(739) Iglesias descristianizadas (23) por silenciar los novísimos (29). El Purgatorio
«¡Nuestro hermano goza ya de Dios en el cielo!», predica amablemente un sacerdote en un funeral, emocionando a familiares y amigos del difunto. La frase tiene sin embargo un grave defecto: que es falsa. Niega la fe católica, pues la existencia del Purgatorio es un dogma de fe, declarado y reiterado en varios Concilios ecuménicos. Ese sacerdote, destinando el difunto al cielo, suprime el purgatorio, incurre en herejía; simpática, para algunos, pero herética. Ese cura nunca menciona el Purgatorio en sus predicaciones. Pero el silencio reiterado de una verdad de fe, equivale a su negación. Y de tal modo están unidas entre sí todas las verdades de la fe católica, que si negamos una, estamos negando todas… Ya ve el lector que así es como algunas Iglesias locales se descristianizan, tantas veces sin darse cuenta.
La existencia del Purgatorio es un dogma de fe. Diariamente lo proclamamos en la Misa, al rezar el memento de difuntos. La negación del purgatorio, aunque a veces se dé sólo por el silencio, produce una disminución muy notable de la devoción a los fieles difuntos, y a las oraciones y sufragios ofrecidas por ellos. Finalmente, las «benditas almas del Purgatorio» acaban totalmente olvidadas. Y eso es una contradicción enorme de la caridad intraeclesial. La santa Madre Iglesia reza siempre, con caridad católica=univeral, por sus hijos vivos y por los hijos difuntos del Purgatorio.
Ténganlo claro. Sólo los totalmente santos, canonizados o no, cuando mueren, van directos al cielo, pues ya están perfectos en la caridad, y habiendo expiado no solo por sus pecados, sino por los del mundo, están plenamente idóneos para entrar directamente en el cielo, en la perfecta unión con Dios, en la visión beatífica. Cito un caso muy elocuente.
San Juan de la Cruz. (1542-1591). Recluido en la cama, próximo a morir, recibió la visita de varios religiosos y algunos seglares, y finalmente les dijo: «Váyanse con Dios y recójanse, que es hora de cerrar el convento; que esta noche tengo de ir a decir maitines en el cielo» (Manuscrito de Úbeda t.2 fol. 204). Quedaron algunos religiosos, y un Hermano, llegada la hora, salió para tocar a maitines. Cuando San Juan oyó las primeras campanadas que llamaban al rezo de maitines, exclamó gozoso: «¡Gloria a Dios, que al cielo los iré a decir [rezar]!» (ib. fol. 312)… Estaba cierto de que ya no tenía en sí nada que necesitara una ulterior purificación, y que al morir, lo suyo era ir al cielo directamente… En la muerte de otros santos, hallamos también la expresión sencilla de esa misma convicción..
Pero los cristianos que mueren en la gracia de Dios, están en su inmensa mayoría necesitados de una purificación mayor o menor, en la que Dios, continuando su amor sobre el difunto, lo purifica en el Purgatorio, por puro don gratuito, en forma de expiación penal dolorosa.
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–Convendrá que recordemos algunas verdades de la fe, para afirmar el Purgatorio plenamente. Y por brevedad, lo haré ayudándome del Catecismo de la Iglesia Católica, que además de autorizado, es conciso.
(1) Creo en la vida eterna
1020. [Catecismo]. «El cristiano que une su propia muerte a la de Jesús ve la muerte como una ida hacia Él y la entrada en la vida eterna. Cuando la Iglesia dice las palabras de perdón de Cristo sobre el cristiano moribundo, lo sella por última vez con una unción confortadora y le da al mismo Cristo en el viático, como alimento para el viaje».
(2) En el pecado hay culpa y pena
La culpa de quien ha pecado es la ofensa contra Dios, preferir la voluntad propia a la Suya. Y la pena merecida por esa culpa ha de ser expiada —o bien en esta vida, mediante oraciones, ayunos, limosnas, privaciones, actos buenos contrarios al pecado, procuración piadosa de indulgencias, aceptaciones pacientes de las penas de la vida, o impuestas por el confesor en el sacramento, —o bien en el Purgatorio, sufriendo pasivamente las penas que le correspondan: las debidas por los pecados no expiados antes de morir.
