Con este artículo echa a andar el blog Con arpa de diez cuerdas, dedicado a la música y su relación con la fe y la liturgia católicas. En sucesivos artículos irán apareciendo cuestiones como las enseñanzas al respecto del Magisterio de la Iglesia, el canto gregoriano, la polifonía, las formas musicales litúrgicas, los compositores de música sacra, diversas audiciones ilustradas de ejemplos del repertorio, reflexiones sobre el estilo de la música sacra, y muchas otras más.
Al observar el hoy de la música litúrgica católica, cualquier persona con un poco de cultura musical se podría preguntar: ¿Qué fue del repertorio litúrgico católico, quicio y fundamento del arte musical occidental durante al menos un milenio? ¿A qué iglesia, catedral u oratorio se debería acudir para encontrar vivo ese caudal inagotable de belleza que atraviesa páginas y páginas en los manuales de historia de la música?
Entre los temas pendientes para la hermenéutica de la continuidad está el de la relación del arte con la fe y, en lo que toca a la música, su relación con la liturgia de la Iglesia. Es lugar común -que yo comparto- constatar la desalentadora mediocridad musical -espantoso empobrecimiento, en palabras del hoy Benedicto XVI- de que habitualmente adolecen las celebraciones litúrgicas, fenómeno que, por alguna razón que desconozco, se da con más intensidad en los países de habla española.
Continuamente se deslizan mensajes como que “la Iglesia Católica abandonó el canto gregoriano después del Concilio Vaticano II”, que “la polifonía religiosa cayó en desuso a raíz del Concilio”, o incluso que la presencia habitual de buena música en la liturgia es algo preconciliar. El no avisado puede acabar deduciendo que la fealdad artística es una configuración profética a los signos de los tiempos.
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