90 años con la mirada hacia Oriente

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“Ahora ya no dirá ni hará más bromas”, le susurró un colega purpurado viéndolo con las vestiduras rojas y el anillo cardenalicio en el dedo. En el solemne marco del consistorio del 2003, Tomas Spidlík no se inmutó: “Eminencia –respondió-, esté seguro que continuaré diciendo y haciendo solamente bromas serias”. Pero “ahora la Providencia - dice- ha sido mejor que yo en hacer bromas, me ha hecho una sorprendente, regalándome el cumpleaños más bello”: el 17 de diciembre, el cardenal Spidlík cumplirá noventa años y para celebrarlo Benedicto XVI celebrará con él la Misa en la capilla Redemptoris Mater. Una obra de arte nacida de manos del padre Marko Rupnik y del pensamiento de Tomas Spidlík. En la entrevista a L’Osservatore Romano, el cardenal moravo – elegido para realizar la prédica a los cardenales reunidos en cónclave el 18 de abril de 2005 – recorre “como en un film” sus noventa años, recordando encuentros y yendo al núcleo de su pensamiento. Siempre con la sonrisa.

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Su primer consejo es que un poco de humor nunca está de más…


Bromear es útil en una experiencia cristiana auténtica y no sólo para permanecer despiertos. La broma es una cosa seria. Racionalismo y tecnicismo absolutizan toda afirmación parcial. La broma la relativiza. La verdad no puede ser relativa pero debemos tener en cuenta nuestro conocimiento parcial de los misterios. La palabra herejía quiere decir tomar una parte por el todo. La broma, por lo tanto, es también un arma eficaz contra las herejías. Y entonces iniciemos la entrevista con un episodio gracioso. Una vez, Juan Pablo II levantó la mano para bendecidme pero yo me defendí: “Santidad, ya no puedo arrodillarme”. Y el Papa dijo: “Tampoco yo”. De aquí mi apotegma: “Santidad, ¡qué suerte que nuestras debilidades corporales comienzan por las piernas y no por la cabeza!”. El Papa comenzó a reír. ¡Hoy espero que esto todavía valga para mí!

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No es algo común para todos celebrar los “primeros” noventa años con el Papa. Y, aún más, en la capilla Redemptoris Mater que significa tanto para Usted.


Según los cálculos bíblicos, Dios habría limitado la edad del hombre a ciento veinte años (Génesis 6, 3), por lo que – siempre bromeando – debo considerar que sólo he transcurrido tres cuartos de mi vida. Preveo pasar el último cuarto en la Roma “eterna”: tengo, al menos, treinta años por delante… Bromas aparte, es necesario seguir confiando en la Providencia. En la vida, hay momentos para mirar hacia adelante: es la mañana. Hay otros momentos para volverse hacia atrás: es el atardecer. Habiendo llegado al atardecer de mi vida, no debo caer en una proyección cinematográfica de recuerdos incoherentes que engañan, como las crónicas superficiales de los programas televisivos. Me hace falta, en cambio, una mirada contemplativa para comprender que quiere hacer todavía conmigo la Providencia.

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¿Y que quiere hacer la Providencia con Usted?


Mi vida me ha llevado donde ni siquiera lo hubiera imaginado y sólo después descubrí que lo esperaba inconscientemente en mi corazón. Por decir algo, jamás habría pensado celebrar mis noventa años con el Papa y vestido de púrpura. Ciertamente no lo imaginaba cuando, a comienzos de la segunda guerra mundial, la irrupción del nazismo interrumpió brutalmente mis estudios de literatura en la universidad de Brno, alterando mis perspectivas. Ya entonces la Providencia tuvo mucho trabajo conmigo. Me ocurrió lo impensable: un agente de la Gestapo se transformó para mí en ángel visible liberándome del campo de concentración, mientras que el ángel custodio invisible me condujo a la Compañía de Jesús. Luego, San Ignacio estableció para mí otras sorpresas: el noviciado en Benesov y en Velehrad, donde está sepultado san Metodio, y el estudio de la filosofía mientras estaba en los trabajos forzados, primero con los soldados alemanes y luego con los rusos y rumanos.

