3.04.24

"Por la obediencia a la Verdad habéis purificado vuestras almas".

Es lo que nos escribe San Pedro, en su Primera Carta. Y así nos ha llegado. Y así lo hemos recibido. Otra cosa bien distinta es qué hemos hecho, desde la Jerarquía -esta frase se nos destina muy en especial-, de su paternal y necesaria indicación. De absoluta necesidad, por cierto.

Tan totalmente necesaria que, a día de hoy, nuestra Iglesia -antes Católica; hoy convertida en “iglesita modernita y tal"-, nos es una auténtica “desconocida"; por no decir algo peor, claro. Antes, Madre, por supuesto. Ahora, rebajándose a ser y vivir como una de tantas otras: que no son iglesias, ni nada que se le parezca. Porque no lo pueden ser. Con el Jueves Santo, sin Eucaristía NO hay iglesia que valga: quedan las “iglesitas” o asimiladas.

En linea con estas palabras de Pedro, el cardenal Ratzinger-Benedito XVI, publicó un libro que recopilaba distintos artículos suyos, titulado “Cooperadores de la Verdad”. Quería subrayar con ello que somos “administradores” de la Verdad recibida de Dios: nunca “protagonistas’, en el sentido de tener derecho a “salirnos” de esa Verdad que sólo es de Dios. Mucho menos pretender “inventarnos” nada al respecto. Tampoco, por supuesto, a “despreciarla".

Y, antes que él, el Papa san Juan Pablo II, se abrasó los labios y requemó su pluma, prolíficamente generosa y gloriosamente fiel, alentándonos a ser y vivir en la “obediencia de la Fe”: que es exactamente lo que contiene y salvaguarda “la obediencia a la Verdad”, y lo que significa ser “Cooperadores de la Verdad”.

Ya se ve que ni los prelados de hoy -con las excepciones de rigor: pocas, pero las hay-, se han formado en estos firmes pilares -Palabra de Dios, lo de san Pedro; y de sus Cristos en la tierra, lo de san Juan Pablo II y Benedicto XVI-; ni a los sacedotes se les ha enseñado con/en estas savias protectoras y salvadoras de nuestro ser y vivir en nuestra grandísima identidad de Sacerdotes: otros Cristos.

Como es lógico, Pedro no se inventa nada. Es que ni se le ocurre. De ahí que su primera Predicación, el mismo día de Pentecostés, cuando la Iglesia echa a andar históricamente en medio de las gentes de todo pelaje, y ante el pueblo -una multitud: no los desiertos cuaresmales de tantas y tantas parroquias; ¡a dónde hemos llegado, y sin visos de rectificación alguna!-, que se ha congregado a las puertas del Cenáculo -cerradas, y con los Apóstoles dentro llenos de miedo-, se reduce exactamente a decirles a los protagonistas del evento que ha ocurrido en Jerusalén cuarenta días antes:

Conozca toda la casa de Israel que al mismo Jesús, a quién vosotros crucificasteis, Dios lo ha constituido Señor y Mesías.

No teme enseñar la Verdad ni a los que se la conocen de memoria, pues son los mismos que han gritado: “-¡A ése: crucifícale, crucifícale!”. Pero a los que hay que ayudar a reconocerla; y luego, como hace él, ayudarles a arrepentirse y, ya puestos y cuesta abajo, a convertirse.

Ni tiene miedo a las consecuencias que puedan tener sus palabras; por ejemplo, volverse el personal contra él y los demás.

Y triunfa total y absolutamente. Ante la pregunta de “-¿Qué tenemos que hacer, hermanos?”, no lo duda ni medio segundo:

-Convertíos y sea bautizado cada uno de vosotros en el Nombre de Jesús, el Mesías, para perdón de vuestros pecados, y recibiréis el Don del Espíritu Santo. Porque la Promesa vale para vosotros y para vuestros hijos, y para los que están lejos: para cuantos llamare a sí el Señor Dios nuestro. Y los exhortaba diciendo: Salvaos de esta generación perversa!

