas que se produce al final de la Cristiandad medieval, el ser humano experimenta un cambio de cosmovisión de la mano del antropocentrismo, el humanismo, el voluntarismo, el empirismo, el nominalismo o el citado racionalismo, que fungirá como estadío previo de la Ilustración, en donde el orden natural y humano se comprendan bajo una misma dualidad. Ese individualismo que caracteriza al hombre moderno, junto con el hedonismo, el contractualismo político o el utilitarismo, serán elementos que configuren el liberalismo clásico, donde la propiedad privada y sus derivas económicas tendrán importantes consecuencias.
Desde el siglo XVIII (en realidad desde el final de los siglos cristianos medios se puede ver un desarrollo del protocapitalismo/protoliberalismo) se llevará a la práctica esta teoría de cambio antropológico bebiendo de las distintas bases que hemos señalado líneas atrás, y teniendo como respuesta contrapuesta la ideología del socialismo utópico y el marxismo (Marx demerita con razón al liberalismo clásico por los excesos producidos después de la Revolución industrial, pero incurre sin darse cuenta en la creación de una nueva ideología científica/materialista que simplificaba la realidad en términos materiales), y cuya reacción nos llevará hacia la ideología del nacionalismo (aunado al romanticismo a nivel cultural), con las derivas en las ideologías políticas del XX con el comunismo y su reacción en el fascismo y nacional socialismo, o del XXI con los populismos y los “totalitarismos democráticos” y la ideología del dinero.
¿Por qué debemos adecuar el pensamiento a la realidad y no adecuar la realidad al pensamiento?
Si no perdemos de vista que el ser humano es un ser limitado, no infalible, entonces seremos mucho más conscientes de nuestra situación finita. Bajo la hidrogénesis, la adecuación del entendimiento a la realidad comprobando que las cosas son lo que son, Santo Tomás de Aquino sería la antítesis de lo que hoy llamamos pensamiento relativista moderno, en donde las cosas son lo que queremos que sean. Como hemos señalado, todas las opiniones no valen lo mismo, ya que la realidad se impone en definitiva. Por lo tanto, la clave está en que cada uno hagamos un esfuerzo en reconocer y buscar la verdad de las cosas sin caer en lo ideológico, pues de esta manera nos dirigiremos hacia un horizonte en el que la humildad intelectual nos llevará a superar los errores en los que estábamos anclados y poder así hallar la autenticidad de las cosas.
Hegel llega a afirmar “si tu verdad va en contra de la realidad, peor para la realidad…”
Al parecer, hay expertos en Hegel que han afirmado que esta frase no la dijo él, sino que es tomada por Marx al hablar del propio Hegel. En cualquier caso, es una frase que lleva impresa la ideología del pensamiento moderno, pues esa autodeterminación del hombre bajo una libertad absoluta hace pensar que el mundo gira según su voluntad. Como decía recientemente el escritor Juan Manuel de Prada, “es así como todo se hace mudable, pudiéndose modificar la realidad biológica en función de la voluntad y del sentimiento”. O como también ha resaltado José Ignacio Munilla, el peligro de no entender la libertad en un sentido real hace que lleguemos a situaciones tan aberrantes como los falsos derechos, en donde, por ejemplo, se cree que el derecho a decidir es un valor absoluto del ser humano, sin caer en la cuenta de que la libertad es un medio para el fin. La libertad en sí misma no se puede endiosar como sucede en nuestros días, pues no toda opinión es válida, ni toda acción es lícita por el hecho de quererla. Para que una opinión sea válida es necesario que se tenga conocimiento sobre lo que se opina y responder ante los demás del ejercicio de tus propios actos (Aniceto Masferrer). La libertad no es hacer lo que se quiera, sino obrar queriendo aquello que es bueno objetivamente (el no confundir la posibilidad infinita de escoger con querer aquello que es bueno en términos racionales). En suma, si esta frase la asumiéramos, incurriríamos en los enormes errores que soportan las ideologías de nuestras sociedades, como por ejemplo la conocida frase de Simone de Beauvoir de que “la mujer no nace, la mujer se hace”… no, la mujer nace, distinta al hombre biológicamente y con las mismas posibilidades y derechos, pero siendo auténtica en su propio sexo.
Hoy en día con el globalismo, ¿por qué predomina la ideología del dinero?
Toda la sociedad actual vive bajo la importancia del dinero, bajo una idolatría que nos lleva hacia una visión materialista de la realidad. A nivel teológico si se quiere, Jesucristo dijo que no se podía servir a dos señores, a Dios y al dinero (Mateo 6: 24-34), por lo que el “dios” de la riqueza ha estado siempre presente en el ser humano (con lo que ello conlleva en las sociedades del primer mundo, que han renunciado a lo trascendente por el bienestar material). Siguiendo a Jesús Ballesteros, la sociedad de mercado y la subordinación que experimenta la cultura, la política y la propia economía a los mercados financieros, hace que triunfe la especulación y la mentira en todo el orbe. El individualismo y las grandes desigualdades en el mundo son cada vez más palpables pese a que algunos se empeñen en decir que hoy muchos pobres viven con más de 5 dólares al día. Es así como las políticas que se replican a nivel global, tienen una clara matriz neoliberal, siempre en nombre de la tolerancia claro, pero cometiéndose en el fondo las mayores aberraciones y crímenes con los más indefensos.