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Parece una paradoja: uno de los más conocidos pensadores comienza a estudiar filosofía durante los trabajos forzados…


Aprendí desde pequeño a hacer sacrificios, he debido ganarme por mí mismo el dinero para estudiar el bachillerato en mi pueblo natal de Boskovice. Pero nunca he percibido una sensación de injusticia social comparándome con los jóvenes acomodados. Más bien estaba orgulloso de mi independencia. Con la despreocupación de un proletario, me inscribí en la universidad y cayó sobre mí la verdadera prueba: la guerra.

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En 1939, con veinte años, ¿cómo ha vivido “la verdadera prueba” de la segunda guerra mundial?


Vuelvo, como en un film, a mis recuerdos de setenta años atrás. Precisamente a la Navidad de 1939, la última que pasé con mis seres queridos. Mi familia era muy pobre; sin embargo, de niño nunca he tenido esa impresión. La atmósfera de aquella Navidad de 1939 era triste. Con mi padre y mi madre comimos, junto al café con leche, un pedazo de pan dulce. En silencio. Mis esperanzas eran nulas, los estudios universitarios destruidos y una única posibilidad para el futuro: la deportación. Para no pensar en eso, pasé los días entre Navidad y Año nuevo patinando salvajemente. El 31 de diciembre mi mamá me llamó al orden: “¡Ve a la iglesia!”. La obedecí más por desesperación que por devoción. Y cuando el párroco nos invitó a cantar el Te Deum “en agradecimiento al Señor por los bienes recibidos durante el año”, me quedé mudo: ¿realmente debía agradecer a Dios por lo que me había ocurrido? Venciendo no pocas dudas, también yo canté el Te Deum. Precisamente en el nuevo año, en 1940, experimenté de cerca que la Providencia te salva incluso a través de situaciones extrañas y nunca antes pensadas y, sin embargo, coherentes.

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El fin de la guerra significó para Usted el estudio de la teología en Maastricht, donde fue ordenado sacerdote en 1949.


Sólo después de la guerra pude estudiar teología, yendo al exterior. En 1949, como sacerdote, estaba dispuesto a volver con mis nuevas ideas a la patria. El nuevo régimen totalitario comunista no me lo permitió. Una vez mas parecía que todo estaba perdido. Pero he aquí que, de nuevo, la Providencia obró y aquella vez se sirvió de un error “administrativo”: un superior mío se olvidó de escribir una carta y me encontré exiliado en Roma. En definitiva, la Providencia me dio la posibilidad de dedicarme a lo que, en secreto, deseaba mi corazón: el estudio de la espiritualidad oriental.

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En 1951, comenzó a trabajar en Radio Vaticana y todavía hoy, el viernes por la tarde, está en el aire para comentar las lecturas de la Misa dominical…


Hay dos posibilidades para alguien que, por casi sesenta años, hace el mismo trabajo en la radio cada semana: o nadie te escucha, o los oyentes quieren escuchar siempre las mismas cosas. Según mi experiencia, voto por la segunda hipótesis. Siempre he hecho las transmisiones a partir de mis estudios sobre los Padres de la Iglesia. La conclusión es que los Padres tienen todavía que decir algo para la actualidad y, por lo tanto, no son tan antiguos. Con mi programa he tratado de ayudar a los sacerdotes en la predicación y me dicen que, bajo el comunismo, fue un servicio particularmente útil: no había ni libros ni retiros espirituales.

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Usted es el maestro de la espiritualidad oriental, reconocido también por el mundo ortodoxo. ¿Cuál es el núcleo de su pensamiento?




Se lo puede adivinar simbólicamente precisamente en la capilla Redemptoris Mater, donde los mosaicos tratan de “respirar con dos pulmones”. No sólo los hombres sino también las naciones tienen una vocación, para ofrecer su contribución a la Iglesia universal. He tratado de conocer el mensaje cristiano del Oriente europeo y de darle voz en Occidente.

