14.04.09

Hijos de la Resurrección

Desde hace días me ronda por la cabeza escribiros cuatro palabras sobre la experiencia pascual. Aunque nos llame un poco la atención, este título es una buena forma de llamar a los cristianos. Hijos de la Resurrección es lo que somos. En nuestra mentalidad actual, los cristianos no tenemos suficientemente en cuenta la resurrección de Cristo. Decimos y repetimos que la resurrección de Jesús es la fiesta más importante del año, pero tengo la impresión de que no logramos integrar esta afirmación en nuestra conciencia personal, y por tanto tampoco en la verdad de nuestra vida. Yo intento explicármelo así.

Comenzamos a ser cristianos por nuestra fe en Cristo, reconocido como Hijo de Dios encarnado, muerto por nuestros pecados y resucitado para nuestra salvación. Una fe, por supuesto, profesada con la Iglesia, sellada y confirmada por los sacramentos. Esta fe es una estrecha relación personal con el Cristo real que, ahora, es el Cristo resucitado, sentado a la derecha del Padre y constituido Señor de vivos y muertos.

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8.04.09

El riesgo de la "teología complaciente"

Ha llegado a mis manos un papel, escrito por un profesor de Teología catalán, que se titula muy rotundamente “No existe un derecho al aborto” y que es en realidad una sibilina justificación de las leyes permisivas y desmoralizadoras de nuestros Gobiernos socialistas sobre el aborto. Un modelo de “teología complaciente". Para respetar la objetividad pongo por delante el texto en cuestión. Es éste:

No existe un derecho al aborto

No existe un derecho al aborto. Ello no significa que legalmente no pueda haber una despenalización: en un Estado laico, ni un delito es un pecado, ni legal equivale a moral. La ley civil tiene como objetivo la convivencia, no la moral: no pretende entrar en las conciencias, sino regular conductas que afectan a la paz social. Por eso las leyes pueden penalizar cosas no inmorales (hablar por el móvil conduciendo) y no penalizar cosas inmorales (el adulterio). Pero una cosa es lo legalmente tolerado y otra lo moralmente permitido.

Nadie tiene derecho a eliminar una vida que está ya humanamente programada. Se busca moralizar el aborto arguyendo desde el “derecho al propio cuerpo” y los “derechos de la maternidad". Pero esos derechos (como casi todos) tienen un límite: nadie puede esgrimir un derecho contra el derecho de otro: de lo contrario, el violador tendría derecho a violar “porque se lo pide el cuerpo". Y la mujer, derecho a abortar hasta en el noveno mes (y echar luego los fetos a una trituradora como se hizo en Barcelona). La maternidad tampoco da derecho a la mutilación genital de una hija, ni a prostituirla para ganar dinero: pues el misterio de la maternidad consiste en esa maravilla de algo que, siendo en algún sentido propio, es a la vez extraño. Y lo es por su contextura vital, no por su tamaño o su edad.

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31.03.09

No perdamos la oportunidad


Me refiero a la oportunidad que nos ofrece el debate social sobre la reforma de la ley sobre el aborto para clarificar y fortalecer nuestra identidad como católicos.

Se trata de una discusión sobre algo fundamental como es el respeto a la vida de las personas, la obediencia al mandamiento de Dios No matarás.

Para todo el que quiera ser honesto consigo mismo y ver las cosas sin ideologías ni intereses de ninguna clase, es evidente que el aborto voluntario es un asesinato.

No es verdad que los que estamos contra la legitimación del aborto queramos que las mujeres que abortan o el personal sanitario que atiende a las embarazadas vayan a la cárcel. Lo que queremos es que no haya abortos. Por eso, a la vez que nos oponemos a la legalización y justificación del aborto voluntario, pedimos también que la sociedad y las instituciones públicas ayuden a las mujeres que se ven en el trance de llevar adelante un embarazo “imprevisto", o de traer al mundo un niño no deseado.

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20.03.09

Los seminaristas no nacen en los seminarios

En torno a la fiesta de San José, celebramos el Día del Seminario. Es una jornada ya tradicional, bien conocida por los cristianos, cuyas finalidades no hace falta explicar. Rezamos por las vocaciones, nos comprometemos un poco más con la vida de nuestro Seminario, ayudamos con nuestras aportaciones a la formación de nuestros seminaristas.

El deseo y la decisión de ser sacerdote es difícil de entender en muchos de nuestros ambientes. Sólo se puede entender desde una valoración viva e intensa de lo que es Jesucristo para nosotros, de la importancia y la necesidad de la fe en El para encontrar los verdaderos caminos de la vida.

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7.03.09

Os suplicamos en nombre de Cristo...


…Dejáos reconciliar con Dios

Si miramos a nuestro alrededor con un poco de realismo, que es ejercicio de humildad y valentía, veremos que a muchos de nosotros nos cuesta trabajo confiar del todo en Dios y organizar nuestra vida de cara a la vida eterna. La mayoría de nosotros vivimos una vida ambigua y confusa, en la que intentamos combinar la fe y la comodidad, el espíritu cristiano y las concesiones al materialismo y al egoísmo. Aunque tenemos que luchar constantemente contra esta mediocridad espiritual, no nos tiene que asustar. Somos pecadores. Llevamos el pecado muy dentro de nosotros. La Biblia y las enseñanzas de la Iglesia nos hablan de una condición pecaminosa original que nos hace difícil la plena confianza en Dios y la obediencia sincera y generosa a sus mandamientos.

Pero esto no nos tiene que desanimar. Dios conoce nuestra verdadera situación, y a pesar de ello nos sigue queriendo, porque nos perdona y continúa pacientemente su obra de redención y de gracia hasta la consumación. Es más, El nos amó siendo pecadores y con su amor inmerecido nos hace posible la justificación interior y la riqueza de las buenas obras. Afortunadamente, el principio y el fundamento de nuestra salvación no están en nuestras propias obras, sino en el amor fiel y perseverante de Dios. Dios nos ama irrevocablemente. Por este amor nos tiene destinados para la vida eterna en su Hijo Jesucristo, y por este mismo amor perseverante nos perdona, nos justifica y se llega hasta nosotros para ayudarnos a alcanzar la plenitud de nuestra vida en la felicidad gloriosa de la vida eterna.

Nuestra justicia no puede ser la falsa justicia satisfecha del fariseo, sino la justicia humilde y verdadera del pecador arrepentido. Nuestra oración y nuestra fuerza está en la oración confiada del publicano humilde y penitente (Cf Lc 18, 9-14). El arrepentimiento y la confianza en el perdón son el principio y la raíz de la verdadera religión.

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