Como decía el poeta Rilke, tras una bella fachada está lo terrible (véase la agenda 2030). Cuando se recuerda con horror (y no falta razón para ello) los crímenes del nazismo y del comunismo en el siglo XX, se olvida que bajo el “tolerantismo” de nuestro tiempo, en nombre de la libertad y la tolerancia, hay más niños asesinados por abortos en dos años que los cien millones del comunismo o todos los fallecidos en la Segunda Guerra Mundial. Así pues, también a nivel armamentístico se puede palpar la importancia del dinero, donde el lobby es tremendamente patente. Como decía Gustavo Bueno, “el estado de derecho sin las armas es puro papel mojado”, o Howard, “con frecuencia, los estados que muestran mayor interés por la conservación de la paz, son los que acumulan más armamento”. En síntesis, el globalismo actual está asentado en una política capitalista demente, en donde la izquierda y la derecha (por no hablar del neomarxismo, marxismo social o progresismo) forman parte de un mismo horizonte, siendo todos hijos del liberalismo, con políticas que las izquierdas abanderan (como la renta básica universal, el aborto o la eutanasia) pero que en realidad vienen de arriba, de un programa económico supranacional.
¿Se podría decir que es una macdonalización del mundo?
Sí, el globalismo en lo económico tiene cuatro consecuencias claras: en primer lugar los efectos que repercuten en la persona, con contravalores como son el materialismo, el individualismo y el hedonismo (y que tendrá consecuencias funestas en los países del primer mundo con el vacío existencial que provoca en las personas, al igual que el alto grado de suicidios o de ancianos que mueren solos). Es lo que Bauman ha apodado como las sociedades líquidas o Byung-Chul Han como la sociedad del cansancio. Una segunda consecuencia sería la creación de un mundo imaginario, donde la especulación y la inversión generan la caída y el colapso de países enteros. Además, en tercer lugar, se puede observar como bajo el multiculturalismo y la diversidad se introducen en las leyes todas las ideologías actuales, como los movimientos LGTB, las cuales atentan contra la propia persona a la vez que banalizan la vida de los más indefensos o justifican el infanticidio o la eutanasia, pero son una moda que viene amparada por la subvención económica detrás (y que en países del tercer mundo tienen una potencia terrible mediante los planes para el desarrollo).
En cuarto lugar, la macdonalización del mundo a la que se refieren muchos teóricos se podría relacionar con este mundo desprovisto de valores, de creencias, de tradiciones… donde se crea un prototipo de comunidad humana similar, sin diferencias en la forma de hablar, de vestir o de lo que se come, en donde el ser humano se cosifica, se instrumentaliza como objeto de consumo en las redes sociales, y donde la proletarización se convierte en una forma de vida como recordaba Karl Polanyi, como mercancía prescindible y canjeable de un día para otro aprovechando el juego de la oferta y la demanda, o los salarios paupérrimos y las horas que la mitad de la población del mundo pierde en las grandes ciudades para ir a trabajar al estilo de la vida que los obreros tenían durante la revolución industrial.
Hoy en día se habla mucho de tolerancia, cuando a veces el verdadero pacifismo no es el buenismo sino imponer la fuerza para reprimir el mal.
El relativismo moral que hemos apuntado es lo que nos lleva a que se acaben cometiendo las mayores aberraciones y crímenes en los más indefensos. Como rotula el profesor Héctor López Bello, hoy es a falsa tolerancia la que hace pensar a una gran mayoría de la gente que quien tolera, aunque sea algo malo objetivamente (matar, mentir, robar) es una buena persona por el hecho de incluir, a diferencia de quien se opone a algo cuando atenta contra otro. El no oponerse a nada y pensar que por ello se es buena persona, es una muestra de buenismo, no de justicia. Un verdadero pacifismo implica imponer sanciones y el uso de la fuerza cuando se traspasan los límites éticos.
También hay un culto desmesurado al derecho humano, la ideología de la autodeterminación de la persona fuera de cualquier límite, ¿por qué no puede haber derechos fuera de la realidad?
