19.12.08

Carta de un laicista convencido

El cartero me ha dejado un aviso de Correos. Acudo a la oficina postal. Es una carta certificada, firmada por don Juan Villar Montero. La abro y en su interior me encuentro una misiva y una nota. En ésta me indica que publique el texto de la epístola y su firma en este Olivo. Así lo hago.

“Estimado Sr: Soy un lector habitual de su blog en Religión en Libertad. Me gusta pasarme por todos los blogueros de ese portal, siempre se encuentra algo interesante. Ahora paso a decirle que soy un miembro del laicismo dominante, al que tanto denuncia usted.

Ser parte del laicismo es importante para mí, ya que yo estuve estudiando en un seminario de religiosos, tengo 50 años, estoy casado y tengo tres hijos. Trabajo en un colegio de mi ciudad impartiendo matemáticas. Formé parte de grupos cristianos parroquiales hasta que con el paso del tiempo llegué a la conclusión que se puede ser católico y formar parte del laicimo tan atacado en la actualidad.

Politicamente hablando soy de izquierdas. Mi adscripción al laicismo supone que solamente utilizo la religión católica cuando me interesa, por ejemplo asistiendo a entierros, bodas y similares. Pero lo más imporante es que no soy un fanático defensor de la fe cristiana, como son los curas y el resto de clientes que tiene la Iglesia, aborregados mentalmente y castrados en cuanto a la evolución de la ciencia médica, de los métodos anticonceptivos y de un magisterio de la iglesia que enseña una moral arcaica y opuesta a lo que la modernidad ha conseguido en los últimos decenios.

Además, le indicaré que el laicismo no trata de arrinconar la religión para poner una religión civil. Ni mucho menos. El laicismo es una manera de concebir el mundo en el siglo XXI huyendo de la caverna en la que están metidos todos los católicos desde hace siglos. El laicismo, por lo menos a mí, me hace más libre para pensar, para actuar y para dialogar con esta sociedad de hoy. Sin la atadura de un Dios castigador. Duermo sin miedos y sin cilicios mentales y fisicos como ocurría en el seminario de los frailes donde estuve años internado.

Llegado el caso, el laicismo nunca será un perseguidor de ningún católico. Téngalo por seguro. Somos respetuosos, democráticos, conciliadores y defensores de la vida humana.

Bueno, no le quito más tiempo. Espero que considere que los miembros del laicismo somos cada día más, y llegaremos a superar a los católicos en España. No tema, usted, llegado ese día, solamente ocurrirá que la iglesia perderá todos sus privilegios, pero nada más. A lo mejor así consiguen ustedes tener más adeptos, porque ahora mismo se están quedando en cuatro gatos.

Atentamente le saluda Juan Villar Montero.”

Por mi parte, no hago ningún comentario a esta carta que habla por sí sola. Los lectores pueden opinar con plena libertad como siempre.

Tomás de la Torre Lendínez

18.12.08

Dos situaciones prenavideñas

Bajo el amplio paraguas de la palabra Navidad estos días se están desarrollando un buen número de actividades. Unas en un sentido y otras en otro.

Primer ejemplo: un instituto de enseñanza secundaria obligatoria y una parte de los profesores organiza, según el programa de mano entregado, una “Navidad Disney 2008”. En el acto están los padres de los alumnos. Se cantan canciones de Toy Story, 101 Dálmatas, El rey león, La bella y la bestia, La sirenita, Aladino, Pocahontas, Mary Poppin, Hércules, Peter Pan y el Libro de la selva. Todo estuvo muy bien. Se hizo fuera del horario escolar.

Segundo ejemplo: La Sociedad Económica de Amigos del País organiza una conferencia a cargo del Padre Angel García Rodríguez, fundador de Mensajeros de la paz, sobre “Un mundo mejor es posible”. Al acabar, el grupo polifónico de la Real Sociedad canta villancicos de Haendel, tradicional inglesa, Gruber, Valero, Baez, Chica, Ramirez, Pierpont, y Berlin.

