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23.04.14

Reflexiones en torno al Milagro del Fuego Santo de Jerusalén

Predicando la Cruzada el papa Urbano II durante el concilio de Clermont, en el 1095: “En verdad, en este Templo, el Sepulcro del Señor, Dios reposa, hasta hoy. No deja de manifestar milagros ya que, en los días de su Pasión, mientras todas las luces están apagadas en su Tumba y en la iglesia, de repente las lámparas apagadas se encienden. ¡Qué corazón puede ser tan duro como para no emocionarse ante tal espectáculo!”.

Este hecho extraordinario se conoce muy poco entre los católicos y protestantes. Sin embargo, no se lo puede dejar de lado. Sencillamente, es un hecho, además, para el colmo, ocurre todos los años en la noche Pascual. Eso sí, y allí lo añadido a esta llamativa cuestión, según el calendario juliano que siguen las Iglesias ortodoxas.

Te puede gustar, o te puede no gustar. Ocurre, te guste o no.

La cuestión principal es:

1º ¿Es Dios, o sea, la Santísima Trinidad, el que produce el milagro?

2º No se puede obviar la circunstancia fundamental, es un patriarca ortodoxo, no latino, el que entra al Sepulcro con las velas apagadas, y sale del mismo con las velas encendidas.

Sobre este asunto, señalo un extenso artículo bastante bien testimoniado y documentado por el escritor cristiano (católico) Niels Christian Hvidt.

Señalo lo principal: es un hecho testimoniado y recogido por escrito desde los primeros siglos de la era cristiana, es decir, en el primer y en el segundo milenio, antes y después del cisma. Lo mismo ocurría con los patriarcas latinos, como ahora (lleva siglos así) con los patriarcas ortodoxos.

Por empezar, a mí me parece un milagro auténtico. Para los ortodoxos lo mismo. Es más, le dan una importancia trascendental. Llevan en el avión las velas encendidas en el Sepulcro hasta sus iglesias locales, en Moscú, Grecia, Bucarest,…

Allí mismo puede generarse una dificultad: un milagro no se puede utilizar como confirmación de que yo esté en lo correcto. Yo no puedo utilizar un hecho extraordinario para confirmar mi postura teológica, o peor, mi error. A Dios no se le puede considerar una propiedad, líbranos Señor.

Por otra parte, puede expresar un celo indebido de los católicos. Tal vez por eso en la época más reciente hubo gran reticencia en la Iglesia Católica respecto a este fenómeno. Incluso los fieles católicos que estuvieran presentes en esta “ceremonia” serían excomulgados hasta hace unos cincuenta años. No sé exactamente en qué época empezó a imponerse tal pena, pero ya no existe.

Yo en esto veo lo siguiente: al Señor no se le puede prohibir actuar. Y si el milagro es suyo, algo me quiere decir con esto. Él quiere que la Iglesia sea una, es decir, que todos los cristianos estemos en una misma Iglesia, porque lo que tiene de santo esta Iglesia o la otra, proviene solamente de Él. Por eso nos muestra que quiere a todos, pero de allí no se saca una conclusión sincretista: da igual en qué Iglesia estamos. No da igual.

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19.04.14

¿Fue un ángel o dos los que anunciaron la Resurrección?

“Pasado el sábado, al alborear el día siguiente, marcharon María Magdalena y la otra María a ver el sepulcro. Y de pronto se produjo un gran terremoto, porque un ángel del Señor descendió del cielo, se acercó, removió la piedra y se sentó sobre ella. Su aspecto era como de un relámpago, y su vestidura blanca como la nieve. Los guardias temblaron de miedo ante él y se quedaron como muertos. El ángel tomó la palabra y les dijo a las mujeres:

Vosotras no tengáis miedo; ya sé que buscáis a Jesús, el crucificado. No está aquí, porque ha resucitado como había dicho. Venid a ver el sitio donde estaba puesto. Marchad enseguida y decid a sus discípulos que ha resucitado de entre los muertos; irá delante de vosotros a Galilea: allí le veréis. Mirad que os lo he dicho.” (Mt 28, 1-7)

