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15.02.21

C. Conveniencia y utilidad de la Encarnación

1205.¿En que sentido fue conveniente y útil la Encarnación?

–Santo Tomás finaliza los muchos capítulos del cuarto libro de la Suma contra los gentiles dedicados a la Encarnación con tres sobre su conveniencia. Los justifica con esta indicación: «Quien devota y diligentemente considere los misterios de la Encarnación, hallará en ellos una sabiduría tan profunda que excede todo conocimiento humano, según aquello de San Pablo: «Lo que parece necedad en Dios es mayor sabiduría que la de los hombres» (1 Cor 1, 25)»[1].

El versículo significa que: «el conocimiento débil de lo divino lleva a considerarlo necedad, no por defecto de sabiduría, sino porque sobrepasa a la sabiduría humana; ya que ciertos hombres lo que no alcanza sus entendimientos suelen calificar como necedades»[2]. De ello: «se sigue que a quien devotamente lo considera se le manifiestan razones cada vez más admirables».

Desde esta actitud, afirma que: «la Encarnación de Dios convino a la divina bondad y fue utilísima para salvar al hombre». Respecto a esto último afirma que: «la Encarnación de Dios fue para el hombre que tiende a la bienaventuranza un auxilio eficaz». Lo demuestra del siguiente modo: «Ya se probó en Libro Tercero que la bienaventuranza perfecta consiste en la visión inmediata de Dios. Sin embargo, podría parecerle a alguno que el hombre no puede alcanzar jamás este estado en que la mente humana se une inmediatamente, como el entendimiento a su inteligible, a la esencia divina, por la inmensa distancia que hay de naturalezas», entre la de Dios y la del hombre.

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1.02.21

XCIX. Naturaleza del pecado original

1191. –¿Cuál es la naturaleza del pecado original?

–Sostiene Santo Tomás que: «el pecado original es un hábito»[1], pero precisa que: «hay dos clases de hábitos. Uno por el que la facultad posee capacidad de obrar, al modo como la ciencia y la virtud son hábitos. En este sentido, el pecado original no es hábito». No es una capacidad de obrar, que se haya generado por la repetición de actos. No es un pecado resultado de otros pecados cometidos, que han constituido un hábito malo.

Hay una segunda clase de hábitos: «por el que una naturaleza compuesta de muchos elementos, recibe tal disposición en sus partes, que está bien o mal ordenada según un principio dado, máxime si esa disposición ha adquirido ya fuerza de naturaleza, como sucede con la enfermedad». En este sentido de disposición adquirida de la naturaleza, que se comporta como una segunda naturaleza: «decimos que el pecado original es un hábito».

Por tanto, el pecado original es hábito en el sentido de una: «disposición desordenada que proviene de la ruptura de la armonía constitutiva de la justicia original; lo mismo que la enfermedad corporal es una disposición desordenad del cuerpo por la que se rompe la proporción en que consistía la salud». De ahí que ha sido llamado: «al pecado original «languidez de la naturaleza» (Pedro Lombardo, Cuatro libros de las Sentencias, I I, d. 30, q. 8)»[2].

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16.01.21

XCVIII. Existencia del pecado original

1176.¿Fue conveniente la Encarnación, o que el Hijo de Dios asumiera la naturaleza humana?

–Después de los capítulos dedicados al misterio de la Encarnación, en el cuarto libro de la Suma contra los gentiles, Santo Tomás escribe, al iniciar el capítulo siguiente: «Lo dicho anteriormente demuestra que no es imposible lo que enseña la fe católica sobre la Encarnación del Hijo de Dios. Ahora tenemos que demostrar en consecuencia, la conveniencia de que el Hijo de Dios asumiera la naturaleza humana». La razón de la conveniencia de la Encarnación, añade, fue el pecado original, porque: «parece que San Pablo atribuye la razón de esta conveniencia al pecado original, que a todos se transmite»[1]. Afirma San Pablo que: «Así como por la desobediencia de un solo hombre fueron constituidos pecadores los que eran muchos, así también por la obediencia de uno solo serán constituidos justos los que son muchos»[2].

A pesar de estas palabras sobre el pecado que acompaña a la naturaleza humana: «sin embargo, es preciso demostrar que los hombres nacen con pecado original, cuya existencia negaron los herejes pelagianos».

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4.01.21

XCVII. Cristo, sacerdote, rey y juez

1161. –En el ya citado Concilio de Efeso (431), se declaró contra Nestorio: «La divina Escritura dice que Cristo se hizo nuestro Sumo Sacerdote y Apóstol de nuestra confesión (Hb 3, 1) y que por nosotros se ofreció a sí mismo en olor de suavidad a Dios Padre (Ef 5, 2). Si alguno, pues, dice que no fue el mismo Verbo de Dios quien se hizo nuestro Sumo Sacerdote y Apóstol, cuando se hizo carne y hombre entre nosotros, sino otro fuera de Él, hombre propiamente nacido de mujer; o si alguno dice que también por sí mismo se ofreció como ofrenda y no, más bien, por nosotros solos (pues no tenía necesidad alguna de ofrenda el que no conoció el pecado), sea anatema»[1]. Cristo es, por tanto, apóstol, o envidado a los hombres por Dios, y sumo sacerdote, o pontífice. ¿Cómo explica el Aquinate el sacerdocio de Cristo?

–En el artículo de la Suma teológica, que le dedica, recuerda que: «El ministerio propio del sacerdote es ser mediador entre Dios y el pueblo. De una parte transmite al pueblo las cosas divinas, de donde el nombre de «sacerdote», esto es, «el que da las cosas sagradas», conforme a las palabras de Malaquías referentes al sacerdote: «De su boca ha de salir la doctrina» (Mal 2, 7). De otra, ofrece a Dios las oraciones del pueblo y satisface de alguna manera a Dios por los pecados del pueblo. Por eso dice San Pablo: «Todo pontífice tomado de entre los hombres, es puesto a favor de los hombres para las cosas que miran a Dios, para que ofrezca ofrendas y sacrificios por los pecados» (Hb 5, 1)».

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