Se podría poner una infinidad de ejemplos similares. Entretanto el Papa conocedor de esta situación dice tajante estas palabras: “Desgraciadamente, bajo el empuje de un consumismo hedonista, la Navidad corre el peligro de perder su significado espiritual para convertirse en una mera ocasión comercial de compras e intercambio de regalos. En verdad, sin embargo, las dificultades, la incertidumbre y la crisis económica que en estos meses viven tantas familias y que toca a la entera humanidad, pueden servir de estímulo para redescubrir el calor de la sencillez, de la amistad y de la solidaridad, valores típicos de la Navidad. Despojada de la costra materialista y consumista, la Navidad puede convertirse en una ocasión para acoger, como regalo personal, el mensaje de esperanza que emana del misterio del nacimiento de Cristo".

Y el obispo de Córdoba, y arzobispo coadjutor electo de Sevilla, nos recuerda lo siguiente: ” El despojamiento del sentido religioso de la Navidad se manifiesta también en el lenguaje. La palabra Navidad, que significa natividad o nacimiento del Señor, es sustituida por la palabra “fiesta”, más inocua y menos comprometedora. Como he escrito alguna vez, la tradicional expresión “felices pascuas”, de tanta riqueza espiritual, porque con ella aludimos al meollo de la Navidad, el paso del Señor junto a nosotros, junto a nuestras vidas, para renovarlas y hacerlas mejores, se ha sustituido por la expresión “felices fiestas”, circunloquio que busca en definitiva evitar reconocer que el corazón de la Navidad es nuestro encuentro con el Señor que nace para nuestra salvación.”

La conclusión es clara: bajo el paraguas de la Navidad el laicismo imperante mete todo lo que desea, para que los ignorantes se traguen lo que sea, da igual que sea un mosquito o un elefante.

Tomás de la Torre Lendínez

17.12.08

Apuntes sobre la masonería

Nuestro jefe, Luis Fernando Pérez Bustamente, hacía ayer una comparación del número de masones que puede tener el partido socialista y los que haya en el partido popular, siempre a partir de unas declaraciones de don Ricardo de la Cierva que conoce el asunto hondamente.

Nosotros aportamos unas ideas sobre la masoneria.

La masonería toma su nombre del antiguo gremio de los masones. Estos eran los artesanos que trabajaban la piedra en el levantamiento de grandes obras. Con el declive de la construcción de las grandes catedrales en Europa, los gremios de masones comenzaron a decaer y para sobrevivir empezaron a recibir a miembros que no eran masones de oficio. Con el tiempo, éstos últimos se hicieron mayoría y los gremios perdieron su propósito original. Pasaron a ser fraternidades con el fin de hacer contactos de negocios y discutir las nuevas ideas que se propagaban por Europa.

La fundación de la masonería moderna se sitúa en el año 1717 con la unión en Londres de cuatro gremios para formar la Gran Logia Masónica como liga universal de la humanidad. Más tarde, pasó a Francia y al resto de Europa y América.

El fin de la masonería es derrocar todo el orden religioso y político del mundo que ha producido la enseñanza cristiana y sustituirlo por un nuevo orden de acuerdo a sus ideas, que proceden de un mero naturalismo, donde la naturaleza y la razón humana deben ser dueñas y guías de todo. La masonería reclama ser la religión natural del hombre, por eso dice tener su origen en el comienzo de la historia. El concepto masón de Dios es opuesto al de la Iglesia Católica. No aceptan de Dios sino un conocimiento puramente filosófico y natural. Niegan que Dios haya enseñado algo.

No aceptan los dogmas de la religión ni la verdad que no pueda ser entendida por la inteligencia humana. Les importa poco los deberes para con Dios, pues los pervierten con opiniones erradas y vagas. La masonería promulga un sincretismo que mezcla desde los misterios de la cábala del antiguo oriente hasta las manipulaciones tecnológicas del modernismo occidental. El emblema masónico del compás y el cuadrante son símbolos de un racionalismo que pretende identificarse con todo lo que es natural. Su calendario numera los Años de luz, es decir del primer día de la creación o años del mundo. Declara que la Iglesia Católica es una secta. Y su oposición a la Iglesia Católica antecede a la oposición de la Iglesia contra ella.

El Catolicismo es una religión revelada y esencialmente sobrenatural. Por eso la Iglesia debe enseñar con autoridad la doctrina revelada. La masonería promete la perfección por medio solo del orden natural y ve el orden natural como el más alto destino. De todo se concluye que el Catolicismo y la masonería son esencialmente opuestas.