Para decirlo ya todo: ese mismo día se bautizaron y fueron agregadas unas tres mil personas de los presentes. Que no está nada mal para una sola tacada. Creo yo…

Esto es lo que tiene la Palabra de Dios, la diga Dios mismo, san Pedro, san Pablo, san Juan Pablo II o santo Tomás. Porque la Palabra de Dios es viva y eficaz. Y penetra hasta el hondón del alma. Y arrasa.

¡Cómo iba a salirse Pedro del guión que el propio Jesús había usado con aquellos dos que se iban a su casa, a Emaús, desengañados por lo sucedido los días anteriores en Jerusalén! Y eso que tenían bien frescos lo que habían dicho las mujeres, que Pedro y Juan habían corroborado de visu!

Todo su “razonamiento” no iba más allá de: pero a Él no lo encontraron. Y Jesús  tuvo que echarle horas extras para meterles en la mollera y en su cerrado corazón, que todo eso tenía que pasar como habían dicho las Escrituras. Es que, como había dicho públicamente Jesucristo: Yo, para esto he venido.

Me da que no les convenció. La prueba es que solo Le reconocieron al partir el pan. Luego, ya sí se pudieron decir uno al otro: ¿acaso no ardía nuestro corazón cuando nos explicaba las Escrituras?

Con las Escrituras les ardió el corazón. Y pudieron creer, y desandar el camino de la desilusión y de la desesperanza. Y se vuelven a Jerusalén para contar lo suyo a los Apóstoles.

Si vamos a Pablo, su predicación es, como dice él mismo: Yo predico a Cristo y, a Éste, Crucificado.

No hay más guión. NO hay otro guión. La prueba es evidente: desde que en la Iglesia se ha dejado de predicar lo que se debía predicar, la Iglesia está desaparecida, en el menor de los casos. Esto es lo que ha traído la Descristianización a países enteros.

De este modo, y desde esta manera, se pasa a hablar de los plásticos, de la tierra, de los colectivos maltratados -mentira total y absoluta: es el modus operandi del mundillo masón y comunista trasladado al interior de la Iglesia-, etc., que por esa deriva deja de ser Católica, como se demuestra cada día.

Con una circunstancia agravante: al callar al respecto, al dejar de tener en los labios la Instrucción del Señor (Cf. Ex 13, 9), los miembros de la Jerarquía, en lugar de haber purificado vuestras almas, nos habríamos pasado al Enemigo.

Podría seguir, pero ya lo dejo.

29.03.24

"Ea. Matémosle, y será nuestra la heredad".

El corazón pervertido y corrompido por la codicia de los viñadores homicidas les lleva no sólo a engendrar tamaña iniquidad, sino a llevarla a cabo.

Y, como narra el mismo Señor: sacando fuera al hijo del dueño de la viña, el heredero legítimo, después de maltratarlo, se lo cargan. Lo asesinan con alevosía y saña. Y se lo dejan a los perros.

Nos lo enseña Jesucristo, nuestro Maestro y Salvador. No son, por tanto, ni de lejos, elucubraciones desorbitadas de ningún exagerado con cara de vinagre; y que, a mayores, no está con los tiempos que demanda la sociedad, gobernada por la kultur del “como si Dios no existiera”.

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24.03.24

¿Jesucristo? ¿Qué Jesucristo?

Solemne Domingo de Ramos, inicio de la Semana Santa Católica. Aquel Domingo que, entre otras cosas, escandalizó a los Sacerdotes y asimilados entre los Judíos.

Sucedía que el personal, empezando por los críos, gritaban a pleno pulmón: ¡Hosana al Hijo de David. Bendito el que viene en nombre del Señor, Rey de Israel. Hosana en las alturas!

Sacerdotes y demás que, dados sus delicadísimos oidos, instan a Jesús a que los haga enumudecer. En respuesta a su escándalo y a su petición, les encasquetó aquello de: Si estos callan, gritarán las piedras. Que, como colleja, no estuvo nada mal; a mí entender.

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12.03.24

"Con qué facilidad condenamos"

Son palabras calentitas, recién horneadas en el Vaticano, y oreadas a continuación públicamente. No tienen pérdida.

A las que se añaden, en la misma jugada, estás otras: “Jesús no nos señala con el dedo”.

