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12.01.16

"Cuando veas las barbas del vecino pelar..."

“Cuando veas las barbas del vecino pelar, pon las tuyas a remojar”. Así se despacha -con sabiduría “pata negra"- el dicho popular, como aviso para navegantes. Y lo traigo a colación a propósito del sínodo que van a celebrar las comuniones anglicanas, que vienen a ser algo así como los reinos de taifas de una supuesta “iglesia", que tiene de iglesia lo que yo de astronauta: la fantasía.

Sí; el primado de entre ellos -primado honorífico: vamos, “de pacotilla"- convoca el sínodo, dada la deriva que se está produciendo entre ellos -con amenaza de cisma incluida-, por su bajonazo con el tema de los gays, los obispos con pareja homosexs, las sacerdotas y las obispas, también con parejita lesbi. Amén de otras “pequeñeces” que ponen la guinda al pasteleo de estas gentes, que ya no saben ni de dónde han salido, que es un hecho histórico, ni muchos menos, a dónde van porque se han quedado sin referentes. El supuesto recurso a la Escritura que dicen mantener es un auténtico trampantojo, cuando no una burla quasi blasfema.

Pues esto, el desastre en el que se han metido y que les va a llevar a desaparecer a medio plazo, y que se ve tan a las claras desde fuera de esta gente, es lo que algunos quieren meter en la Iglesia Católica, como la “gran renovación", como la “·nueva iglesia” a la que llegar, como el “hallazgo” del milenio que hemos empezado. O sea, no solo pegarse un tiro en el pie, sino pegárselo en la sién: suicidarse.

No me lo invento. En el último Sínodo sobre “la vocación y la misión de la familia en la Iglesia y en el mundo", que terminó hace unos meses, uno de los que hablaron fue un sacerdote católico, antes anglicano, que advirtió muy seriamente que las propuestas que se estaban poniendo sobre la mesa llevaban años de aplicación en las iglesias anglicanas, con el resultado que es patente, porque se está viendo.

De ahí esos movimientos, que están en marcha, para “aplicar la misericordia a los sacerdotes casados", y que puedan seguir casados y que se les restituya en el sacerdocio católico; para admitir la homosexualidad activa como algo estable y moralmente aceptable, para quitar el celibato a los sacerdotes, por la “trampilla” de que sea “opcional": como si la Iglesia no tuviese derecho a establecer ninguna ley, y menos para los que quieran ser sacerdotes;  para no quedarnos “presos de leyes, mandatos y cánones”, y así admitir a la Sagrada Comunión a los católicos divorciados y vueltos a recasar por lo civil…, y otras antiguallas -todas las heregías son antiguas, viejas, casposas, atrasadas…; y que son eso: herejíias- con ínfulas de “modernidad” y de “misericordia”.

Nada más falso. Sin ley y sin leyes no hay sociedad que se precie y que pueda subsistir; porque sin autoridad no hay ni siquiera sociedad: y eso ya desde la misma familia, que es la célula básica y primoridial de la sociedad y de la Iglesia.

Quitar las leyes, los cánones y los mandatos no es hacer ningún favor a nadie: es instalar el caos, la mentira, la ley del más fuerte, el libertinaje, las pasiones y el pecado como “normas”. Y aquí aparece la contradicción y la perplejidad; porque, ¿no se querían quitar? ¿En qué quedamos entonces? Hasta para que el mal se instale hace falta “instalarlo” con directrices, normas y leyes.

Aparte que, a la gente, supuestamente católica, que le molesta que haya Jerarquía, y que haya leyes eclesiásticas…, acaban por desazonarles, por producirles escozores y sarpullidos y acaban por rechazar hasta las mismas leyes divinas, empezando por los Mandamientos.