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Profesor universitario por medio siglo pero también padre espiritual por treinta y ocho años en el Pontificio Colegio Nepomuceno. ¿Qué experiencia ha vivido?



He experimentado la distinción entre un moralista, que conoce las reglas de la vida espiritual, y un padre espiritual, que debe tener el conocimiento de las personas. El segundo sin el primero se expone al peligro de un vago carismatismo. El primero sin el segundo queda paralizado. Como padre espiritual del Colegio, he tenido también la oportunidad de encontrar personas que hoy llevo en mi corazón como los Papas Pío XII y Pablo VI, y el cardenal Josef Beran.

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¿Puede hablarnos de estos tres encuentros?


Cuando el Papa Pacelli recibió en audiencia a los sacerdotes del colegio, hacía poco que estaba en Roma. Quedé impresionado con lo informado que estaba, hasta en los detalles, de la triste realidad de Checoslovaquia. Tuvo palabras de estímulo para nosotros, los sacerdotes expulsados de nuestra patria. Las suyas no eran expresiones circunstanciales porque enseguida procedió a regular nuestro estado jurídico. Sabiendo que era el padre espiritual del colegio, Pío XII me dio óptimos consejos prácticos sobre cómo resolver ciertas dudas sobre la vocación de los candidatos al sacerdocio.

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¿Y su encuentro con el Papa Montini?


Conocí a Pablo VI el día de la muerte de Beran, el 17 de mayo de 1969. Viví cuatro años en el Colegio junto al cardenal, expulsado de Praga en 1965, y siempre he estado dispuesto a dar testimonio para su beatificación. Poco antes de morir Beran, enfermo de cáncer, celebró la Misa en su capilla. Golpeado por una improvisa crisis respiratoria, pidió la extremaunción. Estaba junto a él tratando de sostenerlo pero no había más nada que hacer. Pablo VI, llamado por el secretario del cardenal, entró en la habitación precisamente mientras Beran estaba muriendo. Me corrí para hacerlo acercar al lecho. El Papa dio al cardenal un beso sobre la frente. He visto morir a Beran en los brazos de Pablo VI. La Providencia me puso junto a ellos.

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Papas y cardenales, entonces. ¿Ha conocido de cerca también a políticos?


Con Dubcek y Havel he conversado sobre espiritualidad, escuchando lo que tenían para decirme de íntimo. Pero es La Pira el único político con el que he hablado de espiritualidad y de asuntos públicos, sin hacer distinciones. Estaba interesado en sus experiencias en el Kremlin con Krusciov. Y puedo testimoniar que sus famosas “profecías” eran exactas. Cinco años antes de la primavera de Praga, cuando no había signos que lo presagiaran, La Pira me dijo que tornaría pronto a mi patria. Y especificó precisamente: “dentro de cinco años”. Me parecieron bellas palabras de un visionario. Le confié mi escepticismo. Me respondió que un régimen basado en la negación de los valores cristianos no puede más que destruirse solo. La Pira ha tenido razón tanto en lo que dijo sobre la caída del totalitarismo ateo como sobre mi vuelta a la patria en los tiempos por él “profetizados”.

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En 1991, Usted eligió vivir en el Centro Aletti de Roma con el padre Rupnik y un grupo de artistas. Con los años, el Centro se convirtió en un lugar de estudio de la tradición del Oriente cristiano en relación con los problemas del mundo contemporáneo.

Juntos tratamos de continuar conscientemente la tradición iconográfica según la cual la imagen visual es igual a los testimonios de la fe hablada o escrita. Más aún, tiene la precedencia, porque respeta más el misterio. Vivimos en una sociedad que abunda en imágenes pero nadie enseña a leerlas. De este modo, con frecuencia me encuentro explicando pensamientos escatológicos del film Nostalgia del director ruso Andrej Tarkovskij; luego todos quieren volver a verlo. En la Pontificia Universidad Gregoriana he dado muchos cursos sobre cómo la vida espiritual puede ser leída en los íconos. El Centro Aletti está propagando esta “belleza que salva”, una visión teológica donde prevalece un acercamiento simbólico, litúrgico.