Pues, si esto va así, los señores Obispos de este País -que se deshace-, y de esta Iglesia católica en España -que desaparece a marchas forzadas-, deberían leerlas con la devoción que profesan a su autor o autores; e, inmediatamente, rectificar lo que están haciendo con La Sacristía más prestigiosa que la Iglesia tenía por estos lares. Si, la de La Vendée.

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5.03.24

Descristianización total. O casi.

Hasta hoy no había caído en la cuenta de la fractura tan grande que, en el orden de la Descristianización, ha sufrido España. Y me imagino que en todo el mundo Occidental.

Por cierto, y como inciso: la Santísima Virgen, en pleno siglo XIX, se lo había profetizado a Sor Patrocinio. Y se ha cumplido. Podia haber sido de otra manera, sí; pero ha sido así, porque no nos hemos querido convertir ni al Sagrado Corazón de Jesús, ni al Corazón Inmaculado de María.

Digo lo de la Descristainización a propósito de cómo ha penetrado en las conciencias, antes católicas en su inmensísima mayoría, la falta de “crítica” ante lo que nos ha traído, paso a paso y como “a la chita callando", el mundo de las “democracias liberales, o así". 

Hay católicos que están encantados con el invento: bastantes; resignados, otros tantos; derrotados, otros más… Pero sin el más mínimo criterio -católico, por supuesto-, todos ellos; más la inmensa mayoría de los que queden. Si quedan. Que quedan bien pocos, por cierto.

Porque, ¿cómo se puede mantener uno católico aceptando el aborto, la eutanasia, la anticoncepción, el mundillo, los multicolorines, los géneros y los subgéneros, las especies y las subespecies, la corrupción como Sistema -avalado por la mentira como único y seguro fundamento del mismo, el saqueo de los bolsillos -las arcas públicas se les quedan en nada-, y la destrucción de la persona y la sociedad como meta última?

Y todo orquestado y llevado a cabo, ni más ni menos, que por los “amantes de la libertad” y los “defensores apasionados del derecho y de los oprimidos”. Tal cual. Así se definen -contra toda evidencia, que ellos mismos se encargan de poner de manifiesto bien a las claras-, pues “la cabra tira al monte”. Necesariamente. Es que no lo pueden evitar.

Pero hay que saber, necesaria y conscientemente, que:

“Defensores de los oprimidos”, para la progrez multicolor -masónica, marxista, atea como primer principio-, significa que “hay que tener oprimidos; y, si hace falta, hacerlos; pues, si no, no se les puede “defender", manteniéndolos en su condición, penosa y cruelmente inhumana, de oprimidos, para mantener la propia. Es nuestra razón de ser”.

Y “amantes de la libertad” no pasa de “mantener la suya propia”; nunca la de los demás, porque estos dejarían de ser “oprimidos", y se quedarían, los de la libertad, sin su motivo de ser y de sobrevivir, insisto a propósito. Todo ello, “para vivir a cuerpo de rey”, como está más que demostrado. Hasta la saciedad y la evidencia, que no sólo dan vergüenza ajena, sino sobretodo nauseas.

Lo que más sorprende en todo esto, al menos a mí, es la cantidad industrial de “católicos” que se definen a sí mismos como tales -convencidos están-, y sostienen con sus votos un Sistema tal; tan corrompido que se hace pedazos, y destroza todo aquello donde pone sus zarpas, ponzoñosas ellas. Empezando por los mismos católicos, su meta más ansiada y gozosa.

Lo mismo se cargan Instituciones -la Familia, por ejemplo y como primer objetivo: la célula originaria y fundante de la sociedad; ya que, corrompida la familia, se corrompe necesariamente todo lo demás-, como las mismas personas, a las que buscan despojar hasta de sus constantes antropológicas. Saquearles las perricas va de suyo obligadamente; antes, durante y después de todos los desaguisados que ponen en práctica.

Pasando por donde haya que pasar: por encima de la Iglesia Católica; que ya les queda menos. Es en lo que están de hoz y de coz. Sueñan con lograrlo. ¡Será por dinero!

Todo esto se soporta -se admite, se cobija, se asimila y se defiende, incluso-, teniendo dicho por boca del Señor que: No podéis servir a dos señores. Que:  estamos en el mundo, pero no somos mundanos; ni somos para el mundo. Que: “hemos de oir, ver y entender"; es decir: enjuiciar y decidir en consecuencia.

