Mauro González-Luna Mendoza. Nacido en Ciudad de México en 1952. Católico, casado, con tres hijos y cuatro nietos. Abogado por la Escuela Libre de Derecho. Maestro en derecho por la Universidad de Harvard. Abogado postulante en retiro. Diputado Federal de oposición, LVI Legislatura, 1994-97 Consejero Jurídico del primer gobierno democrático de la Ciudad de México, 1997-99. Editorialista un tiempo de La Jornada, El Financiero y Proceso. Profesor de asignatura en una época en varias facultades de derecho de Universidades mexicanas. Ex integrante del “Harvard Institute for International Development".
Autor de dos libros, El Hombre y la lucha por el Derecho, Ed. Jus, 1979, y Arbitraje Comercial Internacional a la luz de la Convención de NY, por publicarse próximamente, al alimón con Leonardo Brown, en la editorial Tirant Lo Blanch. Autor como “aficionado práctico” de cientos de artículos polémicos en temas de religión, política, filosofía, literatura e historia, en la página digital La Gironda.
¿Cómo valora el hecho de que asignaturas como oratoria, retórica… hayan desaparecido de los sistemas educativos?
Tal hecho es descorazonador: causa y efecto de un tiempo oscuro, abandonado a las fuerzas del instinto, del cálculo utilitario, de la voluntad de poder, de la sinrazón instrumental que atrofia los resortes del espíritu crítico y el saber de salvación. Para efectos prácticos equiparo oratoria y retórica. Disciplina esa que enseña, en su cabal sentido, el arte de hablar con elocuencia para persuadir y atisbar la verdad.
Son muchos los factores que explican los fenómenos sociales. La desaparición de esa asignatura en los sistemas educativos, incluso a nivel universitario, es un hecho generalizado, que obedece, entre otras causas, al predominio aplastante de la técnica sobre las humanidades; al abuso que se ha hecho del discurso por parte de tantos políticos del siglo pasado y de éste que han vaciado la palabra de toda verdad, de toda realidad, de todo valor, envileciéndola para que naufrague en demagogia, violencia y ruina para los pueblos.
Otros factores concomitantes: el eclipse del cultivo del espíritu humano borrado del horizonte por el cuidado delirante del cuerpo, como si el ser humano fuera pura materia narcisista; el olvido de los orígenes del derecho que se remontan a la retórica del mito de Orestes en alianza con la dialéctica que horada falsedades, pues en la palabra verdadera y bien dicha habitaba el destino de un hombre; la pérdida del espíritu de finesse y del gusto por el esfuerzo exigido por la disciplina de la oratoria; la hipertrofia de la palabra hablada a causa del uso obsesivo de los teléfonos y dispositivos tecnológicos llamados inteligentes.
Pero no hay mal que por bien no venga, dice el dicho, ya que la desaparición de dicha disciplina es solamente un eclipse largo pero que anuncia a la vez, la salida del sol en lo porvenir, del logos elocuente en la conciencia humana, en la palabra apasionada que anuda bien, verdad y belleza.
He respondido a esta pregunta con base en mi experiencia como aficionado al arte de la oratoria desde mi niñez y juventud, participando en concursos en la primaria, secundaria, preparatoria y en la Escuela Libre de Derecho. Frente a la cabecera de mis papás por cierto, cuando niño, antes de que me fuera al colegio por las mañanas, decía un muy breve y torpe simulacro de discurso para ser corregido por ellos en cuanto a dicción, contenido y mímica, en vista de los concursos por celebrarse. Bonito recuerdo ese de mi infancia, edad feliz por gracia de Dios.
Después de años, practiqué la oratoria como parlamentario en la tribuna de la Cámara de Diputados y en plazas públicas. Un colega diputado me llamó “orador taurino” porque respondía yo a las provocaciones de los adversarios políticos como el toro bravo al rejón y las banderillas.