 

“Pasado el sábado, María Magdalena y María la de Santiago y Salomé compraron aromas para ir a embalsamar a Jesús… Entrando en el sepulcro, vieron a un joven a sentado a la derecha, vestido con una túnica blanca, y se quedaron muy asustadas. Él les dice:…

Y ellas salieron y huyeron del sepulcro, pues estaban sobrecogidas de temblor y fuera de sí. Y no dijeron nada a nadie, porque estaban atemorizadas.” (Mc 16, 1; 5; 8)

 

“Las mujeres que habían venido con él desde Galilea le siguieron y vieron el sepulcro y cómo fue colocado su cuerpo. Regresaron y prepararon aromas y ungüentos. El sábado descansaron según el precepto.” (Lc 23, 55-56)

 

“Estaban desconcertadas por este motivo, cuando se les presentaron dos varones con vestidura refulgente. Como estaban llenas de temor y con los rostros inclinados hacia la tierra, ellos dijeron:… Eran María Magdalena, Juana y María la de Santiago; también las otras que estaban con ellas contaban estas cosas a los apóstoles. Y les pareció como un desvarío lo que contaban, y no les creían.” (Lc 24, 4-5; 10-11)

 

“El día siguiente al sábado, muy temprano, cuando todavía estaba oscuro, fue María Magdalena al sepulcro y vio quitada la piedra del sepulcro. Entonces echó a correr, llegó hasta donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, el que Jesús amaba, y les dijo:

Se han llevado al Señor del sepulcro y no sabemos dónde lo han puesto.” (Jn 20, 1-2)

 

“María estaba fuera, llorando junto al sepulcro. Mientras lloraba se inclinó hacia el sepulcro, y vio a dos ángeles de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los píes, donde había sido colocado el cuerpo de Jesús. Ellos dijeron:…” (Jn 20, 11-13)

 

Entonces, ¿uno o dos ángeles? Si estos textos se refieren a un solo grupo de mujeres, indicarían una contradicción. Y precisamente en ese punto está la respuesta: no llegó un solo grupo de mujeres al sepulcro, o mejor dicho, todo indica que el grupo inicial se había dividido en varios grupos, por alguna razón. La razón casi seguro sería en que salieron hacia el sepulcro, como dice San Juan, “cuando todavía estaba oscuro”, y las puertas de la ciudad estarían cerradas por motivos de seguridad, máxime por el tumulto de esos días. También por el miedo de algunas de ellas en elegir el camino más corto y de esa manera llamar la atención más de la cuenta, etc.

 

El texto de Valtorta compone todos esos detalles como en un puzzle, cohesionándolos con una lógica natural y creíble: fueron en efecto varios grupos (tres, contando a Magdalena a solas) de mujeres que se forman a partir del grupo inicial. Toda la narración está llena de dinamismo y realidad que encaja a perfección con los relatos evangélicos:

¡Feliz Pascua de Resurrección!

 

Sigue el texto referido de Valtorta (las pocas negritas son mías para facilitar la lectura):

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18.04.14

La horrible angustia de la Virgen en el Sepulcro. La Madre de la Iglesia

            Nicodemo y José de Arimatea – discípulos ocultos de Cristo – interceden por Él desde los altos cargos que ocupan. En la hora de la soledad, del abandono total y del desprecio…, entonces dan la cara audacter (Mc XV, 43)…: ¡valentía heroica!

            Yo subiré con ellos al pie de la Cruz, me apretaré al Cuerpo frío, cadáver de Cristo, con el fuego de mi amor…, lo desclavaré con mis desagravios y mortificaciones…, lo envolveré con el lienzo nuevo de mi vida limpia, y lo enterraré en mi pecho de roca viva, de donde nadie me lo podrá arrancar, ¡y ahí, Señor, descansad!