Sin embargo, asistimos -atónitos como mínimo-, a un siglo de lastimosas traiciones y deserciones, en laicos, sacerdotes y religiosos, amén de miembros encumbrados de la Jeraquía; de francas e hipócritas apostasías en todos los estratos de la Iglesia; y de herejías consentidas, cuando no promovidas desde arriba, ninguna de nuevo cuño, en mi opinión.

Como mínimo, nos hemos viciado de mundanismo, hasta el punto de pensar que, “ser mundano” es, exactamente “lo católico”: Ahí están Biden y sus émulos para demostrarlo. Que “los signos de los tiempos” son la conversión al mundanismo y sus máximas. Que “el soplo del espíritu” es la claudicación incondicional a las sugerencias de la Serpiente contra los Mandatos de Dios. Que “el becerro de oro” es quien “nos ha sacado de Egipto”. Y que “es el mundo el que nos salva”. De ahí el montarnos la vida “como si Dios no existiese”.

Un siglo que nos reclama, quizá como nunca -o como siempre-, ser hijos constantes y fieles de Dios y de nuestra Madre la Iglesia Santa. Ser católicos cien por cien, a contracorriente: en caso contrario, se nos llevará la corriente. Que es fortísima: un auténtico desbordamiento, como nunca se ha visto y sufrido.

Ésta es la Esperanza del Sagrado Corazón de Jesucristo y del Corazón Inmaculado de Maria; y el reto al que nos convocan; sabiendo, por nuestra parte, que su Gracia es segura, amén de sobreabundante. También el Premio: porque a quien más se pide, más se le da.

A Dios, como nos enseña la Historia Sagrada, no le dejamos otra solución si no le respondemos a su envite que, como hizo con los Judíos, no dejar que ninguno de los que salió de Egipto -por Su Mano Poderosa-, entrase en la Tierra Prometida.  O, como les dice Jesús a los judíos, os será quitado el Reino de Dios para dárselo a otro pueblo que rinda los frutos a su tiempo.

Así, y de ahí, hace la Iglesia; y así y de ahí, hemos venido los católicos. Lo explica la misma Boca Divina, la de Cristo, con la parábola de los arrendadores injustos y asesinos que pretenden quedarse con la viña matando al heredero; y la necesaria y justa pena con la que les castiga.

Con la Descristianización que, en la vida real es el desprecio directo de Cristo, al Señor no le dejamos otra solución, si no nos convertimos: Nos quitará lo que nos ha dado generosa, gratuita y amorosamente, y se lo dará a otro pueblo que dé los frutos a su hora.

Bueno, le queda otra solución: dar carpetazo a su Tiempo, cortar por lo sano, y pedirnos cuantas estrechas de nuestra administración. Que me da no van a ser cuentas demasiado airosas, visto lo visto.

¿Es reversible esta situación y esta perspectiva, nada alagüeña en sí misma? Sí, por supuesto. Y gracias a Dios, nunca mejor dicho. Porque ha puesto a nuestro alcance todas las herramientas necesarias para ello.

Que se resumen en una sola: Conversión. Es decir: volver nuestra mirada a Cristo. Como rezamos con el Salmo: Vultum tuum, Domine, requiram! -Busco tu Rostro, Señor!

Esto se traduce, necesariamente, en dejarnos enseñar por Él, y por los Pastores que, en su Iglesia, sólo tienen la Palabra de Dios en la boca, al llevarla en su corazón. Es limpiar nuestro corazón y nuestra conciencia en el Sacramento de la Confesión, para que rebrote el trigo bueno que sembró el Sembrador. Es dejar de inficcionarnos con mentiras interesadas -desde fuera y desde dentro de la Iglesia-, para  quedarnos, y defender, la Palabra de Dios en nuestra alma, en nuestra conciencia, en nuestro corazón y en nuestra vida real.

Es, si preciso fuere, llegar a ser mártir en medio de esta sociedad pagana y adúltera. Es no tener ninguna connivencia con el pecado, o con las estructuras de pecado. cualquier cosa antes que convertirnos en unos lapsi “a lo Biden": incluso con Comunión diaria si hace falta, oiga! Será por comuniones!