Persuadir, conmover con las armas nobles de razón, ironía y pasión en la defensa de las convicciones políticas que sirven al pueblo, es tarea de todo parlamentario comprometido que se exige mucho a sí mismo en aras del Bien Común, entendido éste como organización idónea para el desarrollo integral de la persona, de sus libertades y de la justicia social, abandonada hoy a su suerte y sustituida por reivindicaciones estériles, contrarias a la naturaleza humana diseñada por el Creador de todas las cosas.
También la oratoria sagrada brilla por su ausencia en los seminarios…
Así es, brilla por su ausencia, pero no solo en los seminarios, sino como consecuencia lógica, en los pulpitos de las iglesias donde en general los sermones son opacos, deshilvanados, ocultadores de la fuerza viva, siempre nueva de la palabra de Dios que desea incendiar el mundo.
Ello es una pena porque la oratoria sagrada es un medio valiosísimo para que la palabra arrebatadora de los profetas, de los salmos, de Cristo, inflame los corazones, entusiasme de fe, esperanza y amor los espíritus anhelantes de luz, verdad y belleza. No en balde Nuestro Señor eligió la palabra hablada para comunicar su mensaje de salvación, para decir con toda autoridad y majestad que Él era el Hijo de Dios, y solamente en una ocasión, en una sola, Cristo, inclinándose, escribió con el dedo en el piso, para después de incorporarse, volver a inclinarse para escribir con el dedo en el suelo, según relato de San Juan, el discípulo amado.
Recuerdo con nostalgia y viveza cuando niño yo, mi abuelo Mauro, en Semana Santa, me llevaba, junto con mis padres y hermanos, a oír en Guadalajara al brillantísimo orador sagrado, el ilustre canónigo José Ruíz Medrano, en la ceremonia del pésame a la Virgen Dolorosa. Aun resuena en mi alma su verbo poderoso y dolorido. Desde entonces, está en el olvido esa ceremonia del pésame, por lo menos en los templos a los que acudo en México. Ojalá que pronto en los seminarios se retome la asignatura de la oratoria sagrada para hacer honor por ejemplo, al verbo sublime de Ezequiel, de Jeremías, del Bautista, del León de Judá.
Las humanidades en general están siendo cada vez más relegadas…¿Hasta que punto es grave esta pérdida?
Sí, al igual que su hermana la buena oratoria, las otras humanidades cada día son más arrinconadas, como la filosofía, incluso, despreciadas por inútiles en las batallas que se libran para acumular dinero y alcanzar dominio del mundo. Y es que en realidad, se ha olvidado el mundo que nada de lo humano nos es ajeno. Ahora prevalece que prácticamente todo lo humano nos es ajeno: el caso del aborto es un testimonio irrecusable de ello.
La preeminencia de la técnica y la tecnología de ella derivada al servicio de la comodidad, el lujo y el placer, ha endurecido las arterias del corazón humano, pero no las físicas, sino las morales y religiosas que otrora alimentaban de vida honorable a la persona. Entusiasma más a la gente ver a los perritos mascotas paseados por las jóvenes parejas en las carriolas, que a los bebés que esporádicamente se ven en las calles de las grandes urbes paseados por su madre y padre. Muy pronto los perritos sufrirán de hipertrofia motriz y ya no podrán caminar.
Es una desgracia, una auténtica tragedia, que las humanidades, que las disciplinas y saberes que tanto exaltaron Cicerón, Agustín, Tomas de Aquino y Tomás Moro, entre otros colosos, y cuyo destino es el enriquecimiento del espíritu humano, estén siendo relegadas, desdeñadas. Ese desdén significa una debacle cultural y moral que deshonra al mundo.
