¿Un paso atrás? No, un paso adelante

Por Tommaso Scandroglio


Cada palabra del Papa, lo sabemos bien, debe ser leída con atención, porque aquel que habla y escribe es el Vicario de Cristo en la Tierra. Pero con mayor razón cuando el escrito se refiere a “una decisión de gran importancia para la vida de la Iglesia” como la tomada por Benedicto XVI pocas horas atrás. Cada línea y palabra asume, por lo tanto, un significado no sólo jurídico, o bien programático o meramente biográfico, sino también de orden sobrenatural.


Leamos un pasaje del discurso del Papa: “Soy muy consciente de que este ministerio, por su naturaleza espiritual, debe ser llevado a cabo no únicamente con obras y palabras, sino también y en no menor grado sufriendo y rezando”. Andrea Riccardi, fundador de la Comunidad de San Egidio y Ministro para la Cooperación Internacional y la integración, entrevistado por el Tg1 en la edición de las 13.30, ha interpretado este pasaje ofreciendo una sugestiva clave de lectura. El Papa tenía frente a sí dos bienes: el testimonio en el martirio, como hizo su predecesor Juan Pablo II, y la eficacia de la acción pastoral. El Pontífice ha elegido este segundo camino.


Por un lado, por lo tanto, el sufrimiento, tanto físico como sobre todo moral y espiritual. Este último no es difícil constatar que ha nacido en el corazón de Benedicto XVI ante la constatación de que la barca de Pedro está cada vez más llena de agua también porque muchos de sus ocupantes provocan en el casco continuas fugas. Un sufrimiento soportado y vivificado por la oración y ofrecido como instrumento de santificación para toda la Iglesia. Por otro lado, las obras y las palabras, es decir, la vida activa, la evangelización, la concreción de los proyectos pastorales, los discursos, las cartas, las encíclicas y muchas otras cosas que el sufrimiento impide llevar a término. Por una parte, una vela que se consume dando luz hasta el final; por otra, la opción pragmática no de rendirse a los años que pasan sino de pasar la posta por el bien mayor de la Iglesia.


Debemos ser sinceros: en el corazón de cada uno de nosotros, al menos por un segundo, ha habido desilusión, mezclada con consternación, como si fuésemos traicionados por una opción que sentimos menos valiosa (¿cómo no pensar en los apóstoles incrédulos y escandalizados ante su Maestro muerto en cruz?). “Renuncia” es, de hecho, el término que más aparece en la boca de los comentaristas, una palabra que sabe a derrota. Casi diríamos que el Papa ha tirado la toalla y ha vencido el mundo. Ha hecho mejor Juan Pablo II que ha luchado hasta el final y ha permanecido en su lugar – ese lugar al que fue llamado por Dios – hasta la muerte.


Pero cuando se trata del Vicario de Cristo y cuando, como en este caso, se trata del teólogo Joseph Aloisius Ratzinger, los criterios de juicio sólo humanos deben dejar lugar a aquellos de orden trascendental, evitando fáciles reduccionismos. Aquí no tenemos al administrador delegado de ENI que ha dejado el puesto por motivos de salud. Aquí estamos hablando del sucesor de Pedro que debe conducir a los hombres a la salvación. Es desde el Cielo que debemos mirar todo este acontecimiento.


Entonces, dado que el mismo Pontífice ha subrayado de hecho que su decisión no se asemeja a un fácil atajo sino al resultado de reiterados exámenes de conciencia hechos frente a Dios (“después de haber repetidamente examinado mi conciencia frente a Dios”), debemos nutrir la certeza de que su decisión es aquella que Dios mismo le ha indicado. El criterio que Benedicto XVI ha seguido es el único válido a seguir no sólo para decisiones de este calibre sino para cualquier decisión de cualquier Papa: el mayor bien de la Iglesia.


