(Sara de la Torre/Ecclesia) «Que el Señor Jesús, nacido de la Virgen María, traiga a todos ustedes el amor de Dios, fuente de fe y de esperanza; junto con el don de la paz, que los ángeles anunciaron a los pastores de Belén: «¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz a los hombres amados por él!»». Con estas palabras ha comenzado el Papa Francisco su bendición Urbi et Orbi este 25 de diciembre desde el balcón de las bendiciones de la basílica de San Pedro.
En esta bendición solemne como obispo de la ciudad de Roma y al mundo, el Papa ha invitado a «volver la mirada» a Belén. «El Señor vino al mundo en una gruta y fue recostado en un pesebre para los animales, porque sus padres no pudieron encontrar un albergue, a pesar de que a María le había llegado ya la hora del parto. Vino a estar entre nosotros en el silencio y en la oscuridad de la noche, porque el Verbo de Dios no necesita reflectores ni el clamor de voces humanas».
Jesús nace en nosotros
Jesús nace entre nosotros, «es Dios-con-nosotros». El papa ha explicado que Jesús viene para acompañar nuestra vida cotidiana, para compartir todo con nosotros, alegrías y dolores, esperanzas e inquietudes: «Viene como un niño indefenso. Nace en el frío, pobre entre los pobres. Necesitado de todo, llama a la puerta de nuestro corazón para encontrar calor y amparo. Como los pastores de Belén, dejemos que nos envuelva la luz y vayamos a ver el signo que Dios nos ha dado. Venzamos el letargo del sueño espiritual y las falsas imágenes de la fiesta que hacen olvidar quién es el homenajeado».
Por eso, ha pedido que «salgamos del bullicio que anestesia el corazón y nos conduce a preparar adornos y regalos más que a contemplar el Acontecimiento: el Hijo de Dios que nació por nosotros». Volvamos a Belén, ha insistido Francisco, «donde resuena el primer vagido del Príncipe de la paz. Sí, porque Él mismo, Jesús, es nuestra paz; esa paz que el mundo no puede dar y que Dios Padre dio a la humanidad enviando a su Hijo».
Camino de la Paz
Jesucristo es también «el camino de la paz»; «Él, con su encarnación, pasión, muerte y resurrección, abrió el paso de un mundo cerrado, oprimido por las tinieblas de la enemistad y de la guerra, a un mundo abierto, libre para vivir en la fraternidad y en la paz. ¡Sigamos esta senda!».
Para ello, ha explicado, «debemos despojarnos de las cargas que nos lo impiden y que nos mantienen bloqueados», porque estas cargas imposibilitan ir a Belén, «excluyen de la gracia de la Navidad y cierran el acceso al camino de la paz. Y, en efecto, debemos constatar con dolor que, al mismo tiempo que se nos da el Príncipe de la paz, crudos vientos de guerra continúan soplando sobre la humanidad. Si queremos que sea Navidad, la Navidad de Jesús y de la paz, contemplemos a Belén y fijemos la mirada en el rostro del Niño que nos ha nacido».
Navidad «en la oscuridad» en Ucrania
Y en ese pequeño semblante inocente «reconozcamos el de los niños que en cada rincón del mundo anhelan la paz. Que nuestra mirada se llene de los rostros de los hermanos y hermanas ucranianos, que viven esta Navidad en la oscuridad, a la intemperie o lejos de sus hogares, a causa de la destrucción ocasionada por diez meses de guerra». Así, ha recordado los conflictos en Siria, en las comunidades cristianas que viven en todo el Oriente Medio, en el Líbano, Sahel, Yemen, Myanmar y en Irán, Afganistán y en los países del Cuerno de África, para que cese todo derramamiento de sangre.
El Papa ha pedido que la Navidad «inspire a las autoridades políticas y a todas las personas de buena voluntad en el continente americano, a esforzarse por pacificar las tensiones políticas y sociales que afectan a varios países; pienso particularmente en el pueblo haitiano, que está sufriendo desde hace mucho tiempo».
En este día, «en que es hermoso volver a reunirse alrededor de una mesa bien preparada, no quitemos la mirada de Belén, que significa «casa del pan», y pensemos en las personas que sufren hambre, sobre todo los niños, mientras cada día se desperdician grandes cantidades de alimentos y se derrochan bienes a cambio de armas».
Los excluidos de la Navidad
Por último, el Papa ha querido subrayar la cultura del descarte imperante, para que no nos olvidemos de los marginados, de las personas solas, de los huérfanos los ancianos «que corren el riesgo de ser descartados»: «De los presos que miramos sólo por sus errores y no como seres humanos. Belén nos muestra la sencillez de Dios, que no se revela a los sabios y a los doctos, sino a los pequeños, a quienes tienen el corazón puro y abierto. Como los pastores, vayamos también nosotros sin demora y dejémonos maravillar por el acontecimiento impensable de Dios que se hace hombre para nuestra salvación. Dejémonos conmover por el amor de Dios y sigamos a Jesús, que se despojó de su gloria para hacernos partícipes de su plenitud».