Todo atenta contra ese enriquecimiento y todo abona a su empobrecimiento, rebajando a la persona a niveles abyectos de zoología, a lodazales como la ideología de género y demás sandeces contrarias a la naturaleza como antes señalaba, contrarias a la imagen romántico cristiana del ser humano: homo viator en el que reina la primacía del encuentro personal cara a cara, y del amor como su momento redentor que encuentra su culmen en la Encarnación, en palabras de mi maestro Mangabeira Unger. Homo viator en su peregrinaje hacia la casa verdadera.
Hasta ese punto de degradación de la naturaleza humana llega la gravedad de la pérdida. Hay malestar, indignación en las personas de buena voluntad. Hago votos porque ese malestar un tanto acobardado, se transforme en lucha, en resistencia, en coraje, en heroísmo cristero, en sermones valientes y brillantes, en discursos patriotas que convoquen a la solidaridad, a la amistad cívica, a la concordia.
En España por ejemplo, han quitado la Filosofía como asignatura obligatoria. ¿Cómo se puede formar a los jóvenes sin que tengan nociones básicas al menos de amor a la sabiduría?
Es una tristeza que se discrimine a la Filosofía en las escuelas y facultades. La Filosofía, una de las disciplinas enriquecedoras del espíritu humano, como antes decía; ella adiestra, en palabras de Gómez Robledo, a someter el conocimiento, la conciencia moral y el orden en la ciudad al tribunal de la razón, no de la instrumental al servicio del dinero y del poder faccioso, sino de la razón aristotélico-tomista al servicio del hombre persona, de la humanidad entera, sumisa a los datos naturales. Es la Filosofía un valladar contra el “asalto a la razón", tan típico en nuestro tiempo.
La Filosofía es parte esencial del proceso formador de la personalidad humana, de ese proceso educador de la juventud que los griegos antiguos llamaban paideia. Cuando los griegos se cansaron de pensar, de hacer filosofía, es que vino la decadencia, leí eso en alguna parte, creo en principio que en obra de Alfonso Reyes.
La Filosofía es el antídoto de la fragmentación estéril del conocimiento en todos los campos, de la especialización que sofoca la personalidad. Se ha llegado al extremo, por ejemplo en medicina, de que hay especialistas en el dedo pulgar, y nada se sabe de lo demás. Estoy exagerando para fortalecer el argumento, pero es la verdad, y eso ocurre en el derecho, en la ingeniería, y en un largo etcétera.
La Filosofía tiene una visión abarcadora de la totalidad del objeto al indagar las últimas causas de las cosas, los fundamentos del ser sobre los cuales se levanta el deber ser. No es miope, ni egoísta, ni modesta la Filosofía, sino pletórica de amor, ambiciosa y de larga y amplia vista en la búsqueda de la sabiduría, de la verdad, de las libertades en que reside la felicidad, según los griegos clásicos.
Ella, la Filosofía, enseña a hacer distinciones para evitar la estandarización del producto humano prevista en Un Mundo Feliz, para superar la uniformidad tan apreciada por los pensamientos únicos embrutecedores; le enseñó, la griega, al derecho de los romanos, precisamente el hacer distinciones para lograr lo bueno y lo justo, y darle a cada quien lo suyo. Heredó ella al derecho la dialéctica, el diálogo socrático, el choque de las ideas y opiniones, como el mejor método para arribar a la justicia.
Si España y México desearan volver a ser grandes, pienso que la Filosofía perenne les sería de especial ayuda, sin dudarlo, pues restauraría el difícil, el arduo, pero indispensable hábito del pensar crítico, del argumentar para persuadir y no imponer; del pensar que evita el gusto de la gente de amar su servidumbre, de ser parte de rebaños y corrales; del pensar que salva a las naciones de las dictaduras de toda índole. La Filosofía, la buena, por vocación, desafía al poder que tiende siempre a extralimitarse, que apunta a la saciedad, madrastra de la insolencia destructora de la dignidad ciudadana.