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Todo esto abre al diálogo ecuménico. Son conocidas sus relaciones de amistad en el mundo ortodoxo, tanto que entre sus alumnos está también el Patriarca Bartolomé de Constantinopla. ¿Cuál es actualmente el estado de salud del ecumenismo?


Para delinearlo, tal vez basta un episodio. Era amigo del famoso teólogo ortodoxo Dumitru Staniloe, llamado el “Rahner rumano”. Lo encontré por última vez en 1993, poco antes de su muerte. Mientras hablábamos, llegó a su casa una persona que, maravillada por nuestras relaciones amistosas, nos preguntó cual era “la diferencia fundamental entre los ortodoxos y los católicos”. No teníamos ganas de discutir pero, cediendo a la insistencia, el teólogo ortodoxo dijo: “a fin de cuentas, es la infalibilidad del Papa, que nos resulta incomprensible”. Le respondí: “Para mí no es tan incomprensible, porque también yo soy infalible”. Staniloae se puso serio: “No bromeemos sobre un tema de este género”. Pero yo le respondí: “No bromeo. Creo en la infalibilidad de mis palabras «esto es mi Cuerpo, esta es mi Sangre» en la Misa, o «yo te absuelvo» en la confesión. Y él me dijo: “¡Pero ésta es la infalibilidad de la Iglesia!”. “Y esto queremos decir – confirmé – también con el dogma de la infalibilidad del Papa”. Staniloae concluyó: “Si el problema se afrontase de ese modo, sería más fácil de discutir”.

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¿Cuál ha sido su relación con Juan Pablo II, el primer Papa eslavo?


Hasta me ha creado cardenal, pienso que para dar más visibilidad a la espiritualidad oriental. He conocido a Juan Pablo II de cerca en 1995, durante los ejercicios espirituales cuaresmales que me pidió predicar en el Vaticano. La decisión de hacer la capilla Redemptoris Mater vino inmediatamente después. Luego nos hemos encontrado antes de sus viajes a Europa del este o cuando estaba a punto de tomar alguna decisión en el campo de la espiritualidad oriental.

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¿Cómo nació en Juan Pablo II la idea de una Europa espiritualmente unida que debe volver a respirar con sus dos pulmones, oriental y occidental?


El Papa Wojtyla hizo propia la expresión “respirar con dos pulmones” del pensador ruso Vjaceslav Ivanov. A su vez, Ivanov ha utilizado esta expresión en 1926 en el momento de su reconciliación pública con la Iglesia Católica en la basílica de San Pedro.

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¿Hay, por lo tanto, un pensador ruso en uno de los fundamentos del Pontificado de Wojtyla?


Ivanov, especialista de filología e historia antigua que obtuvo el doctorado en Berlín con el célebre Mommsen, no podía aceptar que todas las grandes culturas del pasado terminaran en los museos. ¿Pero cómo se salva una cultura? El único sistema es arraigarla en Cristo.  Ivanov percibió esta intuición también a propósito de las diversas tradiciones eclesiales. Unirlas a Cristo quiere decir hacerlas vivir en la comunión y no separadas ni aisladas. Esto que pertenece a Cristo, es de todos, y contribuye a mover el corazón hacia Él. Así podemos “respirar con dos pulmones”. Es exactamente lo que también yo trato de hacer desde hace noventa años.

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Fuente: L’Osservatore Romano


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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P.D.:

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1 comentario

  
Foucauld
Sencillamente...¡una delicia de persona, y un santo!

Muchas gracias por la entrevista me he reído mucho y sanamente, además de aprender. ¡Santo Adviento!
17/12/09 1:10 PM

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