Como muy bien ha señalado el profesor Aniceto Masferrer, el derecho tiene la obligación de prohibir la expresión de opiniones cuando ponen en riesgo el orden social o los derechos de otros, y atentan a la convivencia. Dice que: “no puede ser que mientras unos gozan de los derechos de manera plena, otros padezcan sus consecuencias. No puede ser que en una sociedad empoderada como la actual se eleven determinadas acciones injustas a la categoría de supuestos derechos, presentando como conquistas de la libertad, comportamientos y situaciones vergonzosas (además de trágicas) en los más vulnerables, socavando la cohesión social y presagiando el hundimiento de una civilización”. Según Norberto Bobbio, serían incoherencias del tiempo de los derechos, en donde se confunde el principio de legalidad con el de justicia. Todo esto nos lleva a ver que no estamos tan alejados del drama de los totalitarismos del siglo XX, pues se aprueban leyes pensando que porque la mayoría lo diga sea eso lo justo (era lo mismo que hacían los nazis cuando cumplían órdenes legales de gasear judíos o acabar con los tullidos en favor de la raza aria, hoy está justificado asesinar en pro de la legalidad si así lo aprueba un parlamento).
Pues bien, ese derecho que entró en crisis y sigue hoy más que nunca en crisis, hace que se tenga una visión distorsionada del derecho natural (hoy llamado humano), que no se basa en cuestiones objetivas de que el ser humano está limitado en su actuar, sino que bajo su autodeterminación indefinida va creando nuevos “derechos”. El sobrepasar los límites de la realidad hace que caigamos en el nihilismo, y de ahí que como decía de Prada, “los derechos humanos hoy lo significan todo y a la vez no significan nada”. Si a ese relativismo filosófico le añadimos la visión utilitaria libertaria, tenemos el caldo de cultivo de nuestro tiempo. La realidad de las cosas hace que actuar en libertad no sea la posibilidad infinita de escoger, sino de querer aquello que sea bueno en términos generales.
¿Vivimos por tanto un libertarianismo, fuera de la realidad?
Sí, pues la libertad de los modernos se basa en que uno es libre de hacer lo que se quiera, cuando eso es lo que se quiere. Hoy parece que el ser humanos es libre, no por su capacidad de elegir si algo es correcto o incorrecto, sino por decidir él mismo qué es correcto o incorrecto.
Hoy en día se nos hace creer que la verdad es lo que opine la mayoría y no es así, por mucho que sea la base de las democracias modernas, vale lo que quiera la mayoría…
Además de ser una aberración, en ningún momento de la historia esto fue así. El bien o la verdad no se pueden justificar por lo que dicte una mayoría, si no, no tendrían ningún tipo de reproche los comentados crímenes de guerra que infligieron los nazis a los judíos o a los inválidos. Si confundimos legalidad con justicia, podremos aspirar a tener leyes que estarán muy bien promulgadas, pero que no cumplirán con la finalidad del derecho. El que hoy en día una mayoría parlamentaria apruebe leyes contra la vida, nos hace cada vez más parecidos al totalitarismo nazi, en donde se aposenta un nuevo totalitarismo (el democrático) como así lo han bautizado autores de la escuela tradicional como Danilo Castellano.
En definitiva, ¿se podría decir que la ideología es en el fondo una rebeldía contra Dios?
Sí, ya que la ideología implica una construcción racional por parte de la persona que la crea. Es la construcción de una “nueva realidad”, sustituyendo el orden dado por Dios. La creación de un nuevo orden, que el propio ser humano crea, es en el fondo la sustitución de la realidad divina; realidad de lo que el hombre ambiciona y envidia. A nivel teológico, el non serviam y el seréis como dioses podrían ser dos ejemplos claros de esa rebeldía contra Dios cuando el hombre basa su vida en una ideología.
¿El transhumanismo sería pues la mayor expresión de rebeldía de la criatura contra el Creador?
Esa idea del hombre inmortal ha sido la que ha recorrido siempre la historia humana. La búsqueda de la inmortalidad hace que se pierda la condición de creatura en el ser humano y se quiera sustituir por la de Dios (sin el dolor o la muerte como procesos consustanciales y característicos de nuestra vida). Hoy, esa idea del progreso científico está muy presente, en donde parece que la ciencia lo pude dominar todo, simplificando a la humanidad en mera información genética, en bases de datos o en seres mejorables (Jesús Ballesteros). Desde el materialismo moderno, afirma Juan Fernando Segovia que lo único que ha sobrevivido hasta nuestros días es la materia: “así el concepto de naturaleza se destruye para enmascarar un nuevo concepto de hombre superior a todo. En el hombre ya no hay fines, sino sólo deseos y pasiones. Como la materia es autocreada, no existe Dios, y así no hay pecado, y como consecuencia no hay trascendencia. Llegados a este punto, el hombre alcanza el famoso becerro de oro (la idolatría), amándose a sí mismo a la vez que ama lo que sus manos hacen”. Entonces, llegados a este punto, la pregunta que se hace este autor argentino es si el sujeto posthumano, que está dotado de una súper inteligencia y un cuerpo mejorado para vivir eternamente ¿es todavía ser humano?¿es todavía hombre? Juzgue por sí mismo.
Por Javier Navascués