También asignaturas como el latín y griego cada vez son más irrelevantes…
El conocimiento del latín y el griego resulta clave para el estudio de la cultura clásica, han señalado los sabios que la admiran y procuran. El que tiene dominio sobre las dos lenguas es el humanista, desde Marsilio Ficino hasta sus cultivadores del presente. Adiestran ambas a pensar al que las cultiva con ahínco.
El griego, dice mi hija filósofa Federica María que lo conoce bien, está hecho de tal manera y con tal riqueza conceptual que catapulta el pensamiento a alturas insospechadas; el griego antiguo fue el material con el que se tejió la filosofía, creación exclusivamente helénica. Y el latín, es precisión en la voz de los jurisconsultos romanos, es música con resonancias de campana en Cicerón, y es poesía con variedad infinita en Virgilio, “padre de Occidente".
El volverlas irrelevantes solo refleja la estupidez, la barbarie, tan difundidas ellas en el mundo de hoy, entretenido con innumerables bagatelas e iniquidades, estas que hacen palidecer a las de Sodoma.
¿Qué hay, por tanto, detrás de este desprecio a la cultura clásica?
Ya lo dije antes, estupidez crónica, y además ignorancia culpable en muchos. La tradición clásica ha aportado una imagen del hombre que sigue vigente en muchos sentidos, sirviendo de norte moral y cultural al decir de un erudito, de un humanista mexicano: homo irrequietus tendido siempre al infinito, Odiseo multiforme, que ama la belleza con sobriedad y ama el saber sin molicie, como el descrito por Pericles en el cementerio del Cerámico.
Imagen esa que de la mano de la imagen romántico cristiana, constituyó hasta hace poco, la enseñanza central de nuestra civilización, conforme a lo dicho por un erudito en un ensayo sobre la personalidad. Enseñanza esa actualmente despreciada. Se ama la tradición cuando prevalece en el alma el mecanismo vital de la confianza, ha dicho Ortega, y después, cuando desilusionada el alma de su fracasada fe en la idea kantiana que suplanta impunemente la realidad, comienza la pérdida de la energía creadora, de la virilidad, y da inicio el reinado de la cobardía, ha reiterado el gran filósofo español. ¡Qué actuales resultan las palabras de Ortega!
¿A quién le interesa realmente que el pueblo no sepa pensar ni expresarse bien?
Especialmente a los gobiernos, a los poderes hegemónicos que permanecen muchas veces en la sombra y que manejan a los primeros sin pudor alguno. Es muy aleccionador lo dicho por Erich Fromm en su libro Psicoanálisis de la Sociedad Contemporánea: los gobiernos facciosos le temen a la personalidad independiente de las personas, porque el espíritu y la verdad, que desean amordazar, encuentran en ella un medio para expresarse. Y a medida que disminuye la libertad política y económica para los muchos, aumenta como compensación, la libertad sexual… . Libertad ésta que ha devenido hoy en libertinaje, en la promiscuidad sexual de la ideología de género -muy promovida por dichos poderes a través de sus agendas de dominación cultural-.
Los pueblos irreflexivos, ajenos al pensamiento crítico, carentes de discurso racional y de espíritu de finesse, son carne de cañón, son la alegría de los tiranos, son colectividades en íntimo contacto con los rebaños porque aman la servidumbre, como antes se dijo.
Libros como El criterio de Balmes, para aprender a pensar bien, son hoy un tesoro escondido que muy pocos recomiendan…
Jaime Balmes, formidable pensador español, en tiempo aciago de España, director de la conciencia de la nación, Príncipe de la Apologética moderna, como lo llamó Pío XII, se inserta en la tradición clásica, y por ello vigente, por sus brillantes y originales aportaciones a la comprensión filosófica de los problemas fundamentales, de la persona humana, de la sociedad y de su causa formal, la autoridad.