La oposición de la Iglesia a la masonería se fundamenta en: la violación del primer mandamiento de la ley de Dios. Los masones tienen un concepto de la divinidad opuesto al de la revelación judeo-cristiana. No aceptan al Dios Trino, único y verdadero. La deidad masónica es impersonal. Es el falso dios de la razón. Se viola el segundo mandamiento de la ley de Dios: el grave abuso de los juramentos en nombre de Dios, pues formalmente invocan la deidad en sus ritos de iniciación para sujetar al hombre, bajo sanciones directas, a objetivos contrarios a la voluntad divina. Y su rechazo a la Iglesia Católica, a la que cual intentan destruir.

La condena de la masonería por parte de los Romanos Pontífices es contundente. Desde el año 1738 hasta hoy, los Papas han dejado clara la doctrina de la Iglesia sobre la masonería. El día 26 de noviembre de 1983, la Congregación para la doctrina de la fe, emitió una declaración sobre las asociaciones masónicas. Está firmada por el cardenal Ratzinger, actual Papa Benedicto XVI. En este documento leemos lo siguiente:

“Por lo tanto, el juicio negativo de la Iglesia sobre las asociaciones masónicas se mantiene sin cambios ya que sus principios siempre se han considerado irreconciliables con la doctrina de la Iglesia, y por lo tanto, se continua prohibiendo ser miembros de ellas.”

La masonería en España actualmente goza de una buena salud. Pero como aquí siempre somos diferentes, la practica de las ideas masónicas se hacen compatibles con presidir una procesión de Semana Santa; con enseñar la asignatura de Educación para la ciudadanía, aunque sea de forma descafeinada; con dirigir los potentes medios de comunicación social desde donde se adoctrina con ideas masónicas de forma velada o cruda; con ir de buenas personas por la vida, sabiendo dar palmadas en las espaldas de los incautos que no tienen sus ideas demasiado claras.

Y lo más descarado, colaborando con las ideas masónicas con el silencio consentido, con la sonrisa bobalicona, con el aplauso impersonal y con la mente llena de distracciones materialistas.

Esperamos que los lectores completen estas ideas que hemos dejado colgadas de este Olivo para recuerdo de algunos y confirmación de otros.

Tomás de la Torre Lendínez

16.12.08

La soledad de los obispos

Siempre se ha hablado de la soledad de los curas. Se argumentaba que la soledad era un obstáculo serio para la vivencia del celibato. Se miraba a los sacerdotes jóvenes al servicio de comunidades rurales. El Concilio Vaticano II y el magisterio pontificio posterior abogaron por la fraternidad sacerdotal, donde los equipos de los arciprestazgos deberían ser el marco ideal donde los curas de la misma demarcación encontraran apoyos pastorales, espirituales y fraternales. La recomendación de estas faenas era para el arcipreste y el resto de presbíteros, de modo especial de los más maduros hacia los recién ordenados y de éstos hacia el aprendizaje de los más mayores.

Todo esto, y bastante más, es el entrelazado de mimbres donde la vida de un sacerdote en su parroquia al servicio de los hermanos laicos está y seguirá haciéndose a diario, cuya fuerza siempre debe el sacerdote tomarla de la celebración de la Eucaristía, fuente y cumbre de la vida de los cristianos y de la pastoral eclesial.

Pero y ¿de la soledad de los obispos?. Se habla poco y se escribe menos. ¿Están los obispos solos?, ¿cómo viven su soledad?, ¿qué instrumentos utilizan para integrar su soledad en el ministerio de ser los sucesores de los apóstoles?.

Antes del Concilio Vaticano II, los obispos vivían en una cúspide inaccesible, de la que bajaban alguna vez para actuaciones propias de su pastoreo diocesano. Siempre estaban aislados, aunque convivieran con familia propia, como hermanos, por ejemplo.

Durante los años del postconcilio los obispos desearon hacerse más cercanos al pueblo, tanto que en la España de 1971, en septiembre, en Madrid se organizó y se celebró la primera y única asamblea de curas y obispos. Fue el momento en que mucha gente creyó que el ministerio episcopal se parecía a los apóstoles que acompañaban al Maestro por la orilla del lago de Galilea. La historia ha demostrado que fue una experiencia más de las tantas que no sirvieron para nada.