            Cuando todo el mundo os abandone, y desprecie…, serviam!, os serviré, Señor. (S. Josemaría Escrivá, Vía crucis, XIV estación, meditación 1)

 

Que la Virgen María, verdadera Madre de Jesús, Copartícipe íntima de su destino, y dotada de una personalidad típicamente oriental, se haya angustiado y lamentado según la costumbre de su tiempo y lugar, pero con dignidad, es cosa que puede creerse y probarse. Cfr. Lc. 23, 27 y la antífona del Breviario romano, en las Laudes del Sábado Santo: “Mulieres sedentes ad monumentum lamentababntur, flentes Dominum”. Si alguien se extrañase del contenido y de la manera de las Lamentaciones de la Virgen, como aparecen en la obra de Valtorta, tenga en cuenta que están en perfectísimo acuerdo, como lo aseguran especialistas, con una larga tradición homilética e himnográfica oriental, siríaca y griega (cfr. Efrem, s. IV: Anfiloquio de Iconio, El Romano Cantor, s. VI), que culmina en el s. VII con el “Llanto de la Virgen”, que nos legó S. Germano, patriarca de Constantinopla, donde hay semejantes o idénticas formas de lamentos (teológicas, consideraciones sobre el pasado y presente, la bondad y maldad, etc.) y muy similares y hasta idénticas expresiones (dulces, fuertes, terribles). Leáse atentamente a S. Germano en: Oratio in…Corporis Domini… sepulturam… MIGNE, Patrologia Graeca, t. 98, col. 27-278 (243-290). Lo que se afirma de la tradición patrística oriental, lo mismo se afirma de la litúrgica. Véanse, por ej., muchos lugares llamados: “Staurotheotokia” (alabanzas a la Madre de Dios a los píes de la cruz) de la liturgia griega.”

 

Durante el tiempo que Cristo permaneció en el sepulcro su Persona divina continuó asumiendo tanto su alma como su cuerpo, separados sin embargo entre sí por causa de la muerte. Por eso el cuerpo muerto de Cristo “no conoció la corrupción” (Hch 13, 37). (CIC, 630; cfr. Damasceno, Niceno, Aquinate)

 

 

Todo lo que ocurrió con el Cuerpo del Señor, ocurrirá con su Cuerpo Místico que es su Iglesia. El nacimiento en dificultades, pronta persecución, un largo periodo de consolidación,… pero llegará el momento de la Pasión, también de toda la Iglesia, no será solamente, algo que ha ocurrido siempre, la pasión de Cristo reproducida en  miembros de su Cuerpo Místico.

Parecerá entonces que el Señor ya no estará en esos momentos de la Apostasía final de la que habla San Pablo y recuerda el Catecismo, pero solamente será una apariencia de la realidad, ya que Durante el tiempo que Cristo permaneció en el sepulcro su Persona divina continuó asumiendo tanto su alma como su cuerpo, separados sin embargo entre sí por causa de la muerte. Por eso el cuerpo muerto de Cristo “no conoció la corrupción” (Hch 13, 37).” (CIC, 630; cfr. Damasceno, Niceno, Aquinate)

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15.04.14

¿La columna de la flagelación era alta o baja? ¿El Señor llevaba la cruz entera?

En cuanto a la forma (altitud, etc.) de la Columna de la Flagelación de Jesús, cfr. E. Power, Flagellation, en Dictionnaire de la Bible, Supplément, tom. II, París 1934, col. 60-67; C. Testore, E. Lavagnino, Colomna della flagelazione, en Enciclopedia Católica, vol. V, Città del Vaticano, 1950, col. 1441-1443. Power, después de haber enumerado las diversas columnas o troncos de columnas que hay en diversos lugares y que se dicen haber sido sobre los cuales Jesús fue azotado, escribe del siguiente modo, refiriéndose a la “pequeña” conservada desde el siglo XIII en Roma en la iglesia de S. Práxedes: “Es muy pequeña para que hubiera servido para inmovilizar el cuerpo del reo el cual tenía las manos atadas en alto y los pies abajo, y de este modo se le ligaba a la columna. Por tanto, según Power y según la obra de Valtorta, la columna era más alta que el que era sujetado a la flagelación.