Sus libros son iluminadores, entre otros: El Protestantismo comparado con el Catolicismo en sus relaciones con la civilización europea, La religión demostrada al alcance de los niños, Filosofía Elemental, libro al que acudí en mis clases de filosofía política y social en la Escuela Libre de Derecho y en la Universidad Panamericana, en la Ciudad de Mexico, El Criterio como útil herramienta para pensar y actuar bien y Cartas a un escéptico en materia de Religión.
En fin, Balmes, una gloria de España y del mundo, un tesoro, una luz, un depósito de sabiduría que habrá que desenterrar junto con la Ortodoxia de Chesterton, el converso inglés, príncipe de la paradoja y la ironía, junto a la obra incendiaria de Léon Bloy, junto al genio incomparable del francés Charles Péguy, muerto cara al sol en la batalla del Marne en 1914, junto al verbo vibrante del mártir cristero Anacleto González Flores y de su libro El Plebiscito de los Mártires, mexicano de los Altos de Jalisco, Anacleto, donde resonó el grito de ¡Viva Cristo Rey!, en los tiempos de la Crisitiada.
Y por cierto, el maestro Anacleto, tejedor de rebozos de muy joven en su natal Tepatitlán, Jalisco, fue pasante de derecho en el despacho de mi bisabuelo Mauro H. González Álvarez, presidente municipal maderista en Guadalajara, Jalisco, varón serio él y de virtud. A quien le interese conocer a fondo la vida y pensamiento del mártir cristero, puede leer el libro El Maestro, escrito por el humanista Antonio Gómez Robledo, quien fue su amigo.
¿Por qué está revolución en la enseñanza es en el fondo un ataque a la Cristiandad?
No solamente en el fondo es ella un ataque a la Cristiandad, sino en la superficie por lo burdo de sus consignas, de sus patrañas ideológicas de género, según antes comenté. Esa revolución en la enseñanza, es en puridad una involución, una vuelta a la barbarie, a la ignorancia, al gusto por la servidumbre, a la deserción del deber, al nihilismo vulgar que no mata a Dios sino que lo ignora, a la desintegración de la personalidad independiente del ser humano y de su dignidad.
Es un artero ataque a la Cristiandad porque deforma y envilece la imagen romántico cristiana del hombre creado a imagen y semejanza de Dios, porque en México a través de nuevos libros de texto gratuitos que se imponen en las escuelas públicas y privadas, se adoctrina a la niñez y juventud para apartarlos de la fe católica, de las virtudes, de las convicciones de sus mayores. Se les adoctrina para inocular en sus almas nobles el veneno de la ideología de género y del aborto y de la promiscuidad.
Es urgente, apremiante que los sacerdotes en sus sermones, con valentía, e incluso heroísmo, aborden el tema de dicha ideología envilecedora de la inocencia de los niños. Es ello un escándalo que clama al Cielo, y al que el mundo occidental en decadencia franca ¡ve por regla, con normalidad, con indiferencia suicida en su animal contentamiento!
¿Qué soluciones ve para recuperar el terreno perdido?
Es evidente que México, España y el Occidente todo otrora cristiano, viven una crisis religiosa, política, social, económica, moral y cultural de dimensiones colosales. Por ello, me sirvo del genio de un gran pensador para señalar algunas soluciones tendientes a recuperar el terreno perdido. Me refiero a Romano Guardini, de origen italiano-alemán, teólogo, filósofo y académico que influyó grandemente en la juventud alemana después de la hecatombe provocada por el nazismo, y en personajes de la talla de Josef Pieper, Luigi Giussani y Benedicto XVI, entre otras figuras de relieve mundial.
En una de sus conferencias magistrales que tituló La cultura como obra y riesgo, Guardini dice cosas serias: “Los educadores y los médicos observan que el hombre moderno está cada vez más aislado al enfrentarse a la creciente pérdida de contacto entre persona y persona. La masa es la gran cifra de individuos pobres en contactos, y que, por su misma pobreza de relación, se dejan reunir fácilmente y a capricho. La tendencia totalitaria presupone el individuo sin contactos, la pólvora humana, a gusto porque se le descarga de responsabilidad".
La debacle de las humanidades, la falta de testimonios solidarios del católico que hace de la religión una rutina insubstancial, la cobardía imperante en materia de convicciones fundamentales, la conversión de la educación en propaganda y adoctrinamiento anticatólico de niñez y juventud, la pérdida de la personalidad independiente, el patrocinio demoníaco de la ideología de género y del aborto, el olvido de la tradición clásica y de la romántica cristiana, pavimentan el camino que hace del individuo: pólvora humana.
Exigencia perentoria dice Guardini, es salir del caos cultural en que se vive. En el hombre actual debe formarse una auténtica interioridad. El núcleo personal debe experimentar una consolidación, que partiendo en cada caso de la conciencia de verdad, le haga capaz de establecer una posición que sea más fuerte que las consignas y la propaganda, para oponerse al hechizo de lo habitual…
Esa consolidación es un proceso educativo, formador de la personalidad, que comienza en el interior de la familia católica, que luego transita por la escuela y la universidad, para culminar en la madurez y la ancianidad. Demanda en el fondo, una lucha permanente contra los enemigos de la Fe, contra el Negador que anida en la Leyenda del Gran Inquisidor del inmortal Dostoievski.
En medio del relativismo que campea en Occidente, Guardini convoca al católico a que asuma el compromiso, la responsabilidad de volver a establecer posiciones absolutas. Y para ello se hace necesario un gran esfuerzo del católico, una mirada a la ascesis, que es una disciplina de sí mismo, limitadora de la desmesura de las exigencias de la vida, que pone medida al desenfreno del consumo y del placer, que rompe la dictadura de la ambición y el afán de ganancia, no por enemistad a la vida, sino por deseo de una vida más libre y valiosa.
No tienen desperdicio los consejos de Guardini. Las almas grandes nunca han surgido de la transigencia a la inclinación, remata el pensador de manera lapidaria, recordando ciertamente al Brand de Ibsen.
Y para finalizar, tomo prestadas de Manuel Gómez Morín, un mexicano ejemplar, fundador de instituciones, ahora por desgracia en proceso de demolición, palabras que condensan, a mi manera de ver, una de las grandes soluciones a la crisis terminal que se vive: México - seguramente España y el mundo occidental también-, necesita una revolución real, estructural, que no sea solamente el cambio de grupos personales. No hablo de lucha armada, porque no creo en ella…. En el fondo de todo, lo imprescindible es un cambio de actitud, un paso hacia la autenticidad, hacia la sinceridad. Esto implica una profunda cuestión de orden moral, perdida de vista en medio de una larga, muy larga simulación.
Interioridad, personalidad, cambio de actitud pues todo lo malo sale de dentro del corazón, valentía frente a los enemigos de Cristo ya sean de las izquierdas o las derechas, ascetismo, posiciones absolutas en materias que de verdad no admiten transacción alguna, paideia, palabra franca o parresia, son caminos para recuperar terreno, pero siempre conscientes de que se haga Su Voluntad así en la tierra como en el cielo, y lo demás se dará por añadidura. Solo Dios basta.
Agradezco mucho a Javier Navascués la gentileza inmerecida de hacerme esta entrevista, rogando a él y a los amables lectores de la misma, su benevolencia y comprensión, por tratarse de un entrevistado ya vencido por la vejez y el desencanto de las vanidades, de un pecador promedio, según creo, y que sin embargo, mantiene su esperanza invicta y joven, gracias al Altísimo y a la Virgen Morena del Tepeyac.
Saludo con afecto y admiración a la España católica de Santiago, de Isabel de Castilla, de Ignacio, de Francisco de Borja, de Teresa, de Juan de Ávila, de tantos otro santos, y del tribuno Vázquez de Mella, y de esos, los del ademán impasible. Todo a la mayor Gloria de Dios.
Por Javier Navascués