Esta doctrina está hoy casi totalmente ignorada. Basta ver, como signo indicativo, las super-mínimas penitencias expiatorias que los confesores suelen poner al final del sacramento: «rece tres Avemarías», por ejemplo. Se niega en ellas prácticamente que el pecado necesita ser eliminado en cuanto a la culpa, pero también en cuanto a la pena, que ha merecido y está sin expiar. Incluso, en el último tiempo, hay confesores que no imponen penitencia alguna al final del sacramento. Cosa grave… «Antes» no era así. En los primeros siglos de la Iglesia la disciplina penitencial era muy severa, a veces privaba incluso al pecador durante años de la presencia en la Eucaristía y de la comunión. Y aunque se suavizó al paso de los siglos, mantuvo siempre su seriedad hasta mediados del siglo XX… «Tres Avemarías»…
San Agustín daba la razón de esta doctrina expiatoria de las penas en palabras tan sencillas como convincentes: [Aunque ya esté perdonado], «el pecado no puede quedar impune, no debe quedar impune, no conviene, no es justo. Por tanto, si no debe quedar impune, castígalo tú, no seas tú castigado por él» [en esta vida o en el Purgatorio] (Migne lat. 38,139). Se entiende: «castígalo tú con privaciones, actos santos, pero penosos, y en el sacramento de la penitencia».
(3) El precepto divino de la penitencia y las penas procuradas para expiación por el pecado (mortificación)
Jesucristo practicó ja penitencia. Toda su vida lo hizo. Pero aún más en su vida pública. La inició retirándose al desierto cuarenta días, en oración y ayuno total (Mt 4,1-2; como Moisés, Dt 9,18). Su vida pública fue muy penitente. Bien lo entendió Santa Teresa: «¿Qué fue toda su vida sino una cruz?» (Camino, Esc. 72,3). Y finalmente se entregó a la muerte en sacrificio para ganar nuestra salvación: «Nadie me quita la vida, soy yo quien la doy de mí mismo» (Jn 10,18).
Y todos los santos se han mortificado con penas voluntarias, sin limitarse a sufrir con paciencia las penas de la vida. El Espíritu de Jesús ha iluminado y movido a todos los santos, para que hicieran mortificaciones voluntarias, a veces durísimas. Ya lo expuse recientemente en mis recientes artículos (735, 376 y 737). No debemos dejar a Cristo solo en la cruz, sino que como miembros de su cuerpo, hemos de participar de su sacrificio de expiación, vencedor de las innumerables pecados del mundo. Y así dice San Pablo, «completo en mi carne lo que falta a la pasión de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia» (Col 1,24).
Pablo VI, en su formidable constitución apostólica Poenitemini (1996), reitera la enseñanza católica: «La Iglesia invita a todos los cristianos, indistintamente, a responder al precepto divino de la penitencia con algún acto voluntario, además de las renuncias impuestas por el peso de la vida diaria» (59). Y confirma lo que ha dicho, remitiendo al Concilio Vaticano II: La Iglesia «debe predicar continuamente a los creyentes la fe y la penitencia» (Sacrosanctum Concilium 9; +12 y 104. +Lumen gentium 42).
Añadiré sólo la doctrina del concilio de Trento, por su extrema precisión (en sesión de 1551 sobre la penitencia): «Si alguno dijere qu en materia alguna se satisface a Dios por los pecados en cuanto a la pena temporal –por los merecimientos de Cristo –con los castigos que Dios nos inflige [por su providencia] y nosotros sufrimos pacientemente o –con los que el sacerdote nos impone [en el sacramento], pero tampoco –con los espontáneamente tomados, como ayunos, oraciones, limosnas y también otras obras de piedad, y que por lo tanto la mejor penitencia es solamente la nueva vida, sea anatema» (Denz 1713).
(4) Creo en el juicio particular
1021. «La muerte pone fin a la vida del hombre como tiempo abierto a la aceptación o rechazo de la gracia divina manifestada en Cristo (cf. 2Tm 1,9-10). El Nuevo Testamento habla del juicio principalmente en la perspectiva del encuentro final con Cristo en su segunda venida; pero también asegura reiteradamente la existencia de la retribución inmediata después de la muerte de cada unocomo consecuencia de sus obras y de su fe. La parábola del pobre Lázaro (Lc 16,22) y la palabra de Cristo en la Cruz al buen ladrón (Lc 23,43), así como otros textos del Nuevo Testamento (2Co 5,8; Flp 1,23; Hb 9,27; 12,23), hablan de un último destino del alma (Mt 16,26), que puede ser diferente para unos y para otros».
(5) Creo en la existencia del Purgatorio; es un dogma de fe
1022. «Cada hombre, después de morir, recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio particular que refiere su vida a Cristo, —bien a través de una purificación [purgatorio ] (Lyon II: Denz 856; Florencia: 1304; Trento: 1820), —bien para entrar inmediatamente en la bienaventuranza del cielo (Lyon II: 857; Juan XXII: 991; Benedicto XII: 1000-1001; Florencia: 1305), —o bien para condenarse inmediatamente para siempre» (Lyon II: 858; + Benedicto XII: 1002; Florencia: 1306; Cta Sgda. Congregación Fe 17-V-1979; Catecismo 1032).
El concilio II ecuménico de Lyon (1271-1276, IV sesión, 1274. [La suerte de los difuntos]: define que los hombres, «si verdaderamente arrepentidos murieren en caridad [en gracia de Dios] antes de haber satisfecho con frutos dignos de penitencia por sus comisiones y omisiones, sus almas son purificadas después de la muerte con penas purgatorias. Y para alivio de esas penas les aprovechan los sufragios de los fieles vivos, a saber, los sacrificios de las misas, las oraciones y limosnas, y otros oficios de piedad que, según las instituciones de la Iglesia, unos fieles acostumbran hacer en favor de otros» (Denz 856).
(6) La Iglesia siempre ha predicado el Purgatorio y la posibilidad de ayudar a quienes lo sufren
La Iglesia siempre ha inculcado en los fieles la devoción por nuestros fieles difuntos, hasta hacer de ella un aspecto principal de la religiosidad popular.
1031. «La Iglesia llama purgatorio a esta purificación final de los elegidos,que es completamente distinta del castigo de los condenados (…) La tradición de la Iglesia, haciendo referencia a ciertos textos de la Escritura (por ejemplo 1Co 3,15; 1Pe 1,7) habla de un fuego purificador».
«Así San Gregorio Magno (+604): Respecto a ciertas faltas ligeras, es necesario creer que, antes del juicio, existe un fuego purificador, según lo que afirma Aquel que es la Verdad, al decir que si alguno ha pronunciado una blasfemia contra el Espíritu Santo, esto no le será perdonado ni en este siglo, ni en el futuro (Mt 12, 31). En esta frase podemos entender que algunas faltas pueden ser perdonadas en este siglo, pero otras en el siglo futuro» [en el purgatorio]. (Dialogi 4,41,3)-
1032. «Esta enseñanza se apoya también en la práctica de la oración por los difuntos, de la que ya habla la Escritura: “Por eso mandó [Judas Macabeo] hacer este sacrificio expiatorio en favor de los muertos, para que quedaran liberados del pecado” (2Mac 12,46). Desde los primeros tiempos, la Iglesia ha honrado la memoria de los difuntos y ha ofrecido sufragios en su favor, en particular el sacrificio eucarístico, para que, una vez purificados, puedan llegar a la visión beatífica de Dios. La Iglesia también recomienda las limosnas, las indulgencias, las privaciones y las obras expiatorias de penitencia en favor de los difuntos:
San Juan Crisóstomo (+407): «Llevémosles socorros y hagamos su conmemoración. Si los hijos de Job fueron purificados por el sacrificio de su padre (Job 1,5), ¿por qué habríamos de dudar de que nuestras ofrendas por los muertos les lleven un cierto consuelo?… No dudemos, pues, en socorrer a los que han partido y en ofrecer nuestras plegarias por ellos» (In epistulam I ad: Corinthios homilia 41,5)».
Santa Teresa tuvo no pocas visiones y revelaciones sobre el Purgatorio (Vida 38,32), y muchas experiencias de eficaz ayuda espiritual para los difuntos. Con verdad y desparpajo declara: «De sacar almas del purgatorio son tantas las mercedes que en esto el Señor me ha hecho, que sería cansarme y cansar a quien lo leyese, si las hubiese de decir» (39,5) (+Fundaciones, prólogo 4; 27,23).
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–Complementos teológicos y espirituales
+Las «benditas almas del purgatorio» son efectivamente benditas, pues han muerto en la gracia de Dios y están ciertas de su salvación eterna. En efecto, como enseña el Catecismo (1030),
«los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo» (1030). «La Iglesia llama purgatorio a esta purificación final de los elegidos, que es completamente distinta del castigo de los condenados» (1031).
+El purgatorio viene exigido por la justicia, ya que en él (=purificatorio)han de sufrirse todas las penas temporales que el cristiano difunto aún debe por sus pecados mortales –ya perdonados– y por sus pecados veniales –perdonados o no antes de morir–. Los Padres antiguos, sobre este punto, solían recordar la palabra de Jesús: «En verdad te digo que no saldrás de allí hasta que pagues el último centavo» (Mt 5,26; +12;32; 2Mac 12,42-46; 1Cor 3,10-15; 2Tim 1,18).
+El amor de Dios por sus hijos difuntos ya salvados, pero imperfectos, crea el purgatorio. Mientras están en vida, los fue santificando por la gracia, que ellos recibieron libre y meritoriamente. Pero la mayoría murieron sin haber expiado plenamente tantos pecados grandes o mínimos de pensamiento, palabra obra u omisión. Están salvados, pero a causa de esos impedimentos no pueden tener acceso a la visión beatífica propia del cielo. Y ya estas almas benditas no tienen capacidad de realizar actos expiatorios. El amor de Dios crea el Purgatorio.
+Las penas del Purgatorio son muy duras. La Tradición y los santos que han tenido revelaciones privadas sobre ello hablan de fuego. Pero el mayor sufrimiento de ellas es no llegar aún a la plena y eterna unión con Dios… ¿Qué remedio dispone Dios para estas almas benditas?… El Purgatorio, en el que las almas, reducidas a una pasividad total, son purificadas por penas que por un lado son castigo expiatorio, y por otro purificación de toda huella de espirituales deficiencias no sanadas. Es, pues, siempre, en la vida y en la muerte, la acción santificante del amor de Dios, la que santificó a sus hijos en la tierra por la gracia, y a las benditas almas del Purgatorio por las penas expiatorias, abriéndoles así finalmente las puertas del Cielo eterno.
+Sabiéndose salvadas, las almas del Purgatorio, se saben ciertamente destinadas al Cielo, donde llegarán a la plena y eterna unión con Dios. La fuerzo del amor en ellas es ya inmensa, pero al mismo saben que no pueden llegar ante la Santidad divina… Nadie ha podido explicarnos mejor el misterio de las almas del Purgatorio, que Santa Catalina de Génova ( 1447-1519), que recibió de Dios la vocación de asistente espiritual de las benditas almas, y que llegó a conocerlas y amarlas familiarmente en unos modos sobrehumanos, que se reflejan en su grandioso Tratado del Purgatorio.
«Siendo así que las almas del purgatorio no tienen culpa de pecado alguno, no existe entre ellas y Dios otro impedimento que la pena del pecado, la cual retarda aquel instinto [que las impulsa fortísimamente hacia Dios] y no les deja llegar a perfección. Pues bien, viendo las almas con absoluta certeza cuánto importen hasta los más mínimos impedimentos, y entendiendo que a causa de ellos necesariamente se ve retardado con toda justicia aquel impulso, de aquí les nace un fuego tan extremo, que viene a ser semejante al del infierno, pero sin la culpa» (7).
«El alma separada del cuerpo, cuando no se halla en aquella pureza en la que fue creada, viéndose con tal impedimento, que no puede quitarse sino por medio del purgatorio, al punto se arroja en él, y con toda voluntad. Y si no encontrase tal ordenación capaz de quitarle ese impedimento, en aquel instante se le formaría un infierno peor de lo que es el purgatorio, viendo ella que no podía, por aquel impedimento, unirse a Dios, su fin» (13).
[La Fundación GRATIS DATE (Apdo. 2154, 31080 Pamplona – [email protected]) ofrece el Tratado de la Perfección de Sta. Catalina de Génova, en traducción de J. M. Iraburu].
+La fe en el purgatorio trae para la espiritualidad cristiana dos consecuencias preciosas de notable importancia. —La primera, el horror al pecado,aunque éste sea leve, y con ello el temor a su castigo mayor o menor en el Purgatorio, así como la urgencia de expiar el pecado ya en esta vida con mortificaciones y penitencias sacramentales, y en primer lugar, llevando con paciencia las penas de la vida. —La segunda, la caridad hacia los difuntos. La caridad cristiana ha de ser católica, universal; ha de extender su eficaz solicitud no sólo para los vivos, también para los difuntos, acortando o aliviando sus penas con los sufragios tradicionales en la Iglesia.
+El Purgatorio en vida
Santa Teresa de Jesús sufría con buen ánimo las penas de la vida, que fueron muchas –enfermedades, dolores físicos o morales, calumnias, injusticias, persecuciones, engaños, viajes agotadores, etc.–, segura de que esas penalidades, sufridas con Cristo, serían penitencia expiatoria por sus propios pecados y por los del mundo, que, uniéndola como una astilla a la Cruz de Cristo, «me serviría de purgatorio» (Vida 36,9). E igualmente se consolaba cuando veía sufrir a pobres, enfermos, abandonados, etc., y a veces crónicos: «así tendrán mayor gloria y acá el purgatorio, para no tenerle allá» (Fundaciones 7,5; +Camino Perf. Vallad. 40,9).
La doctrina es la de todos los Doctores católicos. Pero la expresión «Purgatorio en vida», parece ser un hallazgo mental y verbal de Santa Teresa, de los varios que tuvo. Un hallazgo muy valioso. Cuando nos sentimos abrumados por sufrimientos grandes y duraderos, mucha paz nos da aceptarlos con fe y caridad, y mucho alivio pensar: «Así me uno a Cristo Salvador, sufriendo con Su gracia estos males, para expiación de mis pecados y de los inmensos pecados del mundo… Y además, eso me disminuyen el Purgatorio».
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Para terminar, les voy a referir un ejemplo histórico tan elocuente, que en él podrán aclarar sus dudas los lectores más resistentes.
–La Beata Isabel Canori Mora (1774-1825)
En el número (680) de este blog escribí más ampliamente de esta santa mujer romana, esposa y madre. Conocemos bien su vida porque la fue escribiendo con detalle y profundidad en un Diario íntimo, que fue publicado con acasión de su beatificación: La mia vita nel cuore della Trinità. Diario della Beata Elisabetta Canori Mora, sposa e madre (Libr. Edit. Vaticana 1996, 749 pgs.)
Creció espiritualmente mucho desde niña. A los 12 años hizo voto de virginidad. Sufrió mucho en su casa paterna, y para escapar de ella, se casó a los 22 años con el abogado Cristóbal Mora, que pronto reveló su condición de sinvergüeza. Ella consideró pronto su matrimonio como «un enorme delito» (7), «un nefando perjurio» (156 y 184). Pero por gracia de Dios, entiendió su dura vida como una preciosa cruz santificante, como un Purgatorio en vida. Al poco tiempo de la boda, Cristóbal ya tenía una amante, que no fue la última. En alguna ocasión llevó a su casa la amante que tenía entonces… Un horror.
Sus familiares, también su confesor, le aconsejaban que pidiera a la Iglesia la separación conyugal. Pero ella se resistió siempre, para evitar que, separado de ella, Cristóbal se hundiera aún más en su miseria espiritual, y acabara en el infierno. Pero también lo decidió como penitencia expiatoria por la violación de su voto, que en cuanto pecado, ya estaba confesado y perdonado. Quería expiar su tremenda ofensa a Cristo… Como madre de cuatro hijas –dos murieron pronto– y como terciaria trinitaria, vivió su Purgatorio en vida con buen ánimo y esperanza. Y ayudada por el sacerdote trinitario Fernando de San Luis Gonzaga, mantuvo unida a su familiacon paz y heróica caridad.
En 1803, a los 29 años, tuvo Elisabet sus primeras experiencias místicas, y llegó a consignarlas con gran profundidad entre 1807 y 1824. Murió en 1825. Su hija monja Lucina guardó su Diario íntimo. Cristóbal, vencido por la santidad de su difunta esposa, ingresó como terciario trinitario (1825) y más tarde como hermano lego franciscano (1834). En esa Orden recibió el sacramento del sacerdocio. Y murió en 1845 con fama de santidad.
San Juan Pablo II beatificó a Elisabetta Canori Mora en 1994. Bendigamos al Señor.
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–«Antes» se predicaba mucho sobre los novísimos, y concretamente sobre el Purgatorio. Así se procuraba retraer del pecado, por temor a las penas del purgatorio, más o menos graves, según fue la vida del difunto. Pero también para estimular los sufragios en favor de los fieles difuntos.
La devoción por los difuntos siempre fue estimulada por la Iglesia Madre. El amor y el cuidado de las benditas almas del Purgatorio fue siempre una de las principales devociones de la espiritualidad popular: Memento de difuntos en todas las Misas; novenarios de Misas e incluso Misas gregorianas de treinta días; última de las preces de Vísperas;oraciones al final del Rosario; dos toques diarios de las campanas parroquiales; visitas piadosas al cementerio, con oraciones y flores; estampas recordatorios, etc.
–«Ahora» están en general muy olvidados los difuntos (y también los cementerios, lugares sagrados). El mundo envolvente, sus posibilidades enormes, su trabajo y fascinación, absorben el pensamiento y la acción de las personas, de tal modo que se ignoran y olvidan «las cosas de arriba», que son invisibles (Col 3,1-2), incluidos los mismos familiares difuntos. Pero la causa principal es que no se predica la vida eterna, en sus diversas posibilidades. Apenas se toca el tema en los funerales –y no rara vez ni en éstos–. Los sacerdotes silencian el misterio del Purgatorio, a pesar de ser un dogma de fe, reiterado por muchos Concilios y documentos pontificios, como ya vimos. ¿A caso es un tema de menor importancia?… Falta la fe. Para predicar algo, hay que creerlo firmemente. No se predica la fe que apenas se cree… Eso San Pablo lo tenía muy claro: «Creí y por eso hablé» (2Cor 4,13).
–Lutero combate la fe católica cuando en los Artículos de Schmalkalda (1537-38) condena con especial dureza las Misas de difuntos. Las entiende como un negocio suscitado por el clero. «Prácticamente la misa sólo se utiliza por los difuntos» (I pte, art II)(ib.)… Por lo demás, condena todas las Misas: «debe considerarse la misa como la mayor y más terrible abominación del papado» (ib).
Cátaros y valdenses, asociaciones protestantes, no todas, parte de los griegos cismáticos, negaron la existencia del purgatorio y, consecuentemente, la validez de los sufragios en favor de los difuntos.
Oremos, oremos, oremos.
Y prediquemos la fe católica.
Toda.
José María Iraburu, sacerdote
Post post. –El funeral del papa Francisco, al que asistieron en Roma 250.000 personas, fue presidido por el cardenal Giovanni Battista Re, decano del Colegio Cardenalicio, que «aprovechó la homilía para sugerir que Francisco estaba ahora en el cielo» (LifeSiteNews 26/04/25)…
Índice de Reforma o Apostasía
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