A mi entender existen tres formas de vivir la soledad en el mundo episcopal:

1.- El pastor diocesano que tiene su propia familia de sangre, por ejemplo hermanos, con los que comparte sus ratos libres y humanos como cualquiera.
2.- El pastor diocesano que se rodea de un grupo de amigos curas diocesanos, que son su guardia pretoriana, con la que comparte mesa y mantel, confidencias y decisiones.
3.- El pastor diocesano que vive con vocación de monje. Es el que mantiene las relaciones normales en la estructura jurídica de la curia diocesana, pero luego se retira a sus soledades buscadas y mantenidas, donde se encuentra con el Señor, pero conoce poco a sus colaboradores directos en la pastoral que son los presbíteros y mucho menos a las ovejas del rebaño que el Señor le ha encomendado. Cuando sale de su propio “monasterio” por obligaciones de su cargo está pero no conecta con nadie, y cuando acaba su ministerio se refugia en sus soledades sin advertir que los demás desean un obispo pastor, pero no un obispo monje contemplativo.

El pueblo cristiano que es sensible a los gestos episcopales mira, compara, recuerda y echa de menos a personas y tiempos pasados. La soledad del obispo tiene solución cuando la persona sabe vivir hablando a Dios de los hombres y hablando a los hombres de Dios.

Tomás de la Torre Lendínez

15.12.08

¿Dónde está el infierno?

Algunos se preguntan sobre la existencia del infierno, porque oyeron decir que con el Vaticano II esa creencia había pasado a mejor vida. Pero el Concilio no ha renunciado a lo que la Iglesia enseñó desde el principio y ratificó en diversos concilios, en la profesión de fe de Pablo VI, en la continuada doctrina de los últimos papas y en el Catecismo de la Iglesia Católica (nn. 133-137). Así dice el Concilio Vaticano II: “Y como no sabemos ni el día ni la hora, por aviso del Señor, debemos vigilar constantemente para que, terminado el único plazo de nuestra vida terrena (cf. Hb., 9,27), si queremos entrar con Él a las nupcias merezcamos ser contados entre los escogidos (cf. Mt., 25,31-46); no sea que, como aquellos siervos malos y perezosos (cf. Mt., 25,26), seamos arrojados al fuego eterno (cf. Mt., 25,41), a las tinieblas exteriores en donde ‘habrá llanto y rechinar de dientes’ (Mt., 22,13-25,30) (Lumen Gentium 48). No podía el Concilio hablar de otro modo, pues recoge las palabras claras y reiteradas de Jesús, cuando dice: “Apartaos de mí, malditos al fuego eterno", en claro paralelismo con aquellas otras: “Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino” (Mt 25, 34). Por eso el Señor instaba continuamente a la vigilancia y acudía a la doctrina de los dos caminos, para que no nos llamemos a engaño.

Esta doctrina no se opone a la misericordia del Señor que, mientras vivimos en la tierra, siempre está dispuesto a ejercerla, por eso el infierno no se sitúa en parangón desde el proyecto salvador divino, pues mientras el Padre celestial no deja de conducirnos por la Palabra, los Sacramentos y la acción continua del Espíritu hacia la patria definitiva, es el hombre el que, permaneciendo en el pecado mortal, se separa de Él por “su propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra ‘infierno’” (Catecismo n. 1033).

Ante esta realidad, la persona se pregunta cómo sabe si está excluido de la comunión con Dios y con los bienaventurados. Siempre lo sabrá antes de la muerte, cuando su obstinación en el pecado grave es constante y responsable. Por esto en el lenguaje popular se afirma que el infierno está aquí abajo: en la amargura de sentirse lejos de la comunión con Dios y los hermanos; en la tristeza de no sentirse en paz consigo, con los demás y con Dios; en la angustia de vivir en constante teatro ante los otros, aparentando lo que no se vive, o viviendo lo que no se cree; en la ansiedad de vivir fugitivo de la propia persona de si mismo huyendo siempre de la Luz que puede hacer que los demás vean las arrugas y las manchas que el propio sujeto se ha echado encima.

Por lo tanto, lo mejor es vivir y elegir el camino de la Luz, esa misma que nacerá dentro de unos días y que celebraremos gozosamente su aniversario en la fiesta de la Navidad. Esa Luz es la única que nos pide que dejemos la ropa vieja y sucia y nos revistamos de la túnica blanca de la ternura del Niño nacido en Belén.

Tomás de la Torre Lendínez