El martirio, el consumirse hasta el extremo, es un camino obligatorio sólo si Dios lo pide porque en aquella circunstancia y para aquella persona es el camino más eficaz para contribuir al bien de la Iglesia. Pero lo mismo sucede con el pasar la posta. ¿Qué necesita ahora la Iglesia? ¿El testimonio del sufrimiento o las obras realizadas por quien no está todavía afectado de modo sensible en el propio vigor físico e interior? ¿Quién mejor que el Papa puede responder este interrogante? Y Benedicto XVI ha dado la respuesta que Dios le ha inspirado en el corazón. Entonces, en esta perspectiva, la opción del Papa ha sido el camino indicado por la Providencia, no un paso atrás sino un paso adelante en el misterioso camino de la economía de la salvación.


Un pontificado vivido como el Via Crucis de Jesús, si queremos, es más fácil de interpretar, más a nuestro alcance para descifrar, porque hace referencia inmediatamente a un acto heroico, una identificación reconfortante y casi plástica con el Crucificado. El camino del humilde ocultamiento – “un simple y humilde trabajador en la viña del Señor” se definió el Papa recién elegido –, del reconocimiento de que hoy la barca de Pedro necesita vigorosos remadores, implica para nosotros un mayor esfuerzo para aquel músculo espiritual que es la fe, precisamente aquella virtud teologal que el Papa nos ha pedido meditar y profundizar este año.


En este sentido, la decisión del Sumo Pontífice nos obliga a privilegiar la perspectiva teológica – y Ratzinger es teólogo – y, en particular, aquella escatológica orientada a la salvación eterna, perspectiva más ardua de asumir. En este ángulo de visual ultramundano tal vez se esconde también la indicación de que debemos asignar valor, más que a la persona de Joseph Ratzinger, al munus, al oficio de Pontífice que nunca muere porque pasa de hombre a hombre, más allá de las contingencias, de los sufrimientos y de las debilidades. Así, paradójicamente, la renuncia de Benedicto XVI hace resplandecer todavía más la importancia del rol de Pontífice, más que poner el acento sobre el hombre que el Espíritu Santo ha elegido para que temporalmente asuma este altísimo oficio. Un oficio que recuerda aquella frase de la Biblia llena de misterio: “Tú eres sacerdote para siempre a la manera de Melquisedec”.


La opción de Benedicto XVI, entonces, remite de modo trascendente a la perennidad del ministerio petrino, ministerio que permanecerá hasta el final de los tiempos porque Cristo está eternamente vivo y, por lo tanto, también debe estar vivo el oficio de Vicario. Pero, al mismo tiempo, la decisión del Papa nos hace reflexionar sobre la caducidad del ser humano, él sí amenazado por infinitos límites.


***

Fuente: La Bussola Quotidiana


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

***

3 comentarios

  
Saulo

Muy buen análisis. Ha centrado usted muy bien el tema y las claves para la interpretación del acontecimiento que nos tiene un poco acongojados. Todos rezaremos por Benedicto XVI (y daremos gracias por él) y por los cardenales que deben elegir a su sucesor. Por lo demás Cristo sigue al timón de su Iglesia y él si que no falla nunca. La Paz.
12/02/13 11:32 AM
  
Blanca
Excelente!
Verdaderamente qué GRAN PAPA!! Qué SABIDURÍA!!! Sólo un hombre iluminado por el Espíritu Santo es capaz de "dar un Paso adelante" como bien ha titulado este artículo.
Oh Virgen Santísima, Reina y Madre de Misericordia, Madre de Dios y Madre de la Iglesia míranos clemente es esta hora. Virgo fidelis, Ora pro nobis!".Amen
12/02/13 6:49 PM
  
Gius
Por fin alguien que situa la clave de la decisión donde está, en la voluntad de Dios, alejándose de razonamientos puramente teóricos y perspectivas políticas. Por eso, tan encomiable es la resistencia de Juan Pablo II como la renuncia de Benedicto XVI.
13/02/13 1:48 PM

Los comentarios están cerrados para esta publicación.