 

María Valtorta describe la flagelación en los siguientes términos:

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13.04.14

El brazo izquierdo en la Sábana Santa 4 cm más corto que el derecho; motivos

“Toda la tierra se cubrío de tinieblas desde la hora sexta hasta la hora nona.” (Mt 27, 45)

Otro día una persona allegada me comentaba algunas ideas que había oído en la presentación de un libro de un buen sacerdote sobre la reconstrucción de la Pasión de Nuestro Señor realizada en base al estudio de la Sábana Santa. Por lo general, muchas conclusiones del autor me parecían correctas y creíbles, pero difería claramente respecto a algunos puntos. Como por ejemplo, que el Señor estaría poco tiempo crucificado, posiblemente una hora, porque es imposible que un hombre aguante en esa posición por más tiempo.

 

Entonces me pregunté, por empezar, que si dudamos, o interpretamos no ya el libro de los Macabeos, sino los Evangelios mismos según nuestro entender, ahora, a dos mil años de distancia de lo que vieron los testigos oculares y lo pusieron por escrito, ¿dónde vamos a parar? ¿Qué más me queda por dudar o interpretar a mi manera? Porque resulta que en el Calvario estaba el apóstol y evangelista San Juan, con la Madre del Señor y con devotas mujeres a pocos metros de toda la escena, resulta que al menos en el Domingo de la Resurrección cuando ya volvió Mateo de su huída había oído, ansioso, de la boca de Juan sobre los últimos momentos de la vida su Dios, a quien falló por cobardía a pesar de haberlo llamado, siendo pecador que daba asco a los fariseos y tantos otros, el Hijo de Dios cuando nadie daba dos duros por él, y la narración se la habrá quedado como grabada a fuego para el resto de su vida; resulta que Lucas había sido instruido por la misma Virgen sobre todo el Evangelio, especialmente sobre estos momentos tan singulares, casi seguro en el periodo en el cual el evangelista atendía en sus necesidades a Pablo preso en Cesárea por dos años; resulta que después de que Marcos, aquel muchacho que presencia la escena de prendimiento del Señor en el huerto de Getsemaní, habiendo oído la predicación del Evangelio del mismo Pedro, y habiendo visto él mismo al Señor predicando y haciendo milagros; resulta que habiendo puesto todo eso por escrito con todos aquellos testigos que se encontraban hasta debajo de las piedras en los primeros años de la predicación de los Apóstoles, algunos tal vez conversos en Pentecostés entre aquellos que huyeron del Calvario después de ver lo que hicieron y dándose golpes de pecho; resulta que con todos esos Evangelios predicados primero y luego escritos de manera tan realista, dejando esos mismos autores mal a ellos mismos, lo que no hace nadie y con eso confirmando la realidad de la autoría divina de los Evangelios; resulta que cuando toda esa gente a pocos metros de la Cruz viendo el sol estando en el zénit oscureciéndose y permaneciendo las tinieblas hasta la mitad del arco solar restante, que lo vieron ellos con sus ojos no pidiendo permiso por lo visto a nosotros, pues resulta que todo eso no es suficiente.

 

Es lo que yo, con mi ciencia pueda deducir. “Una hora”, y se queda uno tan a gusto. Entonces, querido autor y muy estimado sacerdote, no miento le aseguro, ¿pero que nos queda entonces por no retocar, por no interpretar de otro modo, nos queda algo…?

 

Por eso le contaré una anécdota muy real y muy instructiva. Resulta que hubo un profesor, pintor y escultor italiano que a mediados del siglo veinte durante largos 35 años minuciosamente investigaba la Sábana Santa de Turín. Habrá sido de esos pintores y escultores que estaban acostumbrados a las representaciones del cuerpo humano, buenos conocedores de sus proporciones y dimensiones, no como los pintores modernistas de cuadros de colores, que cuando una vez presencié una charla sobre la pintura contemporánea por poco y literalmente me caigo de la silla de la risa que me dio al contemplar aquellos cuadros grotescos sin fuste. Pues Ferri seguro que no era de esos, tenía ojo para las proporciones y averiguó con rigurosas mediciones, que el brazo izquierdo en la Sábana era cuatro cm más corto que el derecho:

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