Los católicos creemos que existe una verdad religiosa, que esa verdad reside en la religión católica, y que todo hombre está moralmente obligado a buscar esa verdad y, al encontrarla, a adherirse plenamente a ella: “En primer lugar, profesa el sagrado Concilio que Dios manifestó al género humano el camino por el que, sirviéndole, pueden los hombres salvarse y ser felices en Cristo. Creemos que esta única y verdadera religión subsiste en la Iglesia Católica y Apostólica, a la cual el Señor Jesús confió la misión de difundirla a todos los hombres, diciendo a los Apóstoles: “Id, pues, y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo cuanto yo os he mandado” (Mt 28,19-20). Por su parte, todos los hombres están obligados a buscar la verdad, sobre todo en lo que se refiere a Dios y a su Iglesia, y, una vez conocida, a abrazarla y practicarla.” (Concilio Vaticano II, Declaración Dignitatis Humanae sobre la libertad religiosa, n. 1b).
1. La búsqueda de la verdad
Aristóteles comienza su Metafísica diciendo que todo hombre busca naturalmente conocer la verdad. La inteligencia humana tiende naturalmente a la verdad, está hecha para conocerla.
Dios mismo es la Verdad fontal y fundamental que todos necesitamos y que la mayoría busca, aunque sea oscuramente y a tientas. Esta Verdad tiene consecuencias decisivas en nuestras vidas.
A menudo afirmaciones como éstas son desestimadas hoy en día como “lecturas religiosas de la realidad”. Esa desestimación proviene comúnmente de una ideología relativista. En una palabra, “relativista” es quien sostiene que “En este mundo traidor, / nada es verdad ni mentira. / Todo es según el color / del cristal con que se mira.” (Ramón de Campoamor, Humoradas). Si la verdad depende del tipo de lectura que se haga de la realidad, entonces se puede decir que la verdad es relativa y que cada uno tiene su verdad.
Generalmente los ateos piensan que los seres humanos somos una especie de accidente cósmico destinado a existir brevemente y desaparecer, por lo cual algunos de ellos se inclinan a buscar el mayor placer o disfrute posible en esta vida. Por el contrario, el cristiano cree en la vida eterna, lo cual le hace ver todas las realidades de esta vida desde la perspectiva de la eternidad.
Si en definitiva la verdad no se puede conocer, ¿cómo saber qué actitud tomar ante la vida? ¿Será que la fe es una opción libre pero irracional, emotiva o sentimental? ¿Qué lleva entonces a tantas personas (inclusive a grandes intelectuales) a creer en Dios? En este libro he tratado de dar respuesta a estas interrogantes. Aquí trataré de sintetizar algunos aspectos básicos de la respuesta católica.
La filosofía es una ciencia que tiene cierto grado de autonomía respecto a la teología, pero la fe cristiana tiene consecuencias muy precisas en filosofía. Dicho de otro modo, hay filosofías incompatibles con la fe cristiana. Hoy el mayor enemigo de la fe cristiana es la filosofía relativista, que ha impregnado la mentalidad de no pocos cristianos. El relativismo (filosófico, moral, religioso o cultural) es la versión moderna del escepticismo. La filosofía escéptica se manifestó por primera vez en la antigua Grecia. Gorgias, uno de los sofistas, resumió la doctrina escéptica en los siguientes tres principios: la verdad no existe; o, si existe, no puede ser conocida; o, si puede ser conocida, no puede ser comunicada a otros. En definitiva, el escepticismo y el relativismo niegan la capacidad de la razón humana para conocer y expresar la verdad.
La filosofía cristiana sólo puede ser realista. El realismo es la filosofía que sostiene que existe una realidad objetiva, independiente del sujeto, y que el ser humano puede conocer la verdad de lo real. La verdad es la correspondencia o adecuación entre el pensamiento y la realidad. Si mi pensamiento coincide con la realidad objetiva, es verdadero; si no, es falso. O sea, la verdad es absoluta o no es verdad. El realismo es la filosofía del sentido común de la humanidad. Todos somos espontáneamente realistas. Aristóteles subrayó que el escepticismo es sostenido teóricamente, pero es totalmente impracticable. Nadie es capaz de vivir escépticamente. Cualquier comunicación interhumana es una negación práctica del escepticismo. Con fuerte ironía, Aristóteles sostuvo que los escépticos, para ser coherentes, deberían convertirse en vegetales.
El hombre puede conocer la verdad y de hecho la conoce muchas veces. Pero no hay que confundir verdad absoluta (universalmente válida) con verdad total. La mente humana no puede llegar a conocer la totalidad de la verdad, pero sí aspectos parciales de la realidad, verdades parciales, interrelacionadas entre sí en forma coherente, no contradictoria.
Esta afirmación general se aplica también a la verdad religiosa y a la verdad de la existencia de Dios. Es verdad que Dios existe. Es falso que no exista. No hay una verdad para el gusto de cada uno. Cada uno tiene sus propias creencias u opiniones, pero cada una de ellas sólo puede ser verdadera o falsa (para todos). Es un gran error pensar que cada uno tiene “su verdad” y que la “verdad” de los ateos es que Dios no existe. La verdad es una sola y debe ser absoluta, independiente de lo que cada uno piense. Dios no existe o deja de existir porque creamos o no en Él, así como la Tierra no deja de ser “redonda” porque alguien crea que es plana. Obviamente, con esto no niego que los ateos puedan ser personas de buena voluntad.
Es un dogma de fe católica, definido por el Concilio Vaticano I y reafirmado por el Concilio Vaticano II, que el hombre, mediante la sola luz natural de la razón, puede conocer la existencia de Dios. O sea, existen pruebas racionales (filosóficas) de la existencia de Dios. He intentado presentar algunas